Luego, el silencio. Otra vez. Su melena suelta: primer indicio de rebeldía. Su postura erguida: señal de obstinación. Tomó el micrófono e inmediatamente su voz se apoderó del espacio y el tiempo. Ya lo confesaría después: "entrevistar es el arte de escuchar". Y esa noche, todos la escuchamos. "Yo no creo que haya nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad, ni que escribir periodismo sea una prueba piloto para llegar, alguna vez, a escribir ficción", irrumpió. El destino quiso que Leila Guerrieero recorriera diversos caminos antes de llegar a donde está: el país de los que miran pero, además, ven. Una tierra en donde la única ley es no crecer jamás. Ella, como una niña curiosa y extrañada ante lo deprimente que se esconde en lo natural, entró por la ventana del periodismo para coronarse, tiempo después, reina del umbral que comparten ficción y realidad.
Muchos
fueron víctimas de su pluma tan afilada como creativa. Entre ellos: el gran
René Lavand, el clon de Freddie Mercury, los city tours, los museos, la modelo
cartonera, el telón del teatro Colón, los paisajes patagónicos, y el equipo
argentino de antropología forense. Descripciones, perfiles y entrevistas, son
las armas de esta mujer que se cubre de coraje para enfrentar aquello que la
rodea, la somete y la cuestiona: la realidad.
Pero
una voz llegó desde el fondo de los tiempos para despertarnos con un sonoro "ya
va a cerrar, profesora". Y salvó, con su grito bárbaro, a los misterios que
confiábamos serían develados aquella noche.
Unas
risas. De nuevo silencio.
La
figura espigada se retiro por la alfombra roja, literalmente. Su cabello se
movía al ritmo de sus pasos. En el compás de su partida dejó, como una estela,
centenares de letras sembradas. Nosotros las iremos recogiendo a lo largo del
camino. Tal vez broten de cada una de ellas algunos frutos extraños.
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