El
reloj marcó la hora del asco y la puerta hizo su chirrido característico. Oyó
las palabras vacías de siempre y contestó con una mueca que simulaba una
sonrisa. Se tendió en la cama desvencijada con olor a pecado y se puso mucho
perfume para tratar de no sentir la transpiración ajena.
Ya
estaba harta del repetitivo ritual. A tanto llegaba el hastío que desarrolló un
sistema para satisfacer a los clientes sin tener siquiera que prestarles
atención.
Los
miraba sin verlos y los acariciaba sin sentir, mientras su mente volaba libre
por el recuerdo de tiempos mejores, no necesariamente pasados, ni tampoco
futuros, no tenía tal cosa, sólo
construcciones ficticias que armaba y desarmaba a su antojo para ser
feliz al menos unos momentos.
A
tal punto había perfeccionado el sistema que su cuerpo respondía en forma
automática a los estímulos, con gestos específicos preestablecidos. En un
momento su rostro fingía sorpresa, luego
la espalda se arqueaba, la garganta emitía una serie de sonidos, los
muslos se contraían y relajaban hasta que el cataclismo cesaba, allí simulaba
satisfacción y el acto estaba terminado, al menos por un rato.
Le
gustaba pensarse cómo una actriz o bailarina, en definitiva no hacía más que
mentir con el cuerpo al compás del ritmo más antiguo.
Trataba
de postergar el trance hasta después de la ducha pero esta era la parte más
difícil. Al ver la colección de moretones y marcas sobre su cuerpo le costaba
engañarse a sí misma; su mente podía abstraerse y su cuerpo engañar a cuerpos
ajenos, pero el espejo anulaba el hechizo.
Lucila
Pellettieri
Comisión: 37(2012)
Profesora: Masine, Beatriz.
¡Re lindo! Triste, pero muy bonito
ResponderEliminarSol.