Doña Barrios aplaude en la puerta del caserón porque no encuentra el
timbre. Ella es la abuela de los chicos, la madre de la esposa, la suegra del
dueño de casa. Doña Barrios es todo, menos una Carrera Miguenz. Pero algunos
modales se le han pegado de rebote, así que como nadie responde a su llamado,
no puede irse sin dejarle a la familia una notificación de su visita. Agarra un
papel, escribe, arma un sobrecito, lo firma y al buzón lo tira.
Son prácticamente las 07:00 de la mañana. La mucama limpia el jardín de
atrás (por eso no escucha los aplausos.) Es sábado así que termina todo
rapidito y se vuelve para su casa. Antes de retirarse revisa el buzón, recoge
el sobre y lo deja en la mesa redonda y grande del comedor. Sale de la casa sin
hacer ruido y tiene dos horas de viaje desde el country “El Primero” en Pilar
hasta San Miguel.
Por supuesto, también porque es sábado, los Carrera Miguenz duermen como
troncos. No vaya a ser que los vecinos vean las luces prendidas durante la
madrugada y se imaginen a la familia de juerga. Después de todo, los Carrera
Miguenz tienen pileta, leones de mármol en el jardín, una 4x4 y el respeto de
todo el country. Son el orgullo del barrio privado. Viven en la manzana
circular ubicada en el centro del predio. Todos los vecinos pasan por ahí antes
de entrar o salir del barrio; siempre asoman casi medio cuerpo desde sus autos
para saludar a la familia, y por ende, el Carrera Miguenz de turno no puede
dejar pasar tal oportunidad sin devolver tan amable gesto, a veces sacudiendo
la mano con todo el brazo o incluso tirando besos a diestra y siniestra, si es
que se encuentra particularmente contento.
A las 07:00 en punto Omar Carrera Miguenz padre se despierta, con cuidado
se levanta del sommiere para no despertar a su esposa, se cuelga la bata roja
de seda y camina hasta el baño con los pies envueltos en sus pantuflas de pata
de oso. Una vez aseado es hora de ir a desayunar. Cafecito de granos, jugo de
naranjas exprimidas y a leer el suplemento de espectáculos del Diario Popular
envuelto en La Nación. Mira el sobrecito apoyado sobre la frutera pero la
medialuna más gorda parece una nubecita de carbohidratos. Entonces las manos se
le embadurnan con almíbar; sería una barbaridad enchastrar la correspondencia.
Va a lavarse las manos hasta el lavaplatos, empieza a secarse con el repasador
para abrir la carta, justo cuando el ring-tone polifónico de la quinta de
Beethoven suena en su celular. Lo llaman desde uno de los siete talleres que
gerencia en Villa Crespo.
Dos caravanas de autos se estrolaron en el cruce de Juan B. Justo y Warnes,
iban para la procesión que sale desde Liniers a la catedral de Luján; como
todos están apuradísimos, porque El Señor está en todos lados pero cuando te
pide un encuentro hay que pasar a verlo por su casa, la turba de feligreses
está que trina por ayuda mecánica. Los hombres del taller del ruso, ya
enterados, están levantando sus persianas. Cambio y fuera.
Ahora, calzado con unas zapatillas, pero todavía en bata, Omar envuelve el
pedacito de medialuna en una servilleta y sale disparado en dirección al
garaje. Una vez en la camioneta, empieza a llamar a algunos de sus empleados
mientras un sudor frío le recorre la espalda. Dios me libre, me guarde y no me
vuelva a soltar si los clientes se me van con el ruso. La carrera hacia el
taller lo tiene al padre de familia como el único participante.
Ahora son las 08:00 de la mañana, momento cuando Omar Carrera Miguenz hijo,
Omi entre los purretes del country, se despierta hiperactivo. Entonces canta mientras
se peina lavándose los dientes. La estridente melodía de gárgaras sabor menta
picotea las últimas nanas de Victoria Carrera Miguenz. Vicky, el promedio más
alto de la facultad de derecho y la futura abogada de la familia, quien se
revuelve entre las sábanas antes de salir al nuevo día. Los hermanos convergen
en el descanso de la escalera, dando zancadas y manoteándose atraviesan el
living hasta llegar a la cocina. Desde ayer ambos saben cuan poco yogurt de
vainilla queda en la heladera, y mejor aún, saben que no empezar el sábado
desayunando cereales es el augurio de un mal día. Omi ya colocó el yogurt en el
desayunador pero no tiene cereales que servirse. Por el contrario, la hermana
ya tiene su potecito favorito y acapara los cereales para ella.
Que dámelo a mí, que vos ya te serviste cuatro veces, que patatin, que
patatan y el yogurt despliega sus alas para salir volando por el aire como lo
que es, un yogurt de vainilla. Y por eso aterriza formando un dulce charco
sobre el suelo.
Los malcriados prefieren prepararse otro desayuno y limpiar recién cuando
terminen este último. Esta tregua haragana dura lo que dos tazas de café con
leche en el comedor. Enfrentados, con las manos sobre la mesa redonda, los
hermanos se miran fijamente. El que parpadee deberá limpiar el charco en la
cocina. Se miran hasta que Vicky, sorprendida por el sobrecito en medio del
campo de batalla, dirige sus ojos hacia él para apreciarlo. El joven Omar salta
inmediatamente de su posición celebrando el triunfo. La futura abogada alega
una repetición del encuentro, en concepto de la distracción causada por el
objeto extraño. Petición ignorada por Omi, quien se retira en dirección al
living para reposar en el sillón grande.
Unas piedritas chocan contra el ventanal frente al sillón. Es Carlitos el
responsable del escándalo. Viene a chusmearle a su compinche que Luis, némesis
e inmediato perseguidor de Omi en el ranking de tenis del country, está
entrenando su drive en la cancha del fondo como desde las siete de la mañana.
Cuando el mensajero termina de hablar, todas las risas y el relax del rostro
del pequeño Carrera Miguenz tras el pequeño altercado con su hermana, se
transforman en determinación y compromiso. Las cejas se le fruncen, va a buscar
su bolso y sale por el ventanal empuñando su raqueta con fuerza para defender
el primer lugar del ranking.
Mientras tanto, Vicky trapea el suelo cual cenicienta, pensando por qué su
padre no pudo abrir la correspondencia a primera hora como todos los sábados.
Finalmente terminada su labor, se dirige al comedor y toma la carta entre sus
manos. Está por abrirla con sus dedos cuando el televisor se enciende solo. El
repentino volumen la toma por sorpresa y le recuerda que la tele del living
tiene programada la alarma para encenderse los sábados a las 09:30. La música
de la placa roja de Crónica “Gracias a
Dios se chocaron pero gracias a Dios no hay heridos” le cae como un baldazo
de agua fría; se había despertado específicamente para estudiar y sin embargo
hace una hora y media que está dando vueltas. Ella devuelve la carta a su
posición original y sube rapidísimo a encerrase con llave en su habitación. El
final de Derecho notarial, registral e inmobiliario lo tendrá el lunes, así que
el portazo resuena con fuerza en toda la casa.
Elvira, la Carrera Miguenz política, porque el apellido Barrios está escrito
en su sangre pero no en su documento, no tiene el pájaro del sueño posado en su
cabeza ¡Tiene el nido entero! Ya son las 12:00 y todavía está sumergida en la
neblina de la somnolencia. Sin agarrar sus anteojos baja las escaleras como un
fantasma, se sienta, cruza sus brazos sobre la mesa redonda, e igualmente
redonda, cae dormida por segunda vez. El reloj marca las 12:30 cuando Elvira esboza
una mirada por el comedor lleno de neblina, ya no producto del sueño, sino de
cuestiones oftalmológicas. Cuestiones que la hacen confundir un camperón
colgado en una silla con su marido. Incluso llega a reprocharle al mueble que ya
el mes pasado no pagó la factura del cable en término. Al reprender a este supuesto
marido por su hombro de algarrobo y sentir el estruendo de la madera contra el
piso, aparentemente se divierte por la situación. Porque está soltando unas carcajadas
de miedo. Ahora termina de secarse las lágrimas de risa y se da cuenta del
sobrecito en la mesa.
Mejor no abrirlo ahora. Que lo abra Omar; así aprende a pagar las facturas dentro
de su vencimiento. Se vuelve a recostar sobre la mesa y antes de dormirse, en
un bostezo, recuerda que en realidad la encargada de pagar los servicios es
ella.
A todo esto, siendo las 13:00 del mediodía Omar Carrera Miguenz padre, tras
haber cumplido con su deber, está de vuelta en la casa; viene entrando al hall
por la puerta principal vistiendo su bata empapada en agua bendita y manchada
con aceite. Omi, todo transpirado por el entrenamiento, primero tira su bolso
hacia adentro por la ventana del living y después se tira él. Vicky abre la
puerta de su habitación, luego de la maratón de estudio, para cambiar un poco de
aire. Los tres se topan de camino al comedor, de manera que juntos encuentran a
Elvira roncando sobre la mesa. La despiertan y empiezan a reírse todos del
interminable sueño del ama de casa. De la nada y como quien no quiere la cosa, la
familia quiebra sus cuellos en dirección hacia el centro de la mesa y reparan
en el sobrecito junto a la frutera. En ese momento un angelito sale volando de
la alacena en la cocina, atraviesa el comedor, le da un beso al sobre justo en
la solapa y sale por la ventana del living. Al igual que en una reunión de
estatuas, el silencio casi detiene al tiempo. Lo cual es comprensible, después
de todo la falta es descomunal; nadie ha abierto la correspondencia del día
sábado y ya son casi la 13:30. Todos se miran como si la carta fuese un
paciente, la mesa una camilla de operaciones y el comedor un quirófano en plena
cirugía. Dando un salto felino la familia entera se tira de cabeza sobre la
mesa. Los duraznos, los kiwies, las uvas negras ruedan por todas partes
mientras ellos, en un intento desesperado por abrir el sobre, se arrancan los
pelos unos a otros.
¡Ay, pobrecitos los Carrera Miguenz! La que se les viene. Ravioles fríos
con salsa los esperan; porque no se puede decirle que no a la abuela. Además
seguro los vecinos la vieron dejar la carta ¿Cómo van a hacer los Carrera
Miguenz? Tienen cinco minutos para no llegar tarde al almuerzo en lo de la
abuela Barrios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario