miércoles, 20 de noviembre de 2013

Hammerstein o el tesón

Reseña del libro de Hans Magnus Enzensberger.


Me es imposible no recordar el debate: Christopher R. Browning vs. Daniel Jonás Goldhagen; intencionalista y funcionalista del accionar militar y civil en el periodo del nazismo. Básicamente, los intencionalistas creen que la decisión del régimen nazi para exterminar a los judíos europeos fue metódicamente planificada y fue el proceso derivado de la iniciativa de lucha contra el antisemitismo desenfrenado de Hitler. Los funcionalistas, contrariamente, creen que el exterminio se manifiesta con los métodos y las inclinaciones de los asesinos genocidas.

            Mediante documentación y testimonios tomados en la época de la posguerra respecto del accionar del Batallón 101 de la Policía de Orden, Browning descubrió una grieta en la idea equívoca de que los asesinos de los judíos eran nazis fanáticos y fue capaz de dar nombre a los autores del Holocausto. Los documentos utilizados por Browning mostraron que los miembros del Batallón de la Policía de Orden 101, responsables de la muerte de 83.000 judíos, fueron hombres de todas las edades, de todos los estratos y de todos los ámbitos de la vida alemana, no representativos del modelo tradicional de nazi-genocida. Browning saca en limpio, concluye que la demografía del batallón en cuanto espejo social era muy representativa del estado alemán en su conjunto.
            Goldhagen, sin embargo, no está de acuerdo en la totalidad de la afirmación de Browing, este posee un enfoque mucho más amplio que presenta un análisis histórico y cultural, tanto en el pasado como en el período del nazismo. Goldhagen afirma que la historia cultural de Alemania, no sólo del antisemitismo, sino también del  eliminacionismo en general, es el motor primario que motivó el Holocausto. Este autor desafía directamente la evaluación de Browning mientras que acusa al mismo tiempo a todos los alemanes. Afirma que el odio alemán a la alteridad es algo estructural y crónico en la historia de Alemania, que solo necesitaban el permiso de una autoridad superior para dar el paso genocida.
            Existen casos, excepciones en la sociedad alemana, por ejemplo, el general Kurt von Hammerstein-Equord, él, su familia y otras personas cercanas, nunca aceptaron el totalitarismo. Hammerstein, no militó activamente en la resistencia de la minoría alemana frente al nazismo, pero su evidente oposición al régimen le costó su carrera militar. La vida del general, su esposa y sus siete hijos, opuestos a la tiranía como su padre, sirve como ejemplo para demostrar que en realidad la historia pudo ser una síntesis, un cruce de las dos teorías: que no todos los militares estaban a favor del nazismo y que no toda la sociedad alemana mató.
            El curso de la narración en Hammerstein o el tesón de H. M. Enzensberger no es, en modo alguno, lineal, sino que referencia a hechos históricos, anécdotas, citas de documentos escritos y testimonios constantemente, detalles sobre las intrigas de los espías y contraespías alemanes y rusos y conversaciones póstumas. El libro está escrito con gran libertad de estilo, que se parece más a un ensayo con fotografías que a una novela, el mismo Enzensberger finaliza el libro con un posfacio donde explica por qué no ha escrito una novela (…) no se trata de mi historia, sino de la historia de personas totalmente ajenas a mí, y que, en mi opinión, merecen ser recordadas.
            Se puede apreciar cierta similitud entre lo holgazán de Hitler y el desinterés por el trabajo burocrático del general Hammerstein, pero en un caso se trata de una pereza que surge de la inconstancia, la inmadurez y en el otro hay que hablar del cansancio aristocrático de un militar que se tomaba la vida con humor, calma, pero siempre de una manera crítica.
            Enzensberger advierte que su libro no puede interpretarse como un documento, considera que está más cerca de la fotografía que de la pintura, de ahí el recurso de alumbrar encuentros imaginarios. Hammerstein no hizo nada notable, salvo enfrentarse a una perversa dictadura, consideraba que El miedo no es una visión del mundo.


En tensión

Reseña sobre Hammerstein o el tesón De Hans Magnus Enzensberger.

¿Por qué este libro no es una novela?. No todos los autores necesitan aclararlo. Esta manera de terminar el relato me parece que nos abre caminos para analizar. Por un lado, si es necesario sacar a relucir este aspecto del texto es porque se encuentra en un límite entre dos cosas: la novela y la no-novela. Por otro, hay una política tomada por quien escribe que pretende explicitar un arduo trabajo de investigación. En este terreno, entramos justamente en la no-ficción,  un género que  tensa el hecho real con la literatura, la investigación periodística con las formas de contar que elige un determinado escritor.  Al explicar de dónde surgen las fuentes, a partir de quienes conoció la historia de esta familia, se aclara que no hay una invención de los hechos sino más bien una fundamentación. Eso no significa que su pretensión haya sido lograr un relato “objetivo”, ya que menciona en donde puso su subjetividad; sino al contarlo, pretende transparentar  de dónde surgen los datos que estamos leyendo.
Enzensberger nos comparte su camino y dificultades a la hora de trabajar con los archivos y las entrevistas, nos muestra que existieron diferentes versiones de lo sucedido y nos alerta sobre muchos más hechos que pueden haberse quedado en el silencio de la familia. A la vez, hace visible que puso su máximo aspecto ficcional en las conversaciones póstuma. Dice al respecto: “permiten que los vivos dialoguen con aquellos que les precedieron…(…) pues los que se salvaron suelen creer que saben más que aquellos que vivieron en estado de excepción permanente y arriesgaron el pellejo”.  Por lo tanto, también aclara: “que haya renunciado a la novela no significa que esta obra tenga pretensiones científicas”.  Hans nos ha hecho con este libro una invitación a seguir la historia, a profundizarla, a investigar por nuestra cuenta, pero nos ha presentado una base de la misma con un estilo literario propio. En cierta manera el autor nos dice: estos son los hechos, lo que yo pude encontrar y constatar, he aquí mi versión de la historia, una vez leída si les interesa hay mucho más por buscar.


Doble Vida

Reseña sobre Hammerstein o el tesón De Hans Magnus Enzensberger.      

                El trabajo de Ensenzberger me parece excelente, la recopilación de información que aporta el autor en este libro  y el trabajo de investigación  que realiza son realmente de muchos años  de trabajo minucioso y profundo. Es una persona que ha estado cerca de gente que estuvo presente en la Alemania Nazi  y fue víctima de ella, esa misma gente lo introduce en lecturas comunistas, Ernest Jung , por ejemplo, y otros que ya habían escrito algunas obras sobre los Hammerstein, con puntos de vista diferentes al de él, pero que contribuirían a la realización de esta magnífica no ficción . 
                  Podría ser una gran novela, pero no lo es. Tal vez sea más un documental porque aquí hay un  gran trabajo de investigación a fondo sumado  a los distintos recursos que utiliza: las glosas, que ofrecen un contexto general de la Alemania de esa época y dejan ver la subjetividad del autor. Las conversaciones póstumas, pequeñas entrevistas ficticias con los personajes los cuales parecen recobrar vida y a la vez funcionan como complemento de la información recopilada por Ensenzberger.  Además  el diálogo parece darle ese toque de novela que posee la obra. Las anécdotas o anales, que nos permiten conocer aún más a la familia, la narración en prosa y los relatos biográficos. Las fotos y hasta las copias de las distintas documentaciones extraídas del régimen de Hitler  por comunistas. 
                 Una variedad de recursos que parecen inagotables, que me sumergieron en la historia más profunda de aquellos años, uno llega a sentirse presente, el autor hacia allí te lleva. Eso puede ser porque se abre del personaje de  Kurt von Hammerstein  hacia relatos biográficos de su amiga Ruth von Mayenburg y de Leo Roth, compañero de Helga, la mayor de las hijas de Hammerstein, como  así también de otros personajes, por supuesto. La tensión que maneja es muy buena, en mi caso deseaba avanzar en la lectura compulsivamente para conocer el desenlace.  Uno no puede detenerse sin querer  saber cómo continúa la historia, además de hacerse una lectura llevadera por la cantidad de subtítulos que posee la obra.
                             En el cierre el autor expone algunos testimonios de Hildur Zorn, la hija menor del general, y en dichas declaraciones ella toma una  posición de guardar silencio sobre la historia de su familia. A muchos integrantes de la misma  no le gusta que se hable del tema, debido a esto Ensenzberger aclara que quedan cosas sin decir sobre Hammerstein y por consiguiente de su familia que  ninguna biografía ha podido mostrar. Por eso creo que también el autor deja a la interpretación de cada uno a dónde se lo coloca al general: como un valiente que supo mantenerse a salvo del régimen con el que no estaba de acuerdo,  o  tal vez como un falso,  un débil, y un vago  que solo intenta salvar su pellejo? 

Un camino hecho con las propias manos

El arte popular a través del tiempo
  Los vendedores ambulantes son parte de la sociedad. Se los puede encontrar en cualquier punto estratégico, entre calles, plazas, cines, shoppings, paradas de colectivos, estaciones de tren y subte. Un sin fin de lugares en donde la gente va y viene. El origen del interés por lo que  hoy denominamos  “artesanía” puede ubicarse en el contexto europeo en  las primeras décadas del Siglo XX,  cuando en las ciudades surgen museos destinados a mostrar características regionales, locales, nacionales a través de estas producciones. Pero, al principio no se las denominaba “artesanías” sino que se las reconocía en el  ámbito de las “artes populares”. Aunque no haya una definición concreta, se desprende que se hace referencia con esta expresión a un trabajo tradicional, que agrega a un objeto de uso corriente, un elemento de belleza o  de expresión artística.
  Argentina posee una sólida tradición en lo que se refiere a las artesanías. En el pasado sus primitivos habitantes, supieron desarrollar una gran habilidad para confeccionar utensilios cotidianos, herramientas, textiles y adornos personales, con gran criterio estético. De esta forma,  los antiguos artesanos realizaban productos para su uso o consumo personal y a veces el de su comunidad, pero no estaban interesados en el mercadeo, aunque sí era habitual que los intercambiaran por materias primas o por artículos de primera necesidad. Hoy en día con las políticas de expansión turística, los artesanos producen en mayor escala y distribuyen sus productos en ferias y exposiciones. Ellos se sustentan de esta manera y logran mantener una continuidad en este oficio, el cual sigue siendo en nuestra época una forma de ganarse la vida.
Máscaras artesanales en la feria de San Telmo.

Sin prejuicios ni ataduras
 Cuando nos acercamos a este mundo de artesanos, tan abierto y cerrado al mismo tiempo, un abanico de interrogantes se expande ante nuestra investigación: ¿Será un trabajo fácil, en el cual se venden los productos y nada más? ¿O es un trabajo más rutinario, con una tarea y horario que cumplir aunque sea el artesano su propio jefe? ¿La mercancía que venden, es elaborada por ellos mismos? ¿Cuáles son los pro y los contra de este oficio? ¿Se puede subsistir con esta forma de vida? ¿Qué peligros se pueden correr al trabajar en la calle? ¿Existe la amistad en este comercio competitivo? En el presente trabajo una joven Argentina llamada Laura Lamanuzzi, será el canal de respuesta a las variadas preguntas que nos invaden y nos dará a conocer su trabajo, su realidad y su visión ante la vida. Observar, mirar y preguntar, convivir un día con ella, con una artesana de San Telmo, de Plaza Italia, de Microcentro y por qué no, del mundo.

Laura, es una joven treintañera, trabajadora independiente y artesana. Ella logra transmitir con su mirada, la libertad que le brinda tener un oficio propio y disfruta de crear con sus manos los productos que vende ella misma.
Macramé es su especialidad, el arte de hacer tejidos con nudos decorativos. En el macramé actual, se pueden encontrar más de cincuenta nudos diferentes. Es una actividad muy antigua, ya que sólo se utilizan las manos para ejecutarlo. Pueblos como los persas y los asirios utilizaron esta forma de creación con gran maestría. Más tarde, los árabes lo llevaron a Europa y los europeos a América. Los materiales necesarios para hacer una obra de macramé son el hilo a tejer (ya sea algodón, yute, lino, seda u otras fibras naturales) y una superficie en la que sujetar la labor que se realiza (normalmente, un palo de madera). Laura lo aprendió de otros artesanos, quienes le permitieron hacerse un lugar entre los manteros. Su forma de hablar es rápida y un poco atolondrada pero esto no le impide comunicarse, ya que es muy directa, frontal y sincera. Acompaña su charla con un cigarrillo, fuma, cuenta alguna anécdota y vuelve a fumar. En sus ojos saltones y algo verdosos, se reflejan los vestigios de una vida diferente, en la cual no hay tiempos ni horarios y el viajar es el mejor condimento de este estilo de trabajo. Lo que más disfruta es justamente no tener un lugar estable en donde exponer sus artesanías e ir para donde le lleven las ganas, las motivaciones, la curiosidad y las compañías que elige según el momento. En cada país adonde arriba, se rodea de sus colegas artesanos y forma amistades que parecen durar para siempre. Es como una especie de golondrina, que va de un sitio a otro y que pasa los inviernos en Buenos Aires para luego fugarse a otra ciudad en el verano, como Ibiza o Barcelona.
  Las artesanías la fueron atrapando de a poco, quizás algunos miedos la acobardaron al principio. Sin embargo, no demoró mucho tiempo en perderlos y en encontrar una salida laboral, la cual la salvó en aquellos momentos de crisis en el 2001 en nuestro país. Nada es casual y fueron sus abuelas, familiares con experiencia, quienes le dieron el impulso para lanzarse al arte manual. Ella se siente afortunada y agradecida por esto, ya que este fue el oficio que la llevó a conocer lugares que jamás hubiese pensado recorrer. El mismo que lleva en sus manos, las cuales mueve de un lado al otro con entusiasmo, al contarnos su historia. ¿El dinero? No es tan importante, para ella la libertad no tiene precio. Laura se ríe, enciende un cigarrillo y dice: “Yo le agradezco a todos, a cada uno que me ha enseñado este trabajo”. Con su cabello alborotado y un tono simpático al expresarse, cuenta sus comienzos en este mundo autónomo y artístico a la vez.

Los comienzos de una vida de artesana
“Es una esquina muy tradicional y nunca cambió”, dice Laura. Chile y Defensa en pleno barrio de San Telmo, aquí empezó su historia entre calles angostas repleta de turistas extranjeros y del interior del país. Es domingo, un día gris y frío, pero ahí ella espera con una linda sonrisa, dispuesta a compartir su historia.A los veintiún años recién recibida de la carrera de Comercio Exterior cuenta no haber podido encontrar trabajo, por falta de experiencia, dejó uno y otro Curriculum pero el llamado nunca llegó: “Quería ganar mi dinero y pensé, mientras sigo buscando trabajo puedo vender bufandas tejidas, que es algo que hago siempre, por gusto”. Así recuerda Laura su primer día como vendedora ambulante sin pensar siquiera que aquella sería su elección hasta el día de hoy: “Había una chica que vendía duendes, y le dije Flaca ¿cómo andas amiga, te molesta que me ponga acá al lado con unas bufandas?”. Y la chica accedió sin problema. Ese día terminaron pasando juntas toda la tarde, ella con sus duendes de cerámica y Laura con sus bufandas, charlando, tomando mate y así otros artesanos se sumaban en lo mismo. Pero luego el problema fue que las bufandas en noviembre ya no se vendían y ella recuerda: “Así aprendí a hacer trenzas y pulseras de Macramé, se vendía bien todo el verano. Ya tenía dos oficios para las temporadas de invierno y verano”.
Aunque  ella lleva ya un largo camino hecho en el oficio de la artesanía. Las cosas cambiaron en todo este tiempo, sobre todo acá en la capital, en donde siempre regresa el punto de encuentro de la comunidad de artesanos, a la que se unió hace casi quince años: “Y por lo menos en la calle Florida antes eran más artesanos, gente que hacía las cosas con sus propias manos y las vendía. Por lo tanto también tenía amor en su vida cotidiana. Y eran buenos compañeros, nos cuidábamos los bolsos.  Los paños del otro. En cambio con el tiempo, fue cambiando de a poco, viniendo gente  de reventa, peruanos, que siempre fue un conflicto. En realidad, el conflicto no es que sean de reventa o artesanos, sino es con la onda que lo haga”.  Cuando se refiere a esa gente  que fue llegando, invadiendo el espacio de los artesanos, de la gente que trabaja con amor, buena onda y compañerismo, hay algo de prejuicio en sus palabras, quizás por ignorancia, generalización, algo que es muy común lamentablemente en  nuestra sociedad y en otras sociedades también, asociar determinada nacionalidad a ciertos comportamientos invasivos. Laura, habla de peruanos que se manejan con otro código callejero, tienen mala onda: “Ellos creen que una baldosa es de ellos y lo peor de todo es que no se conforman con su lugar, mañana vienen y se ponen acá, donde vos estabas, y vos decís “loco este es mi lugar”, y bueno pero….yo mañana vengo y él llega y te saca a las trompadas…” Laura tiene un derecho de piso, ella estaba de antes, es re plaga. Se describe así, con sus palabras, como diciendo que es cargosa, insistente, que no se da por vencida, que al comienzo fue más difícil pero que logró hacerse un lugar, y ganarse el respeto en la calle.

Un conflicto con la policía
  Es sabido de los reiterados conflictos que hubo con la policía, enviados por el Gobierno de la ciudad, para sacar a los manteros de la clase Florida. Para las autoridades de la Ciudad, dichos vendedores son quienes no pagan los impuestos, los que toman sin permiso un lugar en una calle transitada y lo consideran como propio, los que provocan el cierre de locales comerciales habilitados y despido de decenas de sus empleados,  los que afean el paisaje urbano. En fin: el enemigo número uno de la Ciudad de Buenos Aires, del que tanto se habla por estos días.   Los enfrentamientos entre los vendedores y la policía, fueron cubiertos por distintos medios, la última les quitó la mercadería llevando detenidos a los comerciantes. Antes no era así, se les pedía, no tan amablemente, que se retiren. Laura, tuvo un problema en particular, un día en el que sufrió este mismo hecho:“La policía me quería sacar las cosas, y yo tenía una mercadería más fácil de hacer, más rápido, que otra que tardaba mucho tiempo, entonces agarré y le di a la policía la que no era tan difícil de rehacer y cuando quisieron sacarme el macramé, les dije: “No te lo doy” y bueno me lo querían sacar, y como no me separé de la mercadería, me llevaron presa a mí con la mercadería, yo les decía que si me quitaban esas cosas, ellos eran los ladrones, que eso era mío.” Por suerte, la historia tuvo un final feliz: “Bueno y al final me llevaron, me detuvieron, me hicieron el acta, toda la historia y al final no me sacaron nada, me dejaron ir con todo… ¡Todo! ¡Me devolvieron! ¡Todo! Yo no lo podía creer…”

Una elección por vocación
  Pasaron 15 años desde aquella primera vez en San Telmo, la calle florida, Plaza Francia y algunos viajes al exterior. “Soy artesana por vocación” dice Laura, y agrega que a su familia le costó entender su elección, sobre todo a la madre pero con el tiempo lo entendió y lo acepto. Así, ella elabora y vende cosas con materiales naturales y duraderos. Su “profesión” le permite llevar un estilo de vida distendido, sin horarios, sin un jefe a quien rendirle cuenta. El artesano, cuenta ella: “Puede disfrutar de las cosas simples de la vida, un buen desayuno y almuerzo, en el calor de su hogar mientras produce sus productos, y a la hora que le parece, va a la calle a tirar el paño”. También, disfruta de los amigos con más frecuencia por el tiempo disponible.
  Antes de hacer el click en su concepción de este oficio, siempre veía a sus compañeros artesanos que no tenían adonde ir, muchos vivían en hoteles, en la calle, en el subte y ella volvía a su casa. Los amigos notaban que Laura trabajaba muy relajada, como librada al azar de quien le comprara. Por lo que fue el duende (un amigo de ella) quien le recomendó hablarle más a la gente para mostrar sus artesanías, seducir, convencer,  y no faltar ningún día a tirar el paño, por más que tenga poca producción hecha. Pero ella no entendió a lo que el duende se refería, hasta llegado el momento en que se fue a vivir sola. Laura, decidió salir del seno del hogar, emprender su camino y su primer viaje es en donde aplicaría y entendería lo que el duende le decía. En España, sin la familia y amigos cerca para tenderle una mano, trabajaba para mantenerse y tener un lugar en donde habitar. Ahí se dio cuenta que si no hablaba, no sonreía y no daba lo mejor de sí, no vendía. En esos momentos su trabajo significó sustento necesario e indispensable, desde entonces, nunca volvió a ser la misma y ahora sabe que si no vende no come. Pero los sueños también están en su vida, en los cuales aparece el deseo de tener su propio negocio en un futuro y seguir ofreciendo sus productos  por medio de esté. Tener la añorada casa propia, un sueño de muchos pero que puede cumplirse si uno se lo propone.

  Conociendo a Laura supimos que la parte difícil de ser artesano es que a la hora de vender, uno no sabe si va a poder hacerlo porque quizás la policía no se lo permita o algún otro vendedor que haya ocupado su puesto. También es algo que no se puede plantear a futuro, ya que tal vez más adelante en el tiempo, salga alguna ley que prohíba la venta ambulante. Por lo que disfrutar del presente es algo típico de este modo de vida. El estilo de vida de los artesanos, es el placer de las cosas simples, poder tomarse su tiempo para desarrollar tranquilamente lo que van haciendo cotidianamente. Encuentran gente nueva todo el tiempo, convenciendo clientes pero siempre con simpatía, ofreciendo esos productos a los que se nota que le ponen amor. Los largos días que pasan con sus mantas, haciendo frente a cualquier clima, charlando y haciéndose compañía, quizás con un mate o un fernet mediante, son prueba de que disfrutan vivir con lo necesario, sin jefes, y muchísima libertad.

Un artista en movimiento

"Cuentan historias
De alegría y de tristeza
Hacen una fiesta
Un ritual musical"
(Anónimo)

Era una tarde fría de sábado, muy fría. De esos días que te obligan quedarte entre edredones. Nos encontrábamos  en Boedo. ¿Importaba cuál era el barrio? quizás, quizás no. Podía ser ese o cualquier otro. ¿Nos importaba la persona que se encontraba allí en la esquina de Caseros y Chiclana? Sí. No era cualquier Juan, era Juan Barraza que esperaba el 160 en aquella intersección.  Lo esperaba, no de la misma forma que lo hacen comúnmente todas las personas, como un medio de trasporte, sino como su lugar de trabajo. El frío no era impedimento para esperar el colectivo y trabajar. Nos recibió con un cálido saludo.

- Yo siempre cantaba, con amigos, con la familia, solo con amigos íntimos. La primera vez fue en el tren. Después tuve problemas…Juan llegó a la vida hace 48 años en la localidad de Isidro Casanova. Familia numerosa, cinco hermanos, todos varones, jugaban a la pelota y daban trabajo a su madre. Se casó muy joven con Patricia, tuvieron tres hijos, hoy el mayor tiene treinta y un años. Desde los trece años, cuando terminó la escuela primaria, salió a trabajar religiosamente todos los días. Comenzó en la industria del calzado, en la que llegó a ser encargado de una sucursal. Los caminos de la vida lo llevaron a trabajar en una agencia de seguridad como vigilador; esos mismos caminos, o tal vez otros,  lo acercaron a la música cuando en el 2001 la crisis le golpeó su puerta; fue despedido, se quedó sin nada. No se trataba de una elección, parece que los años de elegir qué hacer ya habían pasado. La necesidad tocaba la puerta  de su casa, se inmiscuía, lo levantaba todos los días y lo llevaba a lugares desconocidos. Juan cantaba para sus amigos, le gustaba mucho. Lo que no sabía era que más tarde, ante las situaciones de la vida sería su herramienta y que ésta sería el sostén económico de su familia.

Con un repertorio variado recorre la ciudad arriba del colectivo. El 160, el 128 o el 75; el que venga primero, el que esté más vacío, o el chofer que más se “cope”. Un rock, una Chacarera o una balada, son los géneros que ofrece a los espectadores cuando sube y prefiere que el público elija lo que tenga más ganas de escuchar. Las canciones varían según el horario, el clima, la gente o el humor de Juan.
“Pero resulta que yo, sin ti no sé lo que hacer, a veces me desahogo, me desespero porque…” Roberto Carlos, con él, rompió el hielo. Simpático, con una enorme sonrisa en el rostro entonó ‘Desahogo’. Es carismático, trata de conectarse bien con la gente, tiene buen humor, sólo pide una colaboración y no se baja del bondi sin pedir la opinión de la gente.

Y así comenzó Juan, casi por casualidad a trabajar de artista callejero cuando, durante un viaje en tren, a su esposa Gabriela se le ocurrió, al escuchar a un cantante, no muy bueno, que podía recurrir a este oficio mientras encontraba un trabajo fijo. El talento de Juan era admirable y valía la pena intentarlo; y así fue. Pero después de la pelea que tuvo con unos vendedores del tren, en la que le robaron y le pegaron un culatazo, resolvió que era mejor abandonar el tren, entonces, se subió a un ‘bondi’, con la guitarra al hombro.
-Me robaron una guitarra, pero la mejor que tengo es la de ahora, nunca tuve una mejor.

El bondi le mostró que no toda la gente entendería el propósito de subirse a cantar y pasar la gorra, no todos comprenderían que un colectivo también es un lugar de trabajo para algunos y un trasporte público para otros. Recuerda entre risas a un señor que le dijo que por el hecho de haber pagado un boleto no quería escucharlo cantar, se sentía con derechos absolutos de decidir sobre la actuación de dos canciones en pocos minutos.
El día que nos acercaba a Juan fue un día gris, muy frío, pero para  él los días de sol eran sus días. La gente esos días se levanta más animada, como si los rayos de luz llenaran de vibras positivas y de mucha generosidad a los pasajeros. Por ese motivo a Juan le gustan los días soleados, las personas arriba del bondi están mejor predispuestas a escuchar aunque sea por un par de minutos su repertorio más allá que los temas no sean del gusto musical de todos, las personas colaboran con la gorra.
Cuando oscurece o baja el sol y el cansancio pesa sobre los hombros, cuando uno quiere sacarse de encima la mochila de aquellas horas caminadas, de subir y de bajar lo único que piensa Juan es volver a su casa. Hay días que le pega la melancolía y se “bajonea” y toca una chacarera que se llama “Plegaria para un hermano”  y recuerda a su hermano Néstor.
Como todo artista Juan tiene un repertorio de canciones que va intercalando mientras sube a uno u otro colectivo.  Guitarra en mano más que artista, equilibrista de circo. Mientras dobla el colectivo en las esquinas, frena o para, Juan se mantiene sobre sus piernas sin perderla entonación y los acordes del rock. La gente escucha atenta. Silencio en el bondi. Las charlas cesan, sólo Juan, Sólo con su guitarra. Dos temas, tres temas, y la bolsita. Pocas monedas, unos cuantos billetes. Abajo y otro bondi. Así recorre Boedo, Pompeya, Parque Patricios; las intersecciones, las avenidas. No importa si hubo poca “moneda” si al menos un pasajero sonrío, todo valió la pena.


El público pidió rock y canto el legendario tema de Pappo Blues “Blues local”, su voz se encendía al entonar:

 
"Anoche hubo fiesta, en el club de blues local
anoche hubo fiesta, en el club de blues local
sentados en una mesa, con amigos de verdad
estábamos tomando, vino fino natural
estábamos tomando, vino fino natural
que buena estuvo la fiesta, en el club de blues local
me acorde que me dijiste, que querías regresar
me acorde que me dijiste, que querías regresar
siempre te estaré esperando en el club de blues local."

 Con una enorme sonrisa, “Me están entrevistando” decía a los viajantes, en uno y otro bondi. Juan saludaba a todo el mundo, se percibía su felicidad por ser entrevistado. El frío se mostraba tan hostil con los transeúntes que pasaban por la intersección de Boedo y San Juan, y nosotros no éramos la excepción. Nos obligó a refugiarnos en un bar. En el trayecto a el “El Nuevo rayo” que poco tiene de nuevo y si mucho de típico bar de barrio, Juan nos contaba que allí mismo aquel día más temprano, después de haber tocado para los comensales le regalaron una pizza para su familia; también que un señor, un contratista, le había pedido un tema, una chacarera. Juan afinó la guitarra y tocó. De la billetera el hombre sacó cien pesos. Juan se sorprendió. No se lo esperaba, pero estaba muy agradecido con ese hombre.

Juan aprendió con una familia tan numerosa, entre hermanos e hijos, a compartir. Esto lo aplica en su oficio compartiendo algún que otro bondi con los compañeros del oficio, haciendo dúo por algunas cuadras. No es un tipo egoísta y sabe que los compañeros están ahí por la misma razón que él, que trabajan por la moneda, para llevar la ganancia a sus hogares. Por eso si son dos esperando el bondi o de casualidad se suben dos al mismo bondi, lo comparten y reparten la gorra. Tal vez se van a un bar y comparten algo para comer o tomar, unas papas, una coca.

Con su oficio, las historias y anécdotas se hacen moneda corriente. La calle es una selva impredecible, muchas cosas suceden y no todos las ven. Pasar horas y horas en las calles te abre los ojos aunque no quieras, te pone en caminos y situaciones jamás pensadas.  Las manos en los bolsillos, moviéndose sobre el mismo lugar, con la campera al cuello recuerda la anécdota con la policía. Estaba una esquina de la calle San Juan esperando y se le cruza un patrullero; el policía se baja y le pide los documentos. Juan trato de explicarle que el solo estaba por subirse al bondi a trabajar, pero el otro cana gritaba “Subilo, Subilo”. Juan miró con cara de desconcierto a los policías que ante su cara le comentaron que estaban de franco largo y estaban preparando un asado, que se fuera con ellos a tocar unos temas. Después le pasaron “la gorra”, su bolsita. 

La música lo apasiona, pero tocar por trabajo no es lo mismo para él. Suena con el hobbie de cantante, solo y por placer. Agradece poder ganarse la vida con su voz. Mirando fijo un punto en la ventana del bar, con la mirada perdida como si estuviera anhelando, nos trasmite sus deseos de formar una banda y las ganas de que alguien lo acompañe en la rutina de cantar. Muchos años saliendo solo, el contra el mundo, caras diferentes todos los días, su guitarra y su voz. La esperanza se percibe en sus ojos cuanto canta “Ojos de cielo, ojos de cielo, no me abandones en pleno vuelo. Ojos de cielo, ojos de cielo, toda mi vida por este sueño.”
Tuvo la oportunidad de grabar unos temas pero, tal vez por capricho, dejo pasar la oportunidad. Sus ídolos de la música lo acompañan cada vez que se sienta a escuchar un tema para comenzar con la magia en su guitarra. Tal vez con un sentido privilegiado, como muchos otros, Juan saca los temas de oído. Tiene un sueño, formar una banda.
-Me gustaría tener un compa, que me acompañe, comprarme otra viola.

El optimismo de Juan es algo que sorprende a quien lo ve y, más aún, a quien lo escucha. Sus ganas de salir adelante, de encontrar un trabajo estable que le permita mantener a su familia sin tener que preocuparse por si saca buena gorra, nos demuestran que aún en las dificultades se puede y se debe ser optimista. Porque Juan tiene un desafío, alimentar a su familia con su herramienta de trabajo que es la música. Su vida es una aventura todos los días y para llegar, se toma un bondi.  

Siempre aparecen cuando alzo mi voz


 El encuentro
Es invierno pero la tarde parece verano, un día radiante. El sol golpea nuestros cuerpos cansados. Dejamos de lado la rutina, el trabajo, los horarios, las tareas a cumplir, para ir unas horas al pasado, reflexionar el presente y anhelar un futuro. Un tiempo distinto nos toca vivir, la democracia nos permite preguntar, nos obliga a recordar, a no olvidar…a decir, a hablar por los que no callaron. Solo una frase viene nuestra mente: Podrán cortar todas las flores pero no detendrán la primavera.
            14:30 hs, 30º a la sombra. El barrio Cafferatta  descansa tranquilo. Un mundo aparte dentro de la vorágine de la Ciudad de Buenos Aires. Lindero con el parque Chacabuco, atravesado por calles circulares. Lugar que reposa y oculta historias de gran intensidad. Llegamos.
            Un colegio, el Alberto Zinny. Nosotros, en frente esperando que Enriqueta responda al timbre. Chalet de dos plantas, techo de tejas, una pequeña puertita sin rejas. Mientras tanto cruzando la vereda los niños juegan, corretean por el patio de la escuela, parecen volar con la misma libertad de las gaviotas durante el amanecer de alguna playa del sur. A las aves de esta casa, sin embargo, les han cortado las alas.
            Enriqueta se asoma por el balcón de la planta alta: ¡Ya bajo! Con mucha amabilidad nos hace pasar. Cierra la puerta con llave e instantáneamente dice: Por esa mirilla me asomé y vi a los milicos.

La verdad
5 de Abril de 1977 aproximadamente a las 5 de la mañana. Un golpe, dos golpes, tres golpes. Fuertes golpes en la puerta. Fuertes. Fuertes. ¡Si no abrís, la echamos abajo! Su casa. Siendo invadida. Siempre, la impresión que tengo, esto lo repito siempre, una persona enorme con un arma enorme. Abro la puerta, me dicen que son del Ejército Argentino, están con camperas, era abril, pelo largo, bigotes y que vienen a buscar a un montonero, entonces, directamente sin que yo diga nada suben, recuerda Enriqueta.
Silencio y pasos. Oscuridad, estrellas. Caos y organización a la vez. Pasos que suben la escalera. Uno, dos, tres, uno, dos, tres. El corazón de una madre que palpita. El alma de dos jóvenes que soñaban, que creían.
Algunos arriba, otros metieron un Falcon verde de culata en el guardacoches.
Los padres, veintiún años cuidando a un niño, su niño, alimentando sus ganas de ayudar, de no ser indiferente ante las injusticias sociales, católicos, rezando, pidiendo que nada malo suceda en esa habitación en donde los encerraron con su pequeña nieta, de once meses que  duerme tranquila, sin percatarse, sin poder decir adiós.
La última vez que Enriqueta escuchó la voz de su hijo pudo oír que decía: Yo no tengo armas, ésta es la casa de mis padres.

Militante, Católico, Solidario
Era callado, un poco tímido, pero se le pasaba cuando jugaba al futbol o gritaba los goles de Racing con el padre, cuenta Estela, su hermana mayor. El hijo desaparecido de Enriqueta Maroni fue un joven que nació y creció en una familia de clase  media, católica de Buenos Aires. Cuando llegó al centro de detención al que se lo llevaron el 5 de abril a él y a su mujer le dieron un número y una letra. Pero es un detenido-desaparecido llamado Juan Patricio. Un sueño, un ideal, una vida, una acción, una lucha. Una persona con historia que habla en la voz de todo aquel que lo recuerde.
            De niño en la casa era un poco travieso, le gustaba molestar a su hermana mayor y hacerla enojar. Uno de sus pasatiempos favoritos era la lectura. Se devoraba las historias de aventuras, entre sus preferidos se encontraban los libros de Julio Verne y Emilio Salgari. Fue un excelente alumno y buen compañero. Estudió la primaria en la escuela San Francisco de Sales y la secundaria en el Colegio de los Hermanos Lasalle. Siempre fue instruido en la fe, en el amor al prójimo y la solidaridad desde el seno familiar. Escribió diferentes cartas a lo largo de su vida, en ellas menciona que para él la única forma de ser cristiano era estar con los más necesitados, criticaba las políticas del gobierno de Isabel Martínez de Perón y hablaba de Independencia económica.
            Pero no fue sólo un hombre de palabras, predicó con el ejemplo como Jesús enseñó. Comenzó su militancia social en los Movimientos de Reflexión Cristiana, allí dio inicio a su lucha por un mundo más justo e igualitario. Ese lugar no sólo le dio ganas de seguir luchando sino también una esposa.
            Juan vivía en la casa sus padres con su familia, cursaba la carrera de sociología en la Universidad de Buenos Aires, trabajaba en Aerolíneas Argentinas y militaba en Montoneros. Con una voz compungida pero orgullosa Enriqueta nos cuenta una conversación que tuvo con su hijo un tiempo antes del trágico desenlace.

    Pero Juan, vos tenés una nena chiquita, ¿no te das cuenta cómo te exponés y exponés a tu hija?
    No mamá, yo justamente porque quiero que todos los demás chicos tengan los mismo que tiene mi hija, es por eso que estoy militando.

Sin su padre se quedó María Paula, la bebé que aquel trágico día aprendió a no olvidar. Hoy es una mujer que se encuentra en la agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia, en contra del Olvido y el Silencio. Menciona en una entrevista que empezó a militar desde los dieciocho años, pero que siente que tantos años de lucha han valido la pena, que puede alzar la mirada y decirles a sus hijos, los nietos de Juan Patricio, que han logrado mucho de lo que se propusieron. No sólo su padre sino también sus tíos serían un motor muy fuerte por el cuál hoy orgullosa sigue sus pasos.

M-46
Enriqueta recuerda. Ella, su marido, su nieta en un cuarto. Tenían a su merced a Juan Patricio y su esposa. Llegó el hermano de Enriqueta, quién pasaba frecuentemente a saludar. Venía con su auto. Lo dejaron estacionar. Afuera había camiones del ejército por todos lados. Abrió la puerta y entró a la casa. Se había sumado al momento de terror. Lo encapucharon, le pusieron un revolver en la cabeza, lo encerraron en un dormitorio.  Cuando por fin los hombres encargados de “defender a la patria” deciden irse, le ordenan a este último integrante de la familia que llegó a la casa que cuente hasta un número, diez, veinte, treinta, así hubiera sido uno, hubiera sido eterno, y que les abra la puerta a los que aún se encontraba encerrados.
            La casa era un desastre. Los cajones de los muebles dados vueltas en el piso, la ropa tirada, los objetos de valor que faltaban. Ladrones. Juan Patricio y su mujer habían desaparecido. María Rosa Giganti también fue secuestrada esa noche junto con su marido pero liberada dos días más tarde. Apareció disfrazada a horas de la madrugada. En su testimonio en uno de los juicios ella declaró: Yo era una persona mutilada (…) Me habían liberado, pero estaba desaparecida de mí misma.
            Fueron horas de incansable dolor. Los vendaron, los encapucharon, los llevaron a ella y al amor de su vida al centro clandestino El Atlético. Allí sucedieron cosas, esas que han pasado comúnmente en la historia, que se repiten generación tras generación en diferentes lugares del planeta por diversos motivos. Esas que nadie comprende pero todos comprenden. Esas que no hay que olvidar y atreverse a escuchar. Porque cada golpe, cada picana, cada disparo dejaron una herida en el alma de la historia argentina. Una herida que se  hizo huella. Una huella que se vuelve memoria. Una memoria que sana pero no repara, sin embargo impide que nos vuelvan a dañar. María tuvo suerte. A ella la desnudaron y la ataron a una camilla de pies y manos, no la llegaron a torturar, pero le dan un número y una letra M-46. Cuando la llaman por su nuevo nombre ella no reacciona, la golpean, le dan la ropa y la tiran a la calle.
María tuvo  suerte. Sin embargo, el dolor puede ser aún más fuerte.


El segundo pedazo de corazón arrancado
 A Enriqueta, esa misma noche no sólo le secuestran de su  propia casa a su hijo y a su nuera- la que por suerte luego reaparece-; sino también, a una de sus hijas con su yerno que vivían en otro lugar. Al parecer se había organizado un operativo para irrumpir en ambas casas al mismo tiempo. La Madre nos dice: Yo sabía que mi hija también militaba.
Esa fue la razón por la que aquel horrible día en medio del desastre, una vez que ella logra salir de la habitación donde la habían encerrado, lo primero que hizo fue pedirle a su hermano que vaya a lo de María Beatriz, su hija  y la ponga al tanto de lo sucedido. Necesitaba advertirle que algo andaba muy mal. Pero cuando el hermano de Enriqueta llegó, ya era tarde, el escenario era el mismo que el de la casa del barrio Cafferatta y solo había quedado la perra ladrando en la puerta. Se habían llevado a su hija y a su yerno, Carlos Rincón. A diferencia de su nuera, tanto ellos dos como su hijo Patricio nunca aparecieron.
En una declaración la hermana mayor, unos años posteriores a la desaparición de sus hermanos mencionaba: Bety desde muy temprano mostró un compromiso con los demás; primero con la familia. Cuenta que les hacía tortas y scons a sus sobrinos  y pintaba cuadros para adornar el comedor diario de su familia. Pero también recuerda el compromiso de María Beatriz con quienes no tenían salud, casa, comida o educación. No fue casual que eligiera licenciarse en trabajo social en la Universidad de Buenos Aires.
 Esta joven que al momento de desaparecer solo tenía veintitrés años trabajaba en el hospital Finochietto de Avellaneda y en un salita de Mataderos, en Ciudad oculta. En ese momento ya estaba recibida, casada con el hombre que la acompañaría en su destino. Pero desde muy temprano ya había comenzado a ayudar a su madre en trabajos sociales que realizaba en la Villa del Bajo Flores en la cual se encontraba el padre Vernazza. Allí inauguraron una guardería para las mujeres del barrio, lugar al que Bety iba a colaborar. Una anécdota que nos cuentan, la perseverancia en lo que creía correcto Un día, en el hospital faltó una válvula para una chiquita que debía ser operada del corazón. Bety toco todas las puertas hasta que pudo dar con ella. Su militancia en Montoneros es otro ejemplo de compromiso con un modelo  de país diferente. Un país libre justo y soberano.
Con esas imágenes que inundan sus mentes es como su familia los mantienen con vida a ella y a su hermano, es el fiel homenaje a su lucha incansable, por la que dieron su vida. Tal vez sin saberlo, tal vez con la esperanza de revivir en un mañana mejor. “Son humanos” dirá la madre acerca de sus hijos, humanos que tenían solidaridad, compromiso y una entrega. Uno de nosotros pregunta ¿Usted encuentra alguna diferencia entre los jóvenes de antes y los de ahora? porque por lo que nos dice en ese momento eran mucho más maduros siendo tan jóvenes. Enriqueta nos contesta: Era una época tan distinta (…) Ellos tenían un proyecto personal, que era único en ellos y un proyecto también colectivo dentro de la militancia.
Beatriz tiene una hermana melliza, Margarita, a quién le han quitado la mitad del cuerpo, la mitad del corazón, la mitad del alma. No se puede más que comprender en silencio el dolor y la pena. Se moría en vida, embaraza de su primera hija, tenía que unir la pérdida con la llegada. Margarita se moría y engendraba vida y así siguió viviendo.

La madre erguida
 Enriqueta Maroni, Madre de Plaza de Mayo. Mujer valiente que tiene cuatro hijos. Dos de ellos detenidos-desaparecidos. Dos personas que no están porque “algo habían hecho”. Querían un mundo más justo e igualitario, pensaban diferente a lo establecido, militaban en Montoneros y ayudaban a los más necesitados. Su compromiso siempre fue el otro.  Pero no aprendieron esos ideales en algún otro lugar. En su casa, la solidaridad la absorbieron con el ejemplo. Una familia de carácter social. Enriqueta es docente, dejó de enseñar en escuelas primarias para dedicarse a la alfabetización en villas y la ayuda comunitaria. Sus hijos Bety y Juan la acompañaban en esos compromisos con la sociedad. Luego ella necesitó de la ayuda de ellos, para que le den fuerza para seguir pidiendo justicia. En su casa hay muchas fotos de sus hijos. Ella los quiere vivos y sonrientes. Nadie sabe qué les paso luego de esa noche trágica. Sólo sabe que su hijo estuvo en el Atlético. “Nadie nos va a devolver a nuestros hijos desaparecidos. La única manera de seguir vivas es mostrar qué fue lo que pasó, recordarlo. Hay que luchar por la justicia y creer que un cambio es posible”
A  los pies del sillón, mocasines de cuero negro impecable, se cruzan, se descruzan, golpean en la cerámica ocre, beige, se impacientan. Pero ella es paciente, demasiado. Esos movimientos no son el retrato fiel de lo que es su vida.
Su voz sí.
Las manos manchadas de viejitas, arrugadas. El rostro también. Detrás de los anteojos, ojos que ven, que miran, que saben. Una frente alta, tan alta como ancha. Como boca una línea delgada, que se mueve poco pero modula a la perfección. De ella nacen palabras que son dichas hace mucho, que se repiten hasta el cansancio día tras día y sin embargo no se cansan de existir. Tiene problemas en las piernas. Su espalda es curva, tuvo que ser fuerte, soportar una carga pesada. Antes llegaba a ver por la mirilla, ahora no. Antes en el año 1977, llegaba a ver. Su voz refleja, se quiebra, se arma, se parte, se arma nuevamente, tiembla. Su voz es su arma, el arma de Enriqueta Maroni, que acompañada de un estandarte blanco emprendió hace años esta cruzada por la justicia que evita que avancen los peores enemigos de una causa justa: la indiferencia, el olvido y el silencio.
¿Dónde están aquellas flores que alegraban el jardín? Las fue buscando con su cuerpo erguido hasta que las vértebras se doblaron y aun así las siguió buscando. Preguntaba pero nadie le daba respuestas. En ese momento, las sombras se encuentran y deciden unirse para ser cuerpo. Ella comparte el dolor con otras madres que también buscan. ¿Cómo te llamas? A vos te pasa lo mismo que a mí. Solo eso importaba. Se organizaron y fueron ellas y sus hijos. Las primeras catorce se reúnen un sábado con las palomas. Pero necesitaban que alguien más las oiga, que el mundo las oiga, que ellos las oigan gritar. ¿Dónde están?
Entonces un jueves empezaron a girar. Paso a paso en la Plaza donde otras veces se pidió por libertad. A partir de ese momento Enriqueta tuvo una nueva vida, un nuevo comenzar. Ya no fue más solamente su nombre, ahora es una Madre de Plaza de Mayo, una defensora de los derechos humanos, la memoria viva de sus hijos, sus ideales y su terrible destino. Llegó a ver la condena de los culpables, los que manejaron el Atlético y aun así sigue luchando. Nada va a reparar su dolor pero seguir firme en sus convicciones la mantuvo siempre en pie.Nuestro amor por nuestros hijos e hijas nos hacía desafiar todo su aparato represivo.

La partida peregrina  
Se apaga el grabador. Comenzamos el ritual de las cordiales despedidas. Nosotros habíamos ido sin saber una parte de una historia y nos estamos yendo con la crónica en mente. Tenemos una voz, una verdad que merece ser contada, la verdad de Enriqueta, la verdad de las Madres, la verdad del dolor, la desesperación y el recuerdo. El recuerdo de quienes fueron sus hijos, quienes fueron Juan Patricio, María Beatríz y por qué murieron hermanados con otras 30.000 historias argentinas. Una última pregunta…¿Murieron?.   


Museo Ezeiza 73. Una obra de Pompeyo Audivert

Ezeiza. Los murmullos de los objetos eran cada vez más fuertes: “Ezeiza, Ezeiza”. Los objetos se exhibían como una muestra de arte, como un campo de batalla. Ezeiza. Cuatro personas eran filmadas, un pequeño globo rojo decoraba la imagen.  No callaban. Los disparos sonaban, pero no se oían. La gente corría, pero no se movía. Ezeiza, Ezeiza. Gritos, pánico, muerte, en el sosegado ambiente de una sala. Una bandera decoraba la puerta por donde ingresamos. El cañón, apuntando a la bandera, proyectaba sobre el paño la imagen del globo y los militantes.

            Un megáfono. Se oyó por primera vez una voz clara: “Los objetos están bajo control”. La voz vino de unos hombres parados en el palco que daba de frente a las puertas. Nos hablaron. Nos quisieron convencer. Los escuchamos. Era claro, estábamos en un museo. Consistía en eso, entonces, deambular entre cuerpos sin vida, sin historia, con la memoria fracturada y la sangre diluida.*

Sentado en el escritorio de una sala, en el Teatro Estudio El Cuervo, en la calle Santiago Del Estero, barrio Constitución, Pompeyo Audivert sostiene su cabeza y mira a través de la ventana como sin importarle otra cosa que el hilo narrativo de su discurso. Nos dice: “Se me ocurre armar un museo, en donde se vean los restos de Ezeiza. Situar a los actores entre la base del soporte y el objeto mismo, en ese punto donde se juntan el ayer y el hoy. El objeto como signo del ayer y el soporte como signo del hoy. Ahí metimos los cuerpos de los actores como una forma de restituir la sangre histórica que siempre el museo sustrae. De algún modo el museo, como una maquina fetichista destinada a atenuar y a pervertir la fuerza de la sangre histórica que dice representar, teje una versión del acontecimiento.”.
La sangre chorrea de una naranja; es contenida en un termo; es trasladada por una rueda; es mancha en un delantal.

 *

 Cuando, en 1924, el Consejo Deliberante de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cedió los predios para la creación de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), se especificó que si dichos predios eran utilizados con otros fines, deberían volver al poder del gobierno de la ciudad. Durante la última dictadura militar argentina (1976-1983), paralelamente a la escuela, la ESMA funcionó como centro clandestino de detención, tortura y exterminio. 28 años tuvieron que pasar para que, en el 2004, el reclamo histórico de los organismos de Derechos Humanos fuese escuchado, y el predio de Avenida del Libertador 8151 sea conocido como “Espacio Memoria y Derechos Humanos” (ex- ESMA). Hoy en día el predio funciona como espacio cultural y convoca a personas de todas las edades a participar de los eventos, exposiciones y otras actividades que, en su mayoría tienen como eje central, la Memoria. Recordar es aprender.
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            Un tapado rojo. Se acercó con una sonrisa acogedora, cómo si fuésemos sus huéspedes. Nos pidió las entradas, las cortó y siguió bordeando la fila, repitiéndole una y otra vez su pequeño discurso a cada persona. En ese instante lo notamos, el universo cambió de repente. El aire se tornó denso, como si estuviese por suceder una catástrofe. Las miradas taciturnas de nuestros compañeros en la hilera se cruzaron varias veces. El tapado rojo se deja ver por última vez, mientras atraviesa la puerta del lado derecho.
            Lentes de sol. Gritó austero. La fila debía mantenerse derecha, sus conformantes permanecerían pacientes mientras fueran ingresando al museo. No había de qué preocuparse, los objetos estaban bajo control. El hombre con sobretodo marrón y lentes de sol continuó gritando y bordeando la fila, como si siguiese los pasos de la mujer de rojo. Terminó de dar la vuelta y cuando estaba emprendiendo su camino de vuelta al museo se detuvo frente a nosotros. “Hola” dijo, pudimos ver sus ojos tensos durante dos segundos a través del cristal, luego siguió su camino.

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“El cuerpo habla en nombre del objeto, (...) es una especie de convención que queda muy afirmada por el hecho de que el actor esta puesto ahí, que está yaciendo entre el objeto y el soporte, que está en una especie de latencia abajo de una bandera de argentina y a su vez está siendo interrogado por los guardianes del museo, que pasan a funcionar como interrogadores. Interrogan al objeto, no al luchador.”

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            Uno de los trece objetos habla por Carlos Dominguez. Dice que es uno de los caídos en Ezeiza, pero ahora es un termo. Recibe un pequeño papel que desdobla y lee atentamente. “Haremos la revolución socialista, pero la haremos los muchachos peronistas”, decía el diminuto pliego. “Claro, compañero” respondió con una sonrisa dibujada en el semblante que prontamente se apagó. Un rocío helado cayó sobre el predio aledaño al aeropuerto internacional de Ezeiza la mañana del 21 de junio de 1973. La mano del cuidador del museo volvió a presionar el gatillo de su rociador. La cara le llovía, y pequeñas gotas decoraban el termo color celeste. “No pueden llorar por su cuenta, así que tenemos que ayudarlos” nos dijo, amenazante y su mano se cerró por tercera vez. La cara se frunció y el termo se apoyó sobre la mesa.


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            “¿Usted de dónde viene, compañero?” Su mano sostenía un grabador. “De Capital” le contestaron. “Soy estudiante de comunicación”. Los ojos de Sebastián Brunstein brillaban. “¿Vino a ver la llegada del General?”. Pálido rostro, las cintas magnéticas caían hasta la altura de sus rodillas. “No, lo vine a ver a usted, cuénteme por favor ¿de dónde es?” La pluma corría por la hoja mientras él mismo se llevaba el grabador a los labios. Era de Lanús y estudiaba periodismo. Venía de la Unidad Básica de Monte Chingolo con un grupo de maestras.

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“Todo lo que es la sucesión sobre el objeto, es poética del actor, y lo que hace al dueño del objeto, es investigación histórica.”

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Gamulán Blanco. Las voces de todos los objetos presentes comenzaron a entremezclarse. De pronto, desde el fondo del museo, algunos empezaron a corear una canción, pronto los demás fueron abandonando los soportes progresivamente y acompañaron con su voz y su cuerpos el tema “Fuiste mía un verano”. Con los ojos puestos en el contradictorio palco comenzamos a sentir su peso muerto desde atrás. Se subieron al escenario sin dejar de entonar el estribillo de la famosa canción de Leonardo Favio. El sonido del avión alejándose nos devolvió a la realidad. "Otra vez será". Entonces unos hombres comenzaron con su discurso de cierre. Nos agradecieron a los espectadores del museo por la visita y señalaron que del museo se podía salir por dos flancos, por derecha y por izquierda, “y es que siempre hay una salida por izquierda”. Por supuesto emprendimos nuestro camino hacia la puerta de los zurdos, pero al llegar nos quedamos atascados en el aglomerado de gente que, al igual que nosotros, se encontró con una salida bloqueada. Las palabras de los dirigentes del museo se desvanecieron en el aire, todos tuvimos que salir por la derecha.