lunes, 31 de octubre de 2011

Querida nieta…

La reunión familiar recién comenzaba, mis primas habían llegado de Alemania unos días atrás y, después de años sin verlas, un ambiente de alegría y felicidad se sentía en toda la casa.
Mis tíos relataban amenamente sus viajes, y describían como variaba la forma de vida entre un país y otro. De todos los reunidos, mi abuela Leticia era la más alegre, después de mucho tiempo nuevamente tenía a sus nietos juntos. La situación la transporto a la época en la que mi abuelo, tiempo antes de partir, le había pedido que nos entregara las cartas que escribió a cada uno de los nietos, el día que estuviésemos todos juntos otra vez. Al recordar esto, rápidamente se fue al cuarto a mover cajas, revolver cajones y sacar todos sus papeles.
Mis primas y mi abuela llevábamos una hora revolviendo todos los rincones de su habitación. La tía Emi junto con mi mamá insistían en que no era el momento más adecuado, que lo mejor era volver a la mesa y continuar la búsqueda en otro momento. Cansadas porque no aparecían, nos sentamos nuevamamente a la mesa, con la idea de buscarlas cuando la gente se fuera.
Cuando, al fin se encontraba todo en silencio, las cinco - mi abuela, mis tres primas y yo- comenzamos la ardua exploración una vez más; en el cuarto no quedó rincón sin revisar, seguimos por el comedor, moviendo libros de la biblioteca, abriendo cuadernos de anotaciones donde se relataban las anécdotas de nuestra infancia. Entre todo lo que sacamos fuera encontramos álbumes de fotos; fue imposible no rememorar los momentos que nos transmitían, acompañados por los relatos de la abuela.
Continuamos nuestra búsqueda en el altillo, cada vez con mayor desesperación; los lugares donde revisar se iban agotando: cajas, valijas, cajones, baúles y latas viejas. Aparecían más fotos, cartas, anotadores, alhajas, ropa y todo lo que en la casa de una abuela pueda haber, salvo el paquete de sobres negros enlazado con un moño de cinta verde Avanzada la noche decidimos dejar la tarea para el próximo día.
El mate pasaba de mano en mano, el olor a pan tostado llenaba el clima del hogar, pero yo no dejaba de pensar en aquello que mi abuelo podía haberme escrito a mis seis años. Leti trataba de recordar en qué lugar las había guardado, pero era más su ofuscación mezclada con la melancolía de recordar a su marido.
Luego de esos días volví a casa con la idea de fijarme entre las pertenencias de mamá, que en vano fue porque tampoco se encontraban ahí. El fin de semana sonó el teléfono, la voz contenta de Leti resonaba por el tubo diciendo que había encontrado las cartas. No fueron más de diez minutos los que tardé en llegar a su casa, al igual que mis primas. Sentadas alrededor de un baúl la abuela contaba que lo había encontrado en el cuarto de herramientas de mi abuelo (un rincón que al estar lleno de maquinas, herramientas y artefactos en desuso, nos había parecido inútil revisar). El baúl conservaba su riel de pesca favorito, las cartas que recibió de mi abuela durante largos meses,  la bota para vino, un cuchillo con su nombre grabado y dentro de una latita las cartas enlazadas por la cinta verde.
El sobre tenía escrito nombre con letra cursiva y prolija, propia de un hombre de 57 años; el papel fino era de carta, como los que se usaban antes, estaba un poco amarillento y despedía ese típico aroma de hoja añejada. Entre lágrimas comencé a leer:
 “Querida nieta, qué hermoso sería poder decirte estas palabras mientras te contemplo. La vida me regaló la oportunidad de verte nacer y disfrutar de tus primeros años de vida, en los que verte llegar corriendo a abrazar a tu abuela y a mi, mirarte bailar, cantar y sonreír, son mi fuerza de cada día…”
      
                                                                           Ana Belén Com:38

domingo, 30 de octubre de 2011

Gratitud


   “Yo no lo busqué, yo no lo quise” debería decir yo ahora que sé que ella ha muerto, y que murió inoportunamente en mis brazos sin conocerme apenas…  Pero eso no sería otra cosa más que pura hipocresía; en realidad sí lo busqué, y no me sentí triste al ver su inerte rostro, que posteriormente besaría con lágrimas en los ojos por semejante hazaña, ya que me sentía orgulloso, realizado. En el momento en que su cuerpo cedió para no volver a erguirse jamás pude darme cuenta de que nunca habíamos estado tan cerca. Yo, feliz. Ella, estática. Yo, sonriente. Ella, con esa última expresión que nunca olvidaré: los ojos bien abiertos al igual que su boca, que habría gritado algo si hubiese tenido la capacidad para hacerlo. Debajo de su pera, mis manos, que ya no ejercían presión sobre su suave y blanco cuello, como de algodón.
  Usted se preguntará por qué decido contarle esto. Sí que me siento victorioso pero no vengo a refregar mi triunfo en su cara por no poder evitar mi cometido sino para que sepa cuales fueron los motivos que me llevaron a accionar de esta manera, ya que usted, es quien tiene ahora el control de mi vida, y me gustaría que me escuche; sé que sentirá empatía.
 Ella no me hablaba, sinceramente no me registraba, y usted sabe, este es un pueblo chico. Sabía que estaba sola, al igual que yo, y puede que esta haya sido la principal razón por la cual intenté mis primeros acercamientos, siempre cordial y nunca irrespetuoso pero no había respuesta excepto esa mirada extrañada que no entendía lo que quería comunicar, y que pronto se convirtió en su escudo, se protegía ante mis apariciones. Fue ese gesto el que me obsesionó, el misterio que quería develar y lo que paulatinamente me fue quitando el sueño ¿Acaso me había enamorado? necesitaba saberlo, fue ahí cuando decidí seguirla y esperar el momento para interrogarla y oír alguna respuesta.
Como le dije antes, siempre andaba sola, silenciosa, con su vestido marrón que la camuflaba con las casas y el suelo, haciéndola prácticamente invisible para todos, menos para mí. Estoy seguro de que si yo no hubiese entregado su cadáver, usted no habría advertido su ausencia. Luego de unos días en los cuales la seguía a no mucha distancia y observando detalladamente cada accionar suyo llegó el momento en el que decidí encararla. Noté nerviosismo de su parte, efectivamente se daba cuenta de que la perseguía y es por esto que mientras me aproximaba su figura iba tomando un tinte rojizo. Sin duda estaba aterrada. Intentó correr, pero la sujeté rápidamente. Trató de gritar, pero no pudo. Desesperé al no escuchar ningún tipo de respuesta a lo que le gritaba cada vez mas extasiado.  Luego, el desenlace que ya sabe.  
Ahora Usted me dice que era sordomuda, que estoy loco, que no basta que me manden a la hoguera por tanta crueldad. Se que en el fondo me entiende y le interesa que sea feliz. El plan está por concluir. Mi respuesta a todo esto es gratitud, tal vez en el infierno la encuentre y podamos conversar.
Francisco Orozco.
Comisión 36

Microrrelatos



 ¡Vive!
Qué paradoja, la muerte hace inmortales a los que no quieren morir.

Los dinosaurios todavía existen
Cuando despertó, se dio cuenta de que él ya no estaba allí, y decidió seguir durmiendo para continuar soñando con dinosaurios.

Dormir despierto
Largas noches de insomnio, pensando en dormir, para luego darme cuenta de que el motivo de mi insomnio no era más que un simple corazón adormecido, que no hacía más que soñar despierto.
                                               
                                                                           Rodrigo González.                                                     Comisión 36


El fin de una era
Cuando el dinosaurio despertó, vio que todos los  demás dinosaurios estaban muertos. En ese instante, comprendió que era el último de su especie y que le quedaban segundos de vida.

¡Qué exagerado!
Cuando el hombre despertó, ya era tarde. Su jefe le había dejado sobre el escritorio la carta de despido.
Cuando se llega tarde al presente
Cuando el hombre volvió del pasado, el presente se había cansado de esperarlo. Se fue junto con el futuro, lo abandonaron. El hombre no tuvo otra alternativa que quedarse en el pasado por tardar tanto.

El llamado
Cuando Sofía contestó, no escucho nada. Del otro lado del teléfono sólo un suspiro y detrás de este, un amor imposible.

                                                                                                                                     Giselle Roldán.                                     Comisión 36


  Despertar
 Cuando el dinosaurio despertó, se encontró sin un hueso.

Dinosaurio ¿Vivo?
Cuando el dinosaurio murió, Susana Giménez lo revivió.

Van a desaparecer
Cuando el dinosaurio habló, Grondona lo aplaudió.


“Unidos triunfaremos”
 Cuando el dinosaurio habló, Clarín lo apañó.

La mañana siguiente
Cuando te miré, no supe si eras real. Al despertar, me di cuenta de que esa duda la provocó la ebriedad.

No quiero perderte
Cuándo, dónde, cómo te perdí; mi aroma no es lo que era desde que no estás aquí. Ahora tendré que ir a la farmacia a comprarme otra fragancia.

                                                                              Camila López Mayr,  Micaela Escudeiro,    Mariela Mazzú. Comisión 36                                                                                                                                                                                                                                     

Un día para agendar
Ana es una persona muy organizada, pero demasiado distraída, por lo que anota absolutamente todo lo que debe hacer en su agenda personal. Una mañana, inmersa en sus pensamientos, la pierde; sin embargo, en medio de su consternación, halla otra igual ¡Qué suerte! Ahora, podría vivir por, un día, la vida de otra persona. Al abrir la agenda, Ana descubre una lista de cosas por hacer antes de morir, que el dueño ha anotado. Entusiasmada, comienza a cumplir cada meta propuesta y al final del día  cuando sólo le restaba una, se recuesta  cansada sobre las vías.
  Sacando culpas
Luego de sumergirla en agua, agregarle el jabón, y refregar por horas, mi conciencia aun  no está limpia.
     
Pamela Gómez.
Comisión 36

Visión especial
“Está muy nerviosa en su casa, hace días que espera esta cena. Se corta la luz, pero no se da cuenta y sigue cocinando. Ya debería estar por llegar su pareja, así que prende las velas aromáticas que compró hace un par de horas y saca la carne del horno, torpemente se quema el brazo. Pasan las horas, y nadie llega. La luz tampoco”

Luz de ciudad
‘Cuando la luz de la luna entró sin permiso por mi ventana, ya no pude conciliar el sueño. Un escenario que podría ser bello, incluso romántico. Me incorporé para poder apreciar el satélite y descubrí, de dónde provenía realmente la luz. Dos faroles del balcón del vecino. Que linda es la ciudad’

El Dinosaurio
‘Cuando el dinosaurio se levantó, no supo más que preguntar qué le pasó al mundo, ignorante de su realidad’

Irina Calcagno.
   Comisión 36

 

La alegría de su vida
La mujer le dice a su esposo en el día de su cumpleaños que le va a dar el mejor regalo del mundo. Él entusiasmado contesta:
-¡Por fin me vas a dar el divorcio!

 ¿La última risa?   
 ¡Último momento! Una mujer que se reía todo el tiempo murió ayer de la risa. En el entierro, se podía escuchar las carcajadas que salían del cajón y los murmullos de los dolientes quejándose que ni siquiera estando muerta iban a poder descansar de su espantosa risa.

                                                                                                                               Bracken, Ignacio.       Comisión 36


El trabajador perfecto
Ejecutar las directivas del jefe era cuestión de minutos. Ser feliz, le llevó toda la vida.

Problemas de vista
Fue después de haberse vuelto ciego, cuando aprendió a ver.

Impuntualidad
Vio la hora. Le temblaba el pulso; había llegado tarde por primera vez. Sentía algo extraño, algo que no había experimentado antes. En su interior… algo latía. “Estoy vivo”, pensó. Riendo, murió.

Locura
Se miró en el espejo. Ojos rojos. Desorbitados. La tez blanca, con una tensión insoportable. “Perdí la cabeza”. Se había vuelto cuerdo.


Paso del tiempo
Eran las siete de la mañana de un domingo. No pudo recordar la fecha exacta. Sobresaltada se despertó. Comenzó a dar vueltas por toda la casa. Buscó y buscó, pero todo fue en vano; el ramo de rosas ya no estaba…

Resaca
Cuando desperté, el dinosaurio seguía allí, balbuceando idioteces, sumido en los efectos de una noche de sexo y alcohol en exceso.
Francisco Moyano Larrazábal.
Comisión 36

viernes, 28 de octubre de 2011

Perfil: Mariano Landa Espora


Tal vez la desesperación, tal vez la incertidumbre, el horror, o quizás la bronca. Muchas preguntas, pensamientos, dudas. Nadie es capaz de determinar hasta qué punto son capaces de hacerse presente estas sensaciones en alguien que, con tan solo 19 años, se encuentra a punto de afrontar una nueva realidad nunca antes imaginada.
Una nueva realidad representada por seis letras que forman una palabra. Palabra que encierra todo tipo de dudas, desconcierto, temor: Ataxia. Nada más intrigante, más extraño. Silenciosamente avanza, apoderándose de su cuerpo.
Los brazos, manos, piernas y hasta el habla, los movimientos oculares y de deglución, todo se vuelve una víctima perfecta para esta enfermedad que, poco a poco, va forjando una nueva forma de vida.
Deportes, salidas, muchos conciertos, eventos sociales, cosas que comúnmente forman parte de la rutina de un adolescente, se convierten en obstáculos para este joven. Mariano Landa Espora, de 29 años.
Ataxia, la palabra se repite sin tregua. Desencadena decisiones, elecciones de vida. Cada uno decide cómo dar batalla. Cada uno a su modo, su manera. Mariano tiene la propia.


La casa, hay que llegar a la casa. Ahí mismo se esconde todo el trasfondo de esta realidad. Hay que ponerse en marcha, acceder a ella, desentrañar todo lo que rodea a Mariano, su mundo. Llegar a Chacarita, parte de la Capital Federal, de la mano de un sol que se escondía. Divisar las calles que se entrecruzaban en direcciones aleatorias y nos conducían hacia lo desconocido. Las ansias y expectativas crecían a cada paso. Pasos que nos acercaban a su puerta.
Tocar timbre, esperar a ser recibidas, la incertidumbre de estar en el lugar correcto. La puerta que se abre para conectarnos con el primer escenario. Mariano, en su silla de ruedas con una enorme sonrisa, que nos conduce por un largo pasillo. La cálida recibida de Aly, su mascota, nos estaba esperando en el interior. “Vayan a sentarse, voy a preparar unos mates”, dijo con una amabilidad que nos puso otra vez con los pies en la tierra.
Una mesa, cuatro sillas, facturas, celulares listos para grabar, lápiz y papel. No nos queríamos perder nada. Frente a él, una pila de folletos que inmediatamente atrajeron nuestra atención. Tenían como título: “La ataxia podrá limitar tu cuerpo, pero no tu capacidad de soñar.” Sin dudas nos estaba esperando.


Sabíamos que había nacido en Brasil. La curiosidad nos obligó a preguntarle acerca de esa parte de su vida. Su madre, Marta Calderón,  nació en Venezuela  ya que sus abuelos se instalaron allí durante un tiempo. Cuando ella volvió a la Argentina  conoció al futuro padre de Mariano, Guillermo Landa. En época de militares y por problemas económicos, ambos se mudaron a Brasil donde nació un 27 de febrero de 1987, Mariano.  Tiene un hermano, Agustín, de 23 años.
Los deportes, la escuela, las reuniones con amigos integraban su vida.
Nos decidimos por preguntarle lo básico: 
-¿Cómo comenzó todo?
-Todo empezó a los 13 años. Tenía muchos dolores de espalda, problemas de postura. Me detectaron escoliosis, muy leve al principio. Después se fue agravando la cosa, cada vez era peor.
Kinesiología, tratamientos diversos que dejaban de ser eficientes poco a poco. La operación se hizo necesaria, a los 17 años. El dolor aumentó cuando, un mes antes de la operación, su padre falleció.
Un año de recuperación y el alivio de las mejoras. Pero ese no fue el final. Fue, en realidad, el comienzo de todo.


Aly formaba parte del grupo. En ningún momento quiso abandonar a su dueño quien, mientras la acariciaba, nos hablaba con una tranquilidad absoluta. Ronda de mates, comentarios, risas.
Fue en 2001, dos años después de la operación, durante un viaje a Brasil cuando sucedió algo fuera de planes. Una caminata muy larga por caminos escabrosos puso en evidencia mareos, cansancio en aumento y otras cosas que incomodaron a Mariano. “Me sentí muy perturbado”, recuerda.
Le recomendaron hacerse estudios nuevamente, y mandarlos a Estados Unidos.  Esta vez, estudios genéticos. Los resultados llegaron. Allí se encontraba la palabra, el misterio: Ataxia. Se dio a conocer lo que, ocultamente, estaba formando parte de la vida de Mariano. 
¿Qué es? ¿Tiene cura? ¿Qué me va a pasar? Estas y muchas preguntas más atravesaron su mente, a sus 19 años, cuando se entera que padece una enfermedad extraña. Nunca la había escuchado nombrar. Estaba a punto de enfrentarse a lo desconocido. Miles de paranoias despertaron en el.
“Trastorno caracterizado por la disminución de la capacidad de coordinar los movimientos”. Eso fue lo primero que se enteró, las primeras palabras que escuchó decir. Poco a poco, la búsqueda de información y alternativas, producto de su interés, abrieron el camino hacia una nueva forma de enfrentar la realidad.
El vóley, el futbol, el básquet y la natación son sus deportes preferidos. Los practicó durante toda su adolescencia con gran entusiasmo y, aún hoy, disfruta de hacer natación y hasta buceo (actividad que encuentra fascinante).
Lo que ama hacer, lo libera y le da energías, es el Teatro Aéreo. Una actividad que nunca hubiese imaginado practicar, pero que llegó a su vida hace dos años gracias a la recomendación de una madre de otro chico con Ataxia.
-¿Por qué disfrutas tanto de hacer Teatro Aéreo?
-Desde que comencé a practicarlo, se convirtió en parte de mis preferencias. Aumenta mi fuerza de voluntad, uno de mis rasgos más característicos. Me encanta, es increíble la liberación que siento, no dependo de nadie en ese momento.


Termina de tomar el mate, y pide a otra que cebe. Está junto a la mesa, en su silla de ruedas y casi no espera a que enunciemos las preguntas. Todo se da de la forma más natural. El nos habla, nos cuenta, comparte sus experiencias, nos integra.
“Trabajar es importante para mantenerse ocupado, para no achancharse”, nos cuenta mientras elige una factura.  No tiene estudios universitarios, eligió trabajar diariamente desde hace 10 años en una pequeña empresa que tiene su madre, como encargado del servicio técnico de las computadoras. Así pasa todos los días, y llega a su casa ansioso de escuchar música o de mirar alguna película en su televisor.
El heavy metal es lo suyo. Le encanta esa música y sus tatuajes lo demuestran. Nos enseña cada uno de ellos con orgullo: Uno de Metallica, otro con estrellas, un tercero de Slipknot y en su espalda, un lobo.
Los recitales a los que puede asistir de vez en cuando, lo alegran. Fue a ver a AC DC cuando vinieron a la Argentina y a los Red Hot Chili Peppers en el estadio River Plate, hace menos de un mes. Tanta es la energía que tiene, quiere disfrutar de cada momento. Se instala en el medio, entre toda la gente, aprovecha sin restricciones.
Le gusta el futbol, el club al que eligió seguir y alentar desde pequeño es Boca Juniors. Parece que cualquier deporte llama su interés. La política, en cambio, no le interesa demasiado. Se mantiene al tanto de todo lo que sucede, opina descreído. Sólo eso.
Cada vez son más los comentarios, muchas veces alejados del tema central. Se interesa mucho por nuestras vidas, nuestras experiencias. La conversación fluye y se torna cada vez más entretenida. Termina de comer su factura.


Empezó a usar silla de ruedas en un viaje a Inglaterra, en junio de 2009. Hace tan poco que la usa, que aún no termina de acostumbrarse totalmente. Por lo general se moviliza en taxi, muy pocos son los lugares en los que se le facilita la movilización.
-¿Salís seguido con amigos?
-Disfruto mucho de hacerlo, me despeja. No soy de salir siempre, pero por lo general solemos salir a cenar o a tomar algo a bares de Palermo. Muy pocas veces a boliches.
Toma otro mate y comenta algo sobre un gato que pasa, otra de sus mascotas.
Muy poca gente es la afectada por esta enfermedad. Pero mucha es la gente que se interesa. Su madre, Marta, es la fundadora de ATAR (Asociación Civil de Ataxias de Argentina). Su interés surgió en el preciso momento que le detectaron la enfermedad a Mariano. Averiguo todo sobre ella, se contacto con gente de España (en donde ya existía una fundación para gente con Ataxia), empezó a  reunir argentinos que padecieran la enfermedad. Todo requirió tiempo, dedicación. Pero las ganas, sobraban.
Se formó, finalmente, un núcleo de personas que responden dudas sobre Ataxia, recomiendan médicos, hospitales, hablan en grupos, brindan información útil. Se junta dinero pero muy poco, aproximadamente 3.000 pesos por año. Todo proviene de donaciones de personas que tienen ganas de ayudar. La colaboración del gobierno, prácticamente no existe.
Antes se reunían en Vicente López cada algunos meses para mantenerse al tanto de todo, pero ahora andan en busca de un lugar fijo.  “Actualmente soy yo el presidente de la Fundación. Creemos importante renovar gente continuamente”, nos declara.
La oscuridad se hacía presente, y fue necesario prender la luz. El tiempo corría, la charla se extendía, como conocidos de toda la vida. El agua del mate se enfrió, pero nadie considero calentarla.
Telas que cuelgan, colores diversos, música, historias que se cuentan con movimientos. El contexto de una experiencia, según Mariano, de liberación. Hacer Teatro Aéreo, quedar suspendido en el aire con un arnés, seguir la música, compenetrarse, dejarse llevar.
Hay muchos tipos de Ataxia, el posee la hereditario. La falta de coordinación, los problemas de habla y otras manifestaciones van haciéndose cada vez más evidentes. No existe una cura, solo tratamientos de los síntomas por separados. Formas para intentar llevar día a día un poco mejor la enfermedad.
Mariano opta por el trabajo, el Teatro Aéreo, la natación, sus amigos y su familia. Eso contribuye a alimentar su felicidad, a no darse por vencido. Se llama a sí mismo un “Cabeza dura”, su personalidad lo ayuda a nunca abandonar lo que empieza, a intentar superarse a cada momento.
Un fugaz momento de silencio. Agachamos las cabezas, fingimos revisar lo que veníamos escribiendo. Se reanuda la charla. Luego, una interrupción: “Disculpen, me está llamando mi vieja”.
    Mariano tocaba lentamente su barba mientras hablaba. La última factura. Se acercaba el final de la charla.
-“Mándenme todo cuando lo terminen eh!”.
   Estaba interesado en lo que íbamos a hacer, quería conocer el resultado, que lo tuviésemos en cuenta luego de la visita.
   Acomodando las cosas, fuimos una por una encaminándonos hasta la puerta. Él nos seguía en su silla de ruedas. Aly se baja del sillón, esperando recibir más caricias. Un beso de despedida, los agradecimientos.
   Sentimos el frio aire en nuestras caras, y la alegría de haber entablado relación con una persona que indiscutiblemente, es un ejemplo de vida. La puerta se cierra detrás de nosotras, proponiendo un retorno.

Masi Lara
Heffle Elizabeth
Suarez Constanza
Comisión 35 
Octubre - 2011

jueves, 27 de octubre de 2011

“El viaje del libro”


Era un viernes como cualquier otro de mi vida, día que habitualmente curso por la mañana la materia Taller de Expresión en la Facultad de Sociales. Sin embargo, ese veintisiete de mayo algo dio un giro a mi rutina. Se encontraba programada una charla de Martín Kohan, escritor, crítico y profesor de teoría literaria, quien estuvo dispuesto a dar una conferencia en la facultad sobre su última novela, Cuentas Pendientes. Este acontecimiento ocasionó que el dictado de clases se suspendiera y que el encuentro de ese día se realizará a la tarde, para poder de esa manera, junto a la profesora titular de la materia, presenciar el coloquio del escritor convocado. La charla comenzaba a las siete de la tarde en el aula trescientos. Siete menos cinco me encontraba caminando por Carlos Calvo a escasos metros de la esquina. Al doblar por Santiago del Estero, noté que algo estaba sucediendo. La calle estaba repleta de personas, principalmente la entrada de la facultad, que se encontraba en penumbras. Los rostros de la gente, dado el contexto, estudiantes en su mayoría, reflejaban confusión; parecían estar desorientados, sensación que también yo experimente en ese momento. Al principio me inquieté, hasta que entre la multitud encontré a Camila, una de mis compañeras. Ella, que se encontraba allí hacía un rato, me informó lo que estaba sucediendo: se había cortado la luz y por seguridad no se permitía el ingreso al edificio. Sin embargo, nos rehusamos a perder las esperanzas y consideramos oportuno esperar unos minutos. Nos quedamos inmóviles en las escaleras de la facultad, y a la vez expectantes a todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Entre los estudiantes pude divisar a nuestra profesora Marina y junto a ella a Martín Kohan, que se encontraba acompañado por un niño de unos diez años aproximadamente, con lentes y aires de pequeño lector. Supuse por el parecido que poseían que el niño era el hijo del escritor, a quien pude reconocer debido a que en la contratapa de su último libro hay una breve biografía de él, acompañada por una foto en primera plana. Las agujas del reloj no se detenían y, ante la incertidumbre decidimos acercamos a la profesora para preguntarle sobre el desenlace de la jornada. Ella nos comunicó que se postergaría la charla para el viernes próximo a la misma hora y que tanto ella como Kohan se encontraban consternados por lo ocurrido.
Era el momento de emprender el viaje de regreso a casa. El mismo itinerario de siempre: tomar el subte de la línea C en la estación Independencia rumbo a Retiro, recorrido más bien corto, de aproximadamente quince minutos empero carente de oxígeno. Luego el empalme con el tren con destino a Villa Ballester. Una hora me separaba de mi hogar.
Tal como se había pactado, el viernes 3 de Junio me hice presente en la Facultad. Llegué con Camila, con quien habíamos estado recorriendo la Ciudad desde temprano. Entramos al aula trescientos que ya estaba colmada de gente; a lo lejos pudimos divisar que los bancos de atrás se encontraban desocupados, así que nos acercamos hasta allí y nos acomodamos una al lado de la otra. La profesora de taller, Marina, se encontraba allí, además de otros profesores de la Cátedra.
Una
vez que ya estaba todo aclimatado y todos situados en su lugar, Martín Kohan ingreso en el aula, y junto con él una gran ola de aplausos se manifestaron. Aplausos que mostraban, de alguna manera, que había llegado la hora de la tan esperada y ansiada charla, una mezcla de entusiasmo y gratitud hacia el escritor. Kohan asintió ante nuestras palmas y se mostró complacido de poder estar con nosotros.
Se encontraba nuevamente acompañado de su hijo, quien se sentó dos bancos atrás nuestro. El niño llevaba consigo una mochila mediana. Se desplomó en el asiento, dejó la mochila al lado suyo y tomó de la misma un libro de Harry Potter. La charla no había comenzado y él ya denotaba un alto grado de concentración con su historia fantástica, lectura que no abandono ni un instante.
Kohan se sentó y apoyó su ejemplar de “Cuentas pendientes” sobre el escritorio. Comenzó su discurso saludándonos de una manera muy amable y expresando con palabras, lo jubiloso que se sentía por poder llevar a cabo la charla que una semana atrás había sido condicionada por la oscuridad. 
Antes de proseguir, se levanto para saludar a Yaki, uno de los profesores de taller, con un abrazo y un beso. Parecían conocerse desde hace tiempo.
Las primeras palabras del escritor fueron “me encantaría que ustedes puedan contarme sobre mis obras y de esta manera yo contestarles las dudas que tengan”. Se mostró como alguien que venía a explicar lo que nosotros le preguntáramos sobre ellas.
Para Kohan, quién es autor también de “Dos veces Junio”, el “ser escritor” es una condición y un deseo posible. Considera a la escritura un objeto de pasión y de deseo. La ve como núcleo de placer. Cita a Ernesto Sábato como ejemplo de escritor padeciente, sosteniendo que era uno de los escritores que se sumergen en el infierno de la escritura. Describe la experiencia de la misma como una experiencia potente. Nos contó que no hay una única forma de relacionarse con la escritura ya que cree mucho en los detalles. Sostiene que las palabras deben estar bien puestas, deben tener un orden, una cadencia, ubicando los adjetivos de tal manera que lleguen, en su conjunto, a transmitir algo. “Las palabras importan en tanto que palabras”, definió. Es decir, las palabras que utilizamos en el ambiente cotidiano, son herramientas para comunicar algo, están al servicio de otra cosa. En cambio, en la literatura, las palabras dejan de ser transparentes, comienzan a importar su sonido, su métrica y su textura. Se establece otro tipo de relación, cobrando así una intensidad impresionante: “En la literatura las palabras dan placer”.
Con respecto a su propia escritura, Kohan siente placer en saber que es lo que va a pasar y no en “largarse a ver qué sucede”. Es un escritor que no disfruta de la incertidumbre.
Kohan hablo no sólo de su último libro publicado “Cuentas pendientes”, sino también de “Dos veces junio”. Un libro que tiene como eje central la dictadura militar del 76 en Argentina.
Comentó que los libros no son todos iguales, de la misma forma.
“¿A partir de qué edad se puede torturar a un niño?” Con esta pregunta comienza la novela. Trata más de la frase que del acto propio de la tortura. Se juega con la idea de la atrocidad, del cálculo, la aparente indolencia, como instancia fría y especulativa.
Además, de la disparidad entre lo que se dice y la manera de decirlo. El narrador no registra el horror que está contando.
Con “Dos veces junio” buscó una cierta “mecanización”, un libro donde no haya humos. El narrador puede no registrar, puede hasta ser pasivo, impasible, y debido a eso molesta su indolencia, su indiferencia. Se transforma hasta en un “zombie discursivo”.
En relación a “Cuentas pendientes” esclareció que aparece un narrador siempre formal pero de manera más abstracta y que la idea era simular que el texto fue escrito en tercera persona, para revelar luego la verdadera forma del narrador, en primera persona, logrando que el lector se plantee todo otra vez. La novela, se centra en la vida de un personaje llamado Giménez. Al personaje le transcurren una sucesión de desgracias. Su vida se centra en fracasos, en degradaciones. Es miserable, hasta provoca rechazo ideológico. Aunque, en muchos casos, se logra que el  lector sienta compasión.
Se juega acá, la crueldad del narrador, ya que a él no le provoca compasión, se puede hasta presumir que se ensaña con el personaje. Su voz cruel, aparece en el “tengo para mí” del principio del libro, la primer frase con la cual comienza la historia. Se deduce que todo pudo ser conjetura del narrador. El “Tengo para mí” es intencional, Kohan lo buscó.
En “Cuentas pendientes” entra en juego la Deuda, la dependencia no solo de Giménez con el dueño, sino, además, del dueño con Giménez. Es mutua. Al suponerse una deuda, se la utiliza como forma de unión poderosa. “Ni el dueño quiere irse, ni Giménez quiere que se vaya”. Se necesitan mutuamente, por el estado de deuda.
Los números de los capítulos cambian intencionalmente. Se produce un movimiento.
En el “capítulo de los clasificados”, trabajan con registros discursivos diferentes, con diferentes grados. Con un material más bruto, instrumentalmente. El registro menos propicio con la intimidad, produciéndose un choque retórico. La aparición del rubro 69, es el rubro integral de la “economía” sexual de una sociedad.
Giménez es un personaje con variadas características. Al leer la novela uno se cuestiona si es tonto o se hace el tonto.
En cuanto a la idea del narrador como escritor fracasado, señala que no hay mayor posición de poder, que narrar al otro. El narrador hace abuso y uso. En ese momento, cuando el narrador entra en escena pierde ese poder que había utilizado hasta el momento. El texto logra desarticular la posición del escritor. Se devalúa el prestigio social del escritor, su relación con la fama.
No sólo aparece la idea de deuda como poder, sino aparece, además, la del Saber. La literatura no le importa a Giménez, como no le importa prácticamente a nadie, en términos cuantitativos, pero se la consideró y considera prestigiosa. El Dueño al igual que Giménez es miserable. Cada uno lleva su propia desgracia.
La imaginación del Dueño es su padecimiento, lo martiriza. La idea del Dueño con mayúscula, como símbolo de poder, de respeto. Lo que el narrador piensa que Giménez piensa. Gimenez le teme al narrador. El verdadero deseo del dueño es que Giménez le tema. Pero sólo es un deseo. Entre ambos se podría decir que hay un lazo de cariño. El afecto que se siente en la charla entre Giménez y el dueño se le impuso. El dueño quería alargar la situación para no volver a la casa. Giménez quiere conversar con él o le conversa para no pagarle, es ambiguo, Giménez es o se hace. Se puede preguntar lo mismo.
El dueño tiene a su vez, su propia desgracia, también tiene cuentas pendientes y no se las puede cobrar a nadie.
Imaginar y pensar para él, es un agobio. Como no se puede distraer ni relajarse para salir de una obsesión tiene que inventarse otra.
No sabemos qué es verdad y qué no. Se confunde con el nombre de su hija y con que Giménez había comprado fiambre. Todo es incierto a partir de que está en primera persona.
En el relato, surge la hipótesis de Giménez como padre apropiador, por parte de algunos lectores, Kohan sostiene que no estuvo en sus planes esa idea. Entra el tema de la dictadura porque si el narrador iba a hablar de Giménez lo peor que se pueda, estaba forzada la necesidad de involucrarlo con ese tema. La novela es conjetural, este tema entra como cosa menor, desde una zona menor. Si se piensa este tema como central la novela defrauda, por eso entra de manera oblicua.
Luego de responder a todas las preguntas relacionadas con sus obras, comenzó el murmullo, parecía que la charla estaba por finalizar, hasta que una chica le preguntó si él escribía para escapar de su propia realidad. Esa pregunta llamó mi atención y creo que la de muchos que estaban allí, ya que en el aula se escuchó una mezcla de risas y de asombro -¿Cómo le pudo preguntar algo así?-. El escritor sonrió y contestó amablemente, afirmando que él escribe por placer, por gusto, pero no para escaparle a su propia vida. Me quedé pensando en esa pregunta, tal vez algunos escritores escriban para huir de su propia realidad.
La charla llegó a su fin. Una gran cantidad de alumnos se acercaron al escritorio donde Kohan estaba sentado, para obtener su firma en alguno de sus libros. Creo que lo mejor que a un lector le puede pasar es tener la firma del autor en su propio libro y aún mejor si es con una dedicatoria.
Eran cerca de las nueve. La vuelta a casa me esperaba, con el mismo recorrido de siempre: subte C y tren de Retiro a Ballester. Era tarde pero estaba contenta de haber podido ir, no todos los días se puede tener esta experiencia con un escritor. Cuando subí al tren, me senté en un asiento justo al lado de la ventanilla. Al lado mío se sentó un hombre de aproximadamente treinta años que comenzó a leer un libro que sacó de su maletín. Al parecer lo estaba por terminar, ya que lo abrió en las últimas páginas. En ese momento pensé en que no solamente es el escritor quien puede escapar de su propia realidad, sino también cuando se lee un libro, nos sumergimos muchas veces en otro mundo. Cuando leemos, cada uno decide si creer o no en esa historia que se está contado.
Ya por la estación de San Martín, el hombre seguía muy concentrado en su lectura, tal vez apresurado por terminar esas últimas páginas y llegar al final antes de bajarse del tren. Pocos minutos me separaban de mi hogar. Seguí pensado en esa pregunta que tanto llamo mi atención. Me tentó la idea de poder escribir algo. Quería descubrir que es lo que me sucede al llevar esto a la práctica. El tren llegó a Ballester, el hombre que estaba a mi lado terminó justo la última página. Acto seguido, sonrío. Me pareció que el final lo dejó convencido. Bajé del tren con más entusiasmo todavía por empezar a escribir.



                                                                                                  



                                                                                               ABEL FLORENCIA

                                                                                               ORTMANN NOELIA

                                                                                              UGUCCIONI CAMILA

                                                                                              VAZQUEZ NATALIA

                             
                                                                                                     COMISIÓN 33
                             
                                                                                PROFESORA: CANO FERNANDA