El lunes 17 de junio de 2013, Ariel Idez (autor de La última de César Aira y docente de la UBA ) nos halagó a todos los
estudiantes de Taller de Expresión I con su presencia en el marco de una charla
titulada “La influencia de la carrera de Comunicación en la literatura
contemporánea”. Una semana después, el escritor Martín Kohan nos regaló algunas
de sus impresiones sobre la literatura en una charla titulada “La construcción
del narrador en Dos veces junio, Cuentas
pendientes y Bahía Blanca”. Aquí
presentamos algunas huellas de esta experiencia.
Desde el momento
en el que Ariel Idez entró al aula, cualquiera podría haberlo confundido con un
estudiante de primer año en su primer día de cursada, no solo por su cercanía
generacional sino también por cierto aturdimiento propio de los inexpertos.
Algo desorientado, perdido, se acercó a la primera alumna que divisó en su
horizonte próximo y le preguntó: “¿Esta es la clase de Taller?” Cuando ella
confirmó su presunción, Ariel acomodó sus pertenencias en el pupitre
desvencijado que tenía más a mano y, no sin cierta timidez, se animó a dirigir
una mirada desenfocada hacia el gran auditorio que, bullicioso e inquieto,
aguardaba su palabra. Aun así, la ausencia de profesores parecía alimentar en
él la sospecha de no estar en el lugar indicado; salió al pasillo, echó un
vistazo hacia ambos lados y, sin encontrar ningún rostro conocido, volvió a
entrar. No fue sino hasta la aparición de Marina Cortés –titular de cátedra y
quien lo había convocado– que Ariel se alivió y, resignado ante sus propias
inseguridades, quedó a la espera de que se lo presentara.
La charla
–ambiciosamente titulada según las palabras de Idez (“La carrera de
Comunicación y su influencia en la literatura contemporánea”)– arrancó con
agradecimientos, chistes tímidos y una breve defensa del personaje que motivó
la escritura de su novela y quien, de algún modo, propició este encuentro: el
célebre César Aira. Luego, prosiguió con la lectura de un texto de su autoría
escrito especialmente para la ocasión.
La lectura de ese
texto fue de lo más amena, a tal punto que por momentos olvidamos que Ariel
estaba leyéndonos palabras pensadas, elegidas y labradas de antemano; su
discurso parecía espontáneo y, de a poco, en el curso de la lectura, ese
escritor algo retraído fue despojándose de sus temores para dar paso al hombre
resuelto que, minutos después, nos hacía reír a carcajadas con algunas de sus
ocurrencias.
El texto tuvo como
eje central el relato de su recorrido a través de la carrera: desde sus inicios
en el CBC y su paso por las distintas sedes de la Facultad, hasta su regreso
como miembro del equipo docente. Sin embargo, el texto comenzó con una confesión
“como para que entremos en confianza”: este escritor admite, no sin cierta
melancolía, que durante el ciclo lectivo se le hace difícil escribir a causa de
las innumerables responsabilidades de la vida adulta; en comentarios como este
parece quejarse un poco de haber ingresado a la adultez y, tal vez por esa
razón nosotros, aún estudiantes, jóvenes en la mayoría de los casos, nos
sentimos plenamente identificados con su discurso. La segunda confesión que nos
hace se trata más bien del desafío que implicó respaldar el título de esta
charla (un título inventado por él), pero de algún modo se consuela diciendo:
“a mayor desafío, mayor obligación, y a mayor obligación, mayor escritura”. Los
tres interrogantes de los que parte para contarnos su recorrido, podrían
esbozarse en tres ítems:
*Cómo llegó a esta
carrera
*Cómo se hizo
escritor
*Cómo se hizo
lector
Así, Idez se
propone narrarnos estos tres fragmentos de su historia personal para llegar a
un relato más amplio que involucra a toda una generación de estudiantes,
posible fuente de inspiración para la nuestra. Al contarnos cómo llegó a la
carrera, apela a dos motivos de una contundencia incuestionable: el amor y las
matemáticas (por supuesto, aquí tuvo lugar la primera de una larga serie de
carcajadas desatadas durante la lectura). Así, en el año 1996, sin saber muy
bien lo que de él se esperaba ni lo que él mismo esperaba de la carrera, comenzó
su recorrido académico por los pasillos de la sede Marcelo T. de Alvear y se
encontró en su primer año con la materia Taller de Expresión, una materia que,
contrariamente a lo que él imaginaba, recibía a sus alumnos con la propuesta de
prácticas de escritura creativa “con un margen de libertad inusitado”. De este
modo, arribamos al segundo de los interrogantes: cómo fue que Ariel Idez se
convirtió en un escritor. Y gracias a algunas analogías con el fútbol, llegamos
a la conclusión de que en cierto momento, Ariel se dio cuenta de que no había
tanta distancia entre el proyecto y el acto de escritura; es decir, esos bocetos
que había en su cabeza le salían bastante parecidos a la hora de la ejecución
en el papel. Fue entonces cuando descubrió que ese oficio “le encantaba”. Pero
nada es tan sencillo, porque gracias a las primeras correcciones de sus
trabajos, descubrió también que había mucho por mejorar y un largo camino por
recorrer; esto, lejos de persuadirlo, lo incitó a esforzarse aún más. Así es
como llegamos al último de los interrogantes: cómo fue que Ariel Idez se hizo
lector, porque para corregir los errores y desarrollar ciertas aptitudes, sus
profesores le propusieron la lectura de muchos autores a los cuales, sin ese
impulso, quizás no se hubiese acercado jamás (como sucede con tantos de
nosotros). Y gracias a este acercamiento a la literatura, cada autor lo influyó
de un modo particular dejando huellas en su propio estilo. Idez declara que
“cuanto más leía, más y mejor escribía; y cuanto más escribía, más quería leer”
conformando un círculo virtuoso en esta triple alianza de la cual, según él, no
hay retorno: lectura, escritura y experiencia.
En cierto momento
de la charla, Ariel proclama: “No creo en la enseñanza de la literatura”. Él
admite la posibilidad de orientar, incentivar, facilitar lecturas, aprender técnicas
o ayudar a descubrir la propia voz, pero de ningún modo cree que exista algo
como la formación académica de escritores. Él más bien habla de deformaciones,
de accidentes fortuitos, de experimentos que salen mal; y en esa fila se ubica
a sí mismo y a muchos de sus colegas. Afirma que ellos son algo así como un
producto de sucesivas deformaciones, de una multiplicidad de influencias y
corrientes de pensamiento que los han atravesado y que les han permitido el ingreso
al mundo de la literatura. Y en este sentido, se refiere a los escritores
surgidos de la carrera de Comunicación como una suerte de superhéroes que
gracias a sucesivos experimentos fallidos han adquirido, tal vez a modo de
compensación, algunos “poderes sobrenaturales”: una vasta cultura general, una
capacidad de observación desde múltiples perspectivas o el don de la
imprevisibilidad. Y de estas herramientas se valió el autor para ingresar a ese
complejo mundo llamado literatura contemporánea.
Con respecto a este asunto, Idez nos confiesa: “No sé qué es la literatura
contemporánea”, aunque luego se aproxima a una posible definición. Habla de hibridación,
de la disolución de fronteras entre géneros y disciplinas, de cierto caos
creativo, de la combinación entre teoría y práctica: cosas con las que los
estudiantes de Comunicación estamos bastante familiarizados. Es por todo esto
que su conclusión final se enfoca en la innegable similitud entre eso que
denominamos literatura contemporánea
y la carrera de Comunicación, y así justifica Idez el interés que han
despertado muchas de las obras escritas por los estudiantes de la carrera en el
mundillo literario; porque ellos (nosotros), de algún modo estaban (estamos)
mejor adaptados a ese medio tan caótico y, a la vez, tan interesante.
La lectura
concluyó con un aplauso cerrado de gran efusividad y se abrió el espacio para
las preguntas al autor. Al principio, como suele ocurrir en estos casos, un
silencio incómodo se apoderó del aula hasta que la primera valiente rompió el
hielo con una pregunta sobre la fuente de inspiración de su novela. Idez se refirió
a ella como una “novela conscientemente airiana”, escrita a partir de los
esquemas de invención de Aira y, al mismo tiempo, atreviéndose a hablar de él e
introduciéndolo como uno de los personajes. Podemos decir que desde el título (La última de César Aira) el autor se
propone evocar su figura de un modo burlesco y paradójico. Además, Ariel nos
habló de los rigores del mundo literario y de las dificultades para publicar su
novela, del hallazgo de una editorial independiente con propuestas innovadoras (Pánico
el Pánico), de su proyecto en común con Matías Pailos, del extraño encuentro
con César Aira y de su ambiguo comentario sobre la novela, de la inspiración y
las ideas que impulsaron la escritura, del proceso de producción y de la
creación de los personajes.
La impresión que
nos dejó Ariel Idez fue altamente satisfactoria; ahora que lo conocemos gracias
a su ingreso en el mundo de la literatura, podemos tomarlo como uno de nuestros
referentes. Y creemos que aquí justamente reside el valor de la conexión entre
literatura y comunicación: ese mundo fantástico de la literatura no podría llegar
a nosotros sin las enormes posibilidades que ofrece el fenómeno de la
comunicación y, en cierto modo, la literatura no es literatura sino hasta que
se convierte en un hecho comunicativo. Si nadie hubiese leído y publicado la
novela de Ariel, probablemente jamás hubiera llegado a nuestras manos y no se
hubiera incorporado a eso que llamamos literatura contemporánea. Una obra no es
literatura sino hasta el encuentro con su lector.
Cerramos nuestros
comentarios con una frase muy esperanzadora de Ariel: “Nunca se sabe dónde va a
surgir un escritor, porque suelen aparecer donde menos se los espera”. Al
finalizar la charla, nos acercamos con los ejemplares en mano y él, muy
predispuesto aunque algo desconcertado por verse a sí mismo en el rol de “escritor
hecho y derecho”, garabateó su firma en cada libro con una sonrisa de
agradecimiento que sirvió para acortar esa distancia –tantas veces abismal– entre
un escritor y su lector.
***
A diferencia de
Idez, la entrada de Martín Kohan fue triunfal; desde el primer momento se
adueñó del aula y supo captar la atención del auditorio con una gran
determinación. Su actitud no era precisamente la de un novato, sino más bien la
de un hombre curtido en el terreno, habituado a enfrentar este tipo de
situaciones. Luego de una breve presentación en la que se definió a sí mismo
como profesor y crítico literario, encaró una charla que tuvo como eje central
la importancia de la figura del narrador dentro de la literatura, un tema que resuena
en muchas de sus novelas. Kohan, como buen estratega y orador, inició esta
charla halagándonos de algún modo, y para ello apeló a resaltar el lugar
decisivo que tiene el lector en el mundo de la literatura, incluso más
relevante que la figura del autor (queremos poner en duda esa sentencia). Él habla
de la escritura como una experiencia de soledad, pero también advierte que se
trata de un “acto comunicativo siempre dirigido a un otro que es conjetural y difuso”; así, para el autor, estos
encuentros generan gran expectativa, ya que ese horizonte difuso y conjetural
cobra realidad concreta en el diálogo con sus lectores.
Martín va
rápidamente al grano y, sin demasiados rodeos, aborda el asunto central de esta
charla: la compleja relación entre la narración y lo narrado. Él rescata la
dicotomía forma/contenido (aunque muchos la descarten tildándola de arcaica) y
se vale de ella para encarar su problemática poniendo en primer plano la
narración, el cómo por encima de qué. Según su óptica, la literatura se
funda en la pregunta por el cómo y no
en la pregunta por el qué, es decir,
la idea surge cuando el escritor logra resolver los problemas que presenta la
narración y no lo narrado, cuando sabe a la perfección no solo qué historia es la que va a contar sino –por
sobre todas las cosas– cómo va a contarla. Sin embargo, Kohan señala que
existe cierta literatura que pone su foco en el qué bajo la idea de que la literatura se limita solo a contar una
buena historia, una idea con la que él discrepa abiertamente. Para ilustrar esto,
nos relató su experiencia en la
Feria del Libro de Frankfurt, donde fue testigo de una
compra-venta “explícita y descarnada” de derechos de publicación de libros, de meros
argumentos sin siquiera tener en cuenta la forma en que estaban narrados. Allí
“¡los editores compraban libros sin siquiera haberlos leído!”, confiesa lleno
de espanto. Esta versión desalmada del negocio literario podría ser un claro argumento
en defensa de la literatura interesada por el cómo. Y en este sentido, Kohan es terminante: para él no existe lo
narrado sin la narración, y las grandes decisiones en el ámbito de la
literatura tienen que ver con la figura del narrador. Optar entre la primera y
la tercera persona es para él una de las decisiones más importantes, porque al
decidir esto “armamos un mundo entero” que sustenta lo narrado. Además nos
habla del tono, la distancia y el ritmo como características fundamentales a la
hora de construir la figura que contará el relato. “La primera ficción es el
narrador, lo primero que uno inventa es esa voz”, asegura Kohan. Y esta es una
premisa clave para encarar tanto la lectura como la escritura de una obra
literaria. Se refiere también al destello producido en los lectores al percibir
que cada palabra ha sido elegida con minuciosidad por el escritor entre tantas
posibles, al sentir que debía ser esa palabra y no otra. Es por eso que ubica a
la corrección como una etapa clave en el proceso de escritura, a tal punto que
para él corregir es también escribir.
Una distinción por
demás interesante es aquella señalada por el autor entre libro y texto: él
escribe textos mientras que las editoriales venden libros. Y esa distinción lo
ha ayudado a separar el plano comercial del plano creativo. Otra de las cosas
llamativas que menciona Kohan es el placer estrictamente físico que experimenta
al escribir; “me gusta tocar el papel, abrazar el texto”, confiesa. Incluso
habla de cierto placer olfativo y dice: “El olor de la tinta… ¡me gusta! Y
muchas veces huelo lo que escribo”. He aquí un escritor fascinado por su
oficio.
Con respecto a su
experiencia personal, nos cuenta que suele escribir sus novelas en breves
períodos pero solo se lanza al acto de escritura cuando ya tiene muy pensada la
historia y el modo de contarla. Admite, no sin cierta desazón, que ha fracasado
de todas las maneras imaginables y nos relata algunos de sus intentos fallidos.
“A mí no me gusta no saber lo que va a pasar, (…) disfruto de la corroboración,
deploro la incertidumbre, la sorpresa, la aventura”, advierte. Pese a que
suponemos algún grado de exageración en estos testimonios, creemos que son
cualidades llamativas en un escritor, ya que la curiosidad es uno de los
caminos directos –aunque no el único– hacia la invención. Según Kohan, el texto
cobra vida propia porque se activa en él una lógica inmanente, y por ello
sostiene que es fundamental atender a las indicaciones que nos va dando el
texto y no tanto a aquellas que queremos imponerle nosotros forzándolo a decir
cosas que tal vez el texto no quiere o no necesita decir. Esta es una manera
muy interesante de concebir al texto: como una criatura viva con deseos propios.
A partir de las preguntas de los alumnos, Martín
profundiza algunas cuestiones sobre sus novelas. Con respecto a Dos veces junio señala la experiencia
del corte y lo fragmentario de la narración, mientras que en Cuentas pendientes se enfoca en la mismísima
figura del narrador: aquí “no se cuenta otra cosa que el narrador”. La frase
que da inicio a la novela (“Tengo para
mí…”) ya nos da la pauta de que lo que continúa son meras conjeturas del
narrador; luego de unas 120 páginas, esa falsa tercera persona se revela como
primera y este simple detalle da cuenta de la destreza magistral de Martín Kohan
a la hora de construir la voz narrativa. Con referencia a Bahía Blanca, nos cuenta que la escritura surgió a partir de su
interés por la mala fama de esa ciudad, dice que la idea de una ciudad con mala
suerte le pareció sumamente atractiva. No obstante, aclara que nada de lo que
aparece en su novela es lo que piensa sobre Bahía Blanca ya que él no piensa
“nada sobre nada” cuando emprende sus viajes. De este modo, una charla que
comenzó siendo más teórica y menos familiar que la de Idez, termina en un estallido
de carcajadas frente a algunos comentarios sobre la yeta y su vínculo con
cierto ex presidente que, por si acaso, estas cronistas se abstendrán de
mencionar.
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