Reflexión diaria
El viento le pega de frente en la cara, cada tanto tiene que
entrecerrar los ojos para evitar que la tierra de esa maceta entre en ellos. Ve
al sol ponerse, el cielo se tiñe de un color violáceo, o rosado, no está muy
seguro. Llega el momento de repasar, de evaluar lo que ha pasado en el día.
¿Habrá faltado algo o habrá hecho algo de más? Se pierde en sus pensamientos. Y
regresa varias horas hacia atrás. Ve el sol. Es mediodía, la hora indicada para
levantarse, gracias al aviso de las campanadas de las iglesias. Una y otra, las
dos iglesias que comparten la manzana hacen sonar sus campanas día tras día,
siempre al mediodía, doce veces. Curioso es que, justamente, ambas estén en la
misma manzana. Se ha dicho cada cosa, como que compiten por los feligreses, la
cantidad de concurrencia, que se pelean para determinar qué iglesia llegó
primero. A todo eso, por lo que tiene entendido, en la misma zona hubo dos
personas muy conocidas, muy queridas y por ellos se construyeron esos templos.
Pero aún así a veces le parece que compiten las campanadas de ambas, que por
eso suenan juntas, más allá de que sea la hora. Siente que en un “tan” una
campana suena más fuerte, que en el siguiente “tan” la otra eleva su volumen.
De todas formas, esas campanadas son lo que lo despiertan, está claro que
recién levantado no está del todo lúcido como para determinar si realmente es
así. Poco a poco escucha llegar a los feligreses, algunos charlan y ríen, otros
van rezando, cada tanto ve gente llorando. Él no entiende mucho, tampoco nunca
pisó una iglesia, no sabe qué se hará ahí adentro. Pero sabe que una hora
después de las campanadas, la gente sale.
Y él también. Pero no de la iglesia, sino de su casa, cuando el
momento de trabajar llega. Camina la cuadra de siempre, saluda a los mismos
vecinos que saludó ayer y saludará mañana y llega. Imponente ante él, el lugar
de trabajo. Un lugar sombrío y tenebroso, según dicen. Para él, su segunda
casa, el único lugar donde pasa sus tardes, a gusto, trabajando. Y de a poco
empiezan a llegar los coches, negros, lentos, con más coches de todo tipo
atrás. Llega el primero, atrás una caravana de autos. No recuerda si el primero
ese día era un Renault o Peugeot, o tal vez era Ford. ¿Azul o gris? Se lo
confunde con el segundo. El segundo seguro que era Ford. Llegan a donde está
él, bajan el cajón y lo llevan para que lo bendiga un cura. ¿Será que este cura
también hace competencia con las iglesias que están a una cuadra? Él espera,
con el pozo hecho, listo para depositar el cajón. El cajón con el cadáver.
¿Cómo habrá muerto? Imagina qué tipo de persona sería. Si no se equivoca, ha
visto a una madre, a una esposa, a algún hijo. Seguro era un hombre, adulto, de
unos cuarenta años. Pareciera ser muy juguetón con los chicos, por eso se
mueven tanto ahora, y por lo que pudo escuchar a la madre, seguramente era muy
cercano a ella. ¿Con la esposa cómo sería? No parece el tipo de persona que
engañara a su mujer, aunque ella tal vez… Pobre hombre si es así. Ya le estaba
cayendo bien este difunto, y se descubre (¿lo sabe?) que su esposa lo engaña.
Quizás por eso murió, para no conocer nunca una noticia semejante. En fin, sale
la gente de la bendición, muchos llorando, otros intentando hacerlo, los nenes,
tan inocentes, jugando, aunque sin llamar mucho la atención. Él siempre trata
de buscar cuál es el familiar más cercano al difunto, para darle el pésame. Se
fija a quién saludan y abrazan más personas, quién llora más y si no, mala
suerte, le da el pésame al primero que cruce y que se lo haga llegar a todos. Total,
se supone que todos están mal. Bah, salvo los nenes. Pero cuando crezcan
seguramente necesitarán el pésame ese. Depositan el cajón, deja unos segundos
para que tiren flores, se fija quién la emboca arriba del cajón. Es como un
juego. Cuando ya están todas, tapa el pozo con tierra. El trabajo está hecho.
Alguno de los que están allí le acerca una propina, él dice que no es
necesario, mientras estira la mano y la toma, no sea cosa que ese “no es
necesario” impulse a esa persona a retirar el billete. Esta misma escena, con
otros personajes, se repite a lo largo de la tarde. Cinco veces. Ni una más, ni
una menos. Así arregló él cuando consiguió el trabajo, es que no puede estar
enterrando un día cuatro personas y otro día seis, tiene que tener algo
asegurado, y si ya enterró cinco, bueno, que la gente espere un día más para
morir, o que vaya a otro cementerio!
Vuelve la mente al patio. El sol
sigue ocultándose, ya se ve poco de él. El viento está algo más fuerte. Le mueve
el pelo, es molesto, pero al menos es feliz de tenerlo. Es que está pasando algo
los últimos días. Llega a su casa luego del trabajo y se peina. Le dicen que no
tiene sentido peinarse al llegar a su casa, pero ese día lo hizo así, de forma
que tiene que ser siempre igual. Y estos últimos días, cuando se peina, ve el
horror. Cabellos que quedan en el peine. Un día es uno, al siguiente dos, ha
llegado a contar cinco. Quedan enganchados, como no queriendo caer. La mayoría
son negros, pero cada tanto aparece uno blanco: el tiempo está pasando. Cómo no
va a estar pasando si incluso se están escapando de su cabeza. ¿Se estará
peinando demasiado fuerte? ¿Cómo es posible? ¿Será el peine que está roto? No
puede ser, ya lo ha cambiado cinco veces. Con dolor, limpia el peine, para que
quede libre de cabellos. Peine asesino, quitador de cabellos. Lo lava con
bronca, recoge los pelos, son suyos, le pertenecen. Corre al peluquero, se los
colocan y respira tranquilo. Ni un cabello más, ni uno menos. Su cabellera
vuelve a estar completa, puede volver a su casa. Nota que dejó el lavabo sucio,
tan desesperado estaba con el tema de los pelos, que siempre se olvida de abrir
la canilla. Lo hace, el agua comienza a
salir y perderse hacia la cañería. Viaje corto. Después no ve más esa agua.
¿Cómo viajará el agua por la cañería? Los átomos chocando unos con otros. ¿Irá
rápido, desesperada, buscando salir de ese encierro que significa el caño? Luego
saldrá por otra canilla y volverá a hacer lo mismo. Se pregunta si irá de la
misma forma por todas las cañerías, o si en alguna lo hará más rápido. ¿Y si la
cañería tiene suciedad? ¿Se frenará un poco? Dudas le quedan, respuestas
faltan.
El sol se pone definitivamente.
Ha salido bien el día, se repitió como el anterior, y el anterior a ese y todos
los días desde que se fue su esposa. Cada detalle de ese día en que dejó este
mundo deben seguir igual, simplemente que ahora está solo. Se retira a
descansar. Y mientras tanto se pregunta, igual que ese día, igual que anteayer
y que ayer… ¿estaba violáceo el cielo o más bien rosado?
Matías Hernán
Piccoli
Comisión 37
Prof. Beatriz
Masine
Es genial, va no sé a mi me encanta.
ResponderEliminarSol