Intenté sumarme una
vez más, nunca me doy por vencida. Pero, una vez más, fui rechazada. Avaricia
dijo que mucho le había costado conseguir su lugar, y que ni se le cruzaría por
la cabeza hacer un espacio para que entre otro, que ya había poco y si entraba
yo ella se incomodaría. Soberbia la interrumpió sin importarle haber cortado su
discurso, de hecho se le paró delante impidiendo su visión y me dijo que yo no
era tan importante como ella, y que aunque los otros tampoco lo eran, dijo en
un tono mas bajo para que no la escucharan, “nunca podrías entrar a nuestro
grupo”. En ningún momento me miró a los ojos, su actitud altanera parecía ni
siquiera notar mi presencia. Intenté entonces convencer a
la Lujuria, quizás con mis atributos podría conquistarla y así ganarme un
espacio. Su mirada penetrante me incomodó, tanto que me eché a un lado, pero
las cejas fruncidas de la Ira me incomodaron aún más. Su deseo sexual
incontrolable, era realmente incontrolable, y su vestido extremadamente corto
me provoco rechazo, tanto que decidí recurrir a un plan B: la Tristeza. Estaba
seguro de que ella se iba a apiadar de mí. Sus ojos me miraban llenos de
lágrimas. No sé si lloraba por mí y mi fracaso de inclusión al grupo, o si
lloraba por ella y sus eternas depresiones. Nunca lo voy a saber, lo único que hacía era
secarse las lágrimas con la manga de su vestido negro. Definitivamente no podía
obtener nada de ella, sus compañeros la maltrataban y manipulaban aprovechando su
fragilidad. Mi impulso natural quiso ayudarla, pero además de que no era lo que
estaba en mis planes, estos cinco siempre me echaban hacia atrás.
Lo que más recuerdo de la respuesta de Ira
fue su furia, su mirada fija en mí, sus venas en la frente y el chirrido de sus
dientes. Me gritó tanto, y tan fuerte que me asustó, se la veía muy agitada, su
corazón iba a salirse de su pecho, así que opté por apartarme, no quería
causarle ningún mal, y menos un infarto.
Parada una vez más fuera del grupo me detuve
a mirarlos por unos cuantos segundos. Se las veía tan bien juntas, parecían ser
una sola. Y así, contemplando desde afuera me di cuenta por qué yo nunca iba a
ser una de ellas. Aunque nosotras las bondades seamos excluidas muchas veces
por estos defectos, es posible aún
encontrarnos en algunos pocos, pensé, siempre optimista.
De la vereda de enfrente se acercaba la Envidia,
pasó por al lado mio sacando una radiografía de mi cuerpo, con una mirada que recorrió
desde mis pies hasta mi cabeza. Cruzó la calle, se acercó a ellos y se ubicó
detrás de Lujuria, quien la pispiaba de reojo. Ira no le gritó, Lujuria no la
acosó, Tristeza no le lloró, Soberbia no la despreció y Avaricia le hizo un
lugar, bastante chico, pero un lugar en fin. Se veían realmente cómodas. Crucé
la calle y me di vuelta de inmediato al escuchar un golpe, Ira había cerrado
muy fuerte la puerta de la casa. Era la más grande del barrio, lujosa, prolija,
sin ninguna imperfección. Lo que tenía de grande, lo tenía de vacía. Solo se
encontraban Lujuria, Ira, Soberbia, Tristeza, Avaricia, Envidia y el señor
Solari.
Luego del suicidio de su esposa sus hijos lo habían
abandonaron, es que Solari y compañía habían echado a la alegría y con ella a
mí.
NOOOOOOOOOOOOOOOO QUÉ GRANDE muy buena la salida que encontraste, lo encaraste de un modo realmente muy original, me gusta mucho!
ResponderEliminarMe gustó mucho la forma de encararlo y como lo terminaste! Muy bueno
ResponderEliminarElides "coco" Tejada.