Aproximadamente hace diez minutos me encontraba en el club del barrio
con los muchachos, charlando sobre fútbol y pensando cómo hacer para que Luis
se levante a la hija de Cacho, el dueño del club. Estábamos a punto de decidir
cuál era el piropo más ganador para que le haga temblar las patas y caiga
rendida en los brazos de nuestro amigo, pero en plena deliberación nos vimos
interrumpidos por una ola de gritos provenientes de la calle. Pospusimos el
voto para ver qué era lo que estaba pasando, asomamos la cabeza por el portón y
vimos una banda de yeguas cortando la calle. Pedían por no sé qué derecho que
no tenían por ser minas, en fin, una huevada.
Anda a lavar los platos. Le grité a una. Rajá de acá borracho infeliz,
me contestó. Me ofendí y entramos con los muchachos a las puteadas devuelta
para el club.
Cuando alguien se esfuerza por una causa justa y razonable suelo
apoyarlo. Pero a veces surgen esos grupos, que por lo visto no tenían nada
mejor que hacer, y se dedican a instalar debates innecesarios en la sociedad,
sobre cuestiones que ya están resueltas ancestralmente y no precisan cambios.
Por esta sencilla razón no logro entender a las feministas.
Feminista, palabra complicada, rara, ¿quién se anima a decir soy
feminista? Es por eso que son un grupo reducido, sin peso y enteramente
compuesto de mujeres. Pasando en limpio, podemos describirlas como un grupo de
mujeres de diversas edades, amantes del aborto, que no consideran la
prostitución como un trabajo digno, tienen como principal enemigo al hombre y
no reconocen a la cocina como su hábitat natural. Las principales causas del
origen de esta especie radican en el matrimonio, en simples y corrientes
sucesos como: la infidelidad y la violencia tanto verbal como física.
Resumiendo, es una cuestión de debilidad, todos sabemos que una verdadera mujer
es capaz de tolerar esto y más.
Mientras repasaba todo esto en mi cabeza, Luisito, invitó a un hotel a
la hija de Cacho para pasar la noche, y la mañana si le daban las gambas. Así,
seco. No es la opción que había votado yo, pero tampoco me disgustaba. La piba
se negó, le dijo “desubicado”. “Si sos más fácil que la tabla del uno”, le
gritamos desde la mesa. La piba se puso a llorar. Nosotros nos cagamos de risa
y pedimos otra birra.
Volviendo a las feministas, no debemos dejar que nos laven la cabeza
con sus ideas locas, eso es lo que quieren ellas, que caigamos en la trampa.
Debemos refrescar nuestra imagen de las mujeres recurriendo constantemente a
nuestro mejor amigo, la fuente de la verdad: el televisor. Con solo ver cinco
minutos de publicidades podemos afirmar que no existe la mujer luchadora, solo
es un mito. La verdadera mujer cocina para la familia, limpia la casa, cura a
los hijos cuando se lastiman y los lleva a la escuela. Hace la prueba de la
blancura con los calzoncillos del esposo laburador, va al mercado los días que
hay descuento. Se queja cuando le viene la regla y se alegra cuando le regalas
un paquete de toallitas, sus mejores amigas. Y esto va para los muchachos, una
mina con todas las letras no te pide flores ni que la lleves a comer. Esa es
una idea equivocada que instalaron las propias mujeres para confundirnos, pero
no somos ningunos tontos, se sabe que se bajan los pantalones por un
desodorante o una cerveza fría.
Luis volvió para la mesa
haciéndose el enojado, pero la situación fue más grande que él, y soltó una carcajada.
Dijo que las cosas no iban a quedar así, hoy pensaba agarrar el auto a la noche
y salir de levante. El viejo truco del auto, ninguna piba se lo resiste, con
tal de que las lleven hacen cualquier cosa, entre los hombres el que no corre,
vuela. Luis es casado, tiene dos pibes chicos, por eso lo advertimos. Le
dijimos que no pague un telo muy caro, que no gaste mucha nafta, que deje algo
de guita en la casa. Los hombres también tenemos que hacer autocrítica, cuando
una mujer se vuelve feminista es porque la dejaste de mantener, porque no se
pudo comprar más corpiños e ir a la peluquería cada tres horas. Pero sabemos
que nuestro amigo es terco e iba a reventar la billetera en una noche. Hicimos
una vaquita y le dimos para que le dé unos mangos a la señora. No íbamos a
contribuir a que sigan creciendo las yeguas rompe pelotas.
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