Lo oscuro de su
piel nos servía para camuflarnos en la noche, la suya y la mía se fusionaban
ocultándonos perfectamente. Escondidos entre arboles y penumbras, fueron pocas
las veces que nos encontramos. Un pasar negro para quien desde afuera opina. Desde
mi punto de vista, pocas veces alguien debe haber brillado como nosotros al
contactarnos. 
                Luego
de cada encuentro cruzaba el charco, volvía a casa y a la rutina, a la
realidad. Las responsabilidades desgastaban el resplandor en mi alma. Cada vez
que volvíamos a vernos, la luz que proyectábamos aumentaba. Se reproducía en la
luna, en las estrellas, reflejándose en el inmenso río cada vez más cerca del
otro lado. Lo oscuro de su piel ya no nos servía para escondernos, todo se
tornaba cada vez más evidente. 
Emitía tanta luz
como una de esas estrellas que pasa cada años, un cometa encendido que se ve
pocas veces en vida. Tuve la suerte de ser receptor de tan enorme espectáculo,
espectador único de la belleza prendida fuego.
Pero las
estrellas fugaces tienen tanto de épico como de pasajero. Se dice que al ver
una, uno debe estar atento, ser rápido para pedir deseos. No me creerían si les
contara la cantidad de veces que rendido frente a ella deseé tenerla para toda
la vida. 
Me dejé estar.
Confié en su estelar magia en vez de ocuparme yo mismo de retenerla para
siempre. O tal vez fue cobardía. No pude darme el lujo de dejar un poco de lado
las responsabilidades, no me animé.
  Dejarla
sola a la deriva me dejo solo a mí también. Siempre la recuerdo por el brillo
en su sonrisa, la claridad de las palabras. Y yo no era participe de esa luz, vivía
solo en ella, era demasiado para mí al fin y al cabo. 
Volví a mi vida
normal sin despegarme jamás del recuerdo. Cada vez que creo ver asomarse por la
noche alguna fugaz estrella bajo la mirada. Su resplandor encandila mis
sentidos. No puedo mirarla como no pude mirar los ojos de ella el día que
partí.
                En
parte, también, puedo sentirme traicionado. De las incansables veces que lo
deseé frente a ella, jamás lo cumplió.
Comprobé así que aquel cuento de las estrellas
mágicas es tan solo un mito. Y tal vez ella también fue un mito, de esos
inmensos, imposibles de olvidar. *Relato inspirado en la lectura de la novela Salvatierra de Pedro Mairal
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