martes, 4 de octubre de 2011

Recuerdos en papel

Como premisa debo anticipar que no he sido una gran lectora. Quizá por tener manera cálida y placentera, quizá porque mi madre no terminó la primaria, y mi padre no vive conmigo. Porque crecí mirando la televisión. Será por ello que conozco más sobre películas que de libros.
            Sin embargo aprendí a leer a los cinco años y siempre me fue muy bien en el colegio. A esa edad recuerdo haber empezado a leer por mi propia cuenta un libro de fábulas, donde sus animales personajes me resultaban extraños y graciosos.
           Fui creciendo, y debo destacar que asistí a cuatro establecimientos educativos diferentes para entender la dificultad que pudo haberme ocasionado aquello en mi acercamiento a la lectura. Ellos fueron siempre mis mediadores de toda la literatura que llegó a mí. Leía cuentos cortos de los cuales sus autores se esfumaron de mi memoria.
            A los catorce años cayó en mis manos una novela (nuevamente de lectura obligatoria). Me sorprendió aquella joven que buscaba su identidad, cruzando la oscuridad hasta encontrar la verdad. Al año siguiente, adoré a otra pequeña que a través de su diario me contó su vida y sus secretos. Más tarde, aprendí a amar la vida en primavera, con un irónico drama de un autor español, ambas fueron también de lectura obligatoria.
            Un año después, no pude dejar de leer (no sólo porque era parte del programa de literatura de la secundaria) la historia más atrapante que me hubiese podido imaginar, de una autora excepcional. La historia de una casa invadida por los espíritus de sus extraordinarios personajes.
            A pesar de que me aburrí mucho con la crónica de un final anunciado, de cuyo reconocidísimo escritor colombiano es obra, sigue siendo este para mí el más extraordinario que leí.
            Vinieron muchos cuentos y poemas, intrigantes, fantásticos, de bohemios, de oscuros, de geniales y brillantes autores. Recuerdo la enorme creatividad de un inglés para resolver crímenes de los más enigmáticos, y de otro consagrado escritor estadounidense del género más oscuro.
            Hasta que llegó la hora de la realidad, y nuestro valiente periodista y escritor desaparecido tiró todas las cartas sobre la mesa, y reveló con fiereza lo que nadie reconocía. Al encontrarme tan interesada por su compromiso, leí también sus más conocidos policiales.
            Antes de emprender mi camino hacia la educación superior, recibí libros como presentes, y no fueron de parte de un amigo ni de un familiar, fue la escuela (parte de un programa para seguir creciendo); con ellos pasé mi verano leyendo pequeñas historias, y versos de autores de todas partes del mundo. Saber que siempre pude contar con la escuela pública y con el Estado en mi formación, ayudó mucho a construir mi ideología y mi amor por lo nacional, en el sentido de identidad.
            Más adelante conocí la novela más cautivadora que haya leído, ese niño y su planta de naranja lima me hizo conmover al punto de la lágrima.
            Este verano, por la recomendación de mis compañeros, aprendí y reflexioné con un autor nacional que con su manual avivó mi mente para no caer en las mismas zonceras de siempre. Y luego, con ese escritor maravilloso que  es propiedad comunal de toda América Latina, la que sangra y se despierta.
           Y por último, hace muy poco tiempo comencé a leer, gracias a un amigo, algo muy nuevo para mí, literatura en formato cómic, de otro valeroso autor argentino, que con astucia, (ya que corrían tiempos terribles en nuestro país) nos regaló un héroe eterno, un héroe colectivo, y con ello aprendí que el único héroe válido es el grupo, nunca el héroe individual.
            Eso es todo. Me hubiese encantado haber podido encontrar el amor a primera lectura. Me hubiese encantado haber accedido más temprano a ese maravilloso mundo de la literatura. Pero mi infancia fue dura. Siempre supe que es fundamental en el crecimiento, la educación de cada ser humano, que leer es conocer, para que a la verdad no te la "cuente" nadie y ser cada vez más libre. Espero que no sea tarde, porque me gusta leer, solamente le encontré tarde el sabor.
                                                                                                   
                                                                                                     
Yoiko. Comisión 36.


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