domingo, 16 de septiembre de 2012

La reina del umbral

Una mesa. Dos sillas. Un micrófono. Silencio. Una pantalla blanca cuidaría la espalda de quien se sentase en aquel escenario que se elevaba sobre el nivel del suelo. Una irónica metáfora para quien tiene algo que decir y, como no pretende gritarlo, sutilmente se eleva sobre el resto. Las paredes ámbar resguardaban celosamente a decenas de cabezas atentas a la aparición de una figura espigada. Butacas. Pasillos. Un constante murmullo se esparcía como un río sobre cumbres nevadas. Bajaba por las paredes. Se escabullía por los rincones. Arrasaba con los obstáculos. Acabó por inundar el salón.
Luego, el silencio. Otra vez. 

Su melena suelta: primer indicio de rebeldía. Su postura erguida: señal de obstinación. Tomó el micrófono e inmediatamente su voz se apoderó del espacio y el tiempo. Ya lo confesaría después: "entrevistar es el arte de escuchar". Y esa noche, todos la escuchamos.

"Yo no creo que haya nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad, ni que escribir periodismo sea una prueba piloto para llegar, alguna vez, a escribir ficción", irrumpió.  El destino quiso que Leila Guerrieero recorriera diversos caminos antes de llegar a donde está: el país de los que miran pero, además, ven. Una tierra en donde la única ley es no crecer jamás. Ella, como una niña curiosa y extrañada ante lo deprimente que se esconde en lo natural, entró por la ventana del periodismo para coronarse, tiempo después, reina del umbral que comparten ficción y realidad. 

Muchos fueron víctimas de su pluma tan afilada como creativa. Entre ellos: el gran René Lavand, el clon de Freddie Mercury, los city tours, los museos, la modelo cartonera, el telón del teatro Colón, los paisajes patagónicos, y el equipo argentino de antropología forense. Descripciones, perfiles y entrevistas, son las armas de esta mujer que se cubre de coraje para enfrentar aquello que la rodea, la somete y la cuestiona: la realidad.
Pero una voz llegó desde el fondo de los tiempos para despertarnos con un sonoro "ya va a cerrar, profesora". Y salvó, con su grito bárbaro, a los misterios que confiábamos serían develados aquella noche.

Unas risas. De nuevo silencio.

La figura espigada se retiro por la alfombra roja, literalmente. Su cabello se movía al ritmo de sus pasos. En el compás de su partida dejó, como una estela, centenares de letras sembradas. Nosotros las iremos recogiendo a lo largo del camino. Tal vez broten de cada una de ellas algunos frutos extraños.

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