Se dice muchas veces que una fotografía es, o debe
ser, un retrato perfecto de la realidad. Su característica icónica, donde las
imágenes preservan alguna relación con alguna propiedad del objeto real, hace
que la fotografía se pose a la vanguardia de aquellas formas artísticas que
dicen pretender contar explícitamente lo que sucede en la realidad. Pero ¿Qué genio o Dios artístico es aquel
capaz de representar exactamente cada detalle de ese hecho real que pretende
mostrar? ¿Existe en el corto mapa de las capacidades humanas semejante don?
Se dice también, y prefiero situarme aquí, que un hecho
en sí mismo no existiría de no ser por el relato que lo describe. El ojo humano
continuamente capta situaciones, en la calle, en su casa, en el teatro, en
donde sea, y las filtra en su mente, en sus valores morales, en su ideología,
para poder relatar estas situaciones. Este relato, entonces, estará siempre
empapado de todo esto. Los relatos son siempre subjetivos. Ahora, si agregamos
a este filtro mental los dotes técnicos propios del artista, lo que saldrá será
un relato artístico subjetivo en su más amplia gama de formas: desde la música,
hasta la literatura, pasando por la fotografía o la danza. Situado en su lugar
de filtro de la realidad y asumiendo con todo honor este lugar, el artista
construirá el relato con un determinado objetivo y, así, decidirá que mostrar y
que ocultar para intentar dar luz, a su manera, a aquella situación a relatar.
Pero este no es, ni intenta ser, un reglamento a seguir
por aquellos artistas que pretendan ser artistas subjetivos. Sentar mi posición
acerca de la eterna discusión entre objetivismo y subjetivismo, encontrar mi
lugar en donde situarme para filtrar la discusión, me llevó a pensar en lo rico
que resulta para el receptor contemplar, leer o escuchar, alguna obra de dicho
arte subjetivo y en lo aburrido que resulta para este, hacerlo con una obra que
supuestamente muestra la realidad absoluta. Entender que una obra es siempre un
relato subjetivo de una realidad, es hacerse parte de esa obra, es apropiarse
del mensaje que ha intentado mandar el artista para decodificarlo en nuestra
mente, a nuestro modo. Entender que la obra no muestra fidedignamente los
hechos, si no que es un relato de ellos, es entender que allí, en esa obra, hay
siempre algo oculto, algo que pasó y que no se reflejó en la obra, por elección
del artista o por mera casualidad. Entender este aspecto ocultador de la obra
de arte abre paso a una de las cualidades más bellas de la mente humana: la
imaginación. Es aquí donde la cadena comunicativa comenzada por el artista se
completa y el espectador forma parte realmente de ella, reproduciendo en su
mente o, a su vez, relatando a otras personas aquel relato, que ha sido
producido por el artista, a su manera. ¿Qué sería de una letra supuestamente
inentendible del Indio Solari o una de las más lisérgicas de Lennon, si los
artistas nos contaran exactamente lo que quisieron decir, por qué y para qué?
Se perdería la magia de esas poesías, se acabaría la interpretación, se
dejarían de escuchar, serían aburridas. ¿Qué sería de “A Sangre Fría” si Capote
se hubiera arrogado la capacidad de estar mostrando exactamente lo que ha
pasado en ese asesinato? ¿Cómo podría un receptor imaginar la vida que atravesó
Perry Smith para terminar cometiendo el crimen si Capote no hubiera sabido
elegir que mostrar y que ocultar de la vida del mismo? ¿O acaso los zapatos de
campesino pintados por Van Gogh son simplemente zapatos de campesino y no
llevan consigo todo lo que el receptor puede imaginar de la vida que han tenido
esos zapatos y su portador? Lo bello y mágico del arte reside aquí, en la
manera en que cada artista debe elegir que ocultar en su obra para intentar
guiar al espectador en un determinado camino. Más bello y mágico aún, es
entender que el espectador puede terminar completando el relato, mediante su
imaginación, de manera completamente distinta a las intenciones del autor
Sin embargo, y como dije al principio, la fotografía
parece haberse parado en ese espacio vacío que habían dejado las formas
artísticas hasta su llegada: el espacio de la objetividad. Sus imágenes, en relación
con propiedades de la realidad, parecen mostrar exactamente lo que pasa en
ella. Luego de todo lo dicho, esta de más plantear mi postura respecto a esto.
Hurgando en cajones viejos, encontré una fotografía de
hace unos ochenta años: en ella están mi abuelo a sus cinco años, su padre y
otro hombre. Lógico es que yo si se algunas de las cosas que sucedían allí.
Pero decir que se exactamente todo sería una mentira inmensa. Todo lo que yo se
de esa imagen y de la infancia de mi abuelo lo se gracias a relatos de mi
madre, de mi abuela o de mi propio abuelo. Todos son relatos, relatos
subjetivos. Y yo tengo mi propio relato. Yo imagino, al ver la fotografía, lo
que puede haber sucedido allí, lo que quiso mostrar el fotógrafo. No lo se, lo
supongo, conjeturo. Y allí está lo bello del arte, impregnado en la expresión
fotográfica, permitiendo al receptor despertar su poder imaginativo.
Para hacer mas clara mi postura, propongo pensar a esta
fotografía en manos de alguien ajeno a mi familia y a los conocimientos del
contexto de la infancia de mi abuelo. Allí, esta persona, puede ver (imaginar)
a un ciudadano de Buenos Aires con su único hijo pequeño, quién vive una feliz
infancia y libre, junto a otro familiar, parados frente al negocio próspero que
da grandes frutos y rienda suelta a la alegría y tranquilidad por la que
transita esta familia de la clase media argentina. Esta feliz descripción puede
verse contrapuesta por una más triste, donde el receptor podría ver (imaginar)
un inmigrante europeo llegado hace algunos años a un pueblito del interior,
junto a uno de sus tantos hijos, quién no come hace tres días y se ha metido en
la foto por mera travesura, y su socio del negocio que da pocos frutos y que,
los que da, son apostados en una mesa de apuestas alcoholizadas que desvirtúa
la alegría y tranquilidad de la familia.
Un receptor puede relatar lo que oculta esta fotografía
acercándose mucho a lo que realmente ha sucedido, pero jamás contará todo lo
que allí pasó. Es que ni el mismo fotógrafo supo que era lo que allí pasaba en
serio, porque ni el niño ni su padre ni la otra persona relatarían los hechos
de la misma manera. En este sentido, la fotografía también es un relato
subjetivo de los hechos.
El arte lleva consigo la poderosa fuerza de transmitir
imaginación. Es potestad del artista elegir que función cumplirá esa fuerza.
Una vez recibida esa imaginación puede tomar diferentes formas de las que tomó
en su origen en el artista: puede formar otro relato, otro pensamiento y hasta
otra obra.
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