Cuando Giménez abrió los ojos todavía era de noche y los gallos aún no se dignaban a cantar las cinco, sentado en la catrera buscó las botas con una mano y con la otra se aferró a la carabina. Al salir de la carpa la penumbra se hizo luz y las fogatas aún encendidas le marcaron el camino hacia su pelotón. El frío mañanero le acarició el pecho descubierto cuando se acomodaba el pantalón dentro de las botas mientras las gotas de rocío lograron despabilarlo.
Patiño ya estaba en su lugar, y peinado de arriba abajo le sonrió; él no era como Giménez, venia de una familia con tradición militar y de clase pudiente en Santa Fé, entró al servicio por recomendación del viejo y se acomodó rápido. Giménez todavía se seguía preguntando si ése era su lugar; el hambre había podido más que los sesos y ahora por un plato de comida todos los días y una paga que no alcanzaba ni para ponerse en pedo, estaba parado en la intemperie chupando frío y embarrado hasta las orejas.
- Nos informaron que a Peralta lo vieron hace dos días en Añatuya, Mate Cocido se cree muy gaucho caminando por los pueblos, matando y robando. La ley les llega a todos y más a estos malandras que se las dan de justicieros del pueblo, acá nadie está por encima del Estado, ni ustedes ni yo. Les pido un último suspiro muchachos, que de ésta Cocido no zafa.
No hubo tiempo para el mate ni para las tortaparrila, ensillaron y salieron rajando de Santiago con rumbo al este. Giménez seguía cagado de frío pero ahora en su cabeza además del hambre lo invadían las dudas. Toda su niñez estuvo impregnada de historias sobre David Segundo Peralta alias Mate Cocido, que robaba para los pobres, le decían, que nunca mató a nadie en un atraco.
Patiño a la delantera de la cuadrilla miraba de reojo a su compañero y compadre - este Giménez, perdido en sus propios asuntos como siempre - pensó. Él, sin embargo, a la cabeza de la cuadrilla, dispuesto a lo que sea para impresionar a sus superiores y sobre todo a su viejo, “proteger la patria ante todo”, le había dicho el día que se fue de su casa.
A la tarde, cruzando un esteral, se encontraron con un pequeño poblado, “Añatuya”. Así señalaba la pintura en la madera vieja, y con la noche encima decidieron parar y dejar descansar los caballos. Mientras algunos armaban las tiendas Patiño le ordenó a Giménez que se lleve un par de hombres para hacer reconocimiento del lugar. No era un pueblo muy grande, una encrucijada de tierra marcaba el centro de la ciudad donde se encontraba la intendencia y la estación del tren sobre la esquina que daba para donde se mete el sol; enfrente una pulpería con una clientela reducida esperaba la hora para cerrar. Parados en el medio de la calle Giménez y sus compañeros vieron que desde una silla de madera apostada sobre el muro de la tienda un hombre les hacía señas.
Patiño no paraba de maldecir a los mosquitos, viuditas y cabichuíes. Mientras limpiaba el cañón de la carabina, pensaba en su hermano menor Justo, que se había ido a pelear a Europa con los Americanos, y él acá en la tierra de nadie persiguiendo al último bandolero vivo. También pensaba en su amigo Giménez, al parecer El Deber no había surtido efecto en él, lo podía ver en su mirada, poniendo en duda todo y a todos. Giménez era pobre pero pensaba como los mejores educados y eso que no había terminado el quinto grado, “A usted no se le paga para pensar” era una de las frases más escuchadas de boca de sus superiores, él jamás se metió en nada sin pensarlo bien, era un hombre de libros en una guerra de otros.
¿Qué es lo que desean caballeros? Le espetó la voz de la silla, Giménez no vaciló - Estamos buscando a Peralta, Mate Cocido - ¿Se puede saber quién lo pregunta? El hombre de la silla se levantó y le extendió la mano - Carlos Miguens Intendente de Añatuya, disculpe la ligereza pero no vemos últimamente a los milicos por estos pagos desde Don Yrigoyen, y de ese por el que pregunta… ¡a esa iguana no le he visto el ojo! Pero siéntanse libres de preguntar. Giménez observó al hombre mientras volvía a la posición en la que lo habían encontrado en la silla. Dieron media vuelta y enfilaron para la campaña.
Ya habían perdido la noción del tiempo por esos días, las moscas los habían adoptado y las iguanas panzeaban sobre las tiendas para chupar el sol del medio día, la última noticia desde Santiago les avisaba que habían encontrado la bombacha de Mate Cosido ensangrentada y que su huella se perdía en el pueblo.
La búsqueda en el poblado se estancó, los interrogatorios y las requisas no daban resultados, la gente se había comenzado a impacientar con su prolongada estadía y les hacían ver que ya no eran bienvenidos. Para peor de males al bandido le prendían velas y le dedicaban un salmo de sus rezos. Giménez pensaba que si Mate Cosido seguía vivo ya se hubiera fugado al Paraguay gracias a los incontables fieles que seguían aumentando con la difusión de la noticia.
Con las vísperas de la fiesta de San Juan los milicos empezaron a levantar campaña y preparar la partida por órdenes de arriba; tres buenos hombres se habían dejado atrás en la búsqueda, dos desertaron para volverse con sus familias a donde sabe quién y uno estiró la pata después de sufrir la picadura de una víbora. Giménez y Patiño terminaron temprano el rejunte de sus cosas y decidieron dar una última vuelta por el pueblo; pararon en el almacén y se aprovisionaron con dos botellas de caña para no secarse en la calurosa siesta. Luego de una larga caminata el sol se estaba metiendo y los amigos se detuvieron en el medio del monte a ver la luz perderse detrás de la mata de los arboles; Patiño se dió vuelta y le paso su botella a Giménez para poder ir a mear – Esto es una mierda – replicó mientras se bajaba los lienzos – nos mandan a un pueblo desierto a buscar a un personaje que se las da de Robin Hood y el muy pillo no aparece, no sabemos si está muerto o vivo… nada. Al no escuchar respuesta de su compadre, Patiño estiró el ojo y no lo vio, apuró el asunto y se calzó los pantalones, recorrió rápido con la vista el paisaje y Giménez seguía sin aparecer. Empezó a correr en ninguna dirección hasta que una raíz maldita le paró el tranco y lo tiró al suelo.
Cuando pudo rehacerse vio una silueta no tan lejos de su lugar y volvió a correr, el rifle le golpeaba la espalda, no sabía si era el pedo que tenia encima o la adrenalina lo que le provocaban un ligero mareo, cuando llegó a la escena el mareo se hizo dueño de su cuerpo y tiró al diablo la comida del medio día, en eso escuchó una voz que le preguntaba ¿Estás bien? A lo que respondió afirmativamente con la cabeza y trató rápido de ponerse en pie. Cuando se levantó la pintura era otra, además de Giménez un extraño hacia su aparición en la escena; lo habían agarrado preparándose la cena, una fogata con dos liebres a la estaca y un caballo pastando no tan lejos era lo único que había. Giménez no se movía, tenía empuñado el Winchester en dirección al extraño.
Vestido como un peón cualquiera y con un pañuelo sobre el hocico miraba desafiante a los amigos -¡tiren las armas y rajen para el pueblo que acá mismo les hago estirar la jeta!- Pero su arma yacía lejos de su alcance. Patiño logró reconocerla, una Thompson, la misma que portaba mate cocido según la policía. Cortando la quietud de un arrebato, el forajido pateó las brasas hacia Giménez lanzando fuego, humo y cenizas; y se abalanzó para birlarle su carabina. Titubeando Patiño cerró los ojos por un instante, alzo el fusil y tronaron dos disparos; cuando los abrió pudo ver como su amigo en el suelo lo miraba sin entender. Más disparos. Patiño sintió el plomo cortar la carne y la sangre caliente bañando sus pantalones. El fuego fue lo último que vio antes de desplomarse como caballo viejo sobre la tierra y quedar tirado ahí.
Jack Crowley Comision 38
No hay comentarios:
Publicar un comentario