lunes, 20 de agosto de 2012

Los Carrera Miguenz


Doña Barrios aplaude en la puerta del caserón porque no encuentra el timbre. Ella es la abuela de los chicos, la madre de la esposa, la suegra del dueño de casa. Doña Barrios es todo, menos una Carrera Miguenz. Pero algunos modales se le han pegado de rebote, así que como nadie responde a su llamado, no puede irse sin dejarle a la familia una notificación de su visita. Agarra un papel, escribe, arma un sobrecito, lo firma y al buzón lo tira.
Son prácticamente las 07:00 de la mañana. La mucama limpia el jardín de atrás (por eso no escucha los aplausos.) Es sábado así que termina todo rapidito y se vuelve para su casa. Antes de retirarse revisa el buzón, recoge el sobre y lo deja en la mesa redonda y grande del comedor. Sale de la casa sin hacer ruido y tiene dos horas de viaje desde el country “El Primero” en Pilar hasta San Miguel.
Por supuesto, también porque es sábado, los Carrera Miguenz duermen como troncos. No vaya a ser que los vecinos vean las luces prendidas durante la madrugada y se imaginen a la familia de juerga. Después de todo, los Carrera Miguenz tienen pileta, leones de mármol en el jardín, una 4x4 y el respeto de todo el country. Son el orgullo del barrio privado. Viven en la manzana circular ubicada en el centro del predio. Todos los vecinos pasan por ahí antes de entrar o salir del barrio; siempre asoman casi medio cuerpo desde sus autos para saludar a la familia, y por ende, el Carrera Miguenz de turno no puede dejar pasar tal oportunidad sin devolver tan amable gesto, a veces sacudiendo la mano con todo el brazo o incluso tirando besos a diestra y siniestra, si es que se encuentra particularmente contento.
A las 07:00 en punto Omar Carrera Miguenz padre se despierta, con cuidado se levanta del sommiere para no despertar a su esposa, se cuelga la bata roja de seda y camina hasta el baño con los pies envueltos en sus pantuflas de pata de oso. Una vez aseado es hora de ir a desayunar. Cafecito de granos, jugo de naranjas exprimidas y a leer el suplemento de espectáculos del Diario Popular envuelto en La Nación. Mira el sobrecito apoyado sobre la frutera pero la medialuna más gorda parece una nubecita de carbohidratos. Entonces las manos se le embadurnan con almíbar; sería una barbaridad enchastrar la correspondencia. Va a lavarse las manos hasta el lavaplatos, empieza a secarse con el repasador para abrir la carta, justo cuando el ring-tone polifónico de la quinta de Beethoven suena en su celular. Lo llaman desde uno de los siete talleres que gerencia en Villa Crespo.
Dos caravanas de autos se estrolaron en el cruce de Juan B. Justo y Warnes, iban para la procesión que sale desde Liniers a la catedral de Luján; como todos están apuradísimos, porque El Señor está en todos lados pero cuando te pide un encuentro hay que pasar a verlo por su casa, la turba de feligreses está que trina por ayuda mecánica. Los hombres del taller del ruso, ya enterados, están levantando sus persianas. Cambio y fuera.
Ahora, calzado con unas zapatillas, pero todavía en bata, Omar envuelve el pedacito de medialuna en una servilleta y sale disparado en dirección al garaje. Una vez en la camioneta, empieza a llamar a algunos de sus empleados mientras un sudor frío le recorre la espalda. Dios me libre, me guarde y no me vuelva a soltar si los clientes se me van con el ruso. La carrera hacia el taller lo tiene al padre de familia como el único participante.    
Ahora son las 08:00 de la mañana, momento cuando Omar Carrera Miguenz hijo, Omi entre los purretes del country, se despierta hiperactivo. Entonces canta mientras se peina lavándose los dientes. La estridente melodía de gárgaras sabor menta picotea las últimas nanas de Victoria Carrera Miguenz. Vicky, el promedio más alto de la facultad de derecho y la futura abogada de la familia, quien se revuelve entre las sábanas antes de salir al nuevo día. Los hermanos convergen en el descanso de la escalera, dando zancadas y manoteándose atraviesan el living hasta llegar a la cocina. Desde ayer ambos saben cuan poco yogurt de vainilla queda en la heladera, y mejor aún, saben que no empezar el sábado desayunando cereales es el augurio de un mal día. Omi ya colocó el yogurt en el desayunador pero no tiene cereales que servirse. Por el contrario, la hermana ya tiene su potecito favorito y acapara los cereales para ella.
Que dámelo a mí, que vos ya te serviste cuatro veces, que patatin, que patatan y el yogurt despliega sus alas para salir volando por el aire como lo que es, un yogurt de vainilla. Y por eso aterriza formando un dulce charco sobre el suelo.
Los malcriados prefieren prepararse otro desayuno y limpiar recién cuando terminen este último. Esta tregua haragana dura lo que dos tazas de café con leche en el comedor. Enfrentados, con las manos sobre la mesa redonda, los hermanos se miran fijamente. El que parpadee deberá limpiar el charco en la cocina. Se miran hasta que Vicky, sorprendida por el sobrecito en medio del campo de batalla, dirige sus ojos hacia él para apreciarlo. El joven Omar salta inmediatamente de su posición celebrando el triunfo. La futura abogada alega una repetición del encuentro, en concepto de la distracción causada por el objeto extraño. Petición ignorada por Omi, quien se retira en dirección al living para reposar en el sillón grande.
Unas piedritas chocan contra el ventanal frente al sillón. Es Carlitos el responsable del escándalo. Viene a chusmearle a su compinche que Luis, némesis e inmediato perseguidor de Omi en el ranking de tenis del country, está entrenando su drive en la cancha del fondo como desde las siete de la mañana. Cuando el mensajero termina de hablar, todas las risas y el relax del rostro del pequeño Carrera Miguenz tras el pequeño altercado con su hermana, se transforman en determinación y compromiso. Las cejas se le fruncen, va a buscar su bolso y sale por el ventanal empuñando su raqueta con fuerza para defender el primer lugar del ranking.
Mientras tanto, Vicky trapea el suelo cual cenicienta, pensando por qué su padre no pudo abrir la correspondencia a primera hora como todos los sábados. Finalmente terminada su labor, se dirige al comedor y toma la carta entre sus manos. Está por abrirla con sus dedos cuando el televisor se enciende solo. El repentino volumen la toma por sorpresa y le recuerda que la tele del living tiene programada la alarma para encenderse los sábados a las 09:30. La música de la placa roja de Crónica “Gracias a Dios se chocaron pero gracias a Dios no hay heridos” le cae como un baldazo de agua fría; se había despertado específicamente para estudiar y sin embargo hace una hora y media que está dando vueltas. Ella devuelve la carta a su posición original y sube rapidísimo a encerrase con llave en su habitación. El final de Derecho notarial, registral e inmobiliario lo tendrá el lunes, así que el portazo resuena con fuerza en toda la casa.
Elvira, la Carrera Miguenz política, porque el apellido Barrios está escrito en su sangre pero no en su documento, no tiene el pájaro del sueño posado en su cabeza ¡Tiene el nido entero! Ya son las 12:00 y todavía está sumergida en la neblina de la somnolencia. Sin agarrar sus anteojos baja las escaleras como un fantasma, se sienta, cruza sus brazos sobre la mesa redonda, e igualmente redonda, cae dormida por segunda vez. El reloj marca las 12:30 cuando Elvira esboza una mirada por el comedor lleno de neblina, ya no producto del sueño, sino de cuestiones oftalmológicas. Cuestiones que la hacen confundir un camperón colgado en una silla con su marido. Incluso llega a reprocharle al mueble que ya el mes pasado no pagó la factura del cable en término. Al reprender a este supuesto marido por su hombro de algarrobo y sentir el estruendo de la madera contra el piso, aparentemente se divierte por la situación. Porque está soltando unas carcajadas de miedo. Ahora termina de secarse las lágrimas de risa y se da cuenta del sobrecito en la mesa.
Mejor no abrirlo ahora. Que lo abra Omar; así aprende a pagar las facturas dentro de su vencimiento. Se vuelve a recostar sobre la mesa y antes de dormirse, en un bostezo, recuerda que en realidad la encargada de pagar los servicios es ella.
A todo esto, siendo las 13:00 del mediodía Omar Carrera Miguenz padre, tras haber cumplido con su deber, está de vuelta en la casa; viene entrando al hall por la puerta principal vistiendo su bata empapada en agua bendita y manchada con aceite. Omi, todo transpirado por el entrenamiento, primero tira su bolso hacia adentro por la ventana del living y después se tira él. Vicky abre la puerta de su habitación, luego de la maratón de estudio, para cambiar un poco de aire. Los tres se topan de camino al comedor, de manera que juntos encuentran a Elvira roncando sobre la mesa. La despiertan y empiezan a reírse todos del interminable sueño del ama de casa. De la nada y como quien no quiere la cosa, la familia quiebra sus cuellos en dirección hacia el centro de la mesa y reparan en el sobrecito junto a la frutera. En ese momento un angelito sale volando de la alacena en la cocina, atraviesa el comedor, le da un beso al sobre justo en la solapa y sale por la ventana del living. Al igual que en una reunión de estatuas, el silencio casi detiene al tiempo. Lo cual es comprensible, después de todo la falta es descomunal; nadie ha abierto la correspondencia del día sábado y ya son casi la 13:30. Todos se miran como si la carta fuese un paciente, la mesa una camilla de operaciones y el comedor un quirófano en plena cirugía. Dando un salto felino la familia entera se tira de cabeza sobre la mesa. Los duraznos, los kiwies, las uvas negras ruedan por todas partes mientras ellos, en un intento desesperado por abrir el sobre, se arrancan los pelos unos a otros.
¡Ay, pobrecitos los Carrera Miguenz! La que se les viene. Ravioles fríos con salsa los esperan; porque no se puede decirle que no a la abuela. Además seguro los vecinos la vieron dejar la carta ¿Cómo van a hacer los Carrera Miguenz? Tienen cinco minutos para no llegar tarde al almuerzo en lo de la abuela Barrios. 


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