domingo, 25 de septiembre de 2011

El sueño de Camila

Frecuentemente Chile es presentado como un país modelo en América Latina por su estabilidad económica, crecimiento sostenido a través de los años y la salida airosa de las crisis económicas globales. Pero pocas veces se comenta lo que se esconde detrás de su economía perfecta; uno de los países del mundo con mayor desigualdad en la repartición de las riquezas, servicios básicos privatizados en su mayoría, explotación de los recursos naturales propios por mega empresas internacionales con todas las garantías y bajísimos impuestos, y uno de los sistemas educativos más caros del planeta, factor que por años ha  mantenido estancada la movilidad social y el desarrollo cultural. Respecto a esto último, en invierno de este año, los universitarios chilenos se pronunciaron con un ímpetu inédito desde el retorno de la democracia en Chile, luego de la dictadura de Augusto Pinochet, que entre otras cosas privatizara la educación convirtiéndola en un bien de consumo y acallara para siempre cualquier tipo de manifestación social.
Hace 5 meses las universidades y colegios chilenos se encuentran en toma y paro demandando que la educación vuelva al Estado, garantice su calidad y deje de ser un privilegio para quien pueda pagar su altísimo precio. La vocera de los estudiantes, Camila Vallejo, ha dirigido las movilizaciones con una persistencia que marca un cambio importante en la generación aterrorizada por la dictadura, "Vamos a construir lo que nuestros padres no pudieron".





Andrea Guzman
2011

Pedir la mano

Estimado Sergio Goycochea:
Ante todo pido disculpas por mi atrevimiento. Sé que no me conoce. Tampoco yo personalmente. Pero entienda usted que a través de éste medio -la carta- estoy intentando conseguir materializar grandes recuerdos.
Seguro que aun no entiende el por qué de estas líneas. Ni sabe de qué hablo. Ahí le cuento.

Soy una persona apasionada por el deporte y, si bien el fútbol es mi preferido, disfruto de todos ellos y hay imágenes que tengo grabadas en mi mente, pequeños detalles en los que me detengo y disfruto. Estos detalles superan el mismísimo contexto del acontecimiento.
Es por eso que hace ya dos años comencé con estas cartas. Para así poder armar mi pequeño museo. Pero no quiero un museo como todos. A ver si me explico. No busco camisetas. No quiero fotos ni posters. No pretendo guardar imágenes de partidos memorables o jugadas fantásticas. Salvo que estas imágenes expliquen lo que sí pretendo coleccionar y a los que llamo Pequeñas acciones para grandes momentos
Explicado esto. El motivo de mi carta es un pedido. Raro, pero no tanto. En realidad, no se bien como hacerlo. Sólo espero que no lo tome a mal. No es que quisiera que usted ya no este, ni tampoco crea que soy un loco que intentará hacerle algo para conseguir lo que busco. Para nada. Solo pido su aprobación, por escrito, para cuando usted pase a mejor vida. Al fin y al cabo, a todos nos tocará.
Así como a usted, son varios los deportistas a los que les escribí para hacerles un pedido especial. Para poder guardar en mi museo esas Pequeñas acciones para grandes momentos que quedaron grabados en mi mente.
Y no importa la talla del personaje. Sino la importancia de la fuerza que tiene mi recuerdo frente a ese momento.
Así le escribí a estrellas mundiales. Como Michael Jordan, al que le pedí su aprobación para que, cuando se encuentre con San Pedro, me deje su lengua. Por aquel último tiro frente a Utha Jazz en la final del ´98. Encare hacia el aro, freno, finta, salto, extensión del brazo, balón a la red y claro, lengua afuera de la boca. Esa es La Acción, el Gran Momento.

Pero también a jugadores más terrenales como el Chelo Delgado, al que le rogué el tercer, el cuarto y el quinto dedo de su pie derecho por un gol a River que dejo de estatua a Comizzo. O la rodilla de Palermo, por aquel Muletazo.
Le reclamé a Roger Federer su muñeca, la que le dio el tiro vencedor ante Sampras en Wimbledon 2001 para que comenzara a ser leyenda. Y demás esta aclarar que ya demandé la pierna zurda de Diego. Me pareció demasiado pedir su cuerpo completo.

Así, estas y varias cartas más fueron enviadas a distintos deportistas. Y aunque no tuve respuestas, no desespero. Respeto sus tiempos.

Volviendo a lo nuestro o, más bien a lo mío, imagino que a esta altura ya sabrá por donde viene el tema, o el pedido.
Sí Goyco. Lo que quiero pedirle es la mano. Por favor, tu mano derecha. Esa que aquel 3 de julio de 1990, tercer penal de la serie frente a Donadoni, se estiró hasta que la pelota diera en ella. Para alegría nuestra y tristeza Tana.
Espero me entiendas. Y otra vez, no piense que estoy loco. Pero me gustaría guardar ese momento en mi museo.
Te pido la mano, solo eso. Bueno, y si todavía los conservas, que sea con el guante.


Frabricio Espíndola
Comisión 35
2011

jueves, 15 de septiembre de 2011

Tres flautitas


No me considero un asesino, de verdad. Tal vez sea culpable, pero juro que no era mi intención. ¡Que lance la primer piedra el que nunca fue preso de la curiosidad!
Hace unos meses empecé a trabajar en la panadería de mi suegro, ubicada sobre la calle Avellaneda al 100, en el barrio de Villa Luro. Conseguir trabajo para un hombre del campo como yo no es una tarea fácil, por tanto, me vi obligado a rendirme ante la oferta del padre de mi novia.
Nunca me voy a olvidar de mi primer día. Eran las 10:05 A.M. Sonó el llama ángeles que esta en la parte superior izquierda de la puerta de vidrio de la acogedora panadería. Una persona adulta, que aparentaba tener unos 40 años, canoso pero con algunos cabellos morochos, de pie, alto, mas o menos un metro ochenta, entró al negocio. En su mano derecha tenía algo así como un libro de color negro con fileteados amarillos, muy llamativo. En la cercanía, me di cuenta de que no era un libro, sino una especie de agenda.
La revisó, y como si me dictara, dijo: “Tres flautitas”.
Ese día pasó inadvertido, pero a lo largo de la semana el hombre llegaba religiosamente al local, a la misma hora, y sólo emitía dos palabras al entrar: “Tres flautitas”. Tenía una camisa determinada para cada día. Es decir, el lunes camisa amarilla, el martes camisa roja, el miércoles camisa azul, el jueves camisa verde, el viernes camisa rosa, el sábado camisa blanca y el domingo camisa negra. Luego, el ciclo volvía a comenzar.
No puedo explicarlo en palabras, pero de verdad era algo que me quitaba el sueño. Tenía miedo. La actitud del hombre era extraña, muy extraña…era de otro planeta. Desde ese día se convertiría en el protagonista de mi vida.
Al principio me limitaba a brindar lo que mis clientes pedían, pero luego intentaba hablar con ellos. El extraño de pelo blanco no fue la excepción. No miento, yo le hablaba, luego de que el pedía “tres flautitas”, pero revisaba su agenda, me miraba, daba media vuelta y partía.
Con el tiempo (unos meses), me fui haciendo amigo, tanto de los vecinos, como de los demás dueños de los comercios aledaños a la panadería. Aprovechando la confianza, preguntaba acerca del extraño hombre.
Todos coincidían en algo: el hombre lleva consigo una agenda, cuya importancia es extrema. El verdulero, su vecina, todos, absolutamente todos, asentían que el hombre revisaba su agenda antes de realizar cada acción, como si estuviese predeterminada por esta.
Su nombre lo conocían gracias a las cartas que le llegaban al edificio de parte de distintos servicios, tales como la luz o el gas. Sino, no había otra forma. 
Manfredo Atilio Starinlao Alameda. “El loco” para los del barrio. Una persona reservada. Vive sólo y en compañía absoluta de su única y fiel compañera: la agenda.
Por cierto, no era conmigo sólo. Con todos se comunicaba tan solo con dos palabras: en la verdulería, “dame esto”, y luego entregaba un papelito con lo que necesitaba. Al portero, “buen día”, al igual que sus vecinos, y demás.

Ocho meses pasaron, y la rutina seguía siendo la misma. Juro que no aguantaba más mi curiosidad, hasta que un día, un domingo, decidí sacarme la duda. No sería una tarea fácil, pero peor sería seguir con esta incógnita.
Eran las 22:05, hora en la que Don Manfredo salía a sacar la basura. Me tapé el rostro, me camuflé en la noche con ropa negra, fui corriendo desde la esquina, le quité la agenda y seguí corriendo. Hasta llegar a mi casa no me di vuelta en ningún momento, de hacerlo me arrepentiría. Aunque, a decir verdad, puedo admitir que si giraba mi cabeza el hombre no me hubiera dicho nada. Cuando se la quité no atisbo a realizar ninguna acción, se paralizó, allí mismo donde estaba, en la noche iluminada por una luna en cuarto menguante, junto al contenedor de basura gris con tapa naranja, ubicado a mitad de cuadra.
Llegué a mi hogar. Tenía en mis manos la respuesta a todas mis preguntas acerca del “Loco”. Tenía las respuestas a lo que nadie se había animado a preguntar. Tenía en mis manos la agenda. Cómo explicarles. Al abrirla, noté que en cada hoja estaba anotado todo, absolutamente todo lo que tenía que hacer, desde qué ropa usar, hasta que tenía que tragar luego de ingerir algún alimento. Todo, extremadamente todo, y con lujo de detalle. Obviamente, las acciones estaban estructuradas de acuerdo al horario y al día de la semana. Allí vi: “10:05 A.M. Ir a la panadería, decir: “Tres flautitas”, mirar al joven, volver a casa”. Hubo algo que llamó mi atención al leer más detenidamente, luego de salir de la excitación que me causo tanto el robo como el hallazgo de tal documento, y fue un cartel que estaba en forma llamativa en la hoja correspondiente a aquel domingo, sobre el margen inferior derecho, que decía: “Manfredo, no te olvides de respirar”.

La tapa del diario del lunes siguiente, fue:
MUERTE EN VILLA LURO
Hombre anota en su agenda absolutamente todo lo que tiene que hacer. La pierde. Se olvida de respirar.”

Marcos Carrizo
Comisión 35
2011

La mala educación, Chile, el exilio, las utopías

La sigueinte nota se reproduce tal cual aparece aquí.

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La siguiente es una intensa y testimonial crónica de un ex estudiante de Periodismo de Concepción, quien hace tres años decidió emprender el rumbo hacia Argentina e ingresar a una universidad pública y gratuita en busca de mejores conocimientos, oportunidades y calidad. “Ya no vivo en Chile, es cierto, pero el deseo de volver a una patria utópica y corregida de todas sus calamidades siempre está presente” escribe Cristóbal Salgado (foto) desde Buenos Aires, a la vez que con profunda honestidad y agudeza apunta las razones que gatillaron su partida. Este es su relato, en exclusiva para VitrinaSur.

13 de agosto, 2011  


El plomero martilla las paredes humedecidas de mi habitación. Ha dejado el ladrillo al descubierto y con esto la fuga de agua que hace florecer gigantescos hongos -dignos de la selva africana- los que limpio a diario con un poco de asco. No importa, me digo, estoy mejor acá. Los golpes del martillo me revientan la cabeza que me duele desde antes y el chirrido de la locomoción colectiva no colabora para nada con la armonía porteña. No importa, me digo, estoy mejor acá. Mil trescientos kilómetros hacia la cordillera he dejado esperando a mi madre y a mi Catalina regalona, también se han quedado el amor de mi vida y la comodidad del hogar. No importa, me digo, estoy mejor acá. Y es que hace tres años, con la maleta y las ganas, dejé Concepción para venir a Buenos Aires.
Lo que algunos dicen que es utópico, en Argentina, desde el año 1949, ocurre: una reforma política, fecundada por el peronismo, dio lugar a que las universidades nacionales fueran financiadas por el Estado, permitiendo así la supresión del arancel al estudiantado y la democratización de la enseñanza que presenta, además, una calidad reconocida a nivel latinoamericano. Ante gratuidad y calidad -sí, esas mismas palabras que asustan a la clase política chilena- la posibilidad de obtener estudios de alto nivel académico sin tener que endeudar a mis padres ni condicionar mi capacidad adquisitiva una vez titulado, era por lejos la mejor opción. Si bien el deterioro emocional que significa desprenderse de la cultura, la familia, los amigos y las costumbres es de un altísimo costo, este sigue siendo menor a las privaciones que fecunda el sistema educativo chileno. Me refiero específicamente al tema de la calidad de la educación, difícil de reflejar en un sistema lucrativo, donde gobierna el “cuanto se gana” por sobre el “cuanto se conoce”.
En mi caso particular, fui por dos años estudiante “destacado” de la carrera de Periodismo en una de las universidades del Consejo de Rectores. Reconozco que la labor estudiantil no me demandaba vitales esfuerzos y que la mayoría de las veces, bastaba con remover algunas ideas de cultura general para contentar a los docentes. Pues bien, entre extrañeza y cargo de conciencia, comencé a experimentar un vacío de conocimiento inquietante, que más allá del lugar común que se refiere a la carrera de Periodismo como la más fácil de todas, me aquejaba en cuanto al verdadero rol que como profesional de la información yo debía promover. Pues bien, pasó el tiempo y los doscientos mil pesos mensuales parecían no rendir sus frutos: Bibliografía antigua y obsoleta, enfoques académicos reduccionistas, visiones docentes carentes de profundidad y crítica social, exaltación de la labor meramente informativa por sobre la de reconstrucción de la realidad, vago y paupérrimo material teórico, textos reconvertidos en interpretaciones casi bizarras, fueron factores que comenzaron a calar en mí el sentimiento de que algo no marchaba.
En ese momento, aún me era difícil dimensionar que la verdadera razón de la pobreza educativa promovida (al menos en mi área, aclaro) era producto de un hoy reconocido esfuerzo autoritario por someter todo a manos de una objetividad inexistente, gobernada por la decisión empresarial dependiente del mercado y sus fluctuaciones especulativas. Siguiendo mi intuición, y bajo la venia de quienes fueran mis docentes, me planteé la posibilidad de salir del país, y, con mucha sorpresa y aún incrédulo, comprobé que vivir en Argentina, estudiar y hacerme cargo de mis gastos, me salía mucho más barato que planear un traslado a las universidades reconocidas de Santiago. Fue así como llegué a la Universidad de Buenos Aires, a la carrera de Ciencias de la Comunicación Social, donde además de Periodismo, se me prepara en las áreas de Publicidad, Políticas Públicas y Ciencias de la Educación, todo en un marco de abrumador contenido teórico y fecundo ritmo de estudio, que aunque, por un lado, me he transformado en un estudiante del montón (el nivel de exigencia triplica el de mi experiencia anterior, ergo la exigencia genera calidad) por otro, me hace sentir plena conformidad con esta apertura de ojos al conocimiento y altas esperanzas para un mañana, sustentado en esta inmersión entre personas que estudian la Comunicación Social por amor y no por puntaje ni futuro lucro.
Es difícil ocultar el dolor. Mientras la sociedad chilena -agónica, desesperada, así como el plomero- martilla las paredes humedecidas del Estado y va dejando al descubierto las falencias del sistema educativo nacional y su narcótica tendencia al lucro, las autoridades pestilentes, esas mismas que hace treinta años no supieron defender sus postulados sin cobijo militar, hoy se escudan en el libre mercado para responder a las demandas con inusitada y arcaica represión. Al mismo tiempo que me arreglan las pifias del departamento, siguen a cargo señores que no vacilan en trasgredir el interés público haciendo alusión a la vez a lo que ellos entienden por bien común. No extrañan las palabras del Señor Larraín, a él le encanta ir de tony por la vida (su concepción de subversión es de origen, gelatinosa), pero sí extraña que personas que tuvieron veinte años para preparar un buen gobierno hoy resbalen en las mismas baldosas que la Concertación jamás se atrevió a pisar. Ya no vivo en Chile, es cierto, por ahí alguien dirá que ya no es mi problema, pero como todo inmigrante, el deseo de volver a una patria utópica y corregida de todas sus calamidades siempre está presente. ¿Con qué seguridad puedo volver a Chile y educar a mis hijos mañana, sabiendo que nadie quiere meter mano, hoy? No vuelvas, me diría Bulnes, seguro.
Soy un exiliado de la educación y no es exagerado decirlo. Según la Real Academia de la Lengua Española, el exilio es la separación de una persona de la tierra en que vive. Una segunda acepción se refiere a la expatriación, generalmente por motivos políticos. Así como yo muchos tantos que no dejaremos de confiar en que el movimiento tiene la razón y en que son tiempos de que la ciudadanía tome las banderas de un cambio que inminentemente urge. Ya no son tiempos de inocencia ni mucho menos de demonizaciones ridículas. Los efectos de la publicidad, que a estas alturas se circunscribe subliminalmente en la propaganda, son el rastrillo de los poderosos. Si hoy no somos capaces de reflexionar que la estatización no es sinónimo de marxismo, y qué, por otro lado, marxismo no es sinónimo de Dictadura, nos será mucho más difícil mañana enfrentarnos a nosotros mismos, cada vez más alienados al interés de la industria. Sólo queda esperar que las energías no decaigan, y que, la nefasta imagen internacional que el actuar gubernamental está dejando, sumado a la creciente conciencia popular sean el respiro que necesitamos para de una vez por todas, liberarnos del gargajo de la dictadura y comenzar a construir sobre roca sólida, sobre la sensatez.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La Odisea (Capitulo apócrifo 3,14): “Que no se te escape la tortuga”


El oráculo de Apolo lo había anunciado a los sabios: “Vendrá un día de sol para probar al corredor más veloz”.
Un día de sol, Aquiles hacía sus pasadas de velocidad en la pista de atletismo de la  ciudad de Atenas. Sus seguidores vociferaban elogios, su familia, emocionada, lo alentaba a seguir entrenando.
Sin duda, era el mejor corredor y nadie, nunca jamás, podría vencerlo.
Sin embargo, al terminar la práctica un hooligan griego conocido como Zenón de Elea, lo increpó y lo desafió a correr con una tortuga.
Acordaron fecha, lugar y hora para la carrera.
Atenas estaba convulsionada, una tortuga, el animal mas lento del planeta, osaba correr contra el hombre más rápido de la tierra. Las calles desbordaban de carteles de publicidad con frases del tipo: “Que no se te escape la tortuga, usá sandalias nacionales” o “Soy rápido, soy el mejor, voy a ganar”, con la cara de Aquiles.
Llegó el día de la competencia, uno al lado del otro, el público a sus espaldas, la televisión encendida. La atmósfera era de euforia, las manos de los competidores temblaban, sus pupilas centraban el objetivo, la transpiración tornaba sus pieles brillosas.
La gente coreó eufóricamente; 3, 2, 1 y largaron.
En la primera curva la tortuga casi se va al pasto, pero metió un rebaje y enderezo el rumbo. Aquiles tenía una leve ventaja, sus manos estaban cada vez más ligeras, sus facciones apretadas, sus ojos fijos en el objetivo. Sin embargo, la tortuga logró equiparar posiciones y saliendo de la última curva tomó el primer lugar.
Aquiles se desesperaba por pasar; la tortuga no lo dejaba. El silencio era cómplice de la sorpresa. Quedaban 100, 50, 30 metros. Aquiles desesperado pone el turbo y en los últimos 10 metros gana la carrera.
Festejos, abrazos, serpentinas, el clásico retrato con el cronometro, el ramo de flores.
En el reportaje, Aquiles agradeció a todos por el apoyo, pero especialmente al fabricante de joysticks japoneses: “Cuando metí el turbo en los últimos 10 metros, necesitaba que el R2 funcionará a la perfección y por suerte se dio, apreté el botón y gané la ventaja, gracias a todos”, declaró el atleta emocionado.
Por su parte Zenón de Elea y su tortuga viajaron a otras polis para desafiar más gente en los juegos de carrera de Playstation 3. Al parecer no tuvieron grandes logros y por eso Zenón decidió publicar paradojas para difamar a Aquiles.



Guido Schiappacasse.
Comisión: 35.
Mayo 2011

lunes, 12 de septiembre de 2011

¡Bienvenidos!


Hola compañeros... Iniciamos es espacio con una curiosidad.

Albert Camus fue un filósofo y novelista francés nacido, más precisamente, en Argelia. Autor de novelas como El extranjero, La peste y La caída, entre otras, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957 por "El conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy".


Pero no es su pluma la que nos obliga a convocarlo, sino una peculiaridad que es bastante llamativa. algo le gustaba a Camus de este país, de nuestra Argentina. Y eso era el fútbol, y puntualmente Racing.

Resulta que él era hincha de RACING!!

En una visita a la Argentina se enamoró del conjunto de Avellaneda porque en Francia era seguidor del Racing de París, equipo que posee la misma camiseta.

Un dato más: en Argelia no solo era espectador sino que fue arquero y atajaba en otro Racing: el Racing de Argel.

Un dato increíble, algo con este país tenía que tener siendo él tan futbolero.

A modo de apertura y para romper el hielo, espero que les guste.


* Datos aportados por Pablo Colmegna