lunes, 28 de octubre de 2013

Dos miradas

Uno entró al edificio de Constitución con la tranquilidad de los que no tienen que dar explicaciones y con el sobrio humor de los que, si tuvieran que darlas, podrían hacerlo sin demasiados problemas. Cuando llego al aula, miró de reojo a través de la parte vidriada de la puerta –mientras sostenía una campera en su mano derecha- y esperó a que llegara la profesora para entrar al séptimo salón de la facultad. Su aspecto era francamente opuesto al que uno puede esperar de un escritor –o, mejor dicho, al de la imagen estereotípica que un alumno de primer año de la facultad tiene de lo que es “un escritor”. El conjunto de jogging y campera marca Adidas parecía, quizás, más apta para vestir a uno de los personajes de la novela de Cristian Alarcón (Cuando me muera quiero que me toquen cumbia) que al autor de Dos veces junio.
            El otro, apenas una semana atrás, había entrado al mismo edificio de Santiago del Estero y había hecho el mismo –corto- camino que lleva hasta la puerta del aula siete. Sin embargo, seguramente no lo acompañaban las mismas sensaciones que al primero. Cuando se prestó a entrar y a pararse enfrente de los –al menos- cuarenta jóvenes que lo esperaban sentados, su aspecto distaba del que mostraría su colega una semana después. La camisa celeste que había elegido para dar su charla se oscurecía en algunas zonas de la espalda por la transpiración que le provocaban sus nervios. “¿Me preguntarán algo que no pueda responderles? ¿Y si la novela les pareció horrible?”, quizás haya pensado –equivocadamente- el protagonista de aquel día.
            Uno es Martín Kohan; el otro, Ariel Ídez. Uno, con las ideas, pareciera ser, mucho más claras que el otro; con un objetivo claro en lo que respecta a qué se debe decir en una charla literaria. Porque esa fue la sensación que dejó Martín Kohan en aquellos que presenciamos las casi dos horas que duró su exposición. “Lo más importante es el cómo, no el qué…una vez que tienen el cómo de una novela, lo tienen todo”, repetía una y otra vez el petiso escritor de cabello castaño, en lo que parecía ser un manual de instrucciones –emulando a las instrucciones para escribir un cuento que alguna vez desarrolló Julio Cortázar- para futuros escritores. Desde que se plantó frente a todos tuvo muy claro cuál era el mensaje a transmitir, y aprovechó con mucha sutileza cada pregunta para colar alguna de sus máximas a la hora de escribir. “Yo escribo a mano alzada…nada de máquinas de escribir ni de teclados, porque eso me hace perder contacto con lo que escribo”, lanzaba, en lo que sin lugar a dudas era una plantada de bandera ante los –actualmente- métodos más comunes de escritura. Y esa frase quizás sea un fiel reflejo de lo que fue la charla con Kohan desde el principio hasta el final: una conversación de café…solo que con cuarenta personas escuchándolo únicamente a él.
            Idez se había sentado en la silla de Kohan una semana antes. Con su aspecto un tanto desgarbado y su ropa de estudiante de posgrado universitario, este escritor “aireano” entró con el desafío de despejar las muchas dudas que puede dejar –y en efecto había dejado- su novela en cuestión: La última de César Aira. Tanto para él como para su audiencia esta era una experiencia prácticamente nueva, y esto se notó. Para la semana siguiente, cuando apareció Kohan frente a la “Cátedra Cortés”, había un poco más de experiencia de los dos lados: los alumnos ya teníamos en nuestras espaldas la charla con Idez, y Kohan llevaba cómodo su experiencia en estas situaciones. Si bien tardó los primeros quince minutos en acomodarse, Idez entró en ritmo al tiempo que la audiencia lo hacía, respondiendo ávidamente todas las inquietudes que surgían. Para cuando todos habían entrado en ritmo (y esto incluye a quienes escriben esta crónica) el tiempo de las preguntas se había acabado, el reloj marcaba las once, y el aula debía ser desocupada.

Tres veces junio

Leer a Martín Kohan en junio puede parecer un dato sin importancia. Leer Dos veces junio y tener la oportunidad de escuchar al autor en una charla dirigida a nosotros en el mes de junio puede parecer una simple casualidad. Cruzar ambos datos, a Kohan y su otro yo que no es especialmente él, todo en durante el mes de junio ha de ser quizás una formidable coincidencia.
El primer acercamiento al mundo literario de Martín Kohan fue a través de Dos veces junio, un relato particular del que el autor nos contará más adelante. Las ediciones que leímos, como la mayoría de los libros, contaba con una corta reseña sobre su actividad literaria y una foto tamaño carné de un Kohan con lentes redondos, perfil duro y con cierto aire de celebridad seria. Es usual que durante la lectura nos hayamos detenido a pensar cómo será la vida del fulano, este total desconocido que sabemos bien no es quien narra, porque el narrador pertenece al mundo ficcional, mas crea personajes, piensa en los giros y hasta tenía facha. Este autor de perfil duro como ya dijimos, seguramente era poco dado a la oralidad, un hombre de pocas palabras, seco en trato, el vivo mito de los escritores como hombres callados más o menos. Toda esta infinidad de conjeturas obtenidas a partir de la única foto que presentaban las ediciones nos acompañaron hasta el 24 de junio pasadas las nueve de la mañana.
Llegamos temprano. La pregunta más sonada en clase fue: “¿Qué libro leíste?” mientras que en las cabezas de varios paseaban posibles preguntas que le teníamos guardadas desde nuestras lecturas. Contrariamente a nuestras expectativas, Martín Kohan arribó al aula número siete de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA vestido de negro, con un pantalón deportivo de una marca y un buzo de otra. Manteniendo una apariencia un tanto descuidada o quizás simplemente escasa meditación de un atuendo acorde a la situación, Kohan no parecía aquel tipo pintón que se mostraba en sus libros. El hombre que había atravesado la puerta tenía bastante menos cabellos que el de la foto y algún que otro año más. Incluso, llegamos a confundirlo con el sujeto que se encarga de que funcione el audio, hasta que oí a mis compañeros murmurar de que se trataba de él. Todas nuestras conjeturas se cayeron a pedazos. Hasta que habló, habló y se fue perdiendo en sus palabras.
Fue evidente que el tema que Marina Cortés le había propuesto le parecía fascinante, hablar de la escritura para Kohan era un homenaje a la escritura material, al tiempo de producción, a la relación del escritor, de quien escribe con sus cuadernos, libretas, su lapicera Astor 303 y la tinta misma sobre la fibra rayada de sus primeros cuadernos Gloria, a esa actividad que él definió como solitaria, conjetural, de deseo difuso.
“Literatura no es solamente contar una buena historia, ¿hasta qué punto lo narrado existe sin la narración?” Un tanto indignado por la “expresión descarnada de contar historias” -que se puso en evidencia durante su estadía en la Feria de Frankfurt-, Kohan narraba cómo el predominio del contenido, del argumento desmerecía totalmente la riqueza de la narración, del tan apreciado cómo. Describiendo a los agentes de las grandes firmas editoriales contando por celular de qué trataba el libro, sin haberlos leído previamente, nuestro orador remarcaba que tanto la narración como lo narrado son inseparables. Una literatura que pone el orden de lo narrado en primer plano, subyugando a lo narrado decae en la literatura de las  buenas historias, de los best-sellers.
“Corregir es parte de la escritura, corregir es reescribir” fueron sus palabras. Nos advirtió que la única vez que “se dejó llevar”, que escribió haciendo caso a sus amistades y dejó fluir el texto, nada fluyó. Estábamos frente a un perfecto maniático de la escritura que detesta viajar y probar cosas nuevas, al cual lo saca de quicio escribir sin tener una idea construida,  para él no es suficiente saber qué historia va contar sino precisamente cómo la va a contar para largarse a escribir por caminos más seguros, para tener el control. Martín "no como lo que no haya probado antes de los 8 años" Kohan es un escritor estructurado que no le molesta que lo vean así, bromeando sobre los constantes pedidos de que se relaje y escriba lo que fluya, él responderá que está bien así y que el estrés le gusta e incluso le resulta un envión para producir y consolidar futuras novelas. Goza de la anticipación y del futuro placer que le resultará la corroboración de lo que bien tenía anticipado.  Asimismo, se considera arruinado y dichoso puesto que “cuando tienes una vida arruinada, escribís mucho”. Esta obsesión manifiesta repercute en el tiempo que tarda para escribir sus novelas pues al tener lo que incluso comparó con el signo de Saussure por su complementariedad, lo narrado y la narración, en su esquema mental y como toda memoria es frágil, apenas unos meses le bastan para elaborar textos. Y son en efecto textos lo que produce y no libros, ya que “el libro es pues el texto ya mercantilizable” mientras que el texto es parte de su intimidad creativa.
Martín Kohan mantiene como hemos mencionado, un vínculo real con la escritura, su apego al papel y a la producción manuscrita es un hábito que hemos de valorar teniendo en cuenta que convivimos con formatos digitalizados e incluso, nos encontramos redactando esta crónica ya de manera digitalizada, perturbándonos de ser Kohan del sonido producto de la presión de los dedos con el teclado. La pérdida de ritmo engendrada por el molesto sonido de las teclas, hace que pierda materialidad el acto de escritura, pérdida de experiencias sensoriales que sólo le aporta el papel y la birome. Ausencia de olores, texturas, del contacto directo con el soporte, del placer físico del trazo no lo dejarían disfrutar como lo viene haciendo ya que escribir no le es solamente escribir, es el “modo en que uno envuelve el texto” al punto de llegar a tener deseo físico de escribir a mano y todo lo que eso comporta.  
Volviendo a lo técnico tras el goce sensorial, el narrador es quizás una de las decisiones más determinantes dentro del proceso creativo. Esto ya que propone un tono calibrador del texto y una distancia, una perspectiva desde la cual se narra, desde la cual se puede estar más cerca, más lejos o un ir y venir respecto de los hechos. Kohan afirma que la voz que relata es quien establece los pactos con el lector, puesto que lo posiciona, le da la posibilidad al lector de saber más que quien cuenta, el narrador que cree que sabe y no sabe que denominó “el antisócrates” o al revés, que no sabe que en realidad sabe.

Si bien nos quedó muy en claro su obsesión por la escritura y reescritura, eso no se ve reflejado en el tiempo que tarda para escribir sus novelas. Apenas unos meses le bastaron para escribir Dos veces junio, novela que de por si resulta embrollada con los cambios de ritmo en la escritura, los cortes y la abundante repetición. Para Kohan llega un punto en el que el texto “cobra vida propia”, fluye por sí mismo luego de la elección fundamental del narrador y la relación que el narrador establece con lo narrado. Sin duda alguna, la visita de Kohan fue de gran ayuda a la hora de pensar en nuestras propias producciones gracias a la facilidad con la que expresaba sus ideas y su forma de hablar, tan particular en quienes hacen de su pasión su modo de vida. Supo transmitirnos su amor hacia la escritura, algo que no es nada fácil en estos días. 

Crónica de una charla anunciada

El lunes 17 de junio de 2013, Ariel Idez (autor de La última de César Aira y docente de la UBA) nos halagó a todos los estudiantes de Taller de Expresión I con su presencia en el marco de una charla titulada “La influencia de la carrera de Comunicación en la literatura contemporánea”. Una semana después, el escritor Martín Kohan nos regaló algunas de sus impresiones sobre la literatura en una charla titulada “La construcción del narrador en Dos veces junio, Cuentas pendientes y Bahía Blanca”. Aquí presentamos algunas huellas de esta experiencia.


Desde el momento en el que Ariel Idez entró al aula, cualquiera podría haberlo confundido con un estudiante de primer año en su primer día de cursada, no solo por su cercanía generacional sino también por cierto aturdimiento propio de los inexpertos. Algo desorientado, perdido, se acercó a la primera alumna que divisó en su horizonte próximo y le preguntó: “¿Esta es la clase de Taller?” Cuando ella confirmó su presunción, Ariel acomodó sus pertenencias en el pupitre desvencijado que tenía más a mano y, no sin cierta timidez, se animó a dirigir una mirada desenfocada hacia el gran auditorio que, bullicioso e inquieto, aguardaba su palabra. Aun así, la ausencia de profesores parecía alimentar en él la sospecha de no estar en el lugar indicado; salió al pasillo, echó un vistazo hacia ambos lados y, sin encontrar ningún rostro conocido, volvió a entrar. No fue sino hasta la aparición de Marina Cortés –titular de cátedra y quien lo había convocado– que Ariel se alivió y, resignado ante sus propias inseguridades, quedó a la espera de que se lo presentara.
La charla –ambiciosamente titulada según las palabras de Idez (“La carrera de Comunicación y su influencia en la literatura contemporánea”)– arrancó con agradecimientos, chistes tímidos y una breve defensa del personaje que motivó la escritura de su novela y quien, de algún modo, propició este encuentro: el célebre César Aira. Luego, prosiguió con la lectura de un texto de su autoría escrito especialmente para la ocasión.
La lectura de ese texto fue de lo más amena, a tal punto que por momentos olvidamos que Ariel estaba leyéndonos palabras pensadas, elegidas y labradas de antemano; su discurso parecía espontáneo y, de a poco, en el curso de la lectura, ese escritor algo retraído fue despojándose de sus temores para dar paso al hombre resuelto que, minutos después, nos hacía reír a carcajadas con algunas de sus ocurrencias.
El texto tuvo como eje central el relato de su recorrido a través de la carrera: desde sus inicios en el CBC y su paso por las distintas sedes de la Facultad, hasta su regreso como miembro del equipo docente. Sin embargo, el texto comenzó con una confesión “como para que entremos en confianza”: este escritor admite, no sin cierta melancolía, que durante el ciclo lectivo se le hace difícil escribir a causa de las innumerables responsabilidades de la vida adulta; en comentarios como este parece quejarse un poco de haber ingresado a la adultez y, tal vez por esa razón nosotros, aún estudiantes, jóvenes en la mayoría de los casos, nos sentimos plenamente identificados con su discurso. La segunda confesión que nos hace se trata más bien del desafío que implicó respaldar el título de esta charla (un título inventado por él), pero de algún modo se consuela diciendo: “a mayor desafío, mayor obligación, y a mayor obligación, mayor escritura”. Los tres interrogantes de los que parte para contarnos su recorrido, podrían esbozarse en tres ítems:
*Cómo llegó a esta carrera
*Cómo se hizo escritor
*Cómo se hizo lector
Así, Idez se propone narrarnos estos tres fragmentos de su historia personal para llegar a un relato más amplio que involucra a toda una generación de estudiantes, posible fuente de inspiración para la nuestra. Al contarnos cómo llegó a la carrera, apela a dos motivos de una contundencia incuestionable: el amor y las matemáticas (por supuesto, aquí tuvo lugar la primera de una larga serie de carcajadas desatadas durante la lectura). Así, en el año 1996, sin saber muy bien lo que de él se esperaba ni lo que él mismo esperaba de la carrera, comenzó su recorrido académico por los pasillos de la sede Marcelo T. de Alvear y se encontró en su primer año con la materia Taller de Expresión, una materia que, contrariamente a lo que él imaginaba, recibía a sus alumnos con la propuesta de prácticas de escritura creativa “con un margen de libertad inusitado”. De este modo, arribamos al segundo de los interrogantes: cómo fue que Ariel Idez se convirtió en un escritor. Y gracias a algunas analogías con el fútbol, llegamos a la conclusión de que en cierto momento, Ariel se dio cuenta de que no había tanta distancia entre el proyecto y el acto de escritura; es decir, esos bocetos que había en su cabeza le salían bastante parecidos a la hora de la ejecución en el papel. Fue entonces cuando descubrió que ese oficio “le encantaba”. Pero nada es tan sencillo, porque gracias a las primeras correcciones de sus trabajos, descubrió también que había mucho por mejorar y un largo camino por recorrer; esto, lejos de persuadirlo, lo incitó a esforzarse aún más. Así es como llegamos al último de los interrogantes: cómo fue que Ariel Idez se hizo lector, porque para corregir los errores y desarrollar ciertas aptitudes, sus profesores le propusieron la lectura de muchos autores a los cuales, sin ese impulso, quizás no se hubiese acercado jamás (como sucede con tantos de nosotros). Y gracias a este acercamiento a la literatura, cada autor lo influyó de un modo particular dejando huellas en su propio estilo. Idez declara que “cuanto más leía, más y mejor escribía; y cuanto más escribía, más quería leer” conformando un círculo virtuoso en esta triple alianza de la cual, según él, no hay retorno: lectura, escritura y experiencia.
En cierto momento de la charla, Ariel proclama: “No creo en la enseñanza de la literatura”. Él admite la posibilidad de orientar, incentivar, facilitar lecturas, aprender técnicas o ayudar a descubrir la propia voz, pero de ningún modo cree que exista algo como la formación académica de escritores. Él más bien habla de deformaciones, de accidentes fortuitos, de experimentos que salen mal; y en esa fila se ubica a sí mismo y a muchos de sus colegas. Afirma que ellos son algo así como un producto de sucesivas deformaciones, de una multiplicidad de influencias y corrientes de pensamiento que los han atravesado y que les han permitido el ingreso al mundo de la literatura. Y en este sentido, se refiere a los escritores surgidos de la carrera de Comunicación como una suerte de superhéroes que gracias a sucesivos experimentos fallidos han adquirido, tal vez a modo de compensación, algunos “poderes sobrenaturales”: una vasta cultura general, una capacidad de observación desde múltiples perspectivas o el don de la imprevisibilidad. Y de estas herramientas se valió el autor para ingresar a ese complejo mundo llamado literatura contemporánea. Con respecto a este asunto, Idez nos confiesa: “No sé qué es la literatura contemporánea”, aunque luego se aproxima a una posible definición. Habla de hibridación, de la disolución de fronteras entre géneros y disciplinas, de cierto caos creativo, de la combinación entre teoría y práctica: cosas con las que los estudiantes de Comunicación estamos bastante familiarizados. Es por todo esto que su conclusión final se enfoca en la innegable similitud entre eso que denominamos literatura contemporánea y la carrera de Comunicación, y así justifica Idez el interés que han despertado muchas de las obras escritas por los estudiantes de la carrera en el mundillo literario; porque ellos (nosotros), de algún modo estaban (estamos) mejor adaptados a ese medio tan caótico y, a la vez, tan interesante.
La lectura concluyó con un aplauso cerrado de gran efusividad y se abrió el espacio para las preguntas al autor. Al principio, como suele ocurrir en estos casos, un silencio incómodo se apoderó del aula hasta que la primera valiente rompió el hielo con una pregunta sobre la fuente de inspiración de su novela. Idez se refirió a ella como una “novela conscientemente airiana”, escrita a partir de los esquemas de invención de Aira y, al mismo tiempo, atreviéndose a hablar de él e introduciéndolo como uno de los personajes. Podemos decir que desde el título (La última de César Aira) el autor se propone evocar su figura de un modo burlesco y paradójico. Además, Ariel nos habló de los rigores del mundo literario y de las dificultades para publicar su novela, del hallazgo de una editorial independiente con propuestas innovadoras (Pánico el Pánico), de su proyecto en común con Matías Pailos, del extraño encuentro con César Aira y de su ambiguo comentario sobre la novela, de la inspiración y las ideas que impulsaron la escritura, del proceso de producción y de la creación de los personajes.
La impresión que nos dejó Ariel Idez fue altamente satisfactoria; ahora que lo conocemos gracias a su ingreso en el mundo de la literatura, podemos tomarlo como uno de nuestros referentes. Y creemos que aquí justamente reside el valor de la conexión entre literatura y comunicación: ese mundo fantástico de la literatura no podría llegar a nosotros sin las enormes posibilidades que ofrece el fenómeno de la comunicación y, en cierto modo, la literatura no es literatura sino hasta que se convierte en un hecho comunicativo. Si nadie hubiese leído y publicado la novela de Ariel, probablemente jamás hubiera llegado a nuestras manos y no se hubiera incorporado a eso que llamamos literatura contemporánea. Una obra no es literatura sino hasta el encuentro con su lector.
Cerramos nuestros comentarios con una frase muy esperanzadora de Ariel: “Nunca se sabe dónde va a surgir un escritor, porque suelen aparecer donde menos se los espera”. Al finalizar la charla, nos acercamos con los ejemplares en mano y él, muy predispuesto aunque algo desconcertado por verse a sí mismo en el rol de “escritor hecho y derecho”, garabateó su firma en cada libro con una sonrisa de agradecimiento que sirvió para acortar esa distancia –tantas veces abismal– entre un escritor y su lector.

***

A diferencia de Idez, la entrada de Martín Kohan fue triunfal; desde el primer momento se adueñó del aula y supo captar la atención del auditorio con una gran determinación. Su actitud no era precisamente la de un novato, sino más bien la de un hombre curtido en el terreno, habituado a enfrentar este tipo de situaciones. Luego de una breve presentación en la que se definió a sí mismo como profesor y crítico literario, encaró una charla que tuvo como eje central la importancia de la figura del narrador dentro de la literatura, un tema que resuena en muchas de sus novelas. Kohan, como buen estratega y orador, inició esta charla halagándonos de algún modo, y para ello apeló a resaltar el lugar decisivo que tiene el lector en el mundo de la literatura, incluso más relevante que la figura del autor (queremos poner en duda esa sentencia). Él habla de la escritura como una experiencia de soledad, pero también advierte que se trata de un “acto comunicativo siempre dirigido a un otro que es conjetural y difuso”; así, para el autor, estos encuentros generan gran expectativa, ya que ese horizonte difuso y conjetural cobra realidad concreta en el diálogo con sus lectores.
Martín va rápidamente al grano y, sin demasiados rodeos, aborda el asunto central de esta charla: la compleja relación entre la narración y lo narrado. Él rescata la dicotomía forma/contenido (aunque muchos la descarten tildándola de arcaica) y se vale de ella para encarar su problemática poniendo en primer plano la narración, el cómo por encima de qué. Según su óptica, la literatura se funda en la pregunta por el cómo y no en la pregunta por el qué, es decir, la idea surge cuando el escritor logra resolver los problemas que presenta la narración y no lo narrado, cuando sabe a la perfección no solo qué historia es la que va a contar sino –por sobre todas las cosas– cómo  va a contarla. Sin embargo, Kohan señala que existe cierta literatura que pone su foco en el qué bajo la idea de que la literatura se limita solo a contar una buena historia, una idea con la que él discrepa abiertamente. Para ilustrar esto, nos relató su experiencia en la Feria del Libro de Frankfurt, donde fue testigo de una compra-venta “explícita y descarnada” de derechos de publicación de libros, de meros argumentos sin siquiera tener en cuenta la forma en que estaban narrados. Allí “¡los editores compraban libros sin siquiera haberlos leído!”, confiesa lleno de espanto. Esta versión desalmada del negocio literario podría ser un claro argumento en defensa de la literatura interesada por el cómo. Y en este sentido, Kohan es terminante: para él no existe lo narrado sin la narración, y las grandes decisiones en el ámbito de la literatura tienen que ver con la figura del narrador. Optar entre la primera y la tercera persona es para él una de las decisiones más importantes, porque al decidir esto “armamos un mundo entero” que sustenta lo narrado. Además nos habla del tono, la distancia y el ritmo como características fundamentales a la hora de construir la figura que contará el relato. “La primera ficción es el narrador, lo primero que uno inventa es esa voz”, asegura Kohan. Y esta es una premisa clave para encarar tanto la lectura como la escritura de una obra literaria. Se refiere también al destello producido en los lectores al percibir que cada palabra ha sido elegida con minuciosidad por el escritor entre tantas posibles, al sentir que debía ser esa palabra y no otra. Es por eso que ubica a la corrección como una etapa clave en el proceso de escritura, a tal punto que para él corregir es también escribir.
Una distinción por demás interesante es aquella señalada por el autor entre libro y texto: él escribe textos mientras que las editoriales venden libros. Y esa distinción lo ha ayudado a separar el plano comercial del plano creativo. Otra de las cosas llamativas que menciona Kohan es el placer estrictamente físico que experimenta al escribir; “me gusta tocar el papel, abrazar el texto”, confiesa. Incluso habla de cierto placer olfativo y dice: “El olor de la tinta… ¡me gusta! Y muchas veces huelo lo que escribo”. He aquí un escritor fascinado por su oficio.
Con respecto a su experiencia personal, nos cuenta que suele escribir sus novelas en breves períodos pero solo se lanza al acto de escritura cuando ya tiene muy pensada la historia y el modo de contarla. Admite, no sin cierta desazón, que ha fracasado de todas las maneras imaginables y nos relata algunos de sus intentos fallidos. “A mí no me gusta no saber lo que va a pasar, (…) disfruto de la corroboración, deploro la incertidumbre, la sorpresa, la aventura”, advierte. Pese a que suponemos algún grado de exageración en estos testimonios, creemos que son cualidades llamativas en un escritor, ya que la curiosidad es uno de los caminos directos –aunque no el único– hacia la invención. Según Kohan, el texto cobra vida propia porque se activa en él una lógica inmanente, y por ello sostiene que es fundamental atender a las indicaciones que nos va dando el texto y no tanto a aquellas que queremos imponerle nosotros forzándolo a decir cosas que tal vez el texto no quiere o no necesita decir. Esta es una manera muy interesante de concebir al texto: como una criatura viva con deseos propios.
A partir de las preguntas de los alumnos, Martín profundiza algunas cuestiones sobre sus novelas. Con respecto a Dos veces junio señala la experiencia del corte y lo fragmentario de la narración, mientras que en Cuentas pendientes se enfoca en la mismísima figura del narrador: aquí “no se cuenta otra cosa que el narrador”. La frase que da inicio a la novela (“Tengo para mí…”) ya nos da la pauta de que lo que continúa son meras conjeturas del narrador; luego de unas 120 páginas, esa falsa tercera persona se revela como primera y este simple detalle da cuenta de la destreza magistral de Martín Kohan a la hora de construir la voz narrativa. Con referencia a Bahía Blanca, nos cuenta que la escritura surgió a partir de su interés por la mala fama de esa ciudad, dice que la idea de una ciudad con mala suerte le pareció sumamente atractiva. No obstante, aclara que nada de lo que aparece en su novela es lo que piensa sobre Bahía Blanca ya que él no piensa “nada sobre nada” cuando emprende sus viajes. De este modo, una charla que comenzó siendo más teórica y menos familiar que la de Idez, termina en un estallido de carcajadas frente a algunos comentarios sobre la yeta y su vínculo con cierto ex presidente que, por si acaso, estas cronistas se abstendrán de mencionar. 

La importancia de saber comunicar

  Los escritores Ariel Idez y Martín Kohan se presentaron en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, ante los estudiantes de la carrera Ciencias de la Comunicación, para hablar sobre  “La carrera de Comunicación y su influencia en la literatura contemporánea” y “La construcción del narrador”, respectivamente.

  En un discurso con toques de humor y anécdotas personales, Ariel Idez se da a conocer ante un aula con gran concurrencia de futuros comunicadores sociales el 17 de junio. Prolijo, de suéter celeste, lentes, y en principio da la impresión que algo tímido (pocas veces aparta la mirada de su hoja para hablar a los estudiantes) el autor de La última de César Aira, novela publicada por la editorial Pánico el pánico, cuenta que decidió titular la charla como: “La carrera de Comunicación y su influencia en la literatura contemporánea” y para explicarlo comienza a relatar sus inicios en la carrera que comenzó allá por los años 90’.
  “¿Qué me trajo a esta carrera? ¿Cómo aparecí, un día, sentado como ustedes están hoy en un aula en la que señores y señoras hablaban de la Escuela de Frankfurt, Levi-Strauss y la Mass Comunication Research? Haciendo memoria diría que hubo dos motivos fundamentales: una chica que me gustaba y las matemáticas”, cuenta entre risas de los alumnos. Luego, se dispone a relatar su experiencia como estudiante y  cómo impactó en él la materia “Taller de Expresión I” (justamente en la cual se encuentra hablando), las numerosas cualidades favorables de estudiar Ciencias de la Comunicación y el gran panorama que brinda esta carrera.
  Para cerrar su elocuente discurso, explica el título dado a su conferencia: “Hoy yo quisiera decir que para mí la literatura contemporánea se parece, por un accidente fortuito, a la Carrera de Comunicación Social y por eso los escritores surgidos de esta carrera producen textos que llaman la atención y son valorados en ese campo, porque, de algún modo están, estamos, mejor preparados, mejor adaptados para vivir en ese hábitat”.
  Terminada la charla, tras cuantiosos aplausos, se da lugar a las preguntas de algunos estudiantes sobre su obra publicada en el 2012, La última de César Aira, acerca del humor presente en la novela, la elección del título que suele prestarse a confusión, y la opinión del mismo César Aira sobre la novela en la cual aparece como villano, que según Idez “fue ambigua”. El encuentro finaliza con al acercamiento de los estudiantes al escritor, con lapiceras y libros en manos para ser autografiados.

  Por su parte, Martín Kohan da una charla titulada “La construcción del narrador en Dos veces junio, Cuentas pendientes y Bahía Blanca”, la semana posterior a la de Ariel Idez. En una conferencia de carácter más instructivo que la anterior, comenta fluidamente todo sobre el tema de la narración y lo narrado. Según Kohan, uno tiene el objeto, la idea en la literatura cuando tiene el “cómo”, resolviendo los problemas de la narración y no de lo narrado. Alega que “La historia narrada sin la pregunta por el cómo es mercancía pura”, ya que se ve destinada sólo a contar una buena historia. Por tanto, “un escritor debe escribir cuando tiene una idea narrativa”. Advierte también sobre la importancia de qué tipo de narrador se va a emplear para relatar una historia, y el tono y distancia con la que se narra. Luego se aboca a hablar sobre estos tópicos pero aplicados a sus propias novelas, explicando, por ejemplo, que en Cuentas pendientes la novela parece en tercera persona pero está en primera, y que lo que se narra son puras conjeturas. La otra obra que analiza es Bahía Blanca, donde esa ciudad se ve cargada de negatividad en su libro, pero aclara que “nada de lo que se dice en Bahía Blanca sobre Bahía Blanca es lo que el autor piensa”, diferenciando así la figura del autor con la del narrador. Tras algunas preguntas sobre sus obras, y finalizada la charla con aplausos, Martín Kohan se hace también receptor de numerosos halagos y se invita a los alumnos a acercarse a él para firmar sus novelas.

Comunicándonos sobre literatura

Entró al aula, acomodó sus cosas, parecía nervioso. Se llama Ariel Idez, es un joven escritor argentino, Licenciado en Comunicación Social, egresado de la Universidad de Buenos Aires. Apareció con un texto muy organizado, venía a hablarnos sobre la influencia de la carrera que lo formó en la literatura contemporánea nacional. Empezó contando los motivos por los cuales decidió adentrarse en este mundo del lenguaje. Corría el año 1994, terminaba el secundario, debía anotarse en alguna facultad pero aún no estaba seguro de lo que quería ser en la vida. Entonces no fueron más que un par de razones aisladas las que lo llevaron a elegir este camino. “Haciendo memoria diría que hubo dos motivos fundamentales: una chica que me gustaba y las matemáticas. Paso a explicarles… yo compartía viaje en colectivo al curso de orientación vocacional con una compañera del secundario, de esas que nunca te dan bolilla pero se rebajan a dirigirte la palabra porque te encuentran en otro contexto. Un día, colgado del pasamanos, ella me contó que había decido inscribirse en comunicación. Su argumento era inapelable: no tiene matemáticas en el CBC. Además como beneficios adicionales podías hacer periodismo, publicidad o alguna otra cosa.”
      En seguida, nos comenzó a relatar sus primeras experiencias con la escritura. Fue en la materia “Taller de expresión” de primer año donde descubrió el placer de narrar; no sólo por la libertad que le brindaron para hacerlo sino también porque sintió que lo que proyectaba en su mente podía ejecutarlo bastante parecido en el papel. Pero, a su vez, comprendió que no era una tarea sencilla, que le quedaba mucho por aprender, que escribir también es reescribir, es decir un trabajo continuo. Por otro lado, en ese espacio, se inició como lector, entendiendo que la lectura es una actividad que se rige por el gusto. Para él, es un camino de ida, mientras más se lee, mejor se escribe, mientras más se escribe más ganas de seguir leyendo. Un inagotable círculo virtuoso.
      Justamente nosotras nos encontramos cursando esa materia, adentrándonos en ese círculo inagotable de las letras, los relatos, la sintaxis, los géneros discursivos y demás conocimientos que nos brida la carrera de comunicación. Estamos empezando a usar otras miradas de la mano de los profesores que nos guían y nos brindas las herramientas. Es por esta razón, que Marina Cortés, la Titular de la cátedra, organizó dos charlas con autores de novelas contemporáneas. Uno de ellos fue Idez, el otro Martín Kohan. Ambos escribieron textos novedosos, con técnicas y estilos particulares. Nosotras leímos varios de sus trabajos, los analizamos, disfrutamos  de sus personajes y experimentamos esta nueva forma de literatura que desafía los límites tradicionales. Durante las clases, estudiamos a Bajtín, la diferencia de géneros, la teoría en su rigidez, pero en la práctica, nos asombramos con hibridaciones, intertextualidad, diferentes puntos de vista y formas de contar. Idez mencionó en su discurso: “Hay un estado de cosas que la literatura comparte con todo el arte contemporáneo  y que ha recibido muchos nombres, hibridación, cruza, que palabras más o menos consistiría en la disolución de las fronteras que separaban los géneros y las disciplinas artísticas, ante muchos textos ya no sabemos si estamos leyendo una novela, un ensayo, una crónica o todo al mismo tiempo”
      La última de Cesar Aira es una de esas obras. Idez la escribió cuando todavía se encontraba cursando la carrera. Para realizarla tomó como modelo el estilo de Cesar Aira, otro autor contemporáneo argentino muy conocido. Idez había leído una gran cantidad de sus obras y deseaba utilizar su novedoso estilo para plasmar una historia. ¿De qué se trata este estilo? En primer lugar se ajusta a una idea de “fuga hacia adelante”, un devenir constante. Los textos parecieran sorprender en cada página con un acontecimiento más inesperado que el otro, con conexiones de sentido diversas, algunas veces realistas otras veces demasiado fuera de lo común, incluso se podría decir que rallando lo absurdo. Se mezclan la ciencia ficción con el género policial, el humor constante de las comedias, el tinte apocalíptico, el suspenso, entre muchos otros. El autor trata  de hacernos creer que los argumentos son improvisados. Presenta continuamente algún hecho que sorprende al lector cambiando el giro de la historia hacia lugares nunca pensados en las primeras páginas de la novela.
      Con esmero logró su cometido. El personaje principal es El ENANO MAS SEXY DE MUNDO, un porteño que termina viviendo aventuras inesperadas en el tranquilo barrio de flores. ¿Tranquilo? Cesar Aira, el villano, posee en el lugar una red de prostíbulos, una fábrica ilegal de producción de novelas en la villa cercana, un ejército de negros  y una asociación con los chinos que quieren dominar el mundo. SÍ, definitivamente un barrio muy tranquilo.
      Particularmente en esta obra podemos ver la intertextualidad en su mayor nivel. No sólo el autor retoma personajes y espacios geográficos de las novelas de Aira sino que lo incorpora dentro de la historia. Sin embargo, no hay que pensar que no nos brinda su sello propio. El humor y la sensibilidad a la hora de escribir son un ejemplo.
      Devoramos la novela en pocos días. Valeria al finalizarla en primer lugar me llamó al celular impaciente: “¿Terminaste? ¿Qué te pareció el final?” Ambas comprendimos que estábamos frente a una nueva experiencia. Nunca habíamos leído este tipo de estilo. A lo largo del texto fuimos sorprendiéndonos capítulo a capítulo debido a la particularidad de los personajes y los hechos. El final abierto, fuera de lo común en donde el villano logra su cometido: la Argentina había desaparecido, fue la frutilla del postre. “¿Te gustó el libro Val? SÍ, fue algo totalmente distinto a lo que venía leyendo, el final me dejó pensado”, me contestó. Creemos que este tipo de relatos fomentan la crítica y llevan a la reflexión. Quedan muy lejos del cuento de hadas en donde todo nos cierra con un final feliz, pero también bastante alejado de lo estrictamente “real”. Aunque debiéramos preguntarnos ¿sabemos lo que es la realidad o vivimos en una ficción permanente en donde los hechos los vemos de acuerdo a nuestro punto de vista? Este último interrogante, propio de nuestro siglo, es el aliado fundamental que permite terminar con la novela realista, con narrador omnisciente y nos alcanza libros como el de Idez para seguir cuestionando los esquemas establecidos.          
En la charla que tuvimos con él, luego de contarnos sus experiencias de vida como escritor, el autor analizó los enfoques de su obra terminando de explicar la influencia de la carrera de Comunicación Social en la literatura contemporánea. “Para mí la literatura contemporánea por un accidente fortuito se parece a la carrera de Comunicación Social y por eso los escritores surgidos de esta carrera producen textos que llaman la atención y son valorados en ese campo, porque de algún modo están, estamos, más preparados, mejor adaptados para vivir en ese hábitat… De no haber estudiado comunicación no habrían, no habríamos escrito lo que escribimos, cómo lo escribimos y  a fin de cuentas si algo de eso que se escribió resulta tener algún valor para la literatura contemporánea la carrera tiene  que ver con eso”.
                                 El encuentro, nos permitió analizar sus propias palabras, nos damos cuenta que la influencia no sólo se genera desde la carrera a la literatura sino que también a la inversa. Pudimos entender que las novelas o los textos que leemos en las diferentes materias, así como entrar en contacto con autores contemporáneos, también afectan nuestra manera de atravesar la carrera y de pensarla. La comunicación social se trata en algún punto de estar atento a lo actual, a la innovación, poniendo acento en la imaginación, la búsqueda de hibridación de técnicas y formas que permitan ir más allá de lo que hay, teniendo siempre un pensamiento crítico. En definitiva, la literatura contemporánea nos estaría ayudando a seguir adelante con este paradigma. Leer La última de Cesar Aira fue un primer paso.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Martín Kohan, un escritor excepcional

El 24 de junio dio una charla a los alumnos del Taller de expresión I de la carrera de Ciencias de la Comunicación Social, en la facultad de Ciencias Sociales (UBA). Su humor y autenticidad generó las risas de todos. Los alumnos hacían fila para la firma de libros.


Es invierno. Son las nueve de la mañana de un lunes. Se lo ve entrar tranquilo, viste ropa deportiva. Está muy distinto a la foto de la solapa del libro. Quizá sea vieja. Se saca la campera y agarra el micrófono, con aire de tener mucha experiencia en hablar ante tantas personas.
Martín Kohan es profesor de literatura y crítico literario. Tiene unos 46 años y un montón de novelas reconocidas internacionalmente. Pero pocos podrían imaginar que ese gran escritor –el mismo que escribió Cuentas pendientes y Dos veces Junio, y que ganó el Premio Herralde de Novela en 2007– conserva aún una corriente de simpleza y humor inigualable.
Con la mirada fija en nosotros comienza hablando apasionadamente sobre la escritura, dice que es un proceso de soledad porque el lector no está empíricamente en el momento de la creación de la narración. También afirma que la pregunta que se ha hecho la literatura a lo largo de la historia es si prevalece lo narrado o la narración: la pregunta por el qué narrar o cómo narrar algo. Y eso es lo que hace ahora: busca la mejor forma de transmitir sus saberes y experiencias, interrumpiéndose todo el tiempo por encontrar a cada rato otro modo de explicarnos sus ideas. Entonces dice que lo que quiere decir con eso es que la literatura se preocupa más por la forma que por el contenido. A modo de introducción nos cuenta sobre la Feria de Frankfurt, que es la mayor feria comercial de libros del mundo. Es un evento de gran importancia desde el punto de vista editorial ya que en ella se desarrollan importantes actividades relacionadas con el sector mercantil, como negociaciones entre libreros y editoriales y negociaciones sobre derechos de venta en todo el mundo.
Me recomendaron que no fuera, que siendo escritor no es algo grato de ver. Parece una verdulería pero de derechos de autor, traducciones, etc. Cuando estuvo en ese lugar le llamó la atención ver cómo la gente caminaba de aquí para allá con muchos celulares, contando en distintos idiomas de qué se trataban los libros, qué historias narraban, pero sin haberlas leído realmente, sólo viendo su contratapa. Reitera que no hay literatura allí, sólo un mercado de literatura.
Insiste en decirnos que una historia es buena cuando genera interés. Es decir que, según él, una historia es buena si, a pesar de que su contenido sea escueto, el modo en el que se cuenta es interesante y genera en el lector más ganas de seguir leyendo.
Lo narrado no existe hasta tomar decisiones narrativasdice, y lo aplica ahora mismo a su discurso. Su pronunciación clara, su mirada fija en las audiencias y una leve sonrisa permanente en su cara hace que todos queramos seguir escuchando.
Ahora habla del narrador: –Ese yo nunca es yo, lo cual es algo sumamente estimulante para todos aquellos que nos entusiasmamos con la literatura, porque estamos hartos de nosotros mismos. Y se le nota el entusiasmo, habla con pasión. Parece un personaje más, alguno de esos que parece cobrar vida. Hace chistes, nos hace reír a todos.
Parece tener los sentidos agudizados, debe ser cosa de escritores. Es un ferviente defensor del rol del narrador en la historia, dice que a partir de él la historia cobra vida; puede haber una buena trama pero sin narrador no hay historia. Nos da tips: en primer lugar, se debe seleccionar muy cautelosamente quién debe narrar. Una vez hecha la elección se le debe dar un tono: se calibra la historia a partir de él (se puede mostrar desapego a lo narrado, o curiosidad, ironía, etc.), y una distancia: el narrador se puede pegar a los hechos o no, mirar meticulosamente o no tanto, tomar distancia de la historia narrada y ver un todo, etc.
Nos confiesa que, para escribir, antes que nada él imagina la historia. A partir de un disparador o dos le surgen algunas ideas: "como estrellas que empiezan a aparecer y formar parte de lo que será una constelación". Bahía Blanca la escribió a partir de un disparador que recuerda con mucho humor. Estaba reunido con una amiga y a ella le dolía mucho la cabeza, no podía parar de quejarse. –Tal fue mi preocupación que me ofrecí llevarla al hospital, y eso que yo no hago esas cosas –dice, y explota una carcajada en el aula. Finalmente la amiga le respondió: -Bueno, hagamos algo: vamos a olvidarnos y así se me va a ir, nos olvidamos y listo-. Pasó el rato, concluyó la reunión de café y él no quiso volver a preguntar: –Habíamos quedado en que nos olvidábamos así que preguntarle estaba de más, pero no volvió a quejarse – por lo tanto el resultado era evidente. Ese evento le llamó mucho la atención: ¿cómo podía ser que el olvido fuera ordenado por quien quería olvidar? Da otros datos muy cómicos sobre la trama de la novela y el sentido de la elección, dice que la ciudad tiene la fama de "jeta".
-¿Cuánto tiempo tarda en escribir sus novelas?­ – le preguntan. Si no hay una pronta planificación y organización de lo que quiere escribir enseguida lo deja, pero cuando la idea sale dice que no lo hace durante mucho tiempo, que a él (como mucho) le lleva dos o tres meses. Todo un profesional el hombre.
Y ¿cómo escribe? Es en este punto cuando demuestra definitivamente y de manera clara que es un apasionado por la literatura: habla de una necesidad física que tiene de escribir, que escribe a mano porque le da un ritmo al texto, un ritmo mucho más lento que el que le demandaría escribir directamente en la computadora. Según él en el teclado la mano va muy rápida y le genera distancia y enfriamiento al texto, dice que le gusta tocar el papel, con sus dedos, con su mano, le gusta olerlo. Le gusta tocar el papel, mirar a los alumnos en vez de mirar al piso, se esmera por hablar claro. También le gusta decir “salud” cuando alguien estornuda, como demuestra en ese instante. Es precisamente la atención que sólo puede tener un escritor. Ahora le dice a una chica que entra y se sienta en el suelo que “hay lugar” y señala unos asientos vacíos. Y sigue hablando. Debe tener un tercer ojo y dos cerebros para hacer todo eso a la vez.

Es impresionante la facilidad que tiene para mantener un aula de doscientas personas mudas y anonadadas con sus anécdotas, y los detalles categóricos que hace son la frutilla del postre. Es difícil dejar de dedicarle toda nuestra atención. Escucharlo hablar es como leer una de sus novelas. Él, un personaje más.

Ariel Idez en la Facultad de Sociales

El pasado lunes 17 de Junio, los alumnos de la cátedra Cortés de Taller de Expresión I, de la Carrera de Ciencias de la Comunicación Social, tuvimos el privilegio de que nos visitara el escritor, docente y periodista Ariel Idez, egresado de nuestra carrera en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Eran las nueve de la mañana y a las once la mayoría de los alumnos rendíamos un parcial que nos tenía bastante preocupados. Una oleada de caras demacradas y ojerosas se sentaban a esperar la llegada del escritor Ariel Idez, que por suerte no se asustó ni nos confundió con un montón de zombies, sino que al instante nos hizo comprender que él también había pasado por aquellos bancos y, ahora, después de haber enfrentado todos los obstáculos de nuestra carrera, con Levi Strauss, Adorno y Peirce en el subconsciente, venía a hablarnos desde “el otro lado del mostrador”. Dado el grado de humor que está constantemente presente en su libro, La última de César Airafue muy fácil generar grandes expectativas con respecto al autor, quien desde el momento que comenzó a hablar llenó de risas el aula siete de la Facultad de Ciencias Sociales, haciéndonos olvidar a la mayoría que en unas dos horas debíamos enfrentarnos a un examen. En cierto modo, se podría decir que el encuentro con Idez resultó sumamente alentador, incluso inspirador para muchos de nosotros que recién empezamos la carrera, con miedos e incertidumbres. 
El título que el mismo Idez decidió otorgarle al encuentro fue La carrera de Comunicación y su influencia en la literatura contemporánea”, ya que nos confesó que necesitó obligarse a sí mismo a escribir algo que lo aclarara, lo ampliara o lo explicara. Lejos de ser una charla aburrida y teórica como lo sugiere el título, el escritor logró que se convirtiera en todo lo contrario. Comenzó contándonos cómo decidió estudiar Comunicación Social, haciéndonos reír constantemente dado que la mayoría nos sentimos muy identificados con sus palabras. Nos concientizó sobre el hecho de que nuestra carrera es la única que cuenta con una materia como Taller de Expresión, con la literatura y la escritura creativa como ejes principales, y muchos de nosotros nos sentimos menos fracasados al escuchar sus experiencias cuando la cursó. Es motivador pensar que alguien que escribió una novela como “La última de César Aira” también se vio obligado a corregir y reescribir sus trabajos de Taller como lo hacemos nosotros ahora, y a esforzarse cada día para encontrar su propio estilo, fracasando y reintentando  una y otra vez hasta lograrlo. También durante la charla se evidenció su pasión por la lectura, compartida por muchos de los alumnos: -les advierto: la lectura es un viaje de ida- nos dijo -siempre cargo con al menos dos libros, o dos textos: el obligatorio (que en la época de la facu eran los cuadernillos de apuntes) y el de placer, elegido por el único y arbitrario principio del gusto. Hubiese bastado con revisar los bolsos y mochilas de los presentes para confirmar que somos varios a quienes nos sucede lo mismo.
Luego de comentarnos sus experiencias y puntos de vista, el autor relacionó, justo como dice el título del encuentro, nuestra carrera y su influencia en la literatura contemporánea, demostrándonos cómo esto resulta casi un accidente dado que el objetivo de  Comunicación Social no es formar escritores, sino que estos simplemente surgen: “Describamos entonces el experimento: tómese miles de jóvenes a mediados de la década del noventa y sométaselos al cursado de una carrera que combina altas dosis de teoría con práctica, a lo largo de la cual estos jóvenes adquirirán destrezas que van desde el dominio de técnicas de edición audiovisual al posmarxismo lacaniano de Althusser, en la que se formarán con textos de Theodor Adorno sobre la aniquilación de la subjetividad a través de la alienación televisiva y después se dirigirán a un estudio de televisión para aprender a ponchar cámaras con el director de un canal de aire, en la que se inscribirán en una materia que se llama “Diseño Gráfico” que los formará como expertos en la fenomenología de Merleau Ponty. ¿Cómo resultará la cabeza de estos jóvenes al terminar la carrera? ¿Cómo analizarán los fenómenos que quieran estudiar? ¿Qué tipo de producciones realizarán en el área en el que se inserten? Así que, voy a decirlo, los escritores que surgimos de la carrera de comunicación(…) somos algo así como el resultado de un experimento que salió mal y, por eso mismo, se volvió mucho más interesante. Básicamente, como explicó Idez, nuestra carrera otorga a los estudiantes un grado de cultura general que resulta crucial para la escritura, además de la capacidad de observar un fenómeno desde muchos puntos de vista, algo así como en 3D, resultando siempre impredecibles, lo que es considerado una gran virtud para la literatura.
Y con respecto a la literatura contemporánea, la definió de la siguiente manera: “si es algo, la Literatura Contemporánea es ante todo un conjunto de prácticas llevadas adelante por un colectivo de sujetos que se definen a sí mismos como escritores y que suelen tener en común cierta juventud (o cierto espíritu juvenilista) el hecho de publicar sus textos a través de editoriales independientes que muchas  veces ellos mismos han fundado o con las que colaboran y que conforman redes de socialización en las que la experiencia de la práctica literaria no se agota en la publicación de un libro sino que se articula con otro tipo de actividades como lecturas, ferias de libros independientes, actividad en redes sociales, programas de radio en FM alternativas u online y creación y/o participación en revistas en papel y online de y sobre literatura. Es decir, el “escritor contemporáneo” ya no es un tipo encerrado en una habitación oscura fumando como un escuerzo frente a la máquina de escribir mientras compone, en la más absoluta soledad y concentración su “gran novela”. Es una persona como ustedes, como yo, que puede publicar un cuento inédito en una revista online, una reseña en el suplemento cultural de un diario de circulación nacional, un adelanto del comienzo de la novela que acaba de empezar a escribir en su muro de Facebook, que es capaz de fundar su propia editorial si ninguna se decide a publicarlo (en lugar de deprimirse y suicidarse, como los escritores románticos) y que a la noche puede coordinar un ciclo de lecturas en un centro cultural al que invita a otros escritores como él, que le gustan y que quiere difundir para que lean sus textos ante un público reducido pero entusiasmado por escucharlos.. Además, agregó que la literatura contemporánea se relaciona también con la hibridación y fusión de diferentes disciplinas artísticas. Por todo esto, se parece y se conecta indiscutiblemente con nuestra carrera de Comunicación Social, dado que nosotros como estudiantes estamos más preparados para sobrevivir en esa especie de “hábitat” donde todo se mezcla y surgen cosas originales que llaman particularmente la atención.
De esta forma y después de una serie de preguntas sobre su libro que, en general, nos resultó muy divertido e interesante, se dio por terminado el motivador encuentro con el escritor, que sin lugar a dudas nos renovó las energías para continuar el largo trayecto que nos espera como estudiantes de Comunicación Social (y para rendir el parcial que teníamos justo después). Quizás en un futuro sea alguno de nosotros quien se pare del otro lado para contar a los alumnos de Taller de Expresión I sobre su  experiencia como escritor y estudiante de Comunicación Social, demostrando que con esfuerzo, constancia y dedicación es posible llegar donde uno se propone.


lunes, 14 de octubre de 2013

La sencillez detrás de la complejidad

Doctor, crítico, actor, profesor, escritor y tantas otras cosas es o puede ser Martín Kohan. Pero, no las conocemos y no las vamos a conocer, ni él tampoco; necesita conocer que va a pasar, necesita tener todo controlado, todo en orden, desprecia el “a ver qué pasa”, y es así que da clases de manera impecable. Por obligación tuvimos que leerlo, pero desde un principio la lectura de sus novelas se hizo placentera, Novoa y Giménez, no nos identifican en lo más mínimo, no nos identificamos con sus obsesiones o sus desgracias, solo puede que nos hayamos sentido algo interpelados, pero nunca identificados. Invitado a dar una clase a cuenta de estos libros leídos por el alumnado, Kohan accedió a brindarnos y compartirnos, en dicho encuentro, experiencias, conocimientos y pareceres.
En esa mañana de lunes opaca como muchas, como cualquiera, no iniciado el invierno, esperábamos la charla de Martín Kohan, escritor argentino y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Tomábamos un café cerca de la puerta del aula 7 de la sede de Constitución de la Facultad de Ciencias Sociales, donde él daría la clase. Usando de mesas unos pupitres apilados en el pasillo, de esos que se rompen en las costuras soldadas debilitadas por el tiempo y el uso, solo para liberar nuestras manos y sacar de los bolsos cada novela, compartirlas.
Había acabado de leer Cuentas Pendientes, novela publicada en el 2010, después de haber ganado el Premio Herralde en el 2007 por Ciencias Morales. “Cómo me hizo reír éste libro”, dije, en alusión a la supuesta historia de Giménez. Uno de mis compañeros sacó de su mochila Bahía Blanca, otra novela de Kohan; mientras el otro miraba con cierta complicidad el libro que yo leí, pero buscaba en su copia, idéntica pero diferenciable por sus dueños, saltando de página en página, como queriendo hallar versos elocuentes que recordar y compartir conmigo.
A un lado, había un tipo de pantalones y buzo negro deportivo, con un aire leve de soberbia, de estatura media, pelo castaño y disperso, no solo él sino su cabello también. Y ¿quién era? El mismo que nos había hecho reír, del que subrayamos algunos pasajes o marcamos párrafos enteros, quien nos acompañó durante un tiempo con su nombre en una tapa de un libro en la mesa de noche mientras dormíamos, el mismo que mezclado con alguna frenada brusca y lectura despojada de asiento en el colectivo, casi nos hace pasar vergüenza. Ahí estaba, y no lo reconocimos, o dudamos brevemente de su identidad. Sí, era Martín Kohan.
Pasamos al aula y nos acomodamos en la fila más adelantada que pudimos encontrar vacía, la segunda. La sala se empezaba a inundar de gente, alumnos como nosotros muchos con ilusiones y otros con desgano, observamos hacia atrás y después nos miramos con mirada algo ansiosa de tres estudiantes que sospechan que van a pasar un buen rato, casi sin saber claramente que es lo que se viene.
Kohan entro al aula, acomodó sus cosas sobre la mesa del aula, la campera en el respaldo de la silla, comenzó a hablar, luego tomó el micrófono y repitió lo que muchos no escuchamos, con soltura y confianza se presentó. Y haciendo alusión a los temas que veíamos en clase de Taller de expresión con Marina Cortés y Yaki Setton, dio por comenzada la charla.
¿Cómo contar la historia que quiero contar? Hay literatura desde el momento en que alguien se pregunta cómo decir lo que quiere decir. Los problemas que se presentan, lo complicado que es armar algo original para contar. Nosotros anotábamos palabras clave, que se escapaban, que se tachaban, que en todo su discurso después nos funcionarían como guía, o como consejos de un fanático de Carver, para tres discípulos de Kohan. Sentarse a escribir un libro es una maraña de conjeturas, algo incierto, fantasmal, imaginario, afirma Kohan. Pero lo que pone en primer plano a la hora de sentarse a escribir, es determinar lo que prevalezca, ¿lo narrado o la narración? La relación entre la forma y el contenido. Para él lo más importante no es lo narrado sino la narración.
Había cuatro chicos inquietos delante de nosotros, la mirada de todo el salón contemplaba a un tipo lúcido explayar fácilmente la estructura general del relato. La idea fundamental es la de cómo decir y cómo narrar. Decía que las ideas aparecen cuando se han resuelto los problemas de la narración, y lo narrado es inseparable del cómo se lo narra. Podemos tener un qué perfecto, una buena historia, un buen argumento, pero si no tenemos el cómo no tenemos nada.
Fue ahí cuando trajo a nosotros su experiencia en la feria del libro de la ciudad de Frankfurt, Alemania. Esta feria es visitada por gente que cuenta tramas, se comercializan libros, no como objetos que derivan del texto, sino como muchos qué sin cómo, solo argumentos. Hay gente que va y viene, va y viene, está con el celular como cualquier figura de negocios… contando argumentos. No es un lugar para escritores, dijo también, mientras se rascaba la frente,  incómodo con la idea de que de allí podrías salir aterrado al ver como la literatura es pura mercancía, es una feria de argumentos, de gente que van contando argumentos de libros que no han leído y posiblemente no lean nunca.
Con este ejemplo destaca que no hay literatura sin narración, que la literatura no es contar solo buenas historias. La historia narrada se transforma en mercancía pura porque no le importa el cómo se cuenta esa historia, y esto para él resultaba ser lo más importante: lo narrado no existe sin la narración, las decisiones de cómo hacerlo, las ideas, innovadoras tal vez, permiten establecer lo narrado.
Ahora el ambiente es más relajado, dos chistes han podido soltar la tensión de una cátedra literaria, la clase ahora es un lugar más cálido. La charla es muy amena, Martín es muy inteligente.
La decisión entre elegir narrar en primera o tercera persona, continúa Kohan, es fundamental. ¿Quién narra? ¿Qué posición tiene con respecto a lo narrado? El tono que utiliza el narrador también es imprescindible, esta es una cuestión más de la forma de la narración. El tono determina la cuestión del narrador con lo narrado (afectividad, ironía, terror, desapego, etc.). Así también como la distancia. ¿Se apega a los hechos o no? ¿Es una relación sinuosa? ¿Va y viene? ¿Piensa algo o también reflexiona? Cuándo reflexiona, ¿entiende o no? Lo que uno inventa es el narrador. Y todas las anteriores preguntas están intrínsecamente mezcladas al proceso de escritura.
Para Kohan, la primera ficción es el narrador, esa voz, sobre todo el yo. Lo dijo en un tono apacible, como encantado con la idea. Nos mirábamos entre compañeros recordando de su libro, e intentando imaginar como todo lo que decía fue aplicado en la elaboración de sus textos. Uno me miraba de reojo como queriendo decir esto es genial. De lejos Martin seguía contando, ahora lo escuchaba y decía que la cuestión es la distancia, el narrador mira de cerca o se aleja, cuando construimos el narrador decidimos que relación tendrá con el personaje, con lo narrado. Se establece una posible relación entre lector y narrador.
Otra dicotomía que se plantea, además de forma-contenido, cómo-qué y tono-distancia, es libro-texto. Para Martín Kohan el escribe un texto, le publican un libro, y volviendo con la mercantilización, lo que se vende y se compra son los libros, afirma. Escribe a mano, es su forma intima de relacionarse con la escritura, le es placentero escribir en un sentido físico: A veces siento el deseo físico de escribir y no tengo nada que escribir. Dibujar, dibujar letras, a mí de escribir me gusta también eso. En la práctica concreta es también eso, en un sentido estrictamente físico. Me gusta tocar el papel. El modo en que uno abraza el texto cuando escribe. Esto me da placer físico. Hay un placer olfativo, a mi el olor de la tinta… ¡me gusta! Y a veces huelo, huelo lo que escribo.
Nos dice que tiene que tener todo bien pensado antes de largarse a escribir, y más en una novela, es claro que hay cosas que surgen en la escritura y es imposible conjeturarlas. Cuenta que una vez intentó escribir y “ver qué pasa” y esa novela fue la única que quedo truncada. Por eso no le gusta no saber que va a pasar, disfruta de la corroboración. Tan poca curiosidad culinaria afirma tener, que cuando viaja pide milanesas con puré o bife de chorizo con papas fritas, es un mal viajero.
Dando por finalizada la charla, redondeando la dicotomía entre la narración y lo narrado, se dedica a autografiar los libros. Entre ellos encuentra, y se extraña, con una edición de Dos veces junio de una editorial que no era ni Sudamericana ni De bolsillo, sabía de su existencia, pero nunca había tenido un ejemplar en sus manos, dijo que se lo hubiera comprado, pero ya lo había firmado.

En alguna nota leí, que él cuando da clases actúa, lo hace muy bien, es excelente profesor y, en tal caso, actor también. Parece “chapado a la antigua”, en cierto punto, pero la falta de curiosidad cruzada con la necesidad de saber que va a pasar, hace a Martin Kohan una persona muy particular. Su inteligencia y rapidez, su voz penetrante y sus palabras precisas, obligan a escucharlo. La capacidad de su cómo, de su forma, y también su qué, su contenido, hacen que él, como escritor, y su obra sean fantásticos, encontrando en cada una el tono en comunión con la distancia de forma armoniosa y única.

Ariel Idez. La literatura contemporánea y su influencia en la Carrera de Comunicación

            Fue la mañana de un 17 de Junio no muy distinta a cualquier otra en la sede Constitución de la Facultad de Sociales. Salones colmados, agrupaciones atrincheradas en sus stands, compañeros desayunando apuntes en el buffet y tal vez algún joven aún perdido en el laberinto en el que se puede convertir un primer cuatrimestre en la carrera. El aula 07 queda al fondo de la planta baja, uno ingresa a la facultad, esquivando volantes de La Mella y de La Cámpora, luego bordea la cola que se arma detrás del Departamento de Alumnos, hasta encontrar las escaleras, en ese instante se debe amagar ir al baño, doblando hacia la derecha lo más cerrado posible, para poder sortear los volantes del PO (se pronuncia como se escribe, “po”, aunque también suelen decirle “pe-o”), después de esa avalancha de papeles ya se puede volver a girar hacia la izquierda, pasar los ascensores y divisar dicho salón. Cerca de 150 compañeros esperaban sentados la aparición del escritor y profesor de nuestra facultad, Ariel Ídez.
            Sentados al fondo del aula, con algunos compañeros de la comisión comenzamos a debatir sobre la novela seleccionada por la cátedra, La última de Cesar Aira, no sólo por la intertextualidad con la obra de Aira, sino también por la singularidad de sus personajes: “El Enano Más Sexy del Mundo”; “El Típico Puto Nazi”; Leandro, el dealer literario; y otros que no pasarían desapercibidos en la lista pero que vale la pena conocerlos durante la experiencia de lectura. Pasados algunos minutos y mientras la sala se iba llenando de caras y libros rosas (¿o salmones? Habría que preguntárselo a la gente de “Pánico al pánico”, la editorial independiente que confió en Idez), empezamos a barajar hipótesis acerca del escritor y ya no del escrito. Una compañera efectivamente lo conocía y mientras lo describía, lo materializó. Llevaba una camisa blanca que se dejaba ver debajo de un pullover celeste cuando entró por fin al salón. Un jean y mocasines completaban el atuendo; los lentes rectangulares y la barba de tres días le daban el toque final para configurar cómo se debe presentar un escritor moderno. Presentado por la titular de la cátedra, Marina Cortés, el escritor comenzó a hablar, se presentó, y fiel a las prácticas espurias de una clase, sacó un “machete” de dos carillas preparándose para atravesar todos los temas pertinentes. Comenzó presentándose, y haciendo un breve recorrido de su paso por la carrera -a la que ingresó por sentimientos tan fuertes como antagónicos: la atracción por una mujer y el rechazo a las matemáticas-, primero como alumno, estudiante avanzado más adelante y como profesor luego de la Maestría en Comunicación y Cultura. Puso especial énfasis en la materia que justamente nos congregaba. Según el autor de “No vas a ser astronauta”, la materia conformó una “triple alianza” entre lectura, escritura y experiencia, la cual genera (Idez admite que esta tríada sigue funcionando incluso hoy en día) un círculo virtuoso en donde la lectura produce ansias de escribir y viceversa, tomando del autor que se esté leyendo todo lo que se necesite para robustecer la escritura propia. En el taller, fue cuando se dio cuenta que al momento de escribir, la relación entre deseo y ejecución se daba armoniosamente. Esto lo dijo haciendo una divertida analogía con el fútbol en la cual se presentó como mucho mejor escritor que futbolista: porque es frente a una hoja, y no frente a un balón, donde las cosas le salen bastante parecidas a como él las imagina.
            Luego de hablar sobre su relación personal con la literatura, el escritor y profesor mencionó que no cree que la literatura sea algo que se enseña sino que se orienta: “se puede ayudar a que cada uno descubra su voz, pero qué y cómo escribir es algo que en mi opinión cada uno tiene que descubrir por cuenta propia. Sin embargo, Idez dijo confiar en que la Carrera de Comunicación, como adelantó en el título de su “machete” (“La carrera de Comunicación y su influencia en la literatura contemporánea”), aporta conocimientos generales que permiten una cosmovisión de la realidad que ha sido pieza fundamental en la obra de diferentes escritores egresados de la carrera (mencionó a Martín Kohan, Mauro Lococo, Pablo Katchadjián, Esteban Castromán, Leticia Martín, Agustina Paz Frontera, y a Maximiliano De la Puente). Para caracterizar a la literatura contemporánea, el escritor anunció la “disolución de las fronteras que separaban los géneros y las disciplinas artísticas”, un “estado” de hibridación y transversalidad entre escritura y convergencia comunicacional en el que los egresados de la carrera están familiarizados y por ello, sus textos cobran cada vez mayor relevancia. Por supuesto, Idez no deja de lado la posibilidad de que surjan nuevos grandes escritores en otros ámbitos, otra característica que le otorga a la Literatura, su esencia imprevisible.
            Antes de retirarse, el autor de “La última de Cesar Aira” no dejó de responder las preguntas del auditorio que se fueron haciendo ordenadamente a medida que el micrófono, de la mano de Marina Cortés, fue dándole voz a cada uno de los alumnos que no quisieron dejar pasar la oportunidad de evacuar sus dudas.

            Terminada la charla, y como parte resolutoria del ritual literario, el escritor recibió un cálido agradecimiento: los alumnos se acercaron a pedirle alguna dedicatoria o para conversar mano-a-mano con quien puede ser el ejemplo de varios estudiantes. Rodeado por una nube de amistad y admiración es como recordamos los últimos minutos de la visita de Ariel Idez. Salimos del aula, y  volvimos a la normalidad de la sede, a ser parte de la marea de alumnos que cumplen con la rutina académica.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Documentales para disfrutar

Compartimos a continuación la información enviada por la compañera Clarisa Páez en relación a los temas trabajados en el teórico del pasado 7 de Octubre:

"Ayer al final de clase me acordé de un documental, la no ficción audiovisual, que vi sobre la dictadura durante los años 80 en Guatemala: "Cuando las montañas tiemblan". Este es el link para verlo online: http://vimeo.com/42778473
Es largo, pero lo vale. A mí me pasó que empecé a verlo y no pude dejarlo a la mitad, tenía que saber cómo seguía. No solo el video es impactante por lo que muestra y narra, sino por sus condiciones de producción y de reconocimiento. Fue dirigido por Pamela Yates, una activista de Derechos Humanos estadounidense que en su visita a la Argentina hace un par de meses dijo algo como: "Considero que los Estados Unidos le hicieron mucho daño a Latinoamérica y esta es mi forma de rebeldía".
El documental fue filmado a principios de los años 80 y lo más interesante es que, gracias al material inédito de esta película, se logró condenar por genocidio y crímenes de lesa humanidad al dictador Efraín Ríos Montt en mayo de 2013, a pesar de que luego este fallo fue anulado. Esto último es también mostrado en el segundo documental de la misma directora sobre Guatemala: "Granito. How to nail a dictator". No encontré este último en internet para verlo, pero acá está la página de la productora con información sobre él y el tráiler: http://skylight.is/films/granito/
Quería compartirlo ya que es una excelente manera de demostrar lo que se puede llegar a lograr la no ficción. Saludos!
Clarisa"