jueves, 30 de agosto de 2012

Crítica "de ficción"



El ocaso de Emily

¿Qué es el terror, sino un director que, desde su lente, nos invita a un funeral para mostrarnos la casa en la que luego nos dejará encerrados?
Plasmando excelentemente los espacios que William Faulkner sugiere en su cuento “Una Rosa para Emily”, Hitchcock traza los escenarios perfectos para contar a través del cine la historia de una sombría dama que no concibe el paso del tiempo y un pueblo que espera en silencio los peores desenlaces.
El ocaso es un film en el que al espectador no le queda más alternativa que situarse en una mansión donde abunda el polvo y la ruina o un pueblo del que también le gustaría salir. Un panorama asfixiante que se plantea con la historia desarrollándose solo desde el interior de la casa de los Grierson y los alrededores de una plaza desde donde se alcanza a ver la oficina del condado.
Continuar frente a la pantalla significa entrar en los particularísimos tiempos de un director que disfruta extrañándonos, con escenas que se extienden más de lo acostumbrado, y silencios donde se condensa majestuosamente todo el misterio.
La muerte de Emily Grierson da comienzo a la película, y es la excusa de toda la ciudad para asistir en medio del morbo y la curiosidad al universo sombrío e impenetrable de una familia signada por la locura.
Una voz en “off” nos sitúa después de la guerra de secesión y nos orienta a través del tiempo en la extraña historia en la que Emily, hija soltera de una familia ilustre de un pueblo al sur de los EEUU, se aferra a la muerte y se enclaustra en su mansión durante diez años.
La dama sostiene con fuerzas los restos de un apellido que decide cargar sola y se derrumba junto a su casa como un monumento que obliga a la conmiseración.
Bajo la reverencia pueblerina, late un rechazo incapaz de manifestarse que se enmascara excelentemente en las actuaciones de los pocos actores que participan en el film. La impasibilidad de Emily condensa todo el drama y el misterio se aloja, precisamente, en lo que no se dice. Una mirada suya puede bastar para aplacar cualquier cuestionamiento y develarnos, en cuestión de una escena, la impunidad con la que logra comprar arsénico sin dar ninguna explicación.
La palabra es un recurso secundario para un director capaz de expresar nítidamente el universo de sus personajes sin tener que hacerlos hablar demasiado. Su montaje siniestro es acertado para retratarlos mientras desbordan en silencio y se desarrollan en una tensa calma. Su ritmo nos desorienta para atraparnos de repente e introducirnos ni más ni menos que en medio de las escenas.
Caminando por los pasillos de la mansión Grierson, espiando en silencio cada recoveco enmohecido y extraño, Hitchcock nos vuelve cómplices de un recorrido minucioso por la mansión. La casa como un personaje más, hablando a través de sus rincones, respirando y exhalando su historia, nos adentra de lleno en algo muy parecido al terror, cuando se detiene en la puerta de un cuarto que permanece siempre cerrado, cuando juega con lo impenetrable y la quietud mortuoria del piso de arriba.
El afuera opera como contrapunto en  donde se desarrollan la mayoría de las acciones: un pueblo en Carolina del Sur, con la incipiente necesidad de diferenciarse del norte y atender a las costumbres de antaño. El paso del tiempo se advierte más por el paisaje que se urbaniza y que avanza alrededor de la plaza, que  por la forma de actuar de sus habitantes.
En la nueva composición de las autoridades de Jefferson, aparece un joven consejal, que trae consigo la mirada de una nueva generación desapegada ya de las atenciones con que se dispensa a Emily e intenta, infructuosamente, hacer cumplir la ley ante el reclamo de los vecinos. El olor a muerte es disipado con cal y nada parece perturbar la tranquilidad de la señora.
De alguna manera, Hitchcock parece haber comprendido profundamente el universo en el que habitan los personajes de Faulkner, transportándonos a una especie de sueño en donde todo oscila entre el pasado y el presente, entre la vida y la muerte, entre el adentro y el afuera.
Los tiempos de la película –como en el cuento- se alteran constantemente y en el medio solo vemos a Emily llegar hasta el jardín delantero de la casa a recibir a sus alumnas de pintura o paseando a caballo con Homer Barron, un contratista del norte, que comienza a visitarla los domingos. Su aparente prometido exhibe orgulloso un látigo, al igual que el padre de la protagonista, según un retrato en el que Hitchcock posa su cámara, como queriendo decirnos algo.
El resto son conjeturas, sugerencias, acercamientos, que con gran maestría se realizan en este film.
La vida de los Grierson no es ajena al pueblo y el amorío de Emily genera rumores que desembocan en una carta para advertir a sus primas de Alabama. La relación supone una deshonra en una familia de su estirpe.
Inmediatamente se instalan en su casa dos personajes igualmente espeluznantes. Hay algo en los Grierson que se repite: un leve tinte mortecino en sus rostros, una marcada inclinación al silencio, que nos deja el tiempo suficiente para intentar descifrarlos.
En Jefferson todo parece indicar una pronta boda. Emily compra la ropa para Homer Barron al que sólo se lo ve una vez más, siendo recibido por el mayordomo, una tarde en la mansión. El casamiento no se concreta y Emily lentamente desaparece de la vista del pueblo hasta encerrarse definitivamente en su mansión. El piso de arriba es clausurado y el paso del tiempo se refleja en el exterior de una casa cada vez más derruida.
Desde el comienzo, el espectador advierte una especie de pacto secreto entre la dama y las autoridades, que la eximen de sus culpas y le perdonan los impuestos.
En Jefferson, las cortesías y la cal disipan los rumores y el olor a muerte que traza una línea divisoria entre la casa y el exterior.
El mayordomo negro, resabio de la clásica servidumbre del pasado, se extiende como un puente entre el afuera y el adentro y abre la puerta por última vez para recibir a la gente que, de a poco, se acerca a presenciar de cerca la muerte de Emily. Silencioso, se retira de la escena para nunca más volver, quizás habituado a la humedad de las paredes y conociendo el secreto que espera inerte en el cuarto de arriba. Fin y principio se unen, cuando el deceso de la última Grierson reúne al pueblo en su velorio y las autoridades, finalmente, autorizan derrumbar aquella puerta para descubrir lo que siempre se sospechó. La imagen final es una postal siniestra del amor que no se concibe sin la muerte y se conserva a cualquier costo. Un lecho frío y permanente para una mujer muerta en vida. Un espacio arrebatado por la fuerza en su batalla empecinada contra el tiempo.
Hitchcock termina abruptamente su película, dejándonos con esta imagen y una sensación extraña. Como si a pesar de todas las señales, uno no hubiera anticipado el final; como si - al igual que “Jefferson” - uno hubiera preferido no mirar aquella escena.
         La música y el arte acompañan con intensidad y se conjugan de una manera casi obsesiva para lograr que en el fin, el espectador se descubra horrorizado frente a una escena macabra.
        Prescindiendo de la espectacularidad, el director de “El ocaso”, a través de su film, nos conduce minuciosamente en el universo de la locura, para mostrarnos a una dama que decide vivir entre las sombras. Adaptando con su marcado estilo el cuento de Faulkner, lo retoma para recordarnos a una Emily que quizá nunca recibió tantas rosas como en el día de su funeral.

Ficha Técnica:
Gran Bretaña 1970
Basado en un cuento de William Faulkner
Dirección: Alfred Hitchcock
Guión-adaptación: Alfred Hitchcock
Arte: Alma Reville
Fotografía: Pawel Edelman.
Música: Alexandre Desplat.
Diseño de producción: Jean Tavoularis.
Vestuario: Edith Head
Intérpretes: Joan Fontaine, Eva Marie Saint, Tippi Hedren, Rod Taylor, James Stewart, Laurence Olivier, Vera Miles






domingo, 26 de agosto de 2012

“La crónica: un fruto extraño”



Charla con la escritora Leila Guerriero.*


La vocación y sus inicios


“Siempre escribí, siempre quise escribir y mi vocación fue de chiquita: yo quería ser alguien que escribía, yo quería ser escritora. Pero no tenía la menor idea de cómo hacer para llevar eso a la realidad.”

“Llegué al diario [Página 12] en noviembre y Rodrigo Fresán ya había cerrado el suplemento en el que quería publicar hasta marzo. Y me dijeron, no ya cerró pero porqué no dejás el sobre a nombre del director, que era Jorge Lanata. (…) Lo dejé y me fui a Junin. El lunes siguiente entró mi padre a la habitación y me dice: ‘Nena, ¿Vos publicás en el diario Página 12?  Porque salió tu nombre publicado en la contratapa del diario’”      

“Y ahí empecé a trabajar en Página, sin ninguna experiencia como periodista, no tenía idea, no había hecho una entrevista en mi vida. (…) Creo que el hecho de haberme metido en el periodismo por la ventana hizo que desarrollara algunas cuestiones muy obsesivas como saber mucho, siempre sentir que tengo que saber mucho de la otra persona, me quedó como ese tic de estar muy informada. Y creo  que también me generó otra cosa, que es ahora muy saludable: nunca para mí una entrevista fue el momento de hacer preguntas sagaces o interesantes sino de ir con mucha curiosidad, como alguien que va a aprender de algo que no sabe.



Fruto extraño


“Lo de frutos extraños tiene que ver un poco con la idea de que visto de cerca nadie es demasiado normal, me parece que todos somos un poco frutos extraños. No sé si la crónica es un fruto tan extraño, en todo caso los temas de la crónica… Yo creo que un buen cronista es alguien que se atreve a mirar las cosas de todos los días como si las viera por primera vez, eso es un buen periodista.“

“Lo que uno sí tiene que buscar son esos temas que no necesariamente tienen que ser ni freak, ni excepcionales, ni gente deforme. Tiene que buscar un punto de extrañeza para uno, un punto quizás de curiosidad, un punto que no ha sido develado.”

El trabajo como escritora

“Lo más difícil de hacer cuando uno escribe es acordarse todo el tiempo cuál es el cuento que estás contando, qué es lo que querés contar. (…) siempre cuando uno se planta ante a un texto lo primero que tiene que tener en claro es qué es lo que tengo que contar. Si lo podés contar en dos líneas está bien, si necesitás media carilla sonaste. (…) Si no está claro para vos, nunca va a poder estar claro para el lector."

“Ese qué funciona como una columna vertebral imantada a la que se van a ir pegando después las demás partes. (…) Lo difícil no es tanto qué dejar afuera sino qué poner, porque tenés tanto que cómo decidís qué poner. (…) Todo lo que puedo contar de la historia, esa columna vertebral imantada se lo traga, lo que no, lo que querés meter a la fuerza lo va a expulsar muy claramente.”

“Lo que más tiene que aprender un periodista es a matar lo que más le gusta, porque a veces es justamente lo que no tenés que poner en el texto como para que no pierda tensión, no se desvíe.”

“Lo que pasa a veces cuando el entrevistado es muy 'encantador de serpientes' es que te vas contento porque te vas con el grabador repleto de anécdotas. Y una vida es mucho más que una colección de anécdotas. Cuando uno tiene demasiadas anécdotas en una entrevista hay que empezar a sospechar  que hay algo que no esta yendo por el lado que debería ir. Porque una anécdota es algo que un entrevistado ya contó medio millón de veces, no es algo que lo ponga incómodo y después te das cuenta que no sabés cómo llegó de la anécdota A a la B”

Así como hacer una entrevista es más el arte de escuchar que de preguntar, me parece que hacer un perfil o una crónica tiene más que ver con no decir que con decir. (…) A mí me parece que es un camino interesante porque no le estas cerrando el camino al lector, le estas abriendo el camino. Me parece que la elipsis es un camino elegante, de mucha sutileza, es un recurso muy discreto que no es sentencioso.”

“Me gusta pensar en el texto como algo que se termina de armar en la cabeza del que lee. (…) Me parece que es más interesante demostrar que decir. A mí me encanta pensar que los lectores son personas inteligentes"

“Los elementos que  tomo son elementos formales de la literatura. Para mí el periodismo es una forma de literatura, y en ese sentido tomo las elipsis, las metáforas, las aliteraciones, las descripciones. Creo que el periodismo toma elementos también de la fotografía, del audiovisual, de la plástica, del cine de ficción. Yo por ejemplo cuando armo un texto, lo armo como si fuera montando una película. Lo único que uno no puede, la frontera, es el invento”  

*Realizada el Martes 21 de Agosto de 2012 en el Auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
            

lunes, 20 de agosto de 2012

Los Carrera Miguenz


Doña Barrios aplaude en la puerta del caserón porque no encuentra el timbre. Ella es la abuela de los chicos, la madre de la esposa, la suegra del dueño de casa. Doña Barrios es todo, menos una Carrera Miguenz. Pero algunos modales se le han pegado de rebote, así que como nadie responde a su llamado, no puede irse sin dejarle a la familia una notificación de su visita. Agarra un papel, escribe, arma un sobrecito, lo firma y al buzón lo tira.
Son prácticamente las 07:00 de la mañana. La mucama limpia el jardín de atrás (por eso no escucha los aplausos.) Es sábado así que termina todo rapidito y se vuelve para su casa. Antes de retirarse revisa el buzón, recoge el sobre y lo deja en la mesa redonda y grande del comedor. Sale de la casa sin hacer ruido y tiene dos horas de viaje desde el country “El Primero” en Pilar hasta San Miguel.
Por supuesto, también porque es sábado, los Carrera Miguenz duermen como troncos. No vaya a ser que los vecinos vean las luces prendidas durante la madrugada y se imaginen a la familia de juerga. Después de todo, los Carrera Miguenz tienen pileta, leones de mármol en el jardín, una 4x4 y el respeto de todo el country. Son el orgullo del barrio privado. Viven en la manzana circular ubicada en el centro del predio. Todos los vecinos pasan por ahí antes de entrar o salir del barrio; siempre asoman casi medio cuerpo desde sus autos para saludar a la familia, y por ende, el Carrera Miguenz de turno no puede dejar pasar tal oportunidad sin devolver tan amable gesto, a veces sacudiendo la mano con todo el brazo o incluso tirando besos a diestra y siniestra, si es que se encuentra particularmente contento.
A las 07:00 en punto Omar Carrera Miguenz padre se despierta, con cuidado se levanta del sommiere para no despertar a su esposa, se cuelga la bata roja de seda y camina hasta el baño con los pies envueltos en sus pantuflas de pata de oso. Una vez aseado es hora de ir a desayunar. Cafecito de granos, jugo de naranjas exprimidas y a leer el suplemento de espectáculos del Diario Popular envuelto en La Nación. Mira el sobrecito apoyado sobre la frutera pero la medialuna más gorda parece una nubecita de carbohidratos. Entonces las manos se le embadurnan con almíbar; sería una barbaridad enchastrar la correspondencia. Va a lavarse las manos hasta el lavaplatos, empieza a secarse con el repasador para abrir la carta, justo cuando el ring-tone polifónico de la quinta de Beethoven suena en su celular. Lo llaman desde uno de los siete talleres que gerencia en Villa Crespo.
Dos caravanas de autos se estrolaron en el cruce de Juan B. Justo y Warnes, iban para la procesión que sale desde Liniers a la catedral de Luján; como todos están apuradísimos, porque El Señor está en todos lados pero cuando te pide un encuentro hay que pasar a verlo por su casa, la turba de feligreses está que trina por ayuda mecánica. Los hombres del taller del ruso, ya enterados, están levantando sus persianas. Cambio y fuera.
Ahora, calzado con unas zapatillas, pero todavía en bata, Omar envuelve el pedacito de medialuna en una servilleta y sale disparado en dirección al garaje. Una vez en la camioneta, empieza a llamar a algunos de sus empleados mientras un sudor frío le recorre la espalda. Dios me libre, me guarde y no me vuelva a soltar si los clientes se me van con el ruso. La carrera hacia el taller lo tiene al padre de familia como el único participante.    
Ahora son las 08:00 de la mañana, momento cuando Omar Carrera Miguenz hijo, Omi entre los purretes del country, se despierta hiperactivo. Entonces canta mientras se peina lavándose los dientes. La estridente melodía de gárgaras sabor menta picotea las últimas nanas de Victoria Carrera Miguenz. Vicky, el promedio más alto de la facultad de derecho y la futura abogada de la familia, quien se revuelve entre las sábanas antes de salir al nuevo día. Los hermanos convergen en el descanso de la escalera, dando zancadas y manoteándose atraviesan el living hasta llegar a la cocina. Desde ayer ambos saben cuan poco yogurt de vainilla queda en la heladera, y mejor aún, saben que no empezar el sábado desayunando cereales es el augurio de un mal día. Omi ya colocó el yogurt en el desayunador pero no tiene cereales que servirse. Por el contrario, la hermana ya tiene su potecito favorito y acapara los cereales para ella.
Que dámelo a mí, que vos ya te serviste cuatro veces, que patatin, que patatan y el yogurt despliega sus alas para salir volando por el aire como lo que es, un yogurt de vainilla. Y por eso aterriza formando un dulce charco sobre el suelo.
Los malcriados prefieren prepararse otro desayuno y limpiar recién cuando terminen este último. Esta tregua haragana dura lo que dos tazas de café con leche en el comedor. Enfrentados, con las manos sobre la mesa redonda, los hermanos se miran fijamente. El que parpadee deberá limpiar el charco en la cocina. Se miran hasta que Vicky, sorprendida por el sobrecito en medio del campo de batalla, dirige sus ojos hacia él para apreciarlo. El joven Omar salta inmediatamente de su posición celebrando el triunfo. La futura abogada alega una repetición del encuentro, en concepto de la distracción causada por el objeto extraño. Petición ignorada por Omi, quien se retira en dirección al living para reposar en el sillón grande.
Unas piedritas chocan contra el ventanal frente al sillón. Es Carlitos el responsable del escándalo. Viene a chusmearle a su compinche que Luis, némesis e inmediato perseguidor de Omi en el ranking de tenis del country, está entrenando su drive en la cancha del fondo como desde las siete de la mañana. Cuando el mensajero termina de hablar, todas las risas y el relax del rostro del pequeño Carrera Miguenz tras el pequeño altercado con su hermana, se transforman en determinación y compromiso. Las cejas se le fruncen, va a buscar su bolso y sale por el ventanal empuñando su raqueta con fuerza para defender el primer lugar del ranking.
Mientras tanto, Vicky trapea el suelo cual cenicienta, pensando por qué su padre no pudo abrir la correspondencia a primera hora como todos los sábados. Finalmente terminada su labor, se dirige al comedor y toma la carta entre sus manos. Está por abrirla con sus dedos cuando el televisor se enciende solo. El repentino volumen la toma por sorpresa y le recuerda que la tele del living tiene programada la alarma para encenderse los sábados a las 09:30. La música de la placa roja de Crónica “Gracias a Dios se chocaron pero gracias a Dios no hay heridos” le cae como un baldazo de agua fría; se había despertado específicamente para estudiar y sin embargo hace una hora y media que está dando vueltas. Ella devuelve la carta a su posición original y sube rapidísimo a encerrase con llave en su habitación. El final de Derecho notarial, registral e inmobiliario lo tendrá el lunes, así que el portazo resuena con fuerza en toda la casa.
Elvira, la Carrera Miguenz política, porque el apellido Barrios está escrito en su sangre pero no en su documento, no tiene el pájaro del sueño posado en su cabeza ¡Tiene el nido entero! Ya son las 12:00 y todavía está sumergida en la neblina de la somnolencia. Sin agarrar sus anteojos baja las escaleras como un fantasma, se sienta, cruza sus brazos sobre la mesa redonda, e igualmente redonda, cae dormida por segunda vez. El reloj marca las 12:30 cuando Elvira esboza una mirada por el comedor lleno de neblina, ya no producto del sueño, sino de cuestiones oftalmológicas. Cuestiones que la hacen confundir un camperón colgado en una silla con su marido. Incluso llega a reprocharle al mueble que ya el mes pasado no pagó la factura del cable en término. Al reprender a este supuesto marido por su hombro de algarrobo y sentir el estruendo de la madera contra el piso, aparentemente se divierte por la situación. Porque está soltando unas carcajadas de miedo. Ahora termina de secarse las lágrimas de risa y se da cuenta del sobrecito en la mesa.
Mejor no abrirlo ahora. Que lo abra Omar; así aprende a pagar las facturas dentro de su vencimiento. Se vuelve a recostar sobre la mesa y antes de dormirse, en un bostezo, recuerda que en realidad la encargada de pagar los servicios es ella.
A todo esto, siendo las 13:00 del mediodía Omar Carrera Miguenz padre, tras haber cumplido con su deber, está de vuelta en la casa; viene entrando al hall por la puerta principal vistiendo su bata empapada en agua bendita y manchada con aceite. Omi, todo transpirado por el entrenamiento, primero tira su bolso hacia adentro por la ventana del living y después se tira él. Vicky abre la puerta de su habitación, luego de la maratón de estudio, para cambiar un poco de aire. Los tres se topan de camino al comedor, de manera que juntos encuentran a Elvira roncando sobre la mesa. La despiertan y empiezan a reírse todos del interminable sueño del ama de casa. De la nada y como quien no quiere la cosa, la familia quiebra sus cuellos en dirección hacia el centro de la mesa y reparan en el sobrecito junto a la frutera. En ese momento un angelito sale volando de la alacena en la cocina, atraviesa el comedor, le da un beso al sobre justo en la solapa y sale por la ventana del living. Al igual que en una reunión de estatuas, el silencio casi detiene al tiempo. Lo cual es comprensible, después de todo la falta es descomunal; nadie ha abierto la correspondencia del día sábado y ya son casi la 13:30. Todos se miran como si la carta fuese un paciente, la mesa una camilla de operaciones y el comedor un quirófano en plena cirugía. Dando un salto felino la familia entera se tira de cabeza sobre la mesa. Los duraznos, los kiwies, las uvas negras ruedan por todas partes mientras ellos, en un intento desesperado por abrir el sobre, se arrancan los pelos unos a otros.
¡Ay, pobrecitos los Carrera Miguenz! La que se les viene. Ravioles fríos con salsa los esperan; porque no se puede decirle que no a la abuela. Además seguro los vecinos la vieron dejar la carta ¿Cómo van a hacer los Carrera Miguenz? Tienen cinco minutos para no llegar tarde al almuerzo en lo de la abuela Barrios.