lunes, 8 de julio de 2013

Una bola de lana

Pasaban los días, pasaban los meses, pasaba el tiempo, en fin, pero su vista nunca se despegaba de mí o de lo que hacía. Su nombre era Jacques, y tenía una cierta fascinación por mí. No entendí hasta mucho después si esa obsesión recaía sobre mi cuerpo o sobre mi habilidad de tejer. Todos los días nuestras conversaciones se repetían, no dejaba de alabar mi belleza y en contraste definía a mi labor como banal. Pero yo sabía muy bien que tejer no tenía nada de banal para mí, conocía que era algo de gran importancia, y me di cuenta de mi verdadera conexión cuando llego el fin.
Jacques era alto, esa clase de hombre imponente en cualquier lugar, a todas las mujeres les costaba sacar los ojos de la silueta de este personaje, y debo reconocer que los míos en más de una ocasión se quedaron embobados. Sus ojos verdes, para mi sorpresa, me observaban  día a día; su boca solo se abría cuando se le ocurría alguna razón para que yo abandonara mi trabajo y me entregara a sus brazos.
Poco a poco me fui sintiendo atrapada, cansada de tanta repetición. Diariamente mi función era amanecer temprano y dedicarme a tejer. No miento al decir que esto era mi pasión, pero en un determinado momento el límite había sido cruzado, no podía continuar con esta rutina sin una pequeña escapada, y ahí estaba él, fielmente esperando como un perro a su dueño. Éramos dos polos que se atraían con cada movimiento y al momento que solté las agujas él me agarró entre sus brazos.

Poco a poco fue recorriendo mi cuerpo, lo hacía con la delicadeza con la que alguien disfruta algo tan anhelado, yo ansiaba que descubriera mi secreto, y lo hizo. Jacques jugueteaba con mi pelo, centró su atención entre dos mechones y descubrió lo que yo quería, encontró aquel pequeño hilo de lana que cerraba mi persona y para sorpresa mía no se asustó, sino que empezó a tirar. Cada tramo recorrido era una satisfacción nueva, Jacques nunca supo que fue lo que paso y yo recuerdo que cada metro separado de mi cuerpo era un metro más de libertad. Jacques, sin saberlo, esa noche me liberó de mis ataduras. Hubiera sido divertido ver su expresión cuando solo se quedó con una bola de lana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario