domingo, 16 de diciembre de 2012

Haga patria, que no se le revele la señora


Aproximadamente hace diez minutos me encontraba en el club del barrio con los muchachos, charlando sobre fútbol y pensando cómo hacer para que Luis se levante a la hija de Cacho, el dueño del club. Estábamos a punto de decidir cuál era el piropo más ganador para que le haga temblar las patas y caiga rendida en los brazos de nuestro amigo, pero en plena deliberación nos vimos interrumpidos por una ola de gritos provenientes de la calle. Pospusimos el voto para ver qué era lo que estaba pasando, asomamos la cabeza por el portón y vimos una banda de yeguas cortando la calle. Pedían por no sé qué derecho que no tenían por ser minas, en fin, una huevada.
Anda a lavar los platos. Le grité a una. Rajá de acá borracho infeliz, me contestó. Me ofendí y entramos con los muchachos a las puteadas devuelta para el club.
Cuando alguien se esfuerza por una causa justa y razonable suelo apoyarlo. Pero a veces surgen esos grupos, que por lo visto no tenían nada mejor que hacer, y se dedican a instalar debates innecesarios en la sociedad, sobre cuestiones que ya están resueltas ancestralmente y no precisan cambios. Por esta sencilla razón no logro entender a las feministas.
Feminista, palabra complicada, rara, ¿quién se anima a decir soy feminista? Es por eso que son un grupo reducido, sin peso y enteramente compuesto de mujeres. Pasando en limpio, podemos describirlas como un grupo de mujeres de diversas edades, amantes del aborto, que no consideran la prostitución como un trabajo digno, tienen como principal enemigo al hombre y no reconocen a la cocina como su hábitat natural. Las principales causas del origen de esta especie radican en el matrimonio, en simples y corrientes sucesos como: la infidelidad y la violencia tanto verbal como física. Resumiendo, es una cuestión de debilidad, todos sabemos que una verdadera mujer es capaz de tolerar  esto y más.
Mientras repasaba todo esto en mi cabeza, Luisito, invitó a un hotel a la hija de Cacho para pasar la noche, y la mañana si le daban las gambas. Así, seco. No es la opción que había votado yo, pero tampoco me disgustaba. La piba se negó, le dijo “desubicado”. “Si sos más fácil que la tabla del uno”, le gritamos desde la mesa. La piba se puso a llorar. Nosotros nos cagamos de risa y pedimos otra birra.
Volviendo a las feministas, no debemos dejar que nos laven la cabeza con sus ideas locas, eso es lo que quieren ellas, que caigamos en la trampa. Debemos refrescar nuestra imagen de las mujeres recurriendo constantemente a nuestro mejor amigo, la fuente de la verdad: el televisor. Con solo ver cinco minutos de publicidades podemos afirmar que no existe la mujer luchadora, solo es un mito. La verdadera mujer cocina para la familia, limpia la casa, cura a los hijos cuando se lastiman y los lleva a la escuela. Hace la prueba de la blancura con los calzoncillos del esposo laburador, va al mercado los días que hay descuento. Se queja cuando le viene la regla y se alegra cuando le regalas un paquete de toallitas, sus mejores amigas. Y esto va para los muchachos, una mina con todas las letras no te pide flores ni que la lleves a comer. Esa es una idea equivocada que instalaron las propias mujeres para confundirnos, pero no somos ningunos tontos, se sabe que se bajan los pantalones por un desodorante o  una cerveza fría.
 Luis volvió para la mesa haciéndose el enojado, pero la situación fue más grande que él, y soltó una carcajada. Dijo que las cosas no iban a quedar así, hoy pensaba agarrar el auto a la noche y salir de levante. El viejo truco del auto, ninguna piba se lo resiste, con tal de que las lleven hacen cualquier cosa, entre los hombres el que no corre, vuela. Luis es casado, tiene dos pibes chicos, por eso lo advertimos. Le dijimos que no pague un telo muy caro, que no gaste mucha nafta, que deje algo de guita en la casa. Los hombres también tenemos que hacer autocrítica, cuando una mujer se vuelve feminista es porque la dejaste de mantener, porque no se pudo comprar más corpiños e ir a la peluquería cada tres horas. Pero sabemos que nuestro amigo es terco e iba a reventar la billetera en una noche. Hicimos una vaquita y le dimos para que le dé unos mangos a la señora. No íbamos a contribuir a que sigan creciendo las yeguas rompe pelotas.

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