jueves, 27 de octubre de 2011

 

Viaje sin escalas: Pasaporte directo al infierno

“Desesperación reinante, pues lo esencial, el oxígeno, se convirtió en objeto de deseo” 

Llamaradas alumbraron la desesperación, ráfagas de humo coquetearon con la oscuridad, ruidos indescriptibles aturdieron y alienaron, decenas de jóvenes -que habían logrado escapar- regresaron para ayudar, muertos apilados en la calle, morbosidad de pura cepa periodística, vocación médica de salvar vidas y puñados consternados de sobrevivientes, cómplices del horror. Cuando 194 voces se apagan repentinamente, como ocurrió el 30 de diciembre de 2004 en el boliche República de Cromañón, la tragedia no tiene fin. 
   Los diagnósticos y las pesquisas dicen, aunque no dicen. Los subsidios no alcanzan. Las víctimas se convierten en un número abstracto y logran, desde ese lugar, difundir conciencia. El luto es permanente, igual que el clamado de justicia. Sin embargo, aún así, es posible encontrar el mar en la gota. No se sabe cómo y no importa el porqué, pero Nadia Martínez es, además de todo lo que es, sobreviviente de la catástrofe del barrio porteño de Once. Ella, como muchos otros, conoció, en primera persona, y en vivo y en directo, el infierno. Todo, junto, con apenas 15 años. 
   El panorama desolador de la calle Bartolomé Mitre, en vísperas de año nuevo, fue sofocante; empero, no logró alcanzar a los 400ºC que inundaron -con ayuda del fuego- las paredes candentes que circunscribían a lo que supo ser el alma máter del folclore del rock: República de Cromañón, punto de encuentro de bandas under y público de todas las edades. 
La ultrajada Plaza Once fue testigo y albergó, entre llantos y confusión, a cientos de personas consternadas. Y si bien estaba acostumbrada a ver desfilar a manadas de transeúntes, esa vez –con la luna de soporte- el escenario de sus rincones verdes no fue el mismo: la vertiginosidad de la rutina se transformó en la lentitud del dolor. 
   Simultáneamente, en el colectivo imaginario, surgieron sin cesar las 6-W que acompañan, siempre, a los periodistas. Pero no hubo explicaciones, tampoco respuestas. Hubo infierno y, por ende, la conciencia no pudo conquistar a la comprensión ni conseguir el entendimiento... 


Ser bienvenido 

   Un paso decisivo separa a la tranquilidad de las callecitas locales de la entrada a otra dimensión y, una vez en aquel mundo, es imposible no empaparse de ruidos, imágenes y retratos. Allí, el silencio pareciera ser un amigo custodiado, forzado a aliarse con las sensaciones y a mezclarse con la música proveniente del interior del cuerpo. El corazón de Nadia late fuerte y se hace oír. Pero para escucharlo es necesario llegar a ella, y para llegar a ella es necesario sumergirse en el barrio. 
   El barrio es porteño y se llama Villa Luro. Tiene una superficie de 2,6 km2 y está delimitado por avenidas importantes. Puede quedar a trasmano o ser directo. No obstante, de cualquier forma, es pintoresco. Hay que atravesar un camino serpenteante de árboles y arbustos, llegar a la altura indicada y esperar. Una, dos, tres veces tocar el timbre. Y esperar, al menos, hasta que aparezca alguien. 
-Adelante. Derecho nomás, como en casa. 
   El que oficia de portero es Nacho, hermano de Nadia. Ella no atiende porque se está bañando: hay que esperarla y para eso, desfilar por un pasillo solitario símil túnel y parar en la puerta donde se siente olor a sahumerio; porque si hay un olor que caracteriza a la vivienda, es el del sahumerio.   
   Ellos viven juntos con otro hermano y sus padres, aunque esta circunstancia cambiará pronto cuando Nadia se mude a pocas cuadras, sola. Habitan una casa que parece recién comprada. Sin embargo, no son los únicos que la habitan: también conviven duendes de todo tipo, material y color. Por momentos, el hogar juega provocativamente a imitar un puesto de feria: las paredes están inundadas de artesanías. 
-A mi vieja le gusta comprar estas chucherías. Con el tiempo uno se encariña- dice con sonrisa amplia y pelo húmedo Nadia. 
   Sus dientes están separados, al igual que sus piernas. Es alta, chata y muy flaca, todavía en su cuerpo quedan rastros de un trastorno alimenticio que sufrió hace algún tiempo, cuando histeriqueó con la muerte. A simple vista parece una nena de 12 años, pero su rostro la delata. 
-Arrancamos cuando quieran. ¿Pongo la pava? 
   No para un segundo. Va y viene de la silla del living al comedor enérgicamente. Controla la pava, busca un mate para la ocasión, da órdenes a su hermano y habla por teléfono con amigos. En cuestión de milésimas  realiza varias cosas. Es como un pulpo, aunque también como un camaleón: vira constantemente. Muta como los virus, si no se aburre. 
-Pónganse cómodas. ¿Me van a grabar? 
   Desde entonces la joven charlará a corazón abierto, volcará varios mates, hará pausas y pispiará, finalmente, que la luz roja del “Rec” esté encendida.

Infierno I: “La previa”  
“Me acuerdo de andar en bicicleta con mis hermanos por todo el   barrio. 
Creo que cuando sos chico sos feliz con cualquier cosa” 

   Hace dos décadas y dos años, la tarde del 10 de septiembre nació la primera heredera de la familia Martínez. El pasillo del sector Maternidad del Hospital Italiano, muy concurrido, fue espectador exclusivo de la procesión espontánea de familiares y conocidos. Un llanto agudo, propiciado por ella misma, les anunció el sexo a quienes aguardaban en la sala de espera: “¡Es una niña!” 
       -La voz de pito me acompaña desde que llegué al mundo- confiesa divertida la reina de la casa. 
   En seguida, un par de escarpines rosas adornaron la puerta de la habitación 205. El reloj marcaba las 15 horas -una tarde primaveral previa al día del maestro- en el preciso instante en el que Nadia dio su primera bocanada de aire. Sin titubear, tras un rápido jugueteo de toallas sobre su cuerpo, la vistieron de rojo y blanco; tal vez es por ese emotivo momento que todavía hoy mantiene intacta su pasión -una de las pocas que junto a la música la hace vibrar- por el Club Atlético River Plate.  
   Villa Luro fue el barrio que la recibió. Con pelo rubio y redondos ojos marrones, Nadia creció entre las calles Moliere y Camarones, matando el tiempo con amigos. Primera de tres hermanos, única mujer. 
      -Desde siempre la plaza para mí fue un refugio, como el silencio. Es difícil ver correr el segundero.   
   El tiempo es la dimensión sobre la que se mueven las demás dimensiones de la vida. Y para Nadia, todo circula a gran velocidad, por ende, considera que el tiempo vuela. 
   Cumplir 13 años implicó un punto de inflexión en su vida personal, puesto que por primera vez escuchó sonando a fondo “Mi genio amor” de los Redonditos de Ricota, en la casa de su tío Claudio.
       -
El amor por el rock and roll fue a primera vista.  
   Casi sin darse cuenta, cambió la bicicleta y las revistas por CDs; Sumo, Los Piojos, Rolling Stones, Pappo y Callejeros se convirtieron en su estandarte. Encontró en la música lo que no en su hogar: comprensión e identificación. No guarda rencor, sabe que sus padres la adoran y que las circunstancias la obligaron a ser independiente. 
      -Muchas veces me han dejado librada al azar. 
   La primera vez de Nadia con el infierno es lejana, data de su infancia, es compleja y está marcada por la carencia de límites. Es sencillo: cuando a un niño no se lo guía, es probable que se desvíe. 
      -Lo difícil es convivir con personas muy distintas a uno, pero se aprende, como todo. 
   Empero, que el fuego no se apague depende de cómo fue encendido. Y ella lo conoce.  
      -Mi personalidad, mi ser y mi filosofía de vida son producto de mi pasado, de mis decisiones. Igualmente, no está bueno ser tan independiente de chico.
  Tuvo que transitar senderos empantanados y navegar en corrientes adversas. Superó, así, períodos tormentosos. En efecto, no aprende de las medias tintas: su carácter fuerte y decidido es el que le da actualmente la fortaleza para estar sentada como indio y contestar sin tabúes, con el mate entre sus manos y un atado de Marlboro a su derecha.  
    Nadia es libre por elección y por obligación”. Imaginar y soñar son verbos que frecuentan su cabeza, aunque, claro, no se permite quitar los pies de la tierra. Cuando algo la desborda, para no enfermarse, busca paz en lugares no muy turísticos.  
        -Ayer llegué de Lobos. Necesito desconectarme seguido, si no me saturo. 
   Dice no conocer los excesos y jura tener hábitos sanos.  
        -Nunca deliré, nunca me pasé de bando. Habré fumado faso un par de veces y tomo como cualquier persona normal- se sincera. 
   La traición, la mentira y la falta de respeto son actitudes que no perdona. De hecho, su memoria selectiva no le permite ser infiel a estos principios. No obstante, tarda en contestar si es una persona de palabra. 
   Un bache incómodo se instala en la atmósfera. Desprejuiciada, ella se encarga de corromperlo.  
        -Soy reflexiva para lo importante, sino, habitualmente, los impulsos dominan mi vida.  
   Se queda pensando… 
       -Se está grabando todo, ¿no? 
   Busca cambiar de tema. 
       -Voy a traer algo para comer. ¿No tienen hambre? 
   Trae galletas y mermelada. 
       -Pregúntenme por Cromañón, si quieren. 
   Abre una puerta difícil, incluso de tocar. Ella se desenvuelve bien entre los infiernos. Entra y sale como quiere y con soltura. Engloba años de terapia encima y desafía sus propios límites. Al fin y al cabo, recordar es volver a pasar por el corazón. Y su corazón, seguro, está lastimado, por eso se hace escuchar.


Infierno II: “El recital” 

   Sobrevivir es más que pasar retos, odiseas y obstáculos. Sobrevivir es volver a vivir tras un hecho, por lo general traumático, como con el que se encontró Nadia a sus quince navidades. El 30 de diciembre de 2004 se presentó en República Cromañón el grupo de under del momento: Callejeros.  
      -El rock estaba de fiesta. 
  La tragedia comenzó aproximadamente a las 22 horas 50 minutos, mismísimo instante en el que el diablo aterrizó en Buenos Aires para hacer estragos.  
      -Los números hablan por sí solos.  
   Uno de los asistentes al espectáculo encendió un elemento de pirotecnia que, al menos hasta entonces, identificaba al ritual del rock. Se trató de una bengala, cuyos proyectiles incandescentes impactaron en una media sombra -una especie de tela de plástico inflamable-, que a su vez se apoyaba sobre guata recubierta por planchas de poliuretano. En concreto: el fuego se devoró el techo y vomitó, desde arriba, llamaradas hacia abajo.  
   Al notar la voracidad del elemento primo, los espectadores intentaron evacuar el lugar. No fue posible. La luz se cortó de inmediato e inauguró, así, un capítulo cruel en la historia íntima de los presentes. La gente, desesperada, se abarrotó y, de inmediato, impuso un leiv motiv tácito: resistir. En consecuencia, alaridos y gritos descomunales surgieron por doquier. Todos estuvieron sumidos en un verdadero infierno; y algunos allí se instalaron definitivamente. 
     -Yo lloraba a más no poder. Estaba loca. Incluso recuerdo que llegué a gritar: “¡Por favor no griten más! ¡Ya vamos a salir! ¿No se dan cuenta de que tengo miedo?”. 
   La evacuación se convirtió en una utopía, pues no se realizó de forma habitual: la cantidad de personas que había concurrido al recital era mucho mayor que la propia del local. Es más, una de las salidas se encontraba cerrada con un candado y alambres.  
-¡Increíble! 
   Los gases tóxicos, producto de los materiales inflamables, asfixiaron rápidamente a varias víctimas. La dificultad y los contratiempos aterrorizaron. Cada segundo fue decisivo y letal.  
    -Adentro el tiempo no pasaba más. Fue eterno. ¡No entraba en mi inocencia: la Muerte tan palpable! ¿Cómo podía estar pasando todo eso? ¡Tenía que ser una pesadilla…! 
   A pesar de la desolación, no surgió la ley de sálvense quien pueda, sino, más bien, la ley de salva a quien más puedas. Juego semántico, concepto delator de la hazaña. De hecho, muchos de los que lograron salir del lugar volvieron a ingresar para rescatar a las personas que todavía se encontraban en el interior del edificio.  

-Cambiaron  las Topper por el traje de superhéroes. 

   El local se encontraba habilitado para dichos espectáculos. Sí, pero para albergar hasta 1.031 personas. Sin embargo, en la causa judicial se asegura que ingresaron al menos 4.500.  
-El cacheo de la entrada fue selectivo e ineficiente, por eso los pibes entraron las bengalas. 
   Nadia no estaba sola. Bueno, sí; pero no. En realidad, el fuego fue quien la sorprendió desamparada y solitaria. No entiende por qué; ella había ido con una amiga y el padre de ésta. 
-Por suerte fuimos juntos y volvimos juntos. Hoy por hoy me siento culpable y me arrepiento: yo los incité a que me acompañaran. 
   Martes, miércoles y jueves fueron los días que Callejeros tocó en República de Cromañón. Nadia ya había estado presente el martes. 
-Estaba tan enloquecida y feliz, que me decidí a repetir la experiencia. Por eso le rogué a mi amiga, que nunca había ido a un reci, que me hiciera pata el jueves. Insistí tanto que al final la dejaron y, como éramos muy chicas, también nos acompañó su viejo. Fue su debut y despedida. Lo importante es que los tres podemos contarla. 
   30 de Diciembre. Llegó el día célebre, ese que las jóvenes habían codiciado con mucho entusiasmo. Estaban ansiosas y desbordadas de ilusión. Jamás imaginaron la fatalidad. No tenían noción del peligro. 
-Ellos vivían en Paternal, asi que nos tomamos el 105, que nos dejó en la puerta. Entramos súper rápido tipo 6 de la tarde y, ni bien pisamos el boliche, escuchamos el repertorio completo de la banda telonera. La adrenalina y la euforia que sentíamos son inexplicables. Me acuerdo de que el papá de mi amiga no podía creer a cuánta gente convocaban. Estaba todo lleno, el lugar explotaba. 
   La espera llegó a su fin. Media hora para conseguir un lugar de ubicación perfecto habían valido la pena. Ante sus ojos: Callejeros sonando a todo volumen. La entrada fue triunfal, no así la salida exasperada. 
-Estábamos adelante de todo, un privilegio, pero había algo que no me cerraba. Me reconocí aturdida, colérica. Las bombas estruendo, los cantitos, las bengalas: mucho ruido para poco espacio. Necesitaba un poco de aire. 
   Antes de los primeros acordes, Chabán había pedido por el micrófono un respiro. “Pibes, aflojen con las bengalas porque esto puede incendiarse todo”, advirtió. Nadie hizo caso omiso. Las banderas encontraron su auge y se alzaron en alto.  
   Un padre, una amiga y Nadia. Ellos tres versus un ambiente de droga, alcohol, noche y pirotecnia en la que decidieron dar batalla viendo el recital desde la parte trasera del lugar. Quizás por intuición, quizás por el malestar de “Nacho”, tal como la apodaban en aquel entonces.  
   La declaración de El Pato (líder de la banda) había sido contundente: si continuaba aquel descontrol, no tocarían más. No fue suficiente. El caos siguió y Callejeros siguió tocando. Una vez más, a las palabras se las llevó el viento.  
-La pirotecnia era parte del folclore, uno estaba acostumbrado a tenerla cerca- admite. 
   De pronto, silencio. Acto seguido, una alienación generalizada. El fuego dijo presente y la chispa de la tragedia fue encendida. En un abrir y cerrar de ojos, un sólo color: negro. 
- Las banderas eran fuego; la media sombra era fuego; en la ropa de muchos, fuego; en los pisos, fuego. Todo lo demás, humo. 
   Ventilación no había. Una de las salidas de emergencia -hasta entonces no familiarizada- estaba cerrada y permaneció así hasta el final. La otra, a costa de mucho esfuerzo, fue abierta por presión. La muchedumbre, convertida en masa, corría disparatada. Sin rumbos, las personas pasaron a ser meros cuerpos, inertes, indefensos.  
-Había madres, en su mayoría adolescentes, que esquivaban las islas de fuego para rescatar a sus hijitos. 
   Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, porqué no quince niños en los baños-guardería del boliche, dejados a la buena de Dios. Niños que, producto de la inconciencia, pagaron los platos rotos.  
   Padre e hija se perdieron y salieron juntos. Nadia, en cambio, quedó sola.  
   -Me paralicé. Se me pasó toda la vida en cinco minutos. Llegó un momento en que no daba más y empecé a alucinar con un tío que había fallecido. Creí que me moría, pero, en simultáneo, pensaba que mi vieja me iba a cagar a pedos. 
   Fue empujada varias veces y se cayó otras tantas. No reaccionó por cuenta propia, sólo contemplaba mientras aspiraba, sin notarlo, monóxido de carbono.  
-Recién reaccioné cuando un chico, que nunca sabré quién fue, me dijo: “Flaca, aguantá porque te morís acá”.  
   Y la flaca supo aguantar. El contexto, el mismo. Gritos, gritos y más gritos: ensordecedores. Llanto, llanto y más llanto: angustiante. Desolación. Desconcierto. Vacío. 
-¡Quería salir ya, pero no tenía fuerzas! ¡No podía! ¡Las piernas no me respondían! ¡Me faltaba el oxígeno! ¡Realmente no daba más! 
   Nadia miraba a su alrededor y el panorama era devastador. En el suelo buscaba signos de vida y encontró gente muerta, pisada. En el techo buscaba un cielo y encontró fuego, la caldera del diablo.  
-En un acto de solidaridad y sentido común el pibe que me había pedido que aguantara se quitó su remera, me abrazó y me cubrió la cara. ¡No entendía nada! ¡No caía! ¡Ni sabía que había que cuidarse e improvisar filtros para el monóxido! ¡Tampoco sabía ni dónde ni cómo estaban mi amiga y su viejo! Por eso digo que él se re portó conmigo, no me soltó más. Me cuidó y me dio fuerzas. De hecho, fue quien me empujó para salir.  
   En la memoria de Nadia “el chico” es un salvador. Al igual que los jóvenes que ayudaron a evacuar a chicas y niños.  
-Todos eran una gran familia queriendo colaborar para poder salir de ese infierno. Las manos no alcanzaban.  
   Mientras pensaba en qué decirle a su madre, ya que aún fantaseaba con el reencuentro, un regimiento de dedos le invadió el cuerpo. Saltó en más de una oportunidad entre hombros y cadáveres. En lo alto, a upa de alguien, vio la luz que había anhelado: el afuera. 
-La puerta se alejaba cada vez más. ¡No llegaba nunca! ¡Creía que me iba a morir en el intento, pero pensaba: “Tenés que sobrevivir”! 
   Pisó, como pudo, tierra firme. No tuvo tiempo de reflexionar. Atrás suyo, sin descanso, una avalancha de mujeres aspiraba a seguir la misma suerte. Su primer paso apuntó a un cuerpo. 
-¡Es desesperante tener que pisar a otra persona para poder salvarte! 
   Lo sintió. Estalló en llantos. Se agachó y lo levantó, aún no entiende con qué fuerzas. Enfrente suyo había un ser humano con rastros de vida. 
   En la calle se encontró con otro infierno: muertos apilados cual monedas, ambulancias saturadas, sirenas estridentes, familiares en shock, poca gente en su misma situación y, como remate, preguntas estúpidas de periodistas estúpidos. 
  Primero diez, luego veinte, hasta treinta minutos sin compañía.  
-Quería volver a entrar para rescatar a alguien. Quería encontrarme con mi amiga. 
   Peregrinó incesantemente sorteando cadáveres. El desconsuelo la exorcizó. Lágrimas, lágrimas, lágrimas, muchísimas lágrimas que brotaban en tiempo récord le impedían ver, pero ella caminaba por inercia. No se dirigía a ningún sitio específico. Durante toda esa noche terrorífica, se movía observando de izquierda a derecha, para atrás y para adelante. Cíclicamente. Mecánicamente. Sin dejar un sólo instante de caminar. 
-Escuché: “¡Nacho!” y me volvió el alma al cuerpo. Justo así supe que había sobrevivido. Era la voz de mi amiga, pero sin su viejo. Se me paralizó el corazón. Fui a todo motor hacia ella. 
   El encuentro estuvo coronado por mucho abrazo, mucho llanto y, principalmente, por mucho silencio. Segundos después, sentadas en una estación de servicio cercana, vislumbraron la escena. Era una película, en tiempo real, que hubieran preferido no protagonizar. Bomberos, policías, jóvenes, niños, gritos, humo, fuego, calor. Las palabras no servían. Lo mejor era el silencio. Sus sentidos estaban expuestos. Eligieron no sentir. 
-Aguardábamos al viejo de mi amiga, que se metía y salía miles de veces para seguir rescatando gente. 
    Bien entrada la madrugada, algunas horas después, apareció el padre que, con el fin de cuidarlas, había ido al recital. Un hombre que, encapsulado por la tragedia, amparó a hijos ajenos. Por instinto. 
-Intenté tranquilizarme para llamar a mi vieja, pero no pude. Asique la telefoneé y le dije que se habían cagado a piñas, no quise preocuparla. El contexto no era el propicio para entablar un diálogo y le corté. Recién al día siguiente se enteró de lo que había pasado. 


Para alguien que habla, habla, habla y habla como Nadia, la madrugada del 31, que emanaba silbidos y silencios, fue un abismo entre tanto dolor. Esa noche había conocido un cóctel explosivo: sobrevivientes, cuerpos organizadamente acomodados sin identificar, morbo y solidaridad. Todo bajo la complicidad del fuego y el tormento de los recuerdos. 
-Me quedo con los gritos, una chica que se golpeaba la cabeza contra la pared, los muertos, el olor… 
   No pasó por su casa. Se refugió en su interior, se consoló a sí misma.  
   Durmió en lo de su amiga. Se bañaron juntas. No cerraron, lógicamente, ni un ojo ni el otro. Respetaron dolores, llantos y duelos. Compartieron la experiencia y las cubrió un manto de misericordia. El reloj de la habitación no se regía por las agujas: estaba marcado por el trauma. Maduraron, en la medida de lo posible, de golpe. Siguieron llorando. Quemaron etapas. 
-Te das cuenta de qué es vivir. A esa edad uno se piensa que es He-man, pero porque no es consciente de que hay peligros, cosas que pueden pasar. Cuando te das cuenta de eso y lo notás, caés en una depresión inmensa. 
   Amaneció y partió hacia Retiro a sacar pasajes. Su mente requería vacaciones. Después de todo el trajín, finalmente llegó a su casa. No la esperaba nadie y continuó llorando. Se topó, cara a cara, con un nuevo infierno. El tercero y en cuestión de horas.  

Infierno III: “La resaca” 

-Cuando yo estaba mal, todo el mundo me consolaba, todo el mundo estaba atrás mío. En el colegio me trataban con paciencia porque sabían que había estado en Cromañón. Era una vida fácil, hasta que me di cuenta de que yo no quería eso para mí. 
   No es joda: como consecuencia del incendio de República Cromañón murieron 194 personas y al menos 1432 resultaron heridas. En la psiquis de una niña de 15, que vivió en carne propia el infierno, es complejo procesar dicha información. Nadia más de una vez pisó la cola del diablo. Se dejó tentar. Buscó, entre los posibles caminos que se bifurcaron ante ella, los más fáciles. Apostó, en principio, por victimizarse. Tocó fondo y comenzó a elegir; a elegir querer vivir.  
   Sobrevivir, queda claro, transgrede el hecho de haber resistido algún episodio determinado. Sobrevivir es seguir apostando a la vida. Es esforzarse por no ser un muerto vivo. Y ella capturó la esencia a tiempo. Se auto-salvó. Sola, siempre sola.  
   Uno, dos, tres años de bajón; y los siguen cuatro, cinco, seis años con secuelas. La rehabilitación fue un proceso largo y doloroso. 
-Muchas veces me pregunté si valía la pena seguir luchando.  
   Nadia contiene varias internaciones en su haber. Todas riesgosas, todas traumáticas, todas infernales.  Anorexia, hipokalinemia, fantasmas odiosos y restos tóxicos en sus pulmones: abismos reducidos al máximo la separaron de la muerte. Dos paros cardíacos fueron al asecho, aunque no pudieron contra su voluntad ni contra su fuerza. A pesar de sus actos, de lo que se provocaba, quería seguir viviendo. Su corazón, sobre todo, quería seguir latiendo. 
   Lo tiene decidido, meditado y confirmado: Cromañón es una parte intrínseca de su modo de ser, pero pertenece a su pasado. Y el pasado, para Nadia, no existe. 
-La noche hace algún tiempo se tornó mi enemiga, me aburre. 
   Ella, que jugó y se hospedó en el infierno, prefiere vivir el presente para proyectar el futuro, siempre incierto, siempre lejano, siempre ajeno. 

El purgatorio 

-Para nosotros la calle Bartolomé Mitre significa mucho. Es la cicatriz que, a medida que pasan los años, se hace más o menos grande. Depende de cada uno eso, de lo que uno quiera para su vida.  
   El purgatorio es un estado transitorio de purificación que atraviesan los muertos, según tradiciones milenarias. Y como Nadia estaba muerta en vida, emprendió ese camino hace algún tiempo. Ya lo superó, luego de un proceso interno muy fuerte y arraigado, con ayuda del psicoanálisis: el arte de curar con la palabra. Pues bien, ahora, ella se encuentra cristalizada.  
  -Creo que era una piba sana, por lo cual pude aguantar de mejor manera la situación. Además creo que alguien me ayudo a salir. Creo en el miedo a perderlo todo. En efecto, tomé coraje, ahorré fuerzas y superé todos los obstáculos. Después de todo, de eso se trata. 
   Las experiencias de vida marcan a fuego. Tras ser habitué del infierno, Nadia realizó un trabajo personal profundo y optó por levantar la frente, mirar hacia adelante y descollar adversidades. Comprendió, tal como lo recita una popular canción, que para el caminante no hay camino: se hace camino al andar. Camina, Nadia, camina. 
-Escojo avanzar y aprovechar el don de la vida. Camino en busca de la felicidad. Al menos, me entreno a diario con ese objetivo.

Hacia la salvación 

   A diario, Nadia se empeña por encontrar felicidad en simplezas de la vida, esa misma vida que le dio la oportunidad, en más de una ocasión, de seguir exhalando.  
-Sólo busco, como quien dice, salvarme de todo lo malo que pasé. 
   Salvarse es liberarse, alcanzar la gloria, conseguir bienaventuranza. Trabajo arduo, pero no imposible. Al menos no para ella, que está en carrera y con pronósticos favorables. 
-Lo que rescato como positivo de Cromañón es la conciencia. Ahora, por lo menos, la gente piensa que puede llegar a pasar algo. Todos tomamos caminos diferentes, pero los códigos son los mismos. 
   Ya distinguió su camino: se muda la semana entrante y en apenas pocas horas firmará su primer contrato como inquilina.  
-Un jueves como cualquier otro, hace algunos días, mi mejor amigo pasó por las calles Tinogasta y Cortina, muy cerquita de casa, y vio que había un departamentito en alquiler. Enseguida vino corriendo a traerme la buena nueva, fuimos a averiguar y me cerró la idea: el gasto es de $1200 por mes y, con el sueldo que gano en el Hospital Sirio-Libanés (donde trabaja actualmente en la parte administrativa), puedo bancarlo. 
   $1200 es el valor de su boleto a la independencia. Independencia que de pequeña consiguió sin opción, para subsistir, y que encuentra por elección en esta etapa de su vida, caracterizada por circular sin tapujos. 
-Creo que va a ser un buen motivo para extrañar a mi familia y mejorar nuestros lazos.
   Nadia está empapada de acontecimientos de su infancia. Pidió de mil formas límites a gritos, pero sus deseos no fueron órdenes; y su vida poco jamás se asemejó a la de un cuento de hadas. Lo mejor de su piel, como dirían los Redondos, es que no la dejan huir. Quizás por eso, quién puede afirmarlo, ser docente es su vocación. Así lo palpita ella, que estudia para alcanzar el título tan preciado y ejercer su -por el momento futura- profesión.  
-Quiero ser esa guía, esa compañía, esa fuente de educación que yo no tuve o no supe aprovechar cuando era más chica, cuando empecé a conocer el infierno. 
   Infierno: dícese del lugar destinado al eterno castigo de los condenados. Vinculado, también, a un lugar –generalmente lejano o apartado- donde hay mucho alboroto y mucha discordia. Puede ser, simplemente, una exclamación de bronca o enojo para con alguien que es molesto o rechazado. Empero, para Nadia, es el círculo vicioso que se genera cuando una persona no encuentra equilibrio en su vida y que está, en consecuencia, siempre depresiva o deprimida, sin poder ahuyentarse de ese círculo capcioso. Desde distintas ópticas, eso es el infierno. Y ella, pareciera, está bastante lejos. 


                                                                                Balbuena Graciana Inés
Caruso María Victoria
Mellas Rocío Belén

Comisión Nº 35
Profesora Beatriz Masine

1 comentario:

  1. Cromañon es un hecho que merece no ser tratado con frivolidad, con voz impostada. Los felicito por haber hecho una crónica/entrevista que evita excederse con el recurso poético. Decirle "infierno" a Cromañon no es una metáfora, sino un sinónimo, lo sé porque un conocido mío lo sufrió.

    Fueron poéticos en la medida justa: me encantó la redefinición de sobrevivencia según ustedes.

    Saludos

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