Subí
el volumen al máximo. Ahora sí, Piazzola resonaba por todos los rincones de la
casa. Me dirigí al baño entre saltos, agitando un incienso de rosas que hacía
de batuta, dejando que el humo marcara mi camino. Mientras dejaba cargando la
bañadera con espuma, la decoré con unos cuantos pétalos de flores silvestres.
Luego prendí algunas velitas aromáticas, acomodándolas de distinta manera hasta
dar con la iluminación perfecta.  Las
pompas de jabón danzaban de aquí para allá al compás del gran músico y el calor
ya había empañado el espejo, probé el agua con apenas un dedito del pie y
estaba exquisita. Había llegado el dichoso momento.  
Sin
cerrar la canilla me sumergí en sus profundidades. Me quedé unos minutos,
inmóvil, mirando como los reflejos de algunos rayos de la bombita se colaban
por sobre la superficie, jugando con los distintos ángulos, entreabriendo y
cerrando los ojos, con sólo la nariz sobresaliendo por fuera del agua. Cuando
mis pupilas ardieron lo suficiente, coincidiendo como lo esperaba con el cambio
de ritmo, jugué a ser papá Noel, un pomposo caniche toy y hasta muñeco de
nieve, porque lo importante era no pensar, despejar la mente, vaciarla de todo
significado.
Ahora
 sólo quedaba el toque final. Tomé el
frasquito que yacía en uno de los bordes y 
lo examiné jugueteando con su contenido. Las pastillitas chocaban contra
las paredes de vidrio rebotando de aquí para allá hasta ceder a la fuerza de
gravedad. Sujeté fuertemente la tapa e intenté desenroscarla de un tirón,
consiguiendo únicamente dañarme aún más las manos. Mis dedos ya se habían
arrugado por el agua, y ni con la fuerza de todos mis músculos juntos y todas
las venas dilatadas a punto de estallar pude abrir el condenado frasco. Había
estado planeando este momento durante meses, no podía dejar que este  hijo de puta me lo arruinase, por lo que
probé nuevamente, esta vez con más cuidado intentando controlar la presión,
pero fui derrotado. Recogí el cuchillo del suelo para intentar apuñalar una y
otra vez al condenado frasco, que seguía inmutable, como si se riera de todos
mis esfuerzos. El agua que comenzaba a rebalsarse, se ponía cada vez más roja,
contrastando brutalmente con mi palidez cada vez más fantasmal. Me dolían las
muñecas de tanto forcejeo y sus heridas parecían desgarrarse cada vez más
en  cada intento. Probé mordiendo y
arañando, me tragué pequeñas partes de dientes rotos y como si fuera poco casi
me disloco la mandíbula. Ni con dedos de pinza, ni con boca de halcón, tenía
que aceptarlo, estaba jugando conmigo, mostrándome una vez más que uno mismo no
puede ser artífice de su propio destino. La desesperación se había apoderado de
mis nervios sacudiendo al pequeño entre mis temblorosos dedos húmedos. El dolor
me atravesaba todo el cuerpo, así como también aquello de lo que había querido
alejarme, los tan temidos pensamientos. Una vez más, estaba frente a la
encrucijada del final emancipatorio o el cruel arrepentimiento. Finalmente comenzaba a sonar el último compás de la novena pista
del disco, iba a ser lenta, lo sabía, lenta y terrible.
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