miércoles, 23 de octubre de 2013

Martín Kohan, un escritor excepcional

El 24 de junio dio una charla a los alumnos del Taller de expresión I de la carrera de Ciencias de la Comunicación Social, en la facultad de Ciencias Sociales (UBA). Su humor y autenticidad generó las risas de todos. Los alumnos hacían fila para la firma de libros.


Es invierno. Son las nueve de la mañana de un lunes. Se lo ve entrar tranquilo, viste ropa deportiva. Está muy distinto a la foto de la solapa del libro. Quizá sea vieja. Se saca la campera y agarra el micrófono, con aire de tener mucha experiencia en hablar ante tantas personas.
Martín Kohan es profesor de literatura y crítico literario. Tiene unos 46 años y un montón de novelas reconocidas internacionalmente. Pero pocos podrían imaginar que ese gran escritor –el mismo que escribió Cuentas pendientes y Dos veces Junio, y que ganó el Premio Herralde de Novela en 2007– conserva aún una corriente de simpleza y humor inigualable.
Con la mirada fija en nosotros comienza hablando apasionadamente sobre la escritura, dice que es un proceso de soledad porque el lector no está empíricamente en el momento de la creación de la narración. También afirma que la pregunta que se ha hecho la literatura a lo largo de la historia es si prevalece lo narrado o la narración: la pregunta por el qué narrar o cómo narrar algo. Y eso es lo que hace ahora: busca la mejor forma de transmitir sus saberes y experiencias, interrumpiéndose todo el tiempo por encontrar a cada rato otro modo de explicarnos sus ideas. Entonces dice que lo que quiere decir con eso es que la literatura se preocupa más por la forma que por el contenido. A modo de introducción nos cuenta sobre la Feria de Frankfurt, que es la mayor feria comercial de libros del mundo. Es un evento de gran importancia desde el punto de vista editorial ya que en ella se desarrollan importantes actividades relacionadas con el sector mercantil, como negociaciones entre libreros y editoriales y negociaciones sobre derechos de venta en todo el mundo.
Me recomendaron que no fuera, que siendo escritor no es algo grato de ver. Parece una verdulería pero de derechos de autor, traducciones, etc. Cuando estuvo en ese lugar le llamó la atención ver cómo la gente caminaba de aquí para allá con muchos celulares, contando en distintos idiomas de qué se trataban los libros, qué historias narraban, pero sin haberlas leído realmente, sólo viendo su contratapa. Reitera que no hay literatura allí, sólo un mercado de literatura.
Insiste en decirnos que una historia es buena cuando genera interés. Es decir que, según él, una historia es buena si, a pesar de que su contenido sea escueto, el modo en el que se cuenta es interesante y genera en el lector más ganas de seguir leyendo.
Lo narrado no existe hasta tomar decisiones narrativasdice, y lo aplica ahora mismo a su discurso. Su pronunciación clara, su mirada fija en las audiencias y una leve sonrisa permanente en su cara hace que todos queramos seguir escuchando.
Ahora habla del narrador: –Ese yo nunca es yo, lo cual es algo sumamente estimulante para todos aquellos que nos entusiasmamos con la literatura, porque estamos hartos de nosotros mismos. Y se le nota el entusiasmo, habla con pasión. Parece un personaje más, alguno de esos que parece cobrar vida. Hace chistes, nos hace reír a todos.
Parece tener los sentidos agudizados, debe ser cosa de escritores. Es un ferviente defensor del rol del narrador en la historia, dice que a partir de él la historia cobra vida; puede haber una buena trama pero sin narrador no hay historia. Nos da tips: en primer lugar, se debe seleccionar muy cautelosamente quién debe narrar. Una vez hecha la elección se le debe dar un tono: se calibra la historia a partir de él (se puede mostrar desapego a lo narrado, o curiosidad, ironía, etc.), y una distancia: el narrador se puede pegar a los hechos o no, mirar meticulosamente o no tanto, tomar distancia de la historia narrada y ver un todo, etc.
Nos confiesa que, para escribir, antes que nada él imagina la historia. A partir de un disparador o dos le surgen algunas ideas: "como estrellas que empiezan a aparecer y formar parte de lo que será una constelación". Bahía Blanca la escribió a partir de un disparador que recuerda con mucho humor. Estaba reunido con una amiga y a ella le dolía mucho la cabeza, no podía parar de quejarse. –Tal fue mi preocupación que me ofrecí llevarla al hospital, y eso que yo no hago esas cosas –dice, y explota una carcajada en el aula. Finalmente la amiga le respondió: -Bueno, hagamos algo: vamos a olvidarnos y así se me va a ir, nos olvidamos y listo-. Pasó el rato, concluyó la reunión de café y él no quiso volver a preguntar: –Habíamos quedado en que nos olvidábamos así que preguntarle estaba de más, pero no volvió a quejarse – por lo tanto el resultado era evidente. Ese evento le llamó mucho la atención: ¿cómo podía ser que el olvido fuera ordenado por quien quería olvidar? Da otros datos muy cómicos sobre la trama de la novela y el sentido de la elección, dice que la ciudad tiene la fama de "jeta".
-¿Cuánto tiempo tarda en escribir sus novelas?­ – le preguntan. Si no hay una pronta planificación y organización de lo que quiere escribir enseguida lo deja, pero cuando la idea sale dice que no lo hace durante mucho tiempo, que a él (como mucho) le lleva dos o tres meses. Todo un profesional el hombre.
Y ¿cómo escribe? Es en este punto cuando demuestra definitivamente y de manera clara que es un apasionado por la literatura: habla de una necesidad física que tiene de escribir, que escribe a mano porque le da un ritmo al texto, un ritmo mucho más lento que el que le demandaría escribir directamente en la computadora. Según él en el teclado la mano va muy rápida y le genera distancia y enfriamiento al texto, dice que le gusta tocar el papel, con sus dedos, con su mano, le gusta olerlo. Le gusta tocar el papel, mirar a los alumnos en vez de mirar al piso, se esmera por hablar claro. También le gusta decir “salud” cuando alguien estornuda, como demuestra en ese instante. Es precisamente la atención que sólo puede tener un escritor. Ahora le dice a una chica que entra y se sienta en el suelo que “hay lugar” y señala unos asientos vacíos. Y sigue hablando. Debe tener un tercer ojo y dos cerebros para hacer todo eso a la vez.

Es impresionante la facilidad que tiene para mantener un aula de doscientas personas mudas y anonadadas con sus anécdotas, y los detalles categóricos que hace son la frutilla del postre. Es difícil dejar de dedicarle toda nuestra atención. Escucharlo hablar es como leer una de sus novelas. Él, un personaje más.

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