González
era un hombre extremadamente personal. Tal es así que siempre procuraba
mantener una distancia prudencial de todo, incluso, de su propia vida.
Vivía
en un dos ambientes.
En
una habitación, las fotografías, su saxofón, el teléfono y la computadora. Las
banderas, los documentos y su ropa de trabajo. Los pinceles, las acuarelas y
sus bocetos. La camiseta de Racing, su agenda, un rosario y un Cristo
crucificado. El balcón y la ventana invitaban a pasear a las luces de la noche
sobre el sofá, la mesa y la vajilla. El aura del ambiente amalgamaba una
interminable espera con el aire.
En
la habitación contigua permanecía él. También a veces iba una mosca, claro, a
dedicarle una ceremonia a la bajo consumo hasta que el aburrimiento la
expulsara por la grieta entre la puerta y el suelo.
Para
su cena siempre preparaba un plato de arroz blanco en la medida justa, un poco
más que ayer. Rara vez la factura de algún servicio atravesaba la puerta de su
departamento. Y más extraña aún era la ocasión en que un alguien, que no fuera
él, cruzaba ese umbral. González nunca tenía tema para la charla o si tenía
alguno no podía usarlo sin sentir que hablaba de una vida ficticia.
Superficial, como la cáscara de una cebolla fácil de remover. Entre cuatro
robustas paredes se había cultivado su frágil corazón que latía tímidamente.
Lleno de temor a romperse. Se trataba de un hombre que era inquilino de sus
inseguridades. Que deseaba que nada le sucediera, y nada le sucedía.
Mariano Saavedra
Comisión 37
Prof. Beatriz Masine
Bello... Me recuerdo a Natalio Ruiz...
ResponderEliminarSol
Hermosa forma de decir!
ResponderEliminar