“Una
nueva página en blanco es un desafío, pero ya no estoy tan desprotegida/o e
insegura como cuando abrí la puerta del aula y me encontré con un grupo de
desconocidos, unidos a mí por las ganas de aprender a escribir, algunos, otros
por la obligación de cursar una materia más. No sabía que trabajando a la par
con ellos iba a recuperar el placer de escribir.”
La página en blanco siempre es un desafío, un obstáculo
que intento ignorar. Noté que suelo evitarla dado que no escribo sin una
motivación que me permita cubrir ese vacío lleno de posibilidades. Porque, en
definitiva, esa hoja, mientras continúe blanca, puede convertirse en cualquier
cosa.
En lo personal siempre necesito pensar o sentir algo, necesito
tener un norte lo más claro posible que me permita empezar a escribir, pero no
de cualquier forma. Primero anoto fragmentos con los que construiré una columna
vertebral para mi texto, no importa cuán larga sea, pero sí, me es de vital
importancia, que cuente con un inicio y un final; o por lo menos con un
bosquejo de alguno de ellos, en cuyo caso, tendré que trabajar hasta donde
pueda, prescindiendo de la pieza faltante. Luego escribo un borrador rápido, lo
cual trae sus consecuencias: errores de tipeo, palabras inventadas y
descripciones de sensaciones que quiero reflejar pero que, en la velocidad, no me
preocupo por su correcta expresión. Generalmente durante esta etapa, cuando
alcanzo una velocidad constante de tipeo, no me detengo por nada; intento no
distraerme aunque me llene de culpa saber que hay otra cosa que podría, o incluso
debería, estar haciendo. Y esto es porque soy consciente de que si no escribo
todo lo que se me cruce por la cabeza, no voy a poder volver a escribirlo tal
como lo siento en ese instante; quizá no pueda volver a encontrar el orden dentro
de una oración, o simplemente una palabra que, a mi parecer, puede hacer la
diferencia en cuanto a lo que se pretende transmitir. Una vez obtenido el
borrador, desarrollo el escrito intentando aplicar algún conocimiento teórico y
prestando especial atención a las reglas que rompí durante la realización del
mismo (reglas ortográficas, tiempos verbales, etc.) Terminado este proceso, obtengo
una primera versión de mi trabajo mínimamente presentable. Lo que sea que haya
escrito debe reflejar en algún punto mis intenciones primeras, y aclaro “en algún punto” porque la mayoría de
las veces, durante el desarrollo, puedo llegar a suprimir ideas enteras, o a ampliar
otras que eran sólo una oración, las cuales inesperadamente terminan
convirtiéndose en uno o más párrafos. Realizado todo esto ya debería tener un
escrito listo para pasar por la última y más larga etapa, el reposo; que es tal
sólo para el texto, porque en lo que a mí trabajo concierne, es la fase que más
concentración me demanda. Tengo que leer y releer para, por ejemplo, detectar
redundancias, suprimir oraciones o convertir un párrafo en dos, porque contiene
temáticas muy diferentes.
Desde luego no siempre me maneje en estos términos.
Siento que he aprendido a tener en cuenta cosas, que antes ignoraba, y a
distinguir otras, que antes realizaba mecánicamente. Pese a mi intento de leer
la mayoría de los libros que me parezcan interesantes creo, que de no haber
cursado este cuatrimestre, hubiera tardado más tiempo en notar por mi cuenta muchas
de las cosas que he aprendido. Sobre todo en lo que respecta a lo vinculado con
escribir para los demás, para ser leído. Antes del primer cuatrimestre
establecía con la escritura una relación, casi, exclusivamente psicológica, de
descarga. Mis primeros textos, aunque nunca explicite mi vinculación con ellos,
debo reconocer que eran extremadamente personales. Desde luego, teniendo esto
en cuenta, el contacto con los textos de los compañeros de cátedra, actuales y
pasados, no me resultó sencillo. Es decir, uno sabe que no es el único que
escribe, pero encontrarse (tener que obligatoriamente encontrarse) de frente
con otros textos tan buenos es una experiencia muy especial. Algunos trabajos
del blog de la cátedra ponen la vara a una altura considerable. Resulta difícil,
antes y después de la cursada, no recoger los guantes de la desprotección y la
inseguridad frente a esos trabajos. De hecho, aún ahora, creo que esos guantes me
quedan bien. Debe ser porque, pese a contar con una mayor cantidad de recursos para
escribir, siento una cuota de responsabilidad, de la que tengo que hacerme
cargo y antes ignoraba. Pero no siempre es invierno para andar usando guantes,
en verano también puede hacer frío, y parte del aprendizaje es volver al mismo
punto de partida, sentarse nuevamente frente a esa hoja en blanco desde una nueva
perspectiva, en el mejor de los casos, desde una instancia superadora.
La inseguridad es pasajera, y en mi caso, la asocio
principalmente al momento de la búsqueda de esas ideas que algunos llaman
inspiración; porque, superada esa etapa, el resto del proceso de escritura me
resulta placentero. No suelo presionarme para escribir, pero cuando existen
fechas de entrega, el tiempo pasa y todavía no pensé en algo que me provoque
empezar, puedo llegar a ponerme realmente nervioso e indeciso.
En conclusión, sé que si no me quito los guantes de la
inseguridad no puedo hacer libremente con las manos, las cosas pareciesen resbalarse
fácilmente de mis dedos hasta el suelo. Sin embargo, inevitablemente en algún
momento, la inseguridad vuelve a ser un par guantes en el suelo. Mi problema es
que esas prendas se aprovechan de mis distracciones para escabullirse y volver
a posarse sobre mí, dejándome sin aliento ni la posibilidad de preguntarme: ¿Cuándo
fue que se me volvieron a trepar?
En esos momentos de nerviosismo, es cuando debo devolverlos
al suelo sacudiendo mis manos para poder buscar ideas, conseguir pensar en algo
que no sean guantes, y así empezar un nuevo texto. Aunque sería un hipócrita si
dijera que siempre consigo librarme de esa inseguridad. En ciertas ocasiones efectivamente
consigo superar esa sensación, pero también puedo mandar a “reposar” un texto a un rincón húmedo hasta nuevo aviso, escribir
hojas enteras sin darme cuenta, o dedicarme a ver pasar el tiempo, deseando que
la búsqueda de ideas no se prolongue demasiado. Porque las horas no esperan por
nadie, y la hoja que no está escrita continúa siendo sólo eso, una hoja en
blanco.