lunes, 14 de octubre de 2013

La sencillez detrás de la complejidad

Doctor, crítico, actor, profesor, escritor y tantas otras cosas es o puede ser Martín Kohan. Pero, no las conocemos y no las vamos a conocer, ni él tampoco; necesita conocer que va a pasar, necesita tener todo controlado, todo en orden, desprecia el “a ver qué pasa”, y es así que da clases de manera impecable. Por obligación tuvimos que leerlo, pero desde un principio la lectura de sus novelas se hizo placentera, Novoa y Giménez, no nos identifican en lo más mínimo, no nos identificamos con sus obsesiones o sus desgracias, solo puede que nos hayamos sentido algo interpelados, pero nunca identificados. Invitado a dar una clase a cuenta de estos libros leídos por el alumnado, Kohan accedió a brindarnos y compartirnos, en dicho encuentro, experiencias, conocimientos y pareceres.
En esa mañana de lunes opaca como muchas, como cualquiera, no iniciado el invierno, esperábamos la charla de Martín Kohan, escritor argentino y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Tomábamos un café cerca de la puerta del aula 7 de la sede de Constitución de la Facultad de Ciencias Sociales, donde él daría la clase. Usando de mesas unos pupitres apilados en el pasillo, de esos que se rompen en las costuras soldadas debilitadas por el tiempo y el uso, solo para liberar nuestras manos y sacar de los bolsos cada novela, compartirlas.
Había acabado de leer Cuentas Pendientes, novela publicada en el 2010, después de haber ganado el Premio Herralde en el 2007 por Ciencias Morales. “Cómo me hizo reír éste libro”, dije, en alusión a la supuesta historia de Giménez. Uno de mis compañeros sacó de su mochila Bahía Blanca, otra novela de Kohan; mientras el otro miraba con cierta complicidad el libro que yo leí, pero buscaba en su copia, idéntica pero diferenciable por sus dueños, saltando de página en página, como queriendo hallar versos elocuentes que recordar y compartir conmigo.
A un lado, había un tipo de pantalones y buzo negro deportivo, con un aire leve de soberbia, de estatura media, pelo castaño y disperso, no solo él sino su cabello también. Y ¿quién era? El mismo que nos había hecho reír, del que subrayamos algunos pasajes o marcamos párrafos enteros, quien nos acompañó durante un tiempo con su nombre en una tapa de un libro en la mesa de noche mientras dormíamos, el mismo que mezclado con alguna frenada brusca y lectura despojada de asiento en el colectivo, casi nos hace pasar vergüenza. Ahí estaba, y no lo reconocimos, o dudamos brevemente de su identidad. Sí, era Martín Kohan.
Pasamos al aula y nos acomodamos en la fila más adelantada que pudimos encontrar vacía, la segunda. La sala se empezaba a inundar de gente, alumnos como nosotros muchos con ilusiones y otros con desgano, observamos hacia atrás y después nos miramos con mirada algo ansiosa de tres estudiantes que sospechan que van a pasar un buen rato, casi sin saber claramente que es lo que se viene.
Kohan entro al aula, acomodó sus cosas sobre la mesa del aula, la campera en el respaldo de la silla, comenzó a hablar, luego tomó el micrófono y repitió lo que muchos no escuchamos, con soltura y confianza se presentó. Y haciendo alusión a los temas que veíamos en clase de Taller de expresión con Marina Cortés y Yaki Setton, dio por comenzada la charla.
¿Cómo contar la historia que quiero contar? Hay literatura desde el momento en que alguien se pregunta cómo decir lo que quiere decir. Los problemas que se presentan, lo complicado que es armar algo original para contar. Nosotros anotábamos palabras clave, que se escapaban, que se tachaban, que en todo su discurso después nos funcionarían como guía, o como consejos de un fanático de Carver, para tres discípulos de Kohan. Sentarse a escribir un libro es una maraña de conjeturas, algo incierto, fantasmal, imaginario, afirma Kohan. Pero lo que pone en primer plano a la hora de sentarse a escribir, es determinar lo que prevalezca, ¿lo narrado o la narración? La relación entre la forma y el contenido. Para él lo más importante no es lo narrado sino la narración.
Había cuatro chicos inquietos delante de nosotros, la mirada de todo el salón contemplaba a un tipo lúcido explayar fácilmente la estructura general del relato. La idea fundamental es la de cómo decir y cómo narrar. Decía que las ideas aparecen cuando se han resuelto los problemas de la narración, y lo narrado es inseparable del cómo se lo narra. Podemos tener un qué perfecto, una buena historia, un buen argumento, pero si no tenemos el cómo no tenemos nada.
Fue ahí cuando trajo a nosotros su experiencia en la feria del libro de la ciudad de Frankfurt, Alemania. Esta feria es visitada por gente que cuenta tramas, se comercializan libros, no como objetos que derivan del texto, sino como muchos qué sin cómo, solo argumentos. Hay gente que va y viene, va y viene, está con el celular como cualquier figura de negocios… contando argumentos. No es un lugar para escritores, dijo también, mientras se rascaba la frente,  incómodo con la idea de que de allí podrías salir aterrado al ver como la literatura es pura mercancía, es una feria de argumentos, de gente que van contando argumentos de libros que no han leído y posiblemente no lean nunca.
Con este ejemplo destaca que no hay literatura sin narración, que la literatura no es contar solo buenas historias. La historia narrada se transforma en mercancía pura porque no le importa el cómo se cuenta esa historia, y esto para él resultaba ser lo más importante: lo narrado no existe sin la narración, las decisiones de cómo hacerlo, las ideas, innovadoras tal vez, permiten establecer lo narrado.
Ahora el ambiente es más relajado, dos chistes han podido soltar la tensión de una cátedra literaria, la clase ahora es un lugar más cálido. La charla es muy amena, Martín es muy inteligente.
La decisión entre elegir narrar en primera o tercera persona, continúa Kohan, es fundamental. ¿Quién narra? ¿Qué posición tiene con respecto a lo narrado? El tono que utiliza el narrador también es imprescindible, esta es una cuestión más de la forma de la narración. El tono determina la cuestión del narrador con lo narrado (afectividad, ironía, terror, desapego, etc.). Así también como la distancia. ¿Se apega a los hechos o no? ¿Es una relación sinuosa? ¿Va y viene? ¿Piensa algo o también reflexiona? Cuándo reflexiona, ¿entiende o no? Lo que uno inventa es el narrador. Y todas las anteriores preguntas están intrínsecamente mezcladas al proceso de escritura.
Para Kohan, la primera ficción es el narrador, esa voz, sobre todo el yo. Lo dijo en un tono apacible, como encantado con la idea. Nos mirábamos entre compañeros recordando de su libro, e intentando imaginar como todo lo que decía fue aplicado en la elaboración de sus textos. Uno me miraba de reojo como queriendo decir esto es genial. De lejos Martin seguía contando, ahora lo escuchaba y decía que la cuestión es la distancia, el narrador mira de cerca o se aleja, cuando construimos el narrador decidimos que relación tendrá con el personaje, con lo narrado. Se establece una posible relación entre lector y narrador.
Otra dicotomía que se plantea, además de forma-contenido, cómo-qué y tono-distancia, es libro-texto. Para Martín Kohan el escribe un texto, le publican un libro, y volviendo con la mercantilización, lo que se vende y se compra son los libros, afirma. Escribe a mano, es su forma intima de relacionarse con la escritura, le es placentero escribir en un sentido físico: A veces siento el deseo físico de escribir y no tengo nada que escribir. Dibujar, dibujar letras, a mí de escribir me gusta también eso. En la práctica concreta es también eso, en un sentido estrictamente físico. Me gusta tocar el papel. El modo en que uno abraza el texto cuando escribe. Esto me da placer físico. Hay un placer olfativo, a mi el olor de la tinta… ¡me gusta! Y a veces huelo, huelo lo que escribo.
Nos dice que tiene que tener todo bien pensado antes de largarse a escribir, y más en una novela, es claro que hay cosas que surgen en la escritura y es imposible conjeturarlas. Cuenta que una vez intentó escribir y “ver qué pasa” y esa novela fue la única que quedo truncada. Por eso no le gusta no saber que va a pasar, disfruta de la corroboración. Tan poca curiosidad culinaria afirma tener, que cuando viaja pide milanesas con puré o bife de chorizo con papas fritas, es un mal viajero.
Dando por finalizada la charla, redondeando la dicotomía entre la narración y lo narrado, se dedica a autografiar los libros. Entre ellos encuentra, y se extraña, con una edición de Dos veces junio de una editorial que no era ni Sudamericana ni De bolsillo, sabía de su existencia, pero nunca había tenido un ejemplar en sus manos, dijo que se lo hubiera comprado, pero ya lo había firmado.

En alguna nota leí, que él cuando da clases actúa, lo hace muy bien, es excelente profesor y, en tal caso, actor también. Parece “chapado a la antigua”, en cierto punto, pero la falta de curiosidad cruzada con la necesidad de saber que va a pasar, hace a Martin Kohan una persona muy particular. Su inteligencia y rapidez, su voz penetrante y sus palabras precisas, obligan a escucharlo. La capacidad de su cómo, de su forma, y también su qué, su contenido, hacen que él, como escritor, y su obra sean fantásticos, encontrando en cada una el tono en comunión con la distancia de forma armoniosa y única.

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