domingo, 30 de octubre de 2011

Gratitud


   “Yo no lo busqué, yo no lo quise” debería decir yo ahora que sé que ella ha muerto, y que murió inoportunamente en mis brazos sin conocerme apenas…  Pero eso no sería otra cosa más que pura hipocresía; en realidad sí lo busqué, y no me sentí triste al ver su inerte rostro, que posteriormente besaría con lágrimas en los ojos por semejante hazaña, ya que me sentía orgulloso, realizado. En el momento en que su cuerpo cedió para no volver a erguirse jamás pude darme cuenta de que nunca habíamos estado tan cerca. Yo, feliz. Ella, estática. Yo, sonriente. Ella, con esa última expresión que nunca olvidaré: los ojos bien abiertos al igual que su boca, que habría gritado algo si hubiese tenido la capacidad para hacerlo. Debajo de su pera, mis manos, que ya no ejercían presión sobre su suave y blanco cuello, como de algodón.
  Usted se preguntará por qué decido contarle esto. Sí que me siento victorioso pero no vengo a refregar mi triunfo en su cara por no poder evitar mi cometido sino para que sepa cuales fueron los motivos que me llevaron a accionar de esta manera, ya que usted, es quien tiene ahora el control de mi vida, y me gustaría que me escuche; sé que sentirá empatía.
 Ella no me hablaba, sinceramente no me registraba, y usted sabe, este es un pueblo chico. Sabía que estaba sola, al igual que yo, y puede que esta haya sido la principal razón por la cual intenté mis primeros acercamientos, siempre cordial y nunca irrespetuoso pero no había respuesta excepto esa mirada extrañada que no entendía lo que quería comunicar, y que pronto se convirtió en su escudo, se protegía ante mis apariciones. Fue ese gesto el que me obsesionó, el misterio que quería develar y lo que paulatinamente me fue quitando el sueño ¿Acaso me había enamorado? necesitaba saberlo, fue ahí cuando decidí seguirla y esperar el momento para interrogarla y oír alguna respuesta.
Como le dije antes, siempre andaba sola, silenciosa, con su vestido marrón que la camuflaba con las casas y el suelo, haciéndola prácticamente invisible para todos, menos para mí. Estoy seguro de que si yo no hubiese entregado su cadáver, usted no habría advertido su ausencia. Luego de unos días en los cuales la seguía a no mucha distancia y observando detalladamente cada accionar suyo llegó el momento en el que decidí encararla. Noté nerviosismo de su parte, efectivamente se daba cuenta de que la perseguía y es por esto que mientras me aproximaba su figura iba tomando un tinte rojizo. Sin duda estaba aterrada. Intentó correr, pero la sujeté rápidamente. Trató de gritar, pero no pudo. Desesperé al no escuchar ningún tipo de respuesta a lo que le gritaba cada vez mas extasiado.  Luego, el desenlace que ya sabe.  
Ahora Usted me dice que era sordomuda, que estoy loco, que no basta que me manden a la hoguera por tanta crueldad. Se que en el fondo me entiende y le interesa que sea feliz. El plan está por concluir. Mi respuesta a todo esto es gratitud, tal vez en el infierno la encuentre y podamos conversar.
Francisco Orozco.
Comisión 36

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