(entiéndase lectivo, de lectura)
“Podría asegurar, sin exageración, que si
queremos saber cuál será el destino de un chico no
tendremos nada más que revisar su cuaderno, y eso
nos servirá para profetizar su destino."
Roberto Arlt [1]
“Me acosté en el piso de baldosas y fijé los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. La oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. El diámetro sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.”[2] Vi a los compañeros fusilados en el basural; muriendo por la patria ausente del General. Vi a Giménez; tieso delante de la heladera a mitad de la madrugada, en pantuflas, observando, sin recordar qué buscaba, el interior. Vi a los pibes, zafando de los ratis, de las balas, de la marginalidad a la que los noventa los condenó. Vi las lagrimas de Capote cuando la horca terminó con la vida de sus ya entonces amigos, Perry y Dick. Vi el día en que la tercera ventanilla del segundo coche estaba vacía y bajo los sauces, las dos niñas, nostálgicas, lo pensaban a Ariel.
Y así como el tren dobló la curva y se esfumó, el año también lo hizo.
Fue un año holgado, abundante, repleto de relatos, descripciones, discursos, crónicas, anécdotas, experiencias, aventuras, intrigas, líos, vidas. Algunas mías, otras producto de la perspicacia, del ingenio de los genios.
Fue un año holgado, abundante, repleto de relatos, descripciones, discursos, crónicas, anécdotas, experiencias, aventuras, intrigas, líos, vidas. Algunas mías, otras producto de la perspicacia, del ingenio de los genios.
El año fue coloreándome, y me fui escurriendo, empequeñeciéndome; o quizás ensanchándome sin notarlo; entre los gigantes de la literatura. Fue así como mi biblioteca se estiró para hacerle un lugarcito a la imaginación de Hemingway, de Faulkner, del inmenso Kafka, de James, de London y de Poe.
Caminar la feria del libro; pararse, revolver, leer las contratapas, las primeras páginas, saltar de stand en stand; era algo de todos los años, algo natural. Sin embargo, esta fue la primera vez que fui “por mi cuenta”, con un amigo; ya no de la mano de mi vieja como cuando era chico, o con mi abuelo en la adolescencia. Para superar esta nueva hazaña decidí pedir algunos consejos. Deambulando por los pasillos de la facultad crucé unas palabras con Marina Cortés, profesora que generó en mí un (inusitado) interés por la literatura hasta entonces escaso. Me recomendó llevar una libretita e ir anotando lo que me gustaba, aunque no fuera a comprar; pispear editoriales como Eterna cadencia y Anagrama; las librerías Cúspide y Guadalquivir, y el stand del Fondo de Cultura Económica. Terminé llevándome “Manual de zonceras argentinas” de Jauretche; que por cierto, no consiguió “civilizarme”.
Llegó el blog. De a poco fue tomando forma y hoy apiña a una caterva de jóvenes autores que materializaron sus pasiones, sus apatías, sus frustraciones, sus perspectivas y sus talentos en el “papel digital”. Entre ellos me encuentro yo. Dudo que esto hubiere sido posible prescindiendo de las consideraciones que me proveyó Camus: la indiferencia existencial a la vida, al devenir y a la muerte como ultima inevitabilidad; de las intensas entrevistas de Piglia; del desfachatado discurso de Fontanarrosa en el Congreso de la lengua; del brutal asesinato de Zoe Kruller; o de “la guerra del fútbol” que sobrellevaron los pueblos de Honduras y El Salvador.
A todo esto se sumó la visita al instituto; que entre rejas, cumbia y alambres de púa nos empapamos de otras vidas; nos infiltramos para sentir sus dolores, sus ausencias, su exclusión. Pudimos padecer por un rato el ruido seco y ensordecedor del encierro; el sinsabor de los días; la añoranza del afuera, el recuerdo de la vida.
A modo de cierre, quisiera agradecer a mi abuelo, Aldo; por esas tardes en las que las palabras florecían entre mates, pepas y canciones de la guerra civil española. Juntos ultimábamos detalles previo a las entregas, y él le daba el toque que sólo brindan la experiencia de los años, la sabiduría de los libros, los aplausos y los premios. Permítaseme aclarar: mi abuelo Aldo, además de ser mi abuelo, es escritor.
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