Todo parecía tranquilo, al decir esto, me refiero a los cuatro primeros segundos que demoro en llegar de la puerta de mi casa hasta la reja que da a la calle. Desde que tengo memoria, los domingos suelen ser los días más armoniosos en la ciudad. Sin embargo, hace más de diez años que para mí ya no existen tales momentos cuando salgo de mi hogar. Estar en mi casa es como estar en una guarida, me siento protegido, por lo tanto, logro desconectarme del exterior, de la realidad y puedo estar sin que nadie me moleste. Pero, a la hora de salir allá fuera todo se torna mucho más complicado. Ojalá pudiera observar el mundo desde mi ventana sin tener contacto directo con el afuera; estoy seguro de que todo sería mucho más sencillo. De todos modos, debo admitir que ya no suelo salir tan seguido como lo hacía antes, pero hay veces que por motivos de fuerza mayor tengo que hacerlo ¿Justo hoy tiene que enfermarse la mucama? ¿Justo hoy que mi mujer se fue a casa de su madre? ¿Justo hoy que estaba tan tranquilo leyendo a Cortázar? ¿Justo hoy que no hay ni aceite ni papas me toca cocinar a mí? Pareciera que en esta casa todos se olvidaran de quién soy realmente…
Antes de cruzar la reja, un frío penetra por mis orejas, lo que me hace recordar que estamos en pleno invierno; retrocedo, voy en busca de un gorro u algo similar que me tape las orejas ya congeladas; encuentro el gorro de lana que Tomy lleva al colegio y me lo pongo. Voy al vestidor y agarro lo primero que encuentro; me topo con la campera polar color verde militar que me dieron como obsequio en un programa de televisión por haberme dejado entrevistar.
Ahora sí, atravieso las dos puertas de mi casa y comienzo a caminar por la vereda; a los veinte metros recuerdo que olvidé agarrar mis lentes de sol (no para cubrirme de él porque casi no aparece por estos días, sino para ocultarme detrás de ellos y así no ser reconocido). De todos modos, ya es muy tarde. Un conglomerado de gente me espera en la esquina. Al notar su presencia, doy media vuelta y comienzo a acelerar el paso en dirección opuesta. Hago todas estas maniobras sumamente en vano, ya que los periodistas comienzan a correr detrás mío hasta alcanzarme. Es en estos momentos cuando maldigo a los científicos y a los inventores por el hecho de que todavía no hayan creado ningún aparato que logre la tele transportación, también lamento no tener superpoderes, los cuales, con sólo un chasquido de dedos, me hagan desaparecer del lugar en donde me encuentro y me lleven a otro totalmente desierto.
Sin embargo, al volver a la realidad, me encuentro rodeado, no sólo por periodistas sino también por fans y fotógrafos que con sus flashes no me dejan ver. Los noteros comienzan a interrogarme, al principio no logro entender sus preguntas, pero luego recuerdo que ayer por la tarde, en el programa de chimentos de Pérez, se difundió que yo, sí yo: Fermín Iriarte, sostengo un romance secreto (no tan secreto ya que todo el país se enteró de ese falso rumor) con una modelo muy rubia y más hueca todavía, que recién, ayer mismo para ser más precisos, conocí al ver una foto de ella, vale aclarar que con muy poca ropa, cubriendo la mitad de la pantalla del televisor, junto con una foto mía en la otra mitad de la pantalla y con un zócalo que decía algo así como “romance secreto entre Iriarte y (el nombre de la modelo que ni siquiera me gasté en retener en mi memoria). Sin siquiera pronunciar una palabra, continúo caminando, como puedo, tratando de esquivar micrófonos, cámaras y celulares que me apuntan…
Seguido por más de treinta personas que no dejan de pronunciar palabras incomprensibles para mí, me sumerjo en mi interior y comienzo a recordar mis primeras épocas como actor ¿Cómo olvidar mi primera aparición en la pantalla chica? Recuerdo que tenía un rol secundario, por no decir que era un “extra”, en una novela del trece. Me sorprendía cada vez que alguien me paraba por la calle y me pedía un autógrafo o cuando alguien se quería sacar una foto conmigo, y yo posaba para la cámara con una terrible cara de feliz cumpleaños. Luego, me llamaron para trabajar como coprotagonista en una novela (mi sueño hecho realidad) y fue a partir de ese momento que todo cambió…
En un principio, amaba salir a la calle, que las fans me persigan, firmar autógrafos o que los noteros se desesperaran por hacerme preguntas; pero después de un tiempo, ya no me resultaba tan agradable ser asediado cada vez que salía de mi casa ni tampoco me gustaba que se inventasen historias acerca de mi vida y menos todavía que involucrasen a mis seres queridos. Además, más de una vez, las mentiras que se dijeron sobre mí me jugaron en contra hasta tal punto de lograr mi separación con mi primera mujer y madre de mi único hijo.
No puedo descifrar el tiempo en que estuve ensimismado, pero lo que sí soy capaz de descubrir, es que increíblemente, sin saber cuándo ni por qué, tanto los periodistas como los fans dejaron de seguirme; tal vez por mi indiferencia absoluta hacia ellos o tal vez porque encontraron otro blanco a quién apuntar…
Ingreso al almacén, ya ni recuerdo qué venía a comprar… Intento hacer memoria, pero mi mente está repleta de pensamientos, recuerdos, dudas, incertidumbres y un solo deseo: el ser quién era y no quién soy.
Sofía Danese, Comisión 40
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