El arte popular a través del tiempo
Los vendedores
ambulantes son parte de la
sociedad. Se los puede encontrar en cualquier punto
estratégico, entre calles, plazas, cines, shoppings, paradas de colectivos,
estaciones de tren y subte. Un sin fin de lugares en donde la gente va y viene.
El origen del interés por lo que
hoy denominamos “artesanía” puede ubicarse en el contexto europeo en
las primeras décadas del Siglo XX, cuando en las ciudades surgen museos
destinados a mostrar características regionales, locales, nacionales a través
de estas producciones. Pero, al principio no se las denominaba “artesanías”
sino que se las reconocía en el ámbito de las “artes populares”. Aunque
no haya una definición concreta, se desprende que se hace referencia con esta
expresión a un trabajo tradicional, que agrega a un objeto de uso corriente, un
elemento de belleza o de expresión artística.
Argentina posee una sólida tradición en lo
que se refiere a las artesanías. En el pasado sus primitivos habitantes, supieron desarrollar una gran
habilidad para confeccionar utensilios cotidianos, herramientas, textiles y
adornos personales, con gran criterio estético. De esta forma, los antiguos artesanos realizaban productos
para su uso o consumo personal y a veces el de su comunidad, pero no estaban
interesados en el mercadeo, aunque sí era habitual que los intercambiaran por
materias primas o por artículos de primera necesidad. Hoy en día con las
políticas de expansión turística, los artesanos producen en mayor escala y
distribuyen sus productos en ferias y exposiciones. Ellos se sustentan de esta manera y logran mantener
una continuidad en este oficio, el cual sigue siendo en nuestra época una forma
de ganarse la vida.
Máscaras
artesanales en la feria de San Telmo.
Sin prejuicios ni ataduras
Cuando nos
acercamos a este mundo de artesanos, tan abierto y cerrado al mismo tiempo, un
abanico de interrogantes se expande ante nuestra investigación: ¿Será un
trabajo fácil, en el cual se venden los productos y nada más? ¿O es un trabajo
más rutinario, con una tarea y horario que cumplir aunque sea el artesano su
propio jefe? ¿La mercancía que venden, es elaborada por ellos mismos?
¿Cuáles son los pro y los contra de este oficio? ¿Se puede subsistir con esta
forma de vida? ¿Qué peligros se pueden correr al trabajar en la calle? ¿Existe la
amistad en este comercio competitivo? En el presente
trabajo una joven Argentina llamada Laura Lamanuzzi, será el canal de respuesta
a las variadas preguntas que nos invaden y nos dará a conocer su trabajo, su
realidad y su visión ante la
vida. Observar , mirar y preguntar, convivir un día con ella,
con una artesana de San Telmo, de Plaza Italia, de Microcentro y por qué no,
del mundo.
Laura, es una joven treintañera, trabajadora
independiente y artesana. Ella logra transmitir con su mirada, la libertad que
le brinda tener un oficio propio y disfruta de crear con sus manos los
productos que vende ella misma.
Macramé
es su especialidad, el arte de
hacer tejidos con nudos decorativos. En el
macramé actual, se pueden encontrar más de cincuenta nudos diferentes. Es una
actividad muy antigua, ya que sólo se utilizan las manos para ejecutarlo.
Pueblos como los persas y los asirios utilizaron esta forma de creación con
gran maestría. Más tarde, los árabes lo llevaron a Europa y los europeos a América. Los materiales
necesarios para hacer una obra de macramé son el hilo a tejer (ya sea algodón,
yute, lino, seda u otras fibras naturales) y una superficie en la que sujetar
la labor que se realiza (normalmente, un palo de madera). Laura lo aprendió
de otros artesanos, quienes le permitieron hacerse un lugar entre los manteros. Su forma de hablar es rápida y
un poco atolondrada pero esto no le impide comunicarse, ya que es muy directa,
frontal y sincera. Acompaña su charla con un cigarrillo, fuma, cuenta alguna
anécdota y vuelve a fumar. En sus ojos saltones y algo verdosos, se reflejan
los vestigios de una vida diferente, en la cual no hay tiempos ni horarios y el
viajar es el mejor condimento de este estilo de trabajo. Lo que más disfruta es
justamente no tener un lugar estable en donde exponer sus artesanías e ir para
donde le lleven las ganas, las motivaciones, la curiosidad y las compañías que
elige según el momento. En cada país adonde arriba, se rodea de sus colegas
artesanos y forma amistades que parecen durar para siempre. Es como una especie
de golondrina, que va de un sitio a otro y que pasa los inviernos en Buenos
Aires para luego fugarse a otra ciudad en el verano, como Ibiza o Barcelona.
Las artesanías la fueron atrapando de a poco,
quizás algunos miedos la acobardaron al principio. Sin embargo, no demoró mucho
tiempo en perderlos y en encontrar una salida laboral, la cual la salvó en
aquellos momentos de cris is en el
2001 en nuestro país. Nada es casual y fueron sus abuelas, familiares con
experiencia, quienes le dieron el impulso para lanzarse al arte manual. Ella se
siente afortunada y agradecida por esto, ya que este fue el oficio que la llevó
a conocer lugares que jamás hubiese pensado recorrer. El mismo que lleva en sus
manos, las cuales mueve de un lado al otro con entusiasmo, al contarnos su
historia. ¿El dinero? No es tan importante, para ella la libertad no tiene
precio. Laura se ríe, enciende un cigarrillo y dice: “Yo le agradezco a todos,
a cada uno que me ha enseñado este trabajo”. Con su cabello alborotado y un
tono simpático al expresarse, cuenta sus comienzos en este mundo autónomo y
artístico a la vez.
Los comienzos de una vida de artesana
“Es una esquina muy
tradicional y nunca cambió”, dice Laura. Chile y Defensa en pleno barrio de San
Telmo, aquí empezó su historia entre calles angostas repleta de turistas
extranjeros y del interior del país. Es domingo, un día gris y frío, pero ahí ella
espera con una linda sonrisa, dispuesta a compartir su historia.A los veintiún
años recién recibida de la carrera de Comercio Exterior cuenta no haber podido
encontrar trabajo, por falta de experiencia, dejó uno y otro Curriculum pero el
llamado nunca llegó: “Quería ganar mi dinero y pensé, mientras
sigo buscando trabajo puedo vender bufandas tejidas, que es algo que hago
siempre, por gusto”. Así recuerda Laura su primer día como
vendedora ambulante sin pensar siquiera que aquella sería su elección hasta el
día de hoy: “Había una chica que vendía duendes, y le dije Flaca ¿cómo andas
amiga, te molesta que me ponga acá al lado con unas bufandas?”. Y la chica
accedió sin problema. Ese día terminaron pasando juntas toda la tarde, ella con
sus duendes de cerámica y Laura
con sus bufandas, charlando, tomando mate y así otros
artesanos se sumaban en lo mismo. Pero luego el problema fue que las bufandas
en noviembre ya no se vendían y ella recuerda: “Así aprendí a hacer trenzas y
pulseras de Macramé, se vendía bien todo el verano. Ya tenía dos oficios para
las temporadas de invierno y verano”.
Aunque ella lleva ya un largo
camino hecho en el oficio de la artesanía. Las cosas cambiaron en todo este
tiempo, sobre todo acá en la capital, en donde siempre regresa el punto de
encuentro de la comunidad de artesanos, a la que se unió hace casi quince años:
“Y por lo menos en la calle Florida antes eran más artesanos, gente que hacía
las cosas con sus propias manos y las vendía. Por lo tanto también tenía amor
en su vida cotidiana. Y eran buenos compañeros, nos cuidábamos los bolsos. Los paños del otro. En cambio con el tiempo,
fue cambiando de a poco, viniendo gente
de reventa, peruanos, que siempre fue un conflicto. En realidad, el
conflicto no es que sean de reventa o artesanos, sino es con la onda que lo
haga”. Cuando se refiere a esa
gente que fue llegando, invadiendo el
espacio de los artesanos, de la gente que trabaja con amor, buena onda y compañerismo, hay algo de prejuicio en sus
palabras, quizás por ignorancia, generalización, algo que es muy común
lamentablemente en nuestra sociedad y en
otras sociedades también, asociar determinada nacionalidad a ciertos comportamientos
invasivos. Laura, habla de peruanos que se manejan con otro código callejero, tienen
mala onda: “Ellos creen que una baldosa es de ellos y lo peor de todo es
que no se conforman con su lugar, mañana vienen y se ponen acá, donde vos
estabas, y vos decís “loco este es mi lugar”, y bueno pero….yo mañana vengo y
él llega y te saca a las trompadas…” Laura tiene un derecho de piso, ella
estaba de antes, es re plaga. Se describe así, con sus
palabras, como diciendo que es cargosa, insistente, que no se da por vencida,
que al comienzo fue más difícil pero que logró hacerse un lugar, y ganarse el
respeto en la calle.
Un conflicto con la policía
Es
sabido de los reiterados conflictos que hubo con la policía, enviados por el Gobierno
de la ciudad, para sacar a los manteros
de la clase Florida. Para las autoridades de la Ciudad, dichos vendedores son quienes no pagan los impuestos, los que toman sin
permiso un lugar en una calle transitada y lo consideran como propio, los que provocan
el cierre de locales comerciales habilitados y despido de decenas de sus
empleados, los que afean el paisaje
urbano. En fin: el enemigo número uno de la Ciudad de Buenos Aires, del que
tanto se habla por estos días.
Los enfrentamientos entre los vendedores y la policía, fueron cubiertos
por distintos medios, la última les quitó la mercadería llevando detenidos a
los comerciantes. Antes no era así, se les pedía, no tan amablemente, que se
retiren. Laura, tuvo un problema
en particular, un día en el que sufrió este mismo hecho:“La policía me quería
sacar las cosas, y yo tenía una mercadería más fácil de hacer, más rápido, que
otra que tardaba mucho tiempo, entonces agarré y le di a la policía la que no
era tan difícil de rehacer y cuando quisieron sacarme el macramé, les dije: “No
te lo doy” y bueno me lo querían sacar, y como no me separé de la mercadería,
me llevaron presa a mí con la mercadería, yo les decía que si me quitaban esas
cosas, ellos eran los ladrones, que eso era mío.” Por suerte, la historia tuvo
un final feliz: “Bueno y al final me llevaron, me detuvieron, me hicieron el
acta, toda la historia y al final no me sacaron nada, me dejaron ir con todo…
¡Todo! ¡Me devolvieron! ¡Todo! Yo no lo podía creer…”
Una elección por vocación
Pasaron
15 años desde aquella primera vez en San Telmo, la
calle florida, Plaza Francia y algunos viajes al exterior. “Soy artesana por
vocación” dice Laura, y agrega que a su familia le costó entender su elección,
sobre todo a la madre pero con el tiempo lo entendió y lo acepto. Así, ella
elabora y vende cosas con materiales naturales y duraderos. Su “profesión” le
permite llevar un estilo de vida distendido, sin horarios, sin un jefe a quien
rendirle cuenta. El artesano, cuenta ella: “Puede disfrutar de las cosas
simples de la vida, un buen desayuno y almuerzo, en el calor de su hogar
mientras produce sus productos, y a la hora que le parece, va a la calle a
tirar el paño”. También, disfruta de los amigos con más frecuencia por el tiempo
disponible.
Antes
de hacer el click en su concepción de
este oficio, siempre veía a sus compañeros artesanos que no tenían adonde ir,
muchos vivían en hoteles, en la calle, en el subte y ella volvía a su casa. Los amigos notaban que Laura trabajaba muy relajada, como librada al azar
de quien le comprara. Por lo que fue el duende (un amigo de ella) quien le recomendó hablarle más a la
gente para mostrar sus artesanías, seducir, convencer, y no faltar ningún día a tirar el paño, por más que tenga poca producción hecha. Pero ella no entendió a lo que el
duende se refería, hasta llegado el momento en que se fue a vivir sola.
Laura, decidió salir del seno del hogar, emprender su camino y su primer viaje
es en donde aplicaría y entendería lo que el
duende le decía. En España, sin la familia y amigos cerca para tenderle una
mano, trabajaba para mantenerse y tener un lugar en donde habitar. Ahí se dio
cuenta que si no hablaba, no sonreía y no daba lo mejor de sí, no vendía. En
esos momentos su trabajo significó sustento necesario e indispensable, desde
entonces, nunca volvió a ser la misma y ahora sabe que si no vende no come.
Pero los sueños también están en su vida, en los cuales aparece el deseo de
tener su propio negocio en un futuro y seguir ofreciendo sus productos por medio de esté. Tener la añorada casa
propia, un sueño de muchos pero que puede cumplirse si uno se lo propone.
Conociendo
a Laura supimos que la parte difícil de ser artesano es que a la hora de vender,
uno no sabe si va a poder hacerlo porque quizás la policía no se lo permita o
algún otro vendedor que haya ocupado su puesto. También es algo que no se puede
plantear a futuro, ya que tal vez más adelante en el tiempo, salga alguna ley
que prohíba la venta ambulante. Por lo que disfrutar del presente es algo
típico de este modo de vida. El estilo de vida de los artesanos, es el placer
de las cosas simples, poder tomarse su tiempo para desarrollar tranquilamente
lo que van haciendo cotidianamente. Encuentran gente nueva todo el tiempo,
convenciendo clientes pero siempre con simpatía, ofreciendo esos productos a
los que se nota que le ponen amor. Los largos días que pasan con sus mantas,
haciendo frente a cualquier clima, charlando y haciéndose compañía, quizás con
un mate o un fernet mediante, son
prueba de que disfrutan vivir con lo necesario, sin jefes, y muchísima
libertad.
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