miércoles, 20 de noviembre de 2013

Un artista en movimiento

"Cuentan historias
De alegría y de tristeza
Hacen una fiesta
Un ritual musical"
(Anónimo)

Era una tarde fría de sábado, muy fría. De esos días que te obligan quedarte entre edredones. Nos encontrábamos  en Boedo. ¿Importaba cuál era el barrio? quizás, quizás no. Podía ser ese o cualquier otro. ¿Nos importaba la persona que se encontraba allí en la esquina de Caseros y Chiclana? Sí. No era cualquier Juan, era Juan Barraza que esperaba el 160 en aquella intersección.  Lo esperaba, no de la misma forma que lo hacen comúnmente todas las personas, como un medio de trasporte, sino como su lugar de trabajo. El frío no era impedimento para esperar el colectivo y trabajar. Nos recibió con un cálido saludo.

- Yo siempre cantaba, con amigos, con la familia, solo con amigos íntimos. La primera vez fue en el tren. Después tuve problemas…Juan llegó a la vida hace 48 años en la localidad de Isidro Casanova. Familia numerosa, cinco hermanos, todos varones, jugaban a la pelota y daban trabajo a su madre. Se casó muy joven con Patricia, tuvieron tres hijos, hoy el mayor tiene treinta y un años. Desde los trece años, cuando terminó la escuela primaria, salió a trabajar religiosamente todos los días. Comenzó en la industria del calzado, en la que llegó a ser encargado de una sucursal. Los caminos de la vida lo llevaron a trabajar en una agencia de seguridad como vigilador; esos mismos caminos, o tal vez otros,  lo acercaron a la música cuando en el 2001 la crisis le golpeó su puerta; fue despedido, se quedó sin nada. No se trataba de una elección, parece que los años de elegir qué hacer ya habían pasado. La necesidad tocaba la puerta  de su casa, se inmiscuía, lo levantaba todos los días y lo llevaba a lugares desconocidos. Juan cantaba para sus amigos, le gustaba mucho. Lo que no sabía era que más tarde, ante las situaciones de la vida sería su herramienta y que ésta sería el sostén económico de su familia.

Con un repertorio variado recorre la ciudad arriba del colectivo. El 160, el 128 o el 75; el que venga primero, el que esté más vacío, o el chofer que más se “cope”. Un rock, una Chacarera o una balada, son los géneros que ofrece a los espectadores cuando sube y prefiere que el público elija lo que tenga más ganas de escuchar. Las canciones varían según el horario, el clima, la gente o el humor de Juan.
“Pero resulta que yo, sin ti no sé lo que hacer, a veces me desahogo, me desespero porque…” Roberto Carlos, con él, rompió el hielo. Simpático, con una enorme sonrisa en el rostro entonó ‘Desahogo’. Es carismático, trata de conectarse bien con la gente, tiene buen humor, sólo pide una colaboración y no se baja del bondi sin pedir la opinión de la gente.

Y así comenzó Juan, casi por casualidad a trabajar de artista callejero cuando, durante un viaje en tren, a su esposa Gabriela se le ocurrió, al escuchar a un cantante, no muy bueno, que podía recurrir a este oficio mientras encontraba un trabajo fijo. El talento de Juan era admirable y valía la pena intentarlo; y así fue. Pero después de la pelea que tuvo con unos vendedores del tren, en la que le robaron y le pegaron un culatazo, resolvió que era mejor abandonar el tren, entonces, se subió a un ‘bondi’, con la guitarra al hombro.
-Me robaron una guitarra, pero la mejor que tengo es la de ahora, nunca tuve una mejor.

El bondi le mostró que no toda la gente entendería el propósito de subirse a cantar y pasar la gorra, no todos comprenderían que un colectivo también es un lugar de trabajo para algunos y un trasporte público para otros. Recuerda entre risas a un señor que le dijo que por el hecho de haber pagado un boleto no quería escucharlo cantar, se sentía con derechos absolutos de decidir sobre la actuación de dos canciones en pocos minutos.
El día que nos acercaba a Juan fue un día gris, muy frío, pero para  él los días de sol eran sus días. La gente esos días se levanta más animada, como si los rayos de luz llenaran de vibras positivas y de mucha generosidad a los pasajeros. Por ese motivo a Juan le gustan los días soleados, las personas arriba del bondi están mejor predispuestas a escuchar aunque sea por un par de minutos su repertorio más allá que los temas no sean del gusto musical de todos, las personas colaboran con la gorra.
Cuando oscurece o baja el sol y el cansancio pesa sobre los hombros, cuando uno quiere sacarse de encima la mochila de aquellas horas caminadas, de subir y de bajar lo único que piensa Juan es volver a su casa. Hay días que le pega la melancolía y se “bajonea” y toca una chacarera que se llama “Plegaria para un hermano”  y recuerda a su hermano Néstor.
Como todo artista Juan tiene un repertorio de canciones que va intercalando mientras sube a uno u otro colectivo.  Guitarra en mano más que artista, equilibrista de circo. Mientras dobla el colectivo en las esquinas, frena o para, Juan se mantiene sobre sus piernas sin perderla entonación y los acordes del rock. La gente escucha atenta. Silencio en el bondi. Las charlas cesan, sólo Juan, Sólo con su guitarra. Dos temas, tres temas, y la bolsita. Pocas monedas, unos cuantos billetes. Abajo y otro bondi. Así recorre Boedo, Pompeya, Parque Patricios; las intersecciones, las avenidas. No importa si hubo poca “moneda” si al menos un pasajero sonrío, todo valió la pena.


El público pidió rock y canto el legendario tema de Pappo Blues “Blues local”, su voz se encendía al entonar:

 
"Anoche hubo fiesta, en el club de blues local
anoche hubo fiesta, en el club de blues local
sentados en una mesa, con amigos de verdad
estábamos tomando, vino fino natural
estábamos tomando, vino fino natural
que buena estuvo la fiesta, en el club de blues local
me acorde que me dijiste, que querías regresar
me acorde que me dijiste, que querías regresar
siempre te estaré esperando en el club de blues local."

 Con una enorme sonrisa, “Me están entrevistando” decía a los viajantes, en uno y otro bondi. Juan saludaba a todo el mundo, se percibía su felicidad por ser entrevistado. El frío se mostraba tan hostil con los transeúntes que pasaban por la intersección de Boedo y San Juan, y nosotros no éramos la excepción. Nos obligó a refugiarnos en un bar. En el trayecto a el “El Nuevo rayo” que poco tiene de nuevo y si mucho de típico bar de barrio, Juan nos contaba que allí mismo aquel día más temprano, después de haber tocado para los comensales le regalaron una pizza para su familia; también que un señor, un contratista, le había pedido un tema, una chacarera. Juan afinó la guitarra y tocó. De la billetera el hombre sacó cien pesos. Juan se sorprendió. No se lo esperaba, pero estaba muy agradecido con ese hombre.

Juan aprendió con una familia tan numerosa, entre hermanos e hijos, a compartir. Esto lo aplica en su oficio compartiendo algún que otro bondi con los compañeros del oficio, haciendo dúo por algunas cuadras. No es un tipo egoísta y sabe que los compañeros están ahí por la misma razón que él, que trabajan por la moneda, para llevar la ganancia a sus hogares. Por eso si son dos esperando el bondi o de casualidad se suben dos al mismo bondi, lo comparten y reparten la gorra. Tal vez se van a un bar y comparten algo para comer o tomar, unas papas, una coca.

Con su oficio, las historias y anécdotas se hacen moneda corriente. La calle es una selva impredecible, muchas cosas suceden y no todos las ven. Pasar horas y horas en las calles te abre los ojos aunque no quieras, te pone en caminos y situaciones jamás pensadas.  Las manos en los bolsillos, moviéndose sobre el mismo lugar, con la campera al cuello recuerda la anécdota con la policía. Estaba una esquina de la calle San Juan esperando y se le cruza un patrullero; el policía se baja y le pide los documentos. Juan trato de explicarle que el solo estaba por subirse al bondi a trabajar, pero el otro cana gritaba “Subilo, Subilo”. Juan miró con cara de desconcierto a los policías que ante su cara le comentaron que estaban de franco largo y estaban preparando un asado, que se fuera con ellos a tocar unos temas. Después le pasaron “la gorra”, su bolsita. 

La música lo apasiona, pero tocar por trabajo no es lo mismo para él. Suena con el hobbie de cantante, solo y por placer. Agradece poder ganarse la vida con su voz. Mirando fijo un punto en la ventana del bar, con la mirada perdida como si estuviera anhelando, nos trasmite sus deseos de formar una banda y las ganas de que alguien lo acompañe en la rutina de cantar. Muchos años saliendo solo, el contra el mundo, caras diferentes todos los días, su guitarra y su voz. La esperanza se percibe en sus ojos cuanto canta “Ojos de cielo, ojos de cielo, no me abandones en pleno vuelo. Ojos de cielo, ojos de cielo, toda mi vida por este sueño.”
Tuvo la oportunidad de grabar unos temas pero, tal vez por capricho, dejo pasar la oportunidad. Sus ídolos de la música lo acompañan cada vez que se sienta a escuchar un tema para comenzar con la magia en su guitarra. Tal vez con un sentido privilegiado, como muchos otros, Juan saca los temas de oído. Tiene un sueño, formar una banda.
-Me gustaría tener un compa, que me acompañe, comprarme otra viola.

El optimismo de Juan es algo que sorprende a quien lo ve y, más aún, a quien lo escucha. Sus ganas de salir adelante, de encontrar un trabajo estable que le permita mantener a su familia sin tener que preocuparse por si saca buena gorra, nos demuestran que aún en las dificultades se puede y se debe ser optimista. Porque Juan tiene un desafío, alimentar a su familia con su herramienta de trabajo que es la música. Su vida es una aventura todos los días y para llegar, se toma un bondi.  

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