lunes, 28 de octubre de 2013

Crónica de una charla anunciada

El lunes 17 de junio de 2013, Ariel Idez (autor de La última de César Aira y docente de la UBA) nos halagó a todos los estudiantes de Taller de Expresión I con su presencia en el marco de una charla titulada “La influencia de la carrera de Comunicación en la literatura contemporánea”. Una semana después, el escritor Martín Kohan nos regaló algunas de sus impresiones sobre la literatura en una charla titulada “La construcción del narrador en Dos veces junio, Cuentas pendientes y Bahía Blanca”. Aquí presentamos algunas huellas de esta experiencia.


Desde el momento en el que Ariel Idez entró al aula, cualquiera podría haberlo confundido con un estudiante de primer año en su primer día de cursada, no solo por su cercanía generacional sino también por cierto aturdimiento propio de los inexpertos. Algo desorientado, perdido, se acercó a la primera alumna que divisó en su horizonte próximo y le preguntó: “¿Esta es la clase de Taller?” Cuando ella confirmó su presunción, Ariel acomodó sus pertenencias en el pupitre desvencijado que tenía más a mano y, no sin cierta timidez, se animó a dirigir una mirada desenfocada hacia el gran auditorio que, bullicioso e inquieto, aguardaba su palabra. Aun así, la ausencia de profesores parecía alimentar en él la sospecha de no estar en el lugar indicado; salió al pasillo, echó un vistazo hacia ambos lados y, sin encontrar ningún rostro conocido, volvió a entrar. No fue sino hasta la aparición de Marina Cortés –titular de cátedra y quien lo había convocado– que Ariel se alivió y, resignado ante sus propias inseguridades, quedó a la espera de que se lo presentara.
La charla –ambiciosamente titulada según las palabras de Idez (“La carrera de Comunicación y su influencia en la literatura contemporánea”)– arrancó con agradecimientos, chistes tímidos y una breve defensa del personaje que motivó la escritura de su novela y quien, de algún modo, propició este encuentro: el célebre César Aira. Luego, prosiguió con la lectura de un texto de su autoría escrito especialmente para la ocasión.
La lectura de ese texto fue de lo más amena, a tal punto que por momentos olvidamos que Ariel estaba leyéndonos palabras pensadas, elegidas y labradas de antemano; su discurso parecía espontáneo y, de a poco, en el curso de la lectura, ese escritor algo retraído fue despojándose de sus temores para dar paso al hombre resuelto que, minutos después, nos hacía reír a carcajadas con algunas de sus ocurrencias.
El texto tuvo como eje central el relato de su recorrido a través de la carrera: desde sus inicios en el CBC y su paso por las distintas sedes de la Facultad, hasta su regreso como miembro del equipo docente. Sin embargo, el texto comenzó con una confesión “como para que entremos en confianza”: este escritor admite, no sin cierta melancolía, que durante el ciclo lectivo se le hace difícil escribir a causa de las innumerables responsabilidades de la vida adulta; en comentarios como este parece quejarse un poco de haber ingresado a la adultez y, tal vez por esa razón nosotros, aún estudiantes, jóvenes en la mayoría de los casos, nos sentimos plenamente identificados con su discurso. La segunda confesión que nos hace se trata más bien del desafío que implicó respaldar el título de esta charla (un título inventado por él), pero de algún modo se consuela diciendo: “a mayor desafío, mayor obligación, y a mayor obligación, mayor escritura”. Los tres interrogantes de los que parte para contarnos su recorrido, podrían esbozarse en tres ítems:
*Cómo llegó a esta carrera
*Cómo se hizo escritor
*Cómo se hizo lector
Así, Idez se propone narrarnos estos tres fragmentos de su historia personal para llegar a un relato más amplio que involucra a toda una generación de estudiantes, posible fuente de inspiración para la nuestra. Al contarnos cómo llegó a la carrera, apela a dos motivos de una contundencia incuestionable: el amor y las matemáticas (por supuesto, aquí tuvo lugar la primera de una larga serie de carcajadas desatadas durante la lectura). Así, en el año 1996, sin saber muy bien lo que de él se esperaba ni lo que él mismo esperaba de la carrera, comenzó su recorrido académico por los pasillos de la sede Marcelo T. de Alvear y se encontró en su primer año con la materia Taller de Expresión, una materia que, contrariamente a lo que él imaginaba, recibía a sus alumnos con la propuesta de prácticas de escritura creativa “con un margen de libertad inusitado”. De este modo, arribamos al segundo de los interrogantes: cómo fue que Ariel Idez se convirtió en un escritor. Y gracias a algunas analogías con el fútbol, llegamos a la conclusión de que en cierto momento, Ariel se dio cuenta de que no había tanta distancia entre el proyecto y el acto de escritura; es decir, esos bocetos que había en su cabeza le salían bastante parecidos a la hora de la ejecución en el papel. Fue entonces cuando descubrió que ese oficio “le encantaba”. Pero nada es tan sencillo, porque gracias a las primeras correcciones de sus trabajos, descubrió también que había mucho por mejorar y un largo camino por recorrer; esto, lejos de persuadirlo, lo incitó a esforzarse aún más. Así es como llegamos al último de los interrogantes: cómo fue que Ariel Idez se hizo lector, porque para corregir los errores y desarrollar ciertas aptitudes, sus profesores le propusieron la lectura de muchos autores a los cuales, sin ese impulso, quizás no se hubiese acercado jamás (como sucede con tantos de nosotros). Y gracias a este acercamiento a la literatura, cada autor lo influyó de un modo particular dejando huellas en su propio estilo. Idez declara que “cuanto más leía, más y mejor escribía; y cuanto más escribía, más quería leer” conformando un círculo virtuoso en esta triple alianza de la cual, según él, no hay retorno: lectura, escritura y experiencia.
En cierto momento de la charla, Ariel proclama: “No creo en la enseñanza de la literatura”. Él admite la posibilidad de orientar, incentivar, facilitar lecturas, aprender técnicas o ayudar a descubrir la propia voz, pero de ningún modo cree que exista algo como la formación académica de escritores. Él más bien habla de deformaciones, de accidentes fortuitos, de experimentos que salen mal; y en esa fila se ubica a sí mismo y a muchos de sus colegas. Afirma que ellos son algo así como un producto de sucesivas deformaciones, de una multiplicidad de influencias y corrientes de pensamiento que los han atravesado y que les han permitido el ingreso al mundo de la literatura. Y en este sentido, se refiere a los escritores surgidos de la carrera de Comunicación como una suerte de superhéroes que gracias a sucesivos experimentos fallidos han adquirido, tal vez a modo de compensación, algunos “poderes sobrenaturales”: una vasta cultura general, una capacidad de observación desde múltiples perspectivas o el don de la imprevisibilidad. Y de estas herramientas se valió el autor para ingresar a ese complejo mundo llamado literatura contemporánea. Con respecto a este asunto, Idez nos confiesa: “No sé qué es la literatura contemporánea”, aunque luego se aproxima a una posible definición. Habla de hibridación, de la disolución de fronteras entre géneros y disciplinas, de cierto caos creativo, de la combinación entre teoría y práctica: cosas con las que los estudiantes de Comunicación estamos bastante familiarizados. Es por todo esto que su conclusión final se enfoca en la innegable similitud entre eso que denominamos literatura contemporánea y la carrera de Comunicación, y así justifica Idez el interés que han despertado muchas de las obras escritas por los estudiantes de la carrera en el mundillo literario; porque ellos (nosotros), de algún modo estaban (estamos) mejor adaptados a ese medio tan caótico y, a la vez, tan interesante.
La lectura concluyó con un aplauso cerrado de gran efusividad y se abrió el espacio para las preguntas al autor. Al principio, como suele ocurrir en estos casos, un silencio incómodo se apoderó del aula hasta que la primera valiente rompió el hielo con una pregunta sobre la fuente de inspiración de su novela. Idez se refirió a ella como una “novela conscientemente airiana”, escrita a partir de los esquemas de invención de Aira y, al mismo tiempo, atreviéndose a hablar de él e introduciéndolo como uno de los personajes. Podemos decir que desde el título (La última de César Aira) el autor se propone evocar su figura de un modo burlesco y paradójico. Además, Ariel nos habló de los rigores del mundo literario y de las dificultades para publicar su novela, del hallazgo de una editorial independiente con propuestas innovadoras (Pánico el Pánico), de su proyecto en común con Matías Pailos, del extraño encuentro con César Aira y de su ambiguo comentario sobre la novela, de la inspiración y las ideas que impulsaron la escritura, del proceso de producción y de la creación de los personajes.
La impresión que nos dejó Ariel Idez fue altamente satisfactoria; ahora que lo conocemos gracias a su ingreso en el mundo de la literatura, podemos tomarlo como uno de nuestros referentes. Y creemos que aquí justamente reside el valor de la conexión entre literatura y comunicación: ese mundo fantástico de la literatura no podría llegar a nosotros sin las enormes posibilidades que ofrece el fenómeno de la comunicación y, en cierto modo, la literatura no es literatura sino hasta que se convierte en un hecho comunicativo. Si nadie hubiese leído y publicado la novela de Ariel, probablemente jamás hubiera llegado a nuestras manos y no se hubiera incorporado a eso que llamamos literatura contemporánea. Una obra no es literatura sino hasta el encuentro con su lector.
Cerramos nuestros comentarios con una frase muy esperanzadora de Ariel: “Nunca se sabe dónde va a surgir un escritor, porque suelen aparecer donde menos se los espera”. Al finalizar la charla, nos acercamos con los ejemplares en mano y él, muy predispuesto aunque algo desconcertado por verse a sí mismo en el rol de “escritor hecho y derecho”, garabateó su firma en cada libro con una sonrisa de agradecimiento que sirvió para acortar esa distancia –tantas veces abismal– entre un escritor y su lector.

***

A diferencia de Idez, la entrada de Martín Kohan fue triunfal; desde el primer momento se adueñó del aula y supo captar la atención del auditorio con una gran determinación. Su actitud no era precisamente la de un novato, sino más bien la de un hombre curtido en el terreno, habituado a enfrentar este tipo de situaciones. Luego de una breve presentación en la que se definió a sí mismo como profesor y crítico literario, encaró una charla que tuvo como eje central la importancia de la figura del narrador dentro de la literatura, un tema que resuena en muchas de sus novelas. Kohan, como buen estratega y orador, inició esta charla halagándonos de algún modo, y para ello apeló a resaltar el lugar decisivo que tiene el lector en el mundo de la literatura, incluso más relevante que la figura del autor (queremos poner en duda esa sentencia). Él habla de la escritura como una experiencia de soledad, pero también advierte que se trata de un “acto comunicativo siempre dirigido a un otro que es conjetural y difuso”; así, para el autor, estos encuentros generan gran expectativa, ya que ese horizonte difuso y conjetural cobra realidad concreta en el diálogo con sus lectores.
Martín va rápidamente al grano y, sin demasiados rodeos, aborda el asunto central de esta charla: la compleja relación entre la narración y lo narrado. Él rescata la dicotomía forma/contenido (aunque muchos la descarten tildándola de arcaica) y se vale de ella para encarar su problemática poniendo en primer plano la narración, el cómo por encima de qué. Según su óptica, la literatura se funda en la pregunta por el cómo y no en la pregunta por el qué, es decir, la idea surge cuando el escritor logra resolver los problemas que presenta la narración y no lo narrado, cuando sabe a la perfección no solo qué historia es la que va a contar sino –por sobre todas las cosas– cómo  va a contarla. Sin embargo, Kohan señala que existe cierta literatura que pone su foco en el qué bajo la idea de que la literatura se limita solo a contar una buena historia, una idea con la que él discrepa abiertamente. Para ilustrar esto, nos relató su experiencia en la Feria del Libro de Frankfurt, donde fue testigo de una compra-venta “explícita y descarnada” de derechos de publicación de libros, de meros argumentos sin siquiera tener en cuenta la forma en que estaban narrados. Allí “¡los editores compraban libros sin siquiera haberlos leído!”, confiesa lleno de espanto. Esta versión desalmada del negocio literario podría ser un claro argumento en defensa de la literatura interesada por el cómo. Y en este sentido, Kohan es terminante: para él no existe lo narrado sin la narración, y las grandes decisiones en el ámbito de la literatura tienen que ver con la figura del narrador. Optar entre la primera y la tercera persona es para él una de las decisiones más importantes, porque al decidir esto “armamos un mundo entero” que sustenta lo narrado. Además nos habla del tono, la distancia y el ritmo como características fundamentales a la hora de construir la figura que contará el relato. “La primera ficción es el narrador, lo primero que uno inventa es esa voz”, asegura Kohan. Y esta es una premisa clave para encarar tanto la lectura como la escritura de una obra literaria. Se refiere también al destello producido en los lectores al percibir que cada palabra ha sido elegida con minuciosidad por el escritor entre tantas posibles, al sentir que debía ser esa palabra y no otra. Es por eso que ubica a la corrección como una etapa clave en el proceso de escritura, a tal punto que para él corregir es también escribir.
Una distinción por demás interesante es aquella señalada por el autor entre libro y texto: él escribe textos mientras que las editoriales venden libros. Y esa distinción lo ha ayudado a separar el plano comercial del plano creativo. Otra de las cosas llamativas que menciona Kohan es el placer estrictamente físico que experimenta al escribir; “me gusta tocar el papel, abrazar el texto”, confiesa. Incluso habla de cierto placer olfativo y dice: “El olor de la tinta… ¡me gusta! Y muchas veces huelo lo que escribo”. He aquí un escritor fascinado por su oficio.
Con respecto a su experiencia personal, nos cuenta que suele escribir sus novelas en breves períodos pero solo se lanza al acto de escritura cuando ya tiene muy pensada la historia y el modo de contarla. Admite, no sin cierta desazón, que ha fracasado de todas las maneras imaginables y nos relata algunos de sus intentos fallidos. “A mí no me gusta no saber lo que va a pasar, (…) disfruto de la corroboración, deploro la incertidumbre, la sorpresa, la aventura”, advierte. Pese a que suponemos algún grado de exageración en estos testimonios, creemos que son cualidades llamativas en un escritor, ya que la curiosidad es uno de los caminos directos –aunque no el único– hacia la invención. Según Kohan, el texto cobra vida propia porque se activa en él una lógica inmanente, y por ello sostiene que es fundamental atender a las indicaciones que nos va dando el texto y no tanto a aquellas que queremos imponerle nosotros forzándolo a decir cosas que tal vez el texto no quiere o no necesita decir. Esta es una manera muy interesante de concebir al texto: como una criatura viva con deseos propios.
A partir de las preguntas de los alumnos, Martín profundiza algunas cuestiones sobre sus novelas. Con respecto a Dos veces junio señala la experiencia del corte y lo fragmentario de la narración, mientras que en Cuentas pendientes se enfoca en la mismísima figura del narrador: aquí “no se cuenta otra cosa que el narrador”. La frase que da inicio a la novela (“Tengo para mí…”) ya nos da la pauta de que lo que continúa son meras conjeturas del narrador; luego de unas 120 páginas, esa falsa tercera persona se revela como primera y este simple detalle da cuenta de la destreza magistral de Martín Kohan a la hora de construir la voz narrativa. Con referencia a Bahía Blanca, nos cuenta que la escritura surgió a partir de su interés por la mala fama de esa ciudad, dice que la idea de una ciudad con mala suerte le pareció sumamente atractiva. No obstante, aclara que nada de lo que aparece en su novela es lo que piensa sobre Bahía Blanca ya que él no piensa “nada sobre nada” cuando emprende sus viajes. De este modo, una charla que comenzó siendo más teórica y menos familiar que la de Idez, termina en un estallido de carcajadas frente a algunos comentarios sobre la yeta y su vínculo con cierto ex presidente que, por si acaso, estas cronistas se abstendrán de mencionar. 

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