martes, 10 de diciembre de 2013

30 años


“… con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino…”


Unos cuantos giros en los pasillos del cementerio de Recoleta bastan para encontrarlo. Aún así, uno se pierde buscando. No hay indicaciones de cómo llegar, salvo para unos cuantos turistas, que llegan con más información que los locales, que simulan entender mejor desde su perspectiva. La historia se apresura a aclarar: uno no es el primero que se pierde buscando.
Él, un viejo conocido. Con sus virtudes y sus fallas, con su biografía todavía fresca, con sus acciones todavía vivas en el día a día. Él, majestuoso. Finalmente lavado de todas las culpas, exonerado de cualquier error. Enaltecido como los niños enaltecen a sus padres: glorificado como superhéroe. Él, ya fallecido. Lo enmarca una blancura inmaculada que no puede ocultar lo relativamente reciente de los hechos. Desentona, desentona en extremo, ya que no se asemeja en absoluto a sus vecinos de al lado. Aunque muchos retomen sus palabras a penas unas flores, rojas y diminutas, lo acompañan ahora.
Te enmudece. Repentinamente uno se siente trasladado, casi levantado por la fuerza del suelo. Y así, suspendido en el aire, es consciente, finalmente consciente, de la dimensión de su lugar. De todo lo que tomó llegar acá. De todos los que tomó llegar acá.
Frente a él, la foto. Los colores llenos de vida. Una fiesta de optimistas en el medio de la noche. Luces que bailan, que brillan, que existen donde nadie supone que lo hagan. Son reflejo y son metáfora. Son treinta años comprimidos en una escena, en una pared descuidada de una tumba sin identificar. Son las voces silenciadas, las voces que ahora gritan. Son los derechos perdidos y las libertades recuperadas. Son todos lo que aprendimos y lo que queda por aprender. Un largo camino que se resume a cuando cae el sol en el cementerio de Recoleta y él no se olvida de deslumbrar.
Resulta raro que la foto sea el reflejo y no él mismo. ¿Por qué no una imagen más clásica, más acorde a la investidura presidencial? Es absolutamente voluntario: ésta es la diferencia que introduce nuestra generación. La imagen, tan moderna como resulte, no es más que una pequeña representación de a donde nos toca mirar ahora. Una generación a la que le toca deleitarse con los colores de una democracia por las que otros debieron luchar. Una generación que puede mantener viva la memoria sin tener que dejar de mirar para adelante. Y que quede claro: la solemnidad habrá quedado atrás, pero no así el respeto.
Mi generación tiene memoria. Se acuerda de lo que no vivió. Conoce a un hombre que no conoció. Y acá estamos, mis amigos y yo, parados frente al famoso padre de la democracia, explicándole nuestra historia a un amigo turista. Y esa idea, la del “padre de la democracia” resulta tan nuestra... No parece que nadie nos lo hubiera enseñado. Lo contamos como si fuéramos nosotros mismos los que lo apodamos.
La memoria insiste en brillar. Las marcas de la historia son parte de nuestro presente y nuestro futuro. Y aunque nosotros no la hayamos vivido, esta historia vive en nosotros.

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