lunes, 1 de octubre de 2012

Las cenizas del monstruo


La habitación es pequeña y tosca pero impacta por su pulcritud. El blanco brillante de las paredes y el piso contrasta con el paisaje que se cuela por la ventana: un mar de casas precarias de colores y formas diversas que tapizan el morro brasilero que las sostiene.

En una silla, tan alejada de la ventana como lo permite el ambiente, Josef Mengele, un hombre arrugado, se resguarda del sol. No es de lo único que escapa, hace años que es fugitivo de la justicia internacional por experimentar con judíos y torturarlos en el campo de concentración alemán de Auschwitz.

El hombre toma una manzana de la frutera y la examina durante unos segundos. Su mirada se transforma y esboza una sonrisa macabra antes de tirarla con odio, incluso asco, al tacho de basura. “Tenía unas manchas”, expresa en lo que parece una explicación, “estoy harto de recordarles que no voy ingerir alimentos defectuosos, es intolerable, en aquellos tiempos un error así…”, continúa ensimismado y resulta evidente que nunca sintió la necesidad de justificarse.

Contestará las preguntas desde el mismo lugar, convencido de sus acciones, como si ya hubiera repetido una y mil veces las respuestas en su mente. Se abstendrá de mirarme durante la charla, sólo lo hará al final de la entrevista con una visión analítica y una minuciosidad  escalofriante, la misma con la que durante años escudriñó los cuerpos de sus víctimas, a quienes desarmaba con los ojos para determinar si servirían para experimentar, trabajar o morir.

-Mi labor era seleccionar a los judíos que eran aptos para trabajar, cuando llegaban los contingentes yo señalaba quienes irían al campo de concentración y quienes tomarían otro destino- explica y agrega que no le gustaba su tarea, pero por las razones equivocadas.

-No era placentero estar rodeado de tanta impureza racial, observar diariamente tanta deformidad me alteraba, pero me sirvió para afianzar aún más mis convicciones y darme cuenta de cuán acertado era el Nacional Socialismo con respecto a la superioridad racial de los arios.

No obstante los ojos se le iluminan cuando habla de su laboratorio.

-Allí dentro era distinto, ese departamento era mi mundo, tenía tantas herramientas para trabajar ¡cuántos sujetos de investigación!,  tal era la abundancia que hasta podía mandarle algunas muestras de la deformidad judía a Hitler, fue una desgracia que me tuviera que ir.

Mengele, firme a su convicción de que la raza aria era la mejor y no debía mezclarse con otras por el bien de la humanidad, dedicó sus investigaciones a descubrir la forma de lograr una “pureza” racial, ya sea eliminando a las otras por medio de enfermedades específicas o transformando a los impuros.

Con estos objetivos intentó aclararles el pelo y ojos a numerosos prisioneros inyectándoles variedad de sustancias sin más resultado que quemaduras, reacciones muy dolorosas e incluso la muerte de las víctimas.

Y si bien nunca dejó de estudiar seres humanos, como consta en sus cuadernos de notas, sus bienes más preciados, que dan testimonio de sus estudios con gemelos en Latinoamérica y contienen dibujos, medidas y dosis de diversas drogas que les fueron aplicados, no está conforme con su obra.

-En mi caso, me temo que no se puede hablar de éxito, logré identificar numerosas variedades raciales así como diversidad de tipos de cabello pero no pude descubrir la forma de erradicar rápidamente a las otras razas. Me resulta imposible con tan pocos recursos y apoyo político llegar a conclusiones confiables. Es una pena que se haya puesto de moda esta blasfemia de la igualdad interracial, todos los estados se verían muy beneficiados si se limpiara la especie.

En cuanto a su futuro el porvenir no se le presenta esperanzador aunque no llega a comprender por qué.

-En el camino de mi vida no queda mucho por delante, mis seres queridos me han dado la espalda a pesar de todo lo que hice por lograr un mundo mejor para ellos. Como todos los genios, soy un incomprendido.  No puedo esperar el rencuentro, mi única esperanza es que quizás alguno, mi hijo al menos, asista a la reunión final, no seré testigo de ella pero me gusta pensar que vendrá.

Su mayor tormento es la soledad.

-Han cazado a mis amigos como a ratas- afirmará melancólico antes de hundirse nuevamente en un silencio profundo.

El sol se esconde detrás del morro. El hombre se pierde en la penumbra de sus recuerdos, sus ojos escudriñan la oscuridad, su mente vaga por otros tiempos y geografías. 

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