domingo, 15 de diciembre de 2013

Un mar de incertidumbres


NECESITO del mar porque me enseña:
No sé si aprendo música o conciencia:
No sé si es ola sola o ser profundo
O sólo ronca voz o deslumbrante
Suposición de peces y navíos[1].

            Con esta imagen en mis manos, las palabras de Neruda arriban a mi mente. La inmensidad del mar que la mujer de la foto está observando hace florecer en mí inexplicables preguntas. ¿Qué ve mientras el sol se esconde debajo del mar? ¿Estaría imaginando su futuro con aquella persona que captó ese instante tan preciado e íntimo?
            Imaginamos todo el tiempo. Creamos en nuestra mente imágenes o representaciones de cosas o personas. A veces reales o irreales.  Sucesos no tan lejanos que nos permiten viajar en el tiempo. Viajar y posicionarnos más allá de nuestro horizonte. Constantemente soñamos despiertos, proyectamos nuestro futuro, ansiamos estar un paso más adelante para poder saber cómo será el mañana.
Así como Neruda necesita del mar porque le enseña, es como un  hijo necesita de su madre para crecer. Aprende como surfear las olas más altas, cómo nadar a contra corriente en medio de un canal, cómo reaccionar cuando una ola lo revuelca sin parar. Aprende a no tenerle miedo. Pero sobre todo, el mar como una madre, le enseña a respetar su grandeza. ¿Qué cosas le estaría ilustrado ese infinito mar a la silueta de la foto? ¿Serían estas enseñanzas las que luego ella les transmitiría a sus hijos? ¿Estaría deseando tener hijos?
Imagino a la mujer de la foto como una reciente enamorada a punto de casarse. A punto de dar su sí definitivo. Una mochila casi vacía, llena de sueños. Esperanzas y deseos. Miles de páginas en blanco por escribir. Cientos de kilómetros por naufragar. ¿Estaría preparada para zambullirse en las agitadas aguas del mar?
Por la forma en que está tomada la foto no dudo de que su fotógrafo fuera alguien que manejaba su cámara a la perfección. Alerta como un cazador paciente. Dispuesto en su búsqueda por captar “ese” momento. Cautivado por la belleza de aquella figura. Sombras negras y grises.
Me pregunto si la delicada figura de la foto sería sincera al responder si estaba lista para subir a esta montaña rusa, a dar mil vueltas, a construir su camino, a andar la vida. Si estaba lista para dar el salto al mundo adulto. Si aguardaría ese momento con ansias.
Todas las decisiones conllevan elecciones, y éstas traen consigo resignación.  ¿Cuántas cosas tiene que renunciar una madre al dar a luz a un hijo? Muchas alejan sueños, anhelos, postergan deseos, metas. Su vida pasa a tener otra responsabilidad. Otra vida. Otra vida que camina a la par y, por largos años, juntas de la mano. De la mano para cruzar la calle, para saltar un charco, para escribir una tarea del colegio. ¿Sería éste el gran deseo de la joven de la foto mirando los niños metiéndose al gigantesco mar? ¿Cuál sería su gran miedo?
A veces los hijos suponemos que una madre no teme. Es nuestra figura heroica, nuestro puerto seguro. ¿Pero es así esto? Tendemos a creer también que es ella la que tiene que acurrucarnos y consolarnos en nuestros fracasos y frustraciones. Que ella es la que tiene que reanimarnos cuando algo salió pésimo, cuando la vida nos dio una cachetada. Es a ella a la que recurrimos para resolver un problema, descifrar un enigma, la que nos resguarda en nuestras equivocaciones. Y sin embargo, ¿alguna vez indagamos cuál será su mayor perturbación?
Dejar volar a los hijos, cuando la vida se los extirpa de las manos ¿significa perderlos? Para un hijo perder a una madre es como arrancarle las alas a un ángel, desplumarlo, quitarle su abrigo, su escudo protector. Pero, ¿qué siente una madre al desprenderse de un hijo?
Cuando los hijos crecen se los entrega al destino, al azar, se les quita los flotadores para que aprendan a nadar, a bucear solos. A patalear con fuerza para no hundirse. A desprenderse de aquella mano con la que caminaron juntos. ¿Pero eso implica descuidarlos, desatenderlos? Ese temor a quitarles el paracaídas, verlos saltar, a que un viento los arrastre muy lejos.
¿Habrá sentido la mujer de la foto estas emociones con sus hijos? Mirando el mar quizás comprenda. Aprenda música o conciencia. Tal vez descubra aquél mensaje entre las olas, mientras navegue en ese mar infinito que es la vida. Y la vida que es tiempo. Y ese tiempo que es mar.




[1] Neruda, Pablo. El mar en: Memoria de Isla Negra.  Buenos Aires: 1992, Editorial Planeta, p. 155-156.

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