miércoles, 20 de noviembre de 2013

Un camino hecho con las propias manos

El arte popular a través del tiempo
  Los vendedores ambulantes son parte de la sociedad. Se los puede encontrar en cualquier punto estratégico, entre calles, plazas, cines, shoppings, paradas de colectivos, estaciones de tren y subte. Un sin fin de lugares en donde la gente va y viene. El origen del interés por lo que  hoy denominamos  “artesanía” puede ubicarse en el contexto europeo en  las primeras décadas del Siglo XX,  cuando en las ciudades surgen museos destinados a mostrar características regionales, locales, nacionales a través de estas producciones. Pero, al principio no se las denominaba “artesanías” sino que se las reconocía en el  ámbito de las “artes populares”. Aunque no haya una definición concreta, se desprende que se hace referencia con esta expresión a un trabajo tradicional, que agrega a un objeto de uso corriente, un elemento de belleza o  de expresión artística.
  Argentina posee una sólida tradición en lo que se refiere a las artesanías. En el pasado sus primitivos habitantes, supieron desarrollar una gran habilidad para confeccionar utensilios cotidianos, herramientas, textiles y adornos personales, con gran criterio estético. De esta forma,  los antiguos artesanos realizaban productos para su uso o consumo personal y a veces el de su comunidad, pero no estaban interesados en el mercadeo, aunque sí era habitual que los intercambiaran por materias primas o por artículos de primera necesidad. Hoy en día con las políticas de expansión turística, los artesanos producen en mayor escala y distribuyen sus productos en ferias y exposiciones. Ellos se sustentan de esta manera y logran mantener una continuidad en este oficio, el cual sigue siendo en nuestra época una forma de ganarse la vida.
Máscaras artesanales en la feria de San Telmo.

Sin prejuicios ni ataduras
 Cuando nos acercamos a este mundo de artesanos, tan abierto y cerrado al mismo tiempo, un abanico de interrogantes se expande ante nuestra investigación: ¿Será un trabajo fácil, en el cual se venden los productos y nada más? ¿O es un trabajo más rutinario, con una tarea y horario que cumplir aunque sea el artesano su propio jefe? ¿La mercancía que venden, es elaborada por ellos mismos? ¿Cuáles son los pro y los contra de este oficio? ¿Se puede subsistir con esta forma de vida? ¿Qué peligros se pueden correr al trabajar en la calle? ¿Existe la amistad en este comercio competitivo? En el presente trabajo una joven Argentina llamada Laura Lamanuzzi, será el canal de respuesta a las variadas preguntas que nos invaden y nos dará a conocer su trabajo, su realidad y su visión ante la vida. Observar, mirar y preguntar, convivir un día con ella, con una artesana de San Telmo, de Plaza Italia, de Microcentro y por qué no, del mundo.

Laura, es una joven treintañera, trabajadora independiente y artesana. Ella logra transmitir con su mirada, la libertad que le brinda tener un oficio propio y disfruta de crear con sus manos los productos que vende ella misma.
Macramé es su especialidad, el arte de hacer tejidos con nudos decorativos. En el macramé actual, se pueden encontrar más de cincuenta nudos diferentes. Es una actividad muy antigua, ya que sólo se utilizan las manos para ejecutarlo. Pueblos como los persas y los asirios utilizaron esta forma de creación con gran maestría. Más tarde, los árabes lo llevaron a Europa y los europeos a América. Los materiales necesarios para hacer una obra de macramé son el hilo a tejer (ya sea algodón, yute, lino, seda u otras fibras naturales) y una superficie en la que sujetar la labor que se realiza (normalmente, un palo de madera). Laura lo aprendió de otros artesanos, quienes le permitieron hacerse un lugar entre los manteros. Su forma de hablar es rápida y un poco atolondrada pero esto no le impide comunicarse, ya que es muy directa, frontal y sincera. Acompaña su charla con un cigarrillo, fuma, cuenta alguna anécdota y vuelve a fumar. En sus ojos saltones y algo verdosos, se reflejan los vestigios de una vida diferente, en la cual no hay tiempos ni horarios y el viajar es el mejor condimento de este estilo de trabajo. Lo que más disfruta es justamente no tener un lugar estable en donde exponer sus artesanías e ir para donde le lleven las ganas, las motivaciones, la curiosidad y las compañías que elige según el momento. En cada país adonde arriba, se rodea de sus colegas artesanos y forma amistades que parecen durar para siempre. Es como una especie de golondrina, que va de un sitio a otro y que pasa los inviernos en Buenos Aires para luego fugarse a otra ciudad en el verano, como Ibiza o Barcelona.
  Las artesanías la fueron atrapando de a poco, quizás algunos miedos la acobardaron al principio. Sin embargo, no demoró mucho tiempo en perderlos y en encontrar una salida laboral, la cual la salvó en aquellos momentos de crisis en el 2001 en nuestro país. Nada es casual y fueron sus abuelas, familiares con experiencia, quienes le dieron el impulso para lanzarse al arte manual. Ella se siente afortunada y agradecida por esto, ya que este fue el oficio que la llevó a conocer lugares que jamás hubiese pensado recorrer. El mismo que lleva en sus manos, las cuales mueve de un lado al otro con entusiasmo, al contarnos su historia. ¿El dinero? No es tan importante, para ella la libertad no tiene precio. Laura se ríe, enciende un cigarrillo y dice: “Yo le agradezco a todos, a cada uno que me ha enseñado este trabajo”. Con su cabello alborotado y un tono simpático al expresarse, cuenta sus comienzos en este mundo autónomo y artístico a la vez.

Los comienzos de una vida de artesana
“Es una esquina muy tradicional y nunca cambió”, dice Laura. Chile y Defensa en pleno barrio de San Telmo, aquí empezó su historia entre calles angostas repleta de turistas extranjeros y del interior del país. Es domingo, un día gris y frío, pero ahí ella espera con una linda sonrisa, dispuesta a compartir su historia.A los veintiún años recién recibida de la carrera de Comercio Exterior cuenta no haber podido encontrar trabajo, por falta de experiencia, dejó uno y otro Curriculum pero el llamado nunca llegó: “Quería ganar mi dinero y pensé, mientras sigo buscando trabajo puedo vender bufandas tejidas, que es algo que hago siempre, por gusto”. Así recuerda Laura su primer día como vendedora ambulante sin pensar siquiera que aquella sería su elección hasta el día de hoy: “Había una chica que vendía duendes, y le dije Flaca ¿cómo andas amiga, te molesta que me ponga acá al lado con unas bufandas?”. Y la chica accedió sin problema. Ese día terminaron pasando juntas toda la tarde, ella con sus duendes de cerámica y Laura con sus bufandas, charlando, tomando mate y así otros artesanos se sumaban en lo mismo. Pero luego el problema fue que las bufandas en noviembre ya no se vendían y ella recuerda: “Así aprendí a hacer trenzas y pulseras de Macramé, se vendía bien todo el verano. Ya tenía dos oficios para las temporadas de invierno y verano”.
Aunque  ella lleva ya un largo camino hecho en el oficio de la artesanía. Las cosas cambiaron en todo este tiempo, sobre todo acá en la capital, en donde siempre regresa el punto de encuentro de la comunidad de artesanos, a la que se unió hace casi quince años: “Y por lo menos en la calle Florida antes eran más artesanos, gente que hacía las cosas con sus propias manos y las vendía. Por lo tanto también tenía amor en su vida cotidiana. Y eran buenos compañeros, nos cuidábamos los bolsos.  Los paños del otro. En cambio con el tiempo, fue cambiando de a poco, viniendo gente  de reventa, peruanos, que siempre fue un conflicto. En realidad, el conflicto no es que sean de reventa o artesanos, sino es con la onda que lo haga”.  Cuando se refiere a esa gente  que fue llegando, invadiendo el espacio de los artesanos, de la gente que trabaja con amor, buena onda y compañerismo, hay algo de prejuicio en sus palabras, quizás por ignorancia, generalización, algo que es muy común lamentablemente en  nuestra sociedad y en otras sociedades también, asociar determinada nacionalidad a ciertos comportamientos invasivos. Laura, habla de peruanos que se manejan con otro código callejero, tienen mala onda: “Ellos creen que una baldosa es de ellos y lo peor de todo es que no se conforman con su lugar, mañana vienen y se ponen acá, donde vos estabas, y vos decís “loco este es mi lugar”, y bueno pero….yo mañana vengo y él llega y te saca a las trompadas…” Laura tiene un derecho de piso, ella estaba de antes, es re plaga. Se describe así, con sus palabras, como diciendo que es cargosa, insistente, que no se da por vencida, que al comienzo fue más difícil pero que logró hacerse un lugar, y ganarse el respeto en la calle.

Un conflicto con la policía
  Es sabido de los reiterados conflictos que hubo con la policía, enviados por el Gobierno de la ciudad, para sacar a los manteros de la clase Florida. Para las autoridades de la Ciudad, dichos vendedores son quienes no pagan los impuestos, los que toman sin permiso un lugar en una calle transitada y lo consideran como propio, los que provocan el cierre de locales comerciales habilitados y despido de decenas de sus empleados,  los que afean el paisaje urbano. En fin: el enemigo número uno de la Ciudad de Buenos Aires, del que tanto se habla por estos días.   Los enfrentamientos entre los vendedores y la policía, fueron cubiertos por distintos medios, la última les quitó la mercadería llevando detenidos a los comerciantes. Antes no era así, se les pedía, no tan amablemente, que se retiren. Laura, tuvo un problema en particular, un día en el que sufrió este mismo hecho:“La policía me quería sacar las cosas, y yo tenía una mercadería más fácil de hacer, más rápido, que otra que tardaba mucho tiempo, entonces agarré y le di a la policía la que no era tan difícil de rehacer y cuando quisieron sacarme el macramé, les dije: “No te lo doy” y bueno me lo querían sacar, y como no me separé de la mercadería, me llevaron presa a mí con la mercadería, yo les decía que si me quitaban esas cosas, ellos eran los ladrones, que eso era mío.” Por suerte, la historia tuvo un final feliz: “Bueno y al final me llevaron, me detuvieron, me hicieron el acta, toda la historia y al final no me sacaron nada, me dejaron ir con todo… ¡Todo! ¡Me devolvieron! ¡Todo! Yo no lo podía creer…”

Una elección por vocación
  Pasaron 15 años desde aquella primera vez en San Telmo, la calle florida, Plaza Francia y algunos viajes al exterior. “Soy artesana por vocación” dice Laura, y agrega que a su familia le costó entender su elección, sobre todo a la madre pero con el tiempo lo entendió y lo acepto. Así, ella elabora y vende cosas con materiales naturales y duraderos. Su “profesión” le permite llevar un estilo de vida distendido, sin horarios, sin un jefe a quien rendirle cuenta. El artesano, cuenta ella: “Puede disfrutar de las cosas simples de la vida, un buen desayuno y almuerzo, en el calor de su hogar mientras produce sus productos, y a la hora que le parece, va a la calle a tirar el paño”. También, disfruta de los amigos con más frecuencia por el tiempo disponible.
  Antes de hacer el click en su concepción de este oficio, siempre veía a sus compañeros artesanos que no tenían adonde ir, muchos vivían en hoteles, en la calle, en el subte y ella volvía a su casa. Los amigos notaban que Laura trabajaba muy relajada, como librada al azar de quien le comprara. Por lo que fue el duende (un amigo de ella) quien le recomendó hablarle más a la gente para mostrar sus artesanías, seducir, convencer,  y no faltar ningún día a tirar el paño, por más que tenga poca producción hecha. Pero ella no entendió a lo que el duende se refería, hasta llegado el momento en que se fue a vivir sola. Laura, decidió salir del seno del hogar, emprender su camino y su primer viaje es en donde aplicaría y entendería lo que el duende le decía. En España, sin la familia y amigos cerca para tenderle una mano, trabajaba para mantenerse y tener un lugar en donde habitar. Ahí se dio cuenta que si no hablaba, no sonreía y no daba lo mejor de sí, no vendía. En esos momentos su trabajo significó sustento necesario e indispensable, desde entonces, nunca volvió a ser la misma y ahora sabe que si no vende no come. Pero los sueños también están en su vida, en los cuales aparece el deseo de tener su propio negocio en un futuro y seguir ofreciendo sus productos  por medio de esté. Tener la añorada casa propia, un sueño de muchos pero que puede cumplirse si uno se lo propone.

  Conociendo a Laura supimos que la parte difícil de ser artesano es que a la hora de vender, uno no sabe si va a poder hacerlo porque quizás la policía no se lo permita o algún otro vendedor que haya ocupado su puesto. También es algo que no se puede plantear a futuro, ya que tal vez más adelante en el tiempo, salga alguna ley que prohíba la venta ambulante. Por lo que disfrutar del presente es algo típico de este modo de vida. El estilo de vida de los artesanos, es el placer de las cosas simples, poder tomarse su tiempo para desarrollar tranquilamente lo que van haciendo cotidianamente. Encuentran gente nueva todo el tiempo, convenciendo clientes pero siempre con simpatía, ofreciendo esos productos a los que se nota que le ponen amor. Los largos días que pasan con sus mantas, haciendo frente a cualquier clima, charlando y haciéndose compañía, quizás con un mate o un fernet mediante, son prueba de que disfrutan vivir con lo necesario, sin jefes, y muchísima libertad.

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