martes, 18 de septiembre de 2012

Perfil Josef Mengele


La vida del fugitivo no es apta para cualquiera, muchos desistirían al poco tiempo de saber que alguien sigue tus pasos y no se detendrá hasta encontrarte. Es de suma importancia aprender a convivir con esa presión, hacerla parte de la vida diaria; naturalizar el hecho de tener más de un nombre, varias nacionalidades, muchos hogares; a entender que las amistades son pasajeras y no hay lugar para el afecto, sólo puedes enfocarte en tu persona y concentrarte en el hecho de estar solo frente al mundo.
Hay una persona que conoce bien el oficio, sigue al pie de la letra las reglas y sabe jugar este juego.
Lo han corrido de Alemania para Argentina, de Argentina para Brasil. Se burla de sus cazadores demostrando astucia e inteligencia. En este momento, por ejemplo, se refugia en una pequeña casa, muy acogedora, ideal para una persona sin compañía. Tres habitaciones, cocina a garrafa, una televisión que por lo menos acumula veinte años de antigüedad. No quedan rastros de barniz en los muebles, las paredes reclaman a gritos una mano de pintura y el techo esta descascarándose, pero a pesar de todo el ambiente no pierde su armonía.
 Las aspas del ventilador de techo cortando el aire es el único sonido que se percibe en la sala. Las ventanas facilitan la invasión solar de la mañana, no es un día muy caluroso pero la humedad impone su presencia. Josef sale de su cocina con dos vasos de lo que parece ser jugo de naranja, se sienta en una silla de mimbre y limpia los gruesos vidrios de sus lentes. Saca un cigarrillo y lo prende con dificultad, el temblor de sus manos es un pequeño indicio de su vejez. Toma una pequeña libreta que hay sobre la mesa, moja la punta de un lápiz con la lengua, mira su reloj y hace una breve anotación rápida. Parece que no seré el único que se lleve información.
La televisión está encendida pero nadie la observa, el presentador del canal de noticias habla pero no es escuchado. Por la cercanía de la casa a la calle, el pasar de los autos genera un bullicio urbano que dificulta la charla. La temperatura parece subir cada vez más y unas pequeñas gotas de sudor descienden por la frente de Josef.
-¿Le molesta si prendo un ventilador de pie? Aun no puedo acostumbrarme a este clima…
Sólo hace un par de semanas desde que dejó la Argentina y vino a parar aquí, la casa está vacía, cualquiera podría pensar que está deshabitada.
-No quiero desarmar mis valijas, nunca se sabe cuándo habrá que salir de viaje nuevamente.
El teléfono suena pero Josef parece ignorarlo, el timbre se corta, pasan unos segundos y comienza otra vez. Sigue fumando como si nada pasara, finalmente se levanta y arranca de un tirón el cable del aparato.
 -Recibo llamadas todos los días, pero no las contesto. No puedo confiar en nadie, mi situación es un tanto delicada ¿Entiende usted? Si alguien de verdad me necesita, conoce los horarios en que debe hacer la llamada.
Parece ser que a pesar de todas las precauciones no se priva de andar por la calle como un ciudadano más, sobre la mesa de la cocina se pueden observar unas bolsas de supermercado repletas de artículos de limpieza, comida y bebidas alcohólicas.
-La limpieza es primordial, no soporto la suciedad, me provoca nauseas. Por supuesto que salgo de la casa, necesito tener contacto con la gente. Si dejara de hacerlo perdería el buen ojo y mi carrera llegaría a su fin.
Va hasta la cocina, inspecciona una de las bolsas y saca de su interior una libreta muy similar a la que dejó sobre la silla de mimbre. Regresa a la sala, camina lentamente como si el tiempo fuera eterno, larga un suspiro y vuelve a sentarse. Abre la pequeña libreta, está repleta de anotaciones: cuerpos dibujados, oraciones tachadas, textos breves y complejos.
-Cada nuevo destino es una oportunidad para incrementar el conocimiento. El ser humano es sumamente complejo, hace falta conocerlo en sus más diversas versiones. El hombre brasileño es distinto al argentino o al europeo y merece su estudio. Seguramente ellos también quieren mejorar como raza, no puedo negarles esa posibilidad.
Lanza una carcajada, se sonríe y comienza a toser. Una tos seca pero intensa, lo hace repetidas veces. Toma el vaso de jugo de naranja y se lo termina de un trago. Acto seguido, saca del bolsillo de la camisa un frasco de pastillas, gira el cuerpo para ocultarse de la mirada ajena y la introduce en su boca.
-El paso de los años se hace sentir, pero me siento joven, eso es lo importante. Las pastillas sólo son por precaución, no las necesito…
Escribe con frecuencia en la libreta, no sin antes echarle un vistazo a su reloj de muñeca. El sol empieza a bajar y la luz se va pero el calor permanece. Se pone de pie para encender las luces principales, antes de volver a sentarse un espejo se cruza en su camino y lo hipnotiza. Practica varias poses observándose detenidamente, inspecciona su rostro, lo palpa.
-No soy ningún tipo de héroe… por el momento. Quién sabe qué pasara de aquí a unos años. No es mi objetivo principal, pero si así tiene que ser no me opongo.
Suena otra vez el timbre del teléfono ¿Cuándo volvió a conectarse? Josef es muy sigiloso cuando se mueve. Levanta el tubo y disminuye el tono de voz, la charla es extensa pero él apenas abre la boca.
-Tengo un compromiso esta noche, una cena. Conocí a un agradable hombre en un bar anoche, me invitó a conocer a su familia. Desde luego que acepté con gusto. ¿Podríamos terminar aquí? Necesito descansar un poco, mi cabeza tiene que funcionar al máximo en la cena.
Extiende su mano hacia adelante para concretar la despedida. Sale detrás de mí y se queda observándome desde el umbral de la casa, agita el brazo y esboza una sonrisa para un último saludo.
-¡Gracias por su visita!

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