miércoles, 24 de octubre de 2012

Humberto Tumini

Policías que van, vienen, suben y bajan de los camiones. Se adueñan de la calle con un despliegue táctico preciso, prolijo, bien meditado. Extendidos por gran parte de la Avenida de Mayo, son el foco de curiosas miradas que no comprenden la situación. Los bombos suenan a ritmo con las canciones, se asoman grandes banderas, una multitud de gente invade la intersección de Perú con Avenida de Mayo. En otros tiempos –décadas de los '60 y '70 en Argentina–, las fuerzas armadas iban, venían, subían y bajaban de los camiones. Se adueñaban de la calle, las casas, los bares, de todo. Escuadrones, portazos y detenidos, eran parte del despliegue táctico preciso, prolijo y bien meditado de aquella época.
Humberto Tumini fue militante del PRT –Partido Revolucionario de los Trabajadores, instrumento político de ideología Marxista-Leninista, que nace de la unión de dos agrupaciones de izquierda: El Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) y Palabra Obrera (PO) –, miembro guerrillero del ERP –Ejército Revolucionario del Pueblo, facción armada del PRT-, y por todo esto, también preso político durante las dos últimas dictaduras militares. La primera entrada a la cárcel se ubica durante el proceso golpista que encabezó el general Juan Carlos Onganía en el año 1966. Recupera su libertad a través de la amnistía que llevó adelante el recién electo presidente Héctor Cámpora en las elecciones de 1973. Sin embargo, la felicidad le durará poco, el 24 de marzo de 1976 comenzará el llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, un nuevo golpe de estado. Su condición de subversivo lo llevará nuevamente al cautiverio, del que podrá escapar recién llegada la democracia en 1983.
Pero ahora, con un café entre las manos, es un habitué del bar donde espera sentado. Allí, los mozos siempre lo esperan para hablar de política y escuchar su opinión; su historia se ha ganado el respeto de ellos.
Desde una mesa con vista a la calle, Humberto observa los acompasados movimientos de los policías y los manifestantes. Dos masitas secas esperan sobre la mesa, otro es el foco de atención. Los cantos continúan –ahora con más fuerza–, el resto de los clientes dirigen alguna mirada a la calle, pero prefieren perderse en las imágenes de la televisión.
A simple vista, hoy pareciera quedar poco en Humberto de aquel joven setentista. Sí, su lucha política continúa, pero él ya no realiza “repartos” –secuestro y distribución de mercaderías entre la gente–, ni participa de “desarmes” –asaltos a oficiales en busca de armas–, ni esconde bajo su campera las 45 milímetros de sus compañeros, o una bolsa de granadas para tomar el Correo Central de Córdoba. Tumini carga con la apariencia de un hombre cualquiera, de unos sesenta años, ni muy flaco ni muy gordo, algo calvo y con una mirada poderosa como todas las marchas en las que alguna vez participó; su mirada, sin duda, llena de recuerdos y vivencias, es lo que conserva de aquella revolucionaria juventud.

Sobresaltado, mete la mano en su campera rompe vientos azul y se lleva un viejo celular a la oreja. Aleja la mirada de la ventana, su espíritu deja la calle y vuelve al bar.

–Decile a Vicky que ella está llevando adelante la campaña…llámalo a Roy que está involucrado en el tema. Te dejo que tengo un compromiso, hablamos después.

La llegada de la democracia transformó los “desarmes” y “repartos” en la campaña, y las 45 milímetros en celulares viejos. La puerta del sitio donde se encuentra Humberto Tumini estará cerrada o abierta, aunque no tendrá importancia, porque quienes entren a adueñarse del lugar serán simples clientes. Y esto continuará así; todo continuará así mientras que nada detenga los acompasados movimientos, de policías y manifestantes.
Uno de los mozos lleva unos minutos sentado en  la barra, permanece inmóvil, está hundido en sus pensamientos. Humberto levanta la mano  emite un leve silbido y logra que  acuda rápidamente al llamado.
-¿Les tomas el pedido por favor? Pidan lo que quieran.
Dos saquitos de azúcar al café y comienza el relato. El bar desaparece por un instante y casi sin darnos cuenta estamos en Córdoba, año 1969, plena manifestación popular en el gobierno dictatorial de Onganía. Como por arte de magia, Tumini a través de sus recuerdos nos posiciona en ese lugar que nunca podrá borrar de su cabeza, donde se llevó a cabo el acontecimiento que marcó su adolescencia: el 29 de mayo de 1969 Córdoba amaneció con un paro total de ambas CGT. Los obreros tomaron las calles apoyados por sectores de clase media y el movimiento universitario, provocando la feroz reacción de las fuerzas armadas. El conflicto se desató y los manifestantes resistieron generándose una incontable ola de muertos y heridos. Finalmente, el ejército redujo a las masas y detuvo a los grandes dirigentes de las agrupaciones desertoras, entre ellos Agustín Tosco.
-Yo comienzo mi militancia en el Cordobazo tuve la posibilidad de ver esa concentración popular que fue muy intensa. No solo fue muy chocante por la participación, sino porque fue el primer contacto con la represión, los militares le disparaban a la gente que… estaba desarmada. Desde ahí, mi primera idea política fue: hay que echar a los militares, hay que echar a la dictadura. Pero después me interesé por conocer más, conocer porqué estaban los milicos, conocer la situación del país, como estaba el mundo. Ahí es cuando empiezo a conocer hechos de la historia que se me habían pasado, como el mayo francés, que fue un levantamiento juvenil muy fuerte; seguramente se me pasó porque en esa época estaba en otro lado, jugando al rugby y saliendo con chicas. También lo conocí al Che, y toda la historia de la revolución cubana. En los años 70 ya empecé a pensar que me tenía que organizar, y ahí ya habían aparecido las organizaciones armadas. Yo sabía que esto era lo que me gustaba y ahí es cuando hablé con dos amigos míos que sabía que en algo andaban. Tomé contacto con ellos y efectivamente estaban militando, ahí es cuando me involucro y entro con la idea de que había que voltear al gobierno militar, eso era lo principal. A finales de los años 70 ya estaba militando en el ERP.
Militancia, militante, militar. Son palabras que no pueden sacarse del diccionario. Las definiciones son miles, algunas llenas de prejuicios, alabanzas o total indiferencia. Sólo la experiencia puede definirlas en estado puro, desde el conocimiento, desde lo vivido.

-La militancia es un compromiso que uno toma, por una causa, por una idea, por un proyecto, pero esencialmente un compromiso. Ese compromiso implica dedicar una parte de su vida, moverse, defender y  mantener activas las ideas. (…) Los intereses son importantísimos, la militancia siempre implica una puja de intereses. Pero no es lo mismo militar por una causa de las minorías que hacerlo por una de las mayorías. También se pone en juego si los intereses son individuales o colectivos. Creo que los intereses individuales se incentivaron aún más con la llegada del neoliberalismo, ya que éste incentivó el individualismo por sobre lo comunitario. Se vive en un sistema que premia a los mejores, que premia a los que ascienden y lamentablemente esto también impactó sobre los militantes políticos.
El café está lleno aún, las masitas no fueron tocadas. Humberto contesta cada pregunta con entusiasmo, humor y dedicación; siempre adjudicándoles un análisis de la situación muy detallado. No necesita pensar demasiado qué es lo que va a decir, tiene su juventud más presente que nunca.
-Fue correcto tomar las armas en ese contexto, estábamos frente a un gobierno represivo. No estaba para nada mal visto por la sociedad, incluso cuando salgo de la cárcel, la primera vez, la gente nos veía como héroes. Nos veían como parte de un proyecto de resistencia contra una dictadura que era extremadamente violenta. Reivindico totalmente ese proceso, nosotros luchábamos por una Argentina mejor. Ni una sola vez me cuestioné si era lo correcto arriesgar la vida por esta causa, no sé si estaba bien o mal no cuestionarlo, pero nunca lo puse en duda. Y la verdad pienso que sí, valía la pena, y no me arrepiento de mi decisión.
Pero no todo es armas, militares y violencia en esta charla. A la hora de recordar a los compañeros hasta el más duro guerrillero demuestra que no perdió la ternura. La pregunta por Mario Roberto Santucho descoloca a Humberto totalmente. El pelado baja la vista, entrelaza los dedos y se muerde el labio inferior. Se pasa una pequeña servilleta por los ojos y desaparece las lágrimas que se comenzaban a acumular.
-Santucho era un poco más grande en edad que nosotros, lo que denotaba más experiencia política. Hasta tuvo una experiencia política en elecciones y su partido metió dos diputados obreros. Era petiso, morochito y aunque hablaba en voz baja, tenía voz de líder y una personalidad atractiva y fuerte. Apenas lo conocías, decías, este tipo es mi jefe. Y siempre humilde, se levantaba primero y se acostaba último, daba el ejemplo a todos, muy correcto, nunca un acto de ostentación; y eso es uno de los aspectos que lo convertían en líder. Era un tipo que conducía con el ejemplo.
Mario “Roby” Santucho comenzó su militancia a finales de los años 50. Tuvo una participación muy grande en las organizaciones de campesinos de Santiago del Estero y fue fundamental para la organización sindical de los azucareros, en Tucumán. Fundador del Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) y también principal impulsor del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Sin duda, por su experiencia y devoción, un referente de la militancia para muchos, incluso del propio Tumini.
Se respira setentismo en el ambiente, los vientos de la revolución vuelven a soplar. A pesar de las tragedias vividas, los ideales no desaparecieron y están más intactos que nunca. Pero no existe la revolución sin el revolucionario. Ernesto Guevara, sin duda el gran inspirador de la juventud argentina, dijo que un revolucionario tiene la virtud de sentir cada injusticia como propia. Tumini sin duda lo es.
-Mientras sigan existiendo las clases sociales, las diferencias van a seguir existiendo, lo utópico sería una sociedad sin clases. Hoy en día mantengo la misma convicción, quiero un país mejor, claro que los métodos de lucha son acordes a la situación.
El reloj dejó pasar dos horas desde que comenzamos este viaje en el tiempo, ya es hora de volver al presente. Humberto le acerca un billete al mozo y paga la totalidad de la cuenta, intercambia un par de bromas con el personal de la barra y vuelve a la mesa con una sonrisa, listo para despedirse.
Él no cree en milagros, sabe que los cambios hay que forzarlos. Quizás ya no esté para ver su sueño hecho realidad, pero tiene la firme convicción de que se realizará. Alguien tomará la posta en este camino que ellos empezaron, el fuego seguirá encendido, la lucha continuará.
-Muchas gracias por invitarme. Estas charlas son las que me gustan. Muchos se olvidan de la historia, está bueno que se interesen por conocerla y que sigan adelante con este proceso de trasladarla.
Se cierra la campera rompe vientos hasta arriba y sale por la puerta. Camina entre toda la gente sin ser reconocido, es sólo otro ciudadano común y corriente. Pero esto no debe preocuparle en absoluto, su objetivo no era ser un héroe, era un país mejor.


miércoles, 17 de octubre de 2012

Josef Rudolf Mengele


Definitivamente, un periodista logra cumplir su labor cuando consigue dar voz a lo silenciado, transformar y transformarse. Asimismo, un actor puede sentirse satisfecho cuando halla que no sólo el público crea su personaje, sino también él mismo, descreyendo de su propia personalidad.
            Quizás por eso debería pensar que hice un buen trabajo, o que soy, simplemente, muy persuasiva. O ambas. No lo sé. Lo único que tengo claro es que hoy, tras haber dado su último macabro testimonio, se puede publicar el perfil de un genocida que nunca fue juzgado, de un perverso, de un loco, de una lacra humana, y no como pensaba inicialmente que sería publicado poco antes de asistir a su encuentro -como un recuadro de una nota de producción que relatara  su nueva huida-, sino como una necrológica extendida de un individuo que en el día de ayer, sucumbió en el mar.
            Josef Rudolf Mengele nació en Baviera el 16 de marzo de 1911 y falleció ayer por la tarde, en una playa de Bertioga, Brasil. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Embú, con el nombre de Wolfgang Gerdhard, y en presencia de su hijo Rolf.
            Poco se hablaba de él, por lo menos hasta la fecha. Quizás en unos años el pueblo semita consiga que esa tumba, profanada ya por la mentira que enmascara su verdadera identidad, consiga que la memoria de todo un pueblo descanse en paz.
            Tenía el pelo ralo, su cabeza se había poblado de canas, y su rostro, de arrugas. La perfección de su traje se opacaba gracias al accionar del viento, que trae hacia su ajuar de terciopelo una nube de arena blanca, característica de las playas tropicales.
            “Siéntese, compañero, me han dicho que usted también hizo un buen trabajo en Bardufoss” atinó a decir al verme entrar por el simulacro de puerta que tenía su estival choza de paja. Sabía que la única forma de lograr que me dijera concretamente algo cercano a la verdad de sus crímenes, era haciéndome pasar por uno de ellos, hombre, por supuesto. Del campo de exterminio nazi de Bardufoss hay muchos mitos, pero pocas certezas, por lo que crear la ilusión de un médico pseudo-exitoso noruego que viajaba a Brasil como discípulo de un sátrapa peor, no sería de extrañar, y para la ODESSA resultaría incluso un honor.
            El hueco de sus dientes que habían descripto tanto sus víctimas como sus admiradores, resaltaba en su sonrisa cansada, y especialmente desagradable. “Lo he citado aquí, porque considero que es el mejor lugar para exponer y exponerme sin correr riesgos. La familia que me acoge es de total confianza.” Agregó. Está claro que los nazis que hay en Brasil son muchos, y filiales como ésta hay en todas partes.
            En cuanto a su actividad en los campos de concentración, simplemente atinaba a decir que fue brillante, y que cada logro propio podía verse plasmado en su cuaderno de anotaciones. Un librillo de hojas cuadriculadas, amarillas por el paso del tiempo, que guardaba en un cajón, el único de la mesa de luz que utiliza como mesada. Una excelente prueba de su culpabilidad.
            “Uno no puede sentirse culpable por experimentar con animales, y eso son los judíos, bestias. Ratas que, por algún motivo, Dios puso en nuestro camino, como prueba a superar, a la orden de un superhombre que nos ayuda a pelear. La guerra terminó, pero eso no quiere decir que  los estudios hayan sido en vano. Si se nos culpabilizará, será de haberles dado a esos monstruos una utilidad, la de servir al bien común.”
            Mediciones de lenguas, extremidades, tórax, vientres y cabezas humanas ilustraban su anotador, así como las paredes de su hogar. Imágenes casi fotográficas de cuerpos exhibidas en pósteres daban cuenta de la diferencia anatómica entre individuos de raza aria, y humanos de genes caracterizados inferiores. “Tengo un ojo muy suspicaz, capaz de detectar una deformidad aún en su estado latente. Estas imágenes las poseo a modo de machetes. Las razas inferiores se siguen multiplicando, por lo que mi labor sigue siendo necesaria, pero mi memoria comenzó a tener falencias, al igual que el resto de mi organismo, gracias al paso del tiempo, por lo que requiero de vez en cuando, algo que la complemente.”
            Quizás fue su mente, aquella que fallaba de vez en cuando, la que lo instigó a acabar con su vida una vez que supo de mis verdaderas intenciones. Tal vez tuvo que ver su ojo suspicaz al notar en mi cuello un dije de una estrella de seis puntas. O también pudo haber sido  aquella vejez que exteriorizaban sus canas, la que no le dio fuerzas para acabar con una judía más, porque tarde o temprano, miles de estos, de raza menor, acabarían con él.
            Lo cierto es que, luego del encuentro, se dirigió al mar sin decir siquiera una palabra. El sol quemaba su disimulada calvicie, mientras el agua iba de a poco apagando su fuego interior. Quizás no ocurrió nada de lo anterior, y no descubrió nunca quién era yo en realidad. Tal vez pasó que aquella mente, presa del paso del tiempo del que él solía hablar, no encontró el machete para aprender a nadar.

lunes, 1 de octubre de 2012

Las cenizas del monstruo


La habitación es pequeña y tosca pero impacta por su pulcritud. El blanco brillante de las paredes y el piso contrasta con el paisaje que se cuela por la ventana: un mar de casas precarias de colores y formas diversas que tapizan el morro brasilero que las sostiene.

En una silla, tan alejada de la ventana como lo permite el ambiente, Josef Mengele, un hombre arrugado, se resguarda del sol. No es de lo único que escapa, hace años que es fugitivo de la justicia internacional por experimentar con judíos y torturarlos en el campo de concentración alemán de Auschwitz.

El hombre toma una manzana de la frutera y la examina durante unos segundos. Su mirada se transforma y esboza una sonrisa macabra antes de tirarla con odio, incluso asco, al tacho de basura. “Tenía unas manchas”, expresa en lo que parece una explicación, “estoy harto de recordarles que no voy ingerir alimentos defectuosos, es intolerable, en aquellos tiempos un error así…”, continúa ensimismado y resulta evidente que nunca sintió la necesidad de justificarse.

Contestará las preguntas desde el mismo lugar, convencido de sus acciones, como si ya hubiera repetido una y mil veces las respuestas en su mente. Se abstendrá de mirarme durante la charla, sólo lo hará al final de la entrevista con una visión analítica y una minuciosidad  escalofriante, la misma con la que durante años escudriñó los cuerpos de sus víctimas, a quienes desarmaba con los ojos para determinar si servirían para experimentar, trabajar o morir.

-Mi labor era seleccionar a los judíos que eran aptos para trabajar, cuando llegaban los contingentes yo señalaba quienes irían al campo de concentración y quienes tomarían otro destino- explica y agrega que no le gustaba su tarea, pero por las razones equivocadas.

-No era placentero estar rodeado de tanta impureza racial, observar diariamente tanta deformidad me alteraba, pero me sirvió para afianzar aún más mis convicciones y darme cuenta de cuán acertado era el Nacional Socialismo con respecto a la superioridad racial de los arios.

No obstante los ojos se le iluminan cuando habla de su laboratorio.

-Allí dentro era distinto, ese departamento era mi mundo, tenía tantas herramientas para trabajar ¡cuántos sujetos de investigación!,  tal era la abundancia que hasta podía mandarle algunas muestras de la deformidad judía a Hitler, fue una desgracia que me tuviera que ir.

Mengele, firme a su convicción de que la raza aria era la mejor y no debía mezclarse con otras por el bien de la humanidad, dedicó sus investigaciones a descubrir la forma de lograr una “pureza” racial, ya sea eliminando a las otras por medio de enfermedades específicas o transformando a los impuros.

Con estos objetivos intentó aclararles el pelo y ojos a numerosos prisioneros inyectándoles variedad de sustancias sin más resultado que quemaduras, reacciones muy dolorosas e incluso la muerte de las víctimas.

Y si bien nunca dejó de estudiar seres humanos, como consta en sus cuadernos de notas, sus bienes más preciados, que dan testimonio de sus estudios con gemelos en Latinoamérica y contienen dibujos, medidas y dosis de diversas drogas que les fueron aplicados, no está conforme con su obra.

-En mi caso, me temo que no se puede hablar de éxito, logré identificar numerosas variedades raciales así como diversidad de tipos de cabello pero no pude descubrir la forma de erradicar rápidamente a las otras razas. Me resulta imposible con tan pocos recursos y apoyo político llegar a conclusiones confiables. Es una pena que se haya puesto de moda esta blasfemia de la igualdad interracial, todos los estados se verían muy beneficiados si se limpiara la especie.

En cuanto a su futuro el porvenir no se le presenta esperanzador aunque no llega a comprender por qué.

-En el camino de mi vida no queda mucho por delante, mis seres queridos me han dado la espalda a pesar de todo lo que hice por lograr un mundo mejor para ellos. Como todos los genios, soy un incomprendido.  No puedo esperar el rencuentro, mi única esperanza es que quizás alguno, mi hijo al menos, asista a la reunión final, no seré testigo de ella pero me gusta pensar que vendrá.

Su mayor tormento es la soledad.

-Han cazado a mis amigos como a ratas- afirmará melancólico antes de hundirse nuevamente en un silencio profundo.

El sol se esconde detrás del morro. El hombre se pierde en la penumbra de sus recuerdos, sus ojos escudriñan la oscuridad, su mente vaga por otros tiempos y geografías.