sábado, 11 de mayo de 2013

Fugaz*


Lo oscuro de su piel nos servía para camuflarnos en la noche, la suya y la mía se fusionaban ocultándonos perfectamente. Escondidos entre arboles y penumbras, fueron pocas las veces que nos encontramos. Un pasar negro para quien desde afuera opina. Desde mi punto de vista, pocas veces alguien debe haber brillado como nosotros al contactarnos.
                Luego de cada encuentro cruzaba el charco, volvía a casa y a la rutina, a la realidad. Las responsabilidades desgastaban el resplandor en mi alma. Cada vez que volvíamos a vernos, la luz que proyectábamos aumentaba. Se reproducía en la luna, en las estrellas, reflejándose en el inmenso río cada vez más cerca del otro lado. Lo oscuro de su piel ya no nos servía para escondernos, todo se tornaba cada vez más evidente.
Emitía tanta luz como una de esas estrellas que pasa cada años, un cometa encendido que se ve pocas veces en vida. Tuve la suerte de ser receptor de tan enorme espectáculo, espectador único de la belleza prendida fuego.
Pero las estrellas fugaces tienen tanto de épico como de pasajero. Se dice que al ver una, uno debe estar atento, ser rápido para pedir deseos. No me creerían si les contara la cantidad de veces que rendido frente a ella deseé tenerla para toda la vida.
Me dejé estar. Confié en su estelar magia en vez de ocuparme yo mismo de retenerla para siempre. O tal vez fue cobardía. No pude darme el lujo de dejar un poco de lado las responsabilidades, no me animé.
  Dejarla sola a la deriva me dejo solo a mí también. Siempre la recuerdo por el brillo en su sonrisa, la claridad de las palabras. Y yo no era participe de esa luz, vivía solo en ella, era demasiado para mí al fin y al cabo.
Volví a mi vida normal sin despegarme jamás del recuerdo. Cada vez que creo ver asomarse por la noche alguna fugaz estrella bajo la mirada. Su resplandor encandila mis sentidos. No puedo mirarla como no pude mirar los ojos de ella el día que partí.
                En parte, también, puedo sentirme traicionado. De las incansables veces que lo deseé frente a ella, jamás lo cumplió.
Comprobé así que aquel cuento de las estrellas mágicas es tan solo un mito. Y tal vez ella también fue un mito, de esos inmensos, imposibles de olvidar. 

*Relato inspirado en la lectura de la novela Salvatierra de Pedro Mairal

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