Estoy sentado en el baño,
aunque se encuentra en el fondo de la casa puedo oír cada sonido que acontece.
Unos cuantos metros arriba la vecina del cuarto acaba de romper el segundo
plato del día lo que desencadena una nueva discusión con su marido. Oigo a la
del tercero bostezar, alguien dormido a su lado cambia la posición, es un ruido
sutil, casi imperceptible que no interrumpe su sueño. Afuera la pelea de dos
perros callejeros por un poco de comida despierta al viejo amargado del
departamento de al lado que putea por lo bajo. El estruendoso ruido que
producen las llaves al chocar contra la mesa me dice que Luli está en casa,
aunque Ricky ya había avisado segundos antes con sus ladridos taladrantes. El
ruido chispeante del aceite al poner el huevo en la sartén indica que mi madre
está preparando la cena y que en cualquier momento me llamará a poner la mesa,
quejándose de que nunca la ayudamos. Dos puertas más adelante, entre la
cocina  y el baño, mi padre susurra por
teléfono cosas cursis a una mujer; siempre espera a la hora de cocinar. En la
habitación contigua el sonido de las teclas de la computadora no cesa ni un
segundo, Luli pasa seis horas diarias frente a ese monitor encantador de
adolescentes. El zumbido de una mosca que recorre el pasillo me desconcentra.
El goteo de la canilla del baño, que hace años que no cierra bien, me trae de
vuelta a la realidad. Siempre disfruté encerrarme en ese cuarto con la excusa
de que me gustaba oír el repicar de la lluvia, cosa que nadie entendió nunca,
de lo contrario estoy seguro de que hubieran arreglado la canilla.
 Me quedo observando un punto fijo mientras
escucho todos los sonidos a mi alrededor, entre todos ellos aparece uno que no
puedo definir. Lo siento más cerca que cualquier otro, como si estuviera al
lado mío. Los demás sonidos desaparecen y éste penetra cada vez más fuerte.
Cada vez más agudo. Determinando a que solo le preste atención  a él. Miro para todos lados buscando su
origen y comprendo que está dentro de mi cuerpo, más precisamente en mi mente.
Me tapo en vano los oídos, mis pensamientos han tomado el poder de todos mis
sentidos, me escucho sin poder resistirme y no me gusta lo que pienso. Dudo un
segundo. Escucho pasos cercanos y el grito de mi madre llamándonos a cenar. La
canilla vuelve a gotear. La próxima vez no debo ir tan lejos, o mejor dicho,
tan cerca.
Agustina Valle
Comisión 37
Profesora Beatriz Masine
Grande Agus!!!!
ResponderEliminarEl efecto de perturbación me llegó, y mucho jajaja
Sol