El 24 de junio dio una charla a los alumnos del Taller de expresión I de la carrera de Ciencias de la Comunicación Social, en la facultad de Ciencias Sociales (UBA). Su humor y autenticidad generó las risas de todos. Los alumnos hacían fila para la firma de libros.

Martín Kohan es profesor de literatura y crítico
literario. Tiene unos 46 años y un montón de novelas reconocidas
internacionalmente. Pero pocos podrían imaginar que ese gran escritor –el mismo
que escribió Cuentas pendientes y Dos veces Junio, y que ganó el Premio Herralde de Novela en 2007–
conserva aún una corriente de simpleza y humor inigualable.
Con la mirada fija en nosotros comienza hablando
apasionadamente sobre la escritura, dice que es un proceso de soledad porque el
lector no está empíricamente en el momento de la creación de la narración. También
afirma que la pregunta que se ha hecho la literatura a lo largo de la historia es si prevalece lo narrado o la narración: la
pregunta por el qué narrar o cómo narrar
algo. Y eso es lo que hace ahora: busca la mejor forma de transmitir sus
saberes y experiencias, interrumpiéndose todo el tiempo por encontrar a cada rato
otro modo de explicarnos sus ideas. Entonces dice que lo que quiere decir con
eso es que la literatura se preocupa más por la forma que por el contenido.
A modo de introducción nos cuenta sobre la
Feria de Frankfurt, que es
la mayor feria comercial de libros del mundo. Es un evento de gran
importancia desde el punto de vista editorial ya que en ella se desarrollan
importantes actividades relacionadas con el sector mercantil, como
negociaciones entre libreros y editoriales y negociaciones sobre derechos de
venta en todo el mundo.
–Me recomendaron que no fuera, que siendo escritor no
es algo grato de ver. Parece una verdulería pero de derechos de autor,
traducciones, etc. Cuando estuvo en
ese lugar le llamó la atención ver cómo la gente caminaba de aquí para allá con
muchos celulares, contando en distintos idiomas de qué se trataban los libros,
qué historias narraban, pero sin haberlas leído realmente, sólo viendo su
contratapa. Reitera que no hay literatura allí, sólo un mercado de literatura.
Insiste en decirnos que una historia es buena cuando
genera interés. Es decir que, según él, una historia es buena si, a pesar de
que su contenido sea escueto, el modo en el que se cuenta es interesante y
genera en el lector más ganas de seguir leyendo.
–Lo narrado no existe hasta
tomar decisiones narrativas– dice,
y lo aplica ahora mismo a su discurso. Su pronunciación clara, su mirada
fija en las audiencias y una leve sonrisa permanente en su cara hace que todos
queramos seguir escuchando.
Ahora habla del narrador: –Ese yo nunca es yo, lo cual es algo sumamente estimulante para todos
aquellos que nos entusiasmamos con la literatura, porque estamos hartos de
nosotros mismos. Y se le nota el entusiasmo, habla con pasión. Parece un
personaje más, alguno de esos que parece cobrar vida. Hace chistes, nos hace
reír a todos.
Parece tener los sentidos agudizados, debe ser cosa de
escritores. Es un ferviente
defensor del rol del narrador en la historia, dice que a partir de él la
historia cobra vida; puede haber una buena trama pero sin narrador no hay historia. Nos da tips: en primer lugar, se debe seleccionar muy cautelosamente
quién debe narrar. Una vez hecha la elección se le debe dar un tono: se calibra la historia a
partir de él (se puede mostrar desapego a lo narrado, o curiosidad, ironía, etc.),
y una distancia: el narrador se puede pegar a los hechos o no, mirar
meticulosamente o no tanto, tomar distancia de la historia narrada y ver un
todo, etc.
Nos confiesa que, para escribir, antes que nada él imagina
la historia. A partir de un disparador o dos le surgen algunas ideas: "como estrellas que empiezan a aparecer
y formar parte de lo que será una constelación". Bahía Blanca la escribió a partir de un disparador que recuerda con
mucho humor. Estaba reunido con una amiga y a ella le dolía mucho la cabeza, no
podía parar de quejarse. –Tal fue mi
preocupación que me ofrecí llevarla al hospital, y eso que yo no hago esas
cosas –dice, y explota una carcajada en el aula. Finalmente la amiga le respondió:
-Bueno, hagamos algo: vamos a olvidarnos
y así se me va a ir, nos olvidamos y listo-. Pasó el rato, concluyó la
reunión de café y él no quiso volver a preguntar: –Habíamos quedado en que nos olvidábamos así
que preguntarle estaba de más, pero no volvió a quejarse – por lo tanto el
resultado era evidente. Ese evento le llamó mucho la atención: ¿cómo podía ser
que el olvido fuera ordenado por quien quería olvidar? Da otros datos muy
cómicos sobre la trama de la novela y el sentido de la elección, dice que la
ciudad tiene la fama de "jeta".
-¿Cuánto tiempo
tarda en escribir sus novelas? – le preguntan. Si no hay una pronta
planificación y organización de lo que quiere escribir enseguida lo deja, pero
cuando la idea sale dice que no lo hace durante mucho tiempo, que a él
(como mucho) le lleva dos o tres meses. Todo un profesional el hombre.
–Y ¿cómo escribe?
Es en este punto cuando demuestra definitivamente y de manera clara que es un
apasionado por la literatura: habla
de una necesidad física que tiene de escribir, que escribe a mano porque
le da un ritmo al texto, un ritmo mucho más lento que el que le demandaría
escribir directamente en la computadora. Según él en el teclado la mano va muy
rápida y le genera distancia y enfriamiento al texto, dice que le gusta tocar el papel, con
sus dedos, con su mano, le gusta olerlo. Le gusta tocar el papel, mirar a los
alumnos en vez de mirar al piso, se esmera por hablar claro. También le gusta
decir “salud” cuando alguien estornuda, como demuestra en ese instante. Es
precisamente la atención que sólo puede tener un escritor. Ahora le dice a una
chica que entra y se sienta en el suelo que “hay lugar” y señala unos asientos
vacíos. Y sigue hablando. Debe tener un tercer ojo y dos cerebros para hacer
todo eso a la vez.
Es impresionante la facilidad que tiene para mantener un
aula de doscientas personas mudas y anonadadas con sus anécdotas, y los detalles categóricos que hace son
la frutilla del postre. Es difícil dejar de dedicarle toda nuestra
atención. Escucharlo hablar es como leer una de sus novelas. Él, un
personaje más.
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