sábado, 30 de junio de 2012

Gris


González era un hombre extremadamente personal. Tal es así que siempre procuraba mantener una distancia prudencial de todo, incluso, de su propia vida.

Vivía en un dos ambientes.

En una habitación, las fotografías, su saxofón, el teléfono y la computadora. Las banderas, los documentos y su ropa de trabajo. Los pinceles, las acuarelas y sus bocetos. La camiseta de Racing, su agenda, un rosario y un Cristo crucificado. El balcón y la ventana invitaban a pasear a las luces de la noche sobre el sofá, la mesa y la vajilla. El aura del ambiente amalgamaba una interminable espera con el aire.

En la habitación contigua permanecía él. También a veces iba una mosca, claro, a dedicarle una ceremonia a la bajo consumo hasta que el aburrimiento la expulsara por la grieta entre la puerta y el suelo.

Para su cena siempre preparaba un plato de arroz blanco en la medida justa, un poco más que ayer. Rara vez la factura de algún servicio atravesaba la puerta de su departamento. Y más extraña aún era la ocasión en que un alguien, que no fuera él, cruzaba ese umbral. González nunca tenía tema para la charla o si tenía alguno no podía usarlo sin sentir que hablaba de una vida ficticia. Superficial, como la cáscara de una cebolla fácil de remover. Entre cuatro robustas paredes se había cultivado su frágil corazón que latía tímidamente. Lleno de temor a romperse. Se trataba de un hombre que era inquilino de sus inseguridades. Que deseaba que nada le sucediera, y nada le sucedía.

Mariano Saavedra

Comisión 37

Prof. Beatriz Masine

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