Era un viernes como cualquier otro de mi vida, día que habitualmente curso por la mañana la materia Taller de Expresión en la Facultad  de Sociales. Sin embargo, ese veintisiete de mayo algo dio un giro a mi rutina. Se encontraba programada una charla de Martín Kohan, escritor, crítico y profesor de teoría literaria, quien estuvo dispuesto a dar una conferencia en la facultad sobre su última novela, Cuentas Pendientes. Este acontecimiento ocasionó que el dictado de clases se suspendiera y que el encuentro de ese día se realizará a la tarde, para poder de esa manera, junto a la profesora titular de la materia, presenciar el coloquio del escritor convocado. La charla comenzaba a las siete de la tarde en el aula trescientos. Siete menos cinco me encontraba caminando por Carlos Calvo a escasos metros de la esquina. Al doblar por Santiago del Estero, noté que algo estaba sucediendo. La calle estaba repleta de personas, principalmente la entrada de la facultad, que se encontraba en penumbras. Los rostros de la gente, dado el contexto, estudiantes en su mayoría, reflejaban confusión; parecían estar desorientados, sensación que también yo experimente en ese momento. Al principio me inquieté, hasta que entre la multitud encontré a Camila, una de mis compañeras. Ella, que se encontraba allí hacía un rato, me informó lo que estaba sucediendo: se había cortado la luz y por seguridad no se permitía el ingreso al edificio. Sin embargo, nos rehusamos a perder las esperanzas y consideramos oportuno esperar unos minutos. Nos quedamos inmóviles en las escaleras de la facultad, y a la vez expectantes a todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Entre los estudiantes pude divisar a nuestra profesora Marina y junto a ella a Martín Kohan, que se encontraba acompañado por un niño de unos diez años aproximadamente, con lentes y aires de pequeño lector. Supuse por el parecido que poseían que el niño era el hijo del escritor, a quien pude reconocer debido a que en la contratapa de su último libro hay una breve biografía de él, acompañada por una foto en primera plana. Las agujas del reloj no se detenían y, ante la incertidumbre decidimos acercamos a la profesora para preguntarle sobre el desenlace de la jornada. Ella nos comunicó que se postergaría la charla para el viernes próximo a la misma hora y que tanto ella como Kohan se encontraban consternados por lo ocurrido. 
Era el momento de emprender el viaje de regreso a casa. El mismo itinerario de siempre: tomar el subte de la línea C en la estación Independencia rumbo a Retiro, recorrido más bien corto, de aproximadamente quince minutos empero carente de oxígeno. Luego el empalme con el tren con destino a Villa Ballester. Una hora me separaba de mi hogar.
Tal como se había pactado, el viernes 3 de Junio me hice presente enla Facultad. Llegué  con Camila, con quien habíamos estado recorriendo la Ciudad  desde temprano. Entramos al aula trescientos que ya estaba colmada de gente; a lo lejos pudimos divisar que los bancos de atrás se encontraban desocupados, así que nos acercamos hasta allí y nos acomodamos una al lado de la otra. La profesora de taller, Marina, se encontraba allí, además de otros profesores de la Cátedra. 
Una  vez que ya estaba todo aclimatado y todos situados en su lugar, Martín Kohan ingreso en el aula, y junto con él una gran ola de aplausos se manifestaron. Aplausos que mostraban, de alguna manera, que había llegado la hora de la tan esperada y ansiada charla, una mezcla de entusiasmo y gratitud hacia el escritor. Kohan asintió ante nuestras palmas y se mostró complacido de poder estar con nosotros. 
Era el momento de emprender el viaje de regreso a casa. El mismo itinerario de siempre: tomar el subte de la línea C en la estación Independencia rumbo a Retiro, recorrido más bien corto, de aproximadamente quince minutos empero carente de oxígeno. Luego el empalme con el tren con destino a Villa Ballester. Una hora me separaba de mi hogar.
Tal como se había pactado, el viernes 3 de Junio me hice presente en
Una
Se encontraba nuevamente acompañado de su hijo, quien se sentó dos bancos atrás nuestro. El niño llevaba consigo una mochila mediana. Se desplomó en el asiento, dejó la mochila al lado suyo y tomó de la misma un libro de Harry Potter. La charla no había comenzado y él ya denotaba un alto grado de concentración con su historia fantástica, lectura que no abandono ni un instante. 
Kohan se sentó y apoyó su ejemplar de “Cuentas pendientes” sobre el escritorio. Comenzó su discurso saludándonos de una manera muy amable y expresando con palabras, lo jubiloso que se sentía por poder llevar a cabo la charla que una semana atrás había sido condicionada por la oscuridad.
Antes de proseguir, se levanto para saludar a Yaki, uno de los profesores de taller, con un abrazo y un beso. Parecían conocerse desde hace tiempo.
Kohan se sentó y apoyó su ejemplar de “Cuentas pendientes” sobre el escritorio. Comenzó su discurso saludándonos de una manera muy amable y expresando con palabras, lo jubiloso que se sentía por poder llevar a cabo la charla que una semana atrás había sido condicionada por la oscuridad.
Antes de proseguir, se levanto para saludar a Yaki, uno de los profesores de taller, con un abrazo y un beso. Parecían conocerse desde hace tiempo.
Las primeras palabras del escritor fueron “me encantaría que ustedes puedan contarme sobre mis obras y de esta manera yo contestarles las dudas que tengan”. Se mostró como alguien que venía a explicar lo que nosotros le preguntáramos sobre ellas.
Para Kohan, quién es autor también de “Dos veces Junio”, el “ser escritor” es una condición y un deseo posible. Considera a la escritura un objeto de pasión y de deseo. La ve como núcleo de placer. Cita a Ernesto Sábato como ejemplo de escritor padeciente, sosteniendo que era uno de los escritores que se sumergen en el infierno de la escritura. Describe la experiencia de la misma como una experiencia potente. Nos contó que no hay una única forma de relacionarse con la escritura ya que cree mucho en los detalles. Sostiene que las palabras deben estar bien puestas, deben tener un orden, una cadencia, ubicando los adjetivos de tal manera que lleguen, en su conjunto, a transmitir algo. “Las palabras importan en tanto que palabras”, definió. Es decir, las palabras que utilizamos en el ambiente cotidiano, son herramientas para comunicar algo, están al servicio de otra cosa. En cambio, en la literatura, las palabras dejan de ser transparentes, comienzan a importar su sonido, su métrica y su textura. Se establece otro tipo de relación, cobrando así una intensidad impresionante: “En la literatura las palabras dan placer”.
Para Kohan, quién es autor también de “Dos veces Junio”, el “ser escritor” es una condición y un deseo posible. Considera a la escritura un objeto de pasión y de deseo. La ve como núcleo de placer. Cita a Ernesto Sábato como ejemplo de escritor padeciente, sosteniendo que era uno de los escritores que se sumergen en el infierno de la escritura. Describe la experiencia de la misma como una experiencia potente. Nos contó que no hay una única forma de relacionarse con la escritura ya que cree mucho en los detalles. Sostiene que las palabras deben estar bien puestas, deben tener un orden, una cadencia, ubicando los adjetivos de tal manera que lleguen, en su conjunto, a transmitir algo. “Las palabras importan en tanto que palabras”, definió. Es decir, las palabras que utilizamos en el ambiente cotidiano, son herramientas para comunicar algo, están al servicio de otra cosa. En cambio, en la literatura, las palabras dejan de ser transparentes, comienzan a importar su sonido, su métrica y su textura. Se establece otro tipo de relación, cobrando así una intensidad impresionante: “En la literatura las palabras dan placer”.
Con respecto a su propia escritura, Kohan siente placer en saber que es lo que va a pasar y no en “largarse a ver qué sucede”. Es un escritor que no disfruta de la incertidumbre.
Kohan hablo no sólo de su último libro publicado “Cuentas pendientes”, sino también de “Dos veces junio”. Un libro que tiene como eje central la dictadura militar del 76 en Argentina. 
Comentó que los libros no son todos iguales, de la misma forma. 
“¿A partir de qué edad se puede torturar a un niño?” Con esta pregunta comienza la novela. Trata más de la frase que del acto propio de la tortura. Se juega con la idea de la atrocidad, del cálculo, la aparente indolencia, como instancia fría y especulativa.
Además, de la disparidad entre lo que se dice y la manera de decirlo. El narrador no registra el horror que está contando.
Con “Dos veces junio” buscó una cierta “mecanización”, un libro donde no haya humos. El narrador puede no registrar, puede hasta ser pasivo, impasible, y debido a eso molesta su indolencia, su indiferencia. Se transforma hasta en un “zombie discursivo”.
En relación a “Cuentas pendientes” esclareció que aparece un narrador siempre formal pero de manera más abstracta y que la idea era simular que el texto fue escrito en tercera persona, para revelar luego la verdadera forma del narrador, en primera persona, logrando que el lector se plantee todo otra vez. La novela, se centra en la vida de un personaje llamado Giménez. Al personaje le transcurren una sucesión de desgracias. Su vida se centra en fracasos, en degradaciones. Es miserable, hasta provoca rechazo ideológico. Aunque, en muchos casos, se logra que el  lector sienta compasión.
Se juega acá, la crueldad del narrador, ya que a él no le provoca compasión, se puede hasta presumir que se ensaña con el personaje. Su voz cruel, aparece en el “tengo para mí” del principio del libro, la primer frase con la cual comienza la historia. Se deduce que todo pudo ser conjetura del narrador. El “Tengo para mí” es intencional, Kohan lo buscó.
En “Cuentas pendientes” entra en juego la Deuda, la dependencia no solo de Giménez con el dueño, sino, además, del dueño con Giménez. Es mutua. Al suponerse una deuda, se la utiliza como forma de unión poderosa. “Ni el dueño quiere irse, ni Giménez quiere que se vaya”. Se necesitan mutuamente, por el estado de deuda.
Los números de los capítulos cambian intencionalmente. Se produce un movimiento.
En el “capítulo de los clasificados”, trabajan con registros discursivos diferentes, con diferentes grados. Con un material más bruto, instrumentalmente. El registro menos propicio con la intimidad, produciéndose un choque retórico. La aparición del rubro 69, es el rubro integral de la “economía” sexual de una sociedad.
Giménez es un personaje con variadas características. Al leer la novela uno se cuestiona si es tonto o se hace el tonto.
En cuanto a la idea del narrador como escritor fracasado, señala que no hay mayor posición de poder, que narrar al otro. El narrador hace abuso y uso. En ese momento, cuando el narrador entra en escena pierde ese poder que había utilizado hasta el momento. El texto logra desarticular la posición del escritor. Se devalúa el prestigio social del escritor, su relación con la fama.
Se juega acá, la crueldad del narrador, ya que a él no le provoca compasión, se puede hasta presumir que se ensaña con el personaje. Su voz cruel, aparece en el “tengo para mí” del principio del libro, la primer frase con la cual comienza la historia. Se deduce que todo pudo ser conjetura del narrador. El “Tengo para mí” es intencional, Kohan lo buscó.
En “Cuentas pendientes” entra en juego la Deuda, la dependencia no solo de Giménez con el dueño, sino, además, del dueño con Giménez. Es mutua. Al suponerse una deuda, se la utiliza como forma de unión poderosa. “Ni el dueño quiere irse, ni Giménez quiere que se vaya”. Se necesitan mutuamente, por el estado de deuda.
Los números de los capítulos cambian intencionalmente. Se produce un movimiento.
En el “capítulo de los clasificados”, trabajan con registros discursivos diferentes, con diferentes grados. Con un material más bruto, instrumentalmente. El registro menos propicio con la intimidad, produciéndose un choque retórico. La aparición del rubro 69, es el rubro integral de la “economía” sexual de una sociedad.
Giménez es un personaje con variadas características. Al leer la novela uno se cuestiona si es tonto o se hace el tonto.
En cuanto a la idea del narrador como escritor fracasado, señala que no hay mayor posición de poder, que narrar al otro. El narrador hace abuso y uso. En ese momento, cuando el narrador entra en escena pierde ese poder que había utilizado hasta el momento. El texto logra desarticular la posición del escritor. Se devalúa el prestigio social del escritor, su relación con la fama.
No sólo aparece la idea de deuda como poder, sino aparece, además, la del Saber. La literatura no le importa a Giménez, como no le importa prácticamente a nadie, en términos cuantitativos, pero se la consideró y considera prestigiosa. El Dueño al igual que Giménez es miserable. Cada uno lleva su propia desgracia.
La imaginación del Dueño es su padecimiento, lo martiriza. La idea del Dueño con mayúscula, como símbolo de poder, de respeto. Lo que el narrador piensa que Giménez piensa. Gimenez le teme al narrador. El verdadero deseo del dueño es que Giménez le tema. Pero sólo es un deseo. Entre ambos se podría decir que hay un lazo de cariño. El afecto que se siente en la charla entre Giménez y el dueño se le impuso. El dueño quería alargar la situación para no volver a la casa. Giménez quiere conversar con él o le conversa para no pagarle, es ambiguo, Giménez es o se hace. Se puede preguntar lo mismo.
El dueño tiene a su vez, su propia desgracia, también tiene cuentas pendientes y no se las puede cobrar a nadie.
Imaginar y pensar para él, es un agobio. Como no se puede distraer ni relajarse para salir de una obsesión tiene que inventarse otra.
No sabemos qué es verdad y qué no. Se confunde con el nombre de su hija y con que Giménez había comprado fiambre. Todo es incierto a partir de que está en primera persona.
En el relato, surge la hipótesis de Giménez como padre apropiador, por parte de algunos lectores, Kohan sostiene que no estuvo en sus planes esa idea. Entra el tema de la dictadura porque si el narrador iba a hablar de Giménez lo peor que se pueda, estaba forzada la necesidad de involucrarlo con ese tema. La novela es conjetural, este tema entra como cosa menor, desde una zona menor. Si se piensa este tema como central la novela defrauda, por eso entra de manera oblicua.
La imaginación del Dueño es su padecimiento, lo martiriza. La idea del Dueño con mayúscula, como símbolo de poder, de respeto. Lo que el narrador piensa que Giménez piensa. Gimenez le teme al narrador. El verdadero deseo del dueño es que Giménez le tema. Pero sólo es un deseo. Entre ambos se podría decir que hay un lazo de cariño. El afecto que se siente en la charla entre Giménez y el dueño se le impuso. El dueño quería alargar la situación para no volver a la casa. Giménez quiere conversar con él o le conversa para no pagarle, es ambiguo, Giménez es o se hace. Se puede preguntar lo mismo.
El dueño tiene a su vez, su propia desgracia, también tiene cuentas pendientes y no se las puede cobrar a nadie.
Imaginar y pensar para él, es un agobio. Como no se puede distraer ni relajarse para salir de una obsesión tiene que inventarse otra.
No sabemos qué es verdad y qué no. Se confunde con el nombre de su hija y con que Giménez había comprado fiambre. Todo es incierto a partir de que está en primera persona.
En el relato, surge la hipótesis de Giménez como padre apropiador, por parte de algunos lectores, Kohan sostiene que no estuvo en sus planes esa idea. Entra el tema de la dictadura porque si el narrador iba a hablar de Giménez lo peor que se pueda, estaba forzada la necesidad de involucrarlo con ese tema. La novela es conjetural, este tema entra como cosa menor, desde una zona menor. Si se piensa este tema como central la novela defrauda, por eso entra de manera oblicua.
Luego de responder a todas las preguntas relacionadas con sus obras, comenzó el murmullo, parecía que la charla estaba por finalizar, hasta que una chica le preguntó si él escribía para escapar de su propia realidad. Esa pregunta llamó mi atención y creo que la de muchos que estaban allí, ya que en el aula se escuchó una mezcla de risas y de asombro -¿Cómo le pudo preguntar algo así?-. El escritor sonrió y contestó amablemente, afirmando que él escribe por placer, por gusto, pero no para escaparle a su propia vida. Me quedé pensando en esa pregunta, tal vez algunos escritores escriban para huir de su propia realidad. 
La charla llegó a su fin. Una gran cantidad de alumnos se acercaron al escritorio donde Kohan estaba sentado, para obtener su firma en alguno de sus libros. Creo que lo mejor que a un lector le puede pasar es tener la firma del autor en su propio libro y aún mejor si es con una dedicatoria.
Eran cerca de las nueve. La vuelta a casa me esperaba, con el mismo recorrido de siempre: subte C y tren de Retiro a Ballester. Era tarde pero estaba contenta de haber podido ir, no todos los días se puede tener esta experiencia con un escritor. Cuando subí al tren, me senté en un asiento justo al lado de la ventanilla. Al lado mío se sentó un hombre de aproximadamente treinta años que comenzó a leer un libro que sacó de su maletín. Al parecer lo estaba por terminar, ya que lo abrió en las últimas páginas. En ese momento pensé en que no solamente es el escritor quien puede escapar de su propia realidad, sino también cuando se lee un libro, nos sumergimos muchas veces en otro mundo. Cuando leemos, cada uno decide si creer o no en esa historia que se está contado. 
Ya por la estación de San Martín, el hombre seguía muy concentrado en su lectura, tal vez apresurado por terminar esas últimas páginas y llegar al final antes de bajarse del tren. Pocos minutos me separaban de mi hogar. Seguí pensado en esa pregunta que tanto llamo mi atención. Me tentó la idea de poder escribir algo. Quería descubrir que es lo que me sucede al llevar esto a la práctica. El tren llegó a Ballester, el hombre que estaba a mi lado terminó justo la última página. Acto seguido, sonrío. Me pareció que el final lo dejó convencido. Bajé del tren con más entusiasmo todavía por empezar a escribir.
                                                                                               ABEL FLORENCIA
                                                                                               ORTMANN NOELIA
                                                                                              UGUCCIONI CAMILA
                                                                                              VAZQUEZ NATALIA
                                                                                                     COMISIÓN 33
                                                                                PROFESORA: CANO FERNANDA
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