lunes, 10 de octubre de 2011

Una charla sin café de por medio.

Otra vez estoy llegando tarde, renegada por dentro y al mismo tiempo suplicando que el chofer del 60 utilice sus habilidades para acelerar y volar por encima de los embotellamientos. Bajo apurada, veo la hora y guardo el celular no sé exactamente donde. Son esos momentos donde actúo por inercia y mi cerebro se pone en piloto automático. Llegué, al fin. Exactamente 7 minutos tarde. OK, podría ser peor.
              La puerta de la facultad está atestada de gente. ¡Que se corran, me molestan! Con algunos “permiso” consigo subir las escaleras. ¿Qué hacen todos afuera? Escucho comentarios al pasar “Parece que hay una amenaza de bomba”, “Fue un intento de robo”.
             Busco a mis compañeros, pero no los encuentro. Entre la multitud logro visualizar a una amiga. Allá está ella, fumando como una chimenea. “No, se cortó la luz a eso de las 18.30   y evacuaron el edificio. Parece que no hay charla”. Siempre sabe todo, ¡como le encanta el chusmerío! Me contó que Martín Kohan pasó por al lado de ella y que no se parece en nada a lo que imaginaba. ¿Cómo me lo imagino yo a Kohan? Mmm… un escritor insoportable, pedante, quisquilloso, mala onda y ¿por qué no? un poco pervertido. Una charla embolante con un tipo embolante.
              Es un hecho, no hay charla. Entre alegrías de algunos y gritos de otros, yo festejo. ¡Por fin me sale una buena! Acto reflejo: agarrar el celular y organizar qué se hace hoy a la noche con las chicas.
              Hoy estoy llegando a tiempo. Bueno, con el tiempo justo. Parada obligatoria: el baño. Terminé tardando demasiado y ahora el aula está atestada de gente. ¡No hay lugar! Ahí, ahí hay un banco libre, y es mío. No es el mejor lugar, estoy en la primera fila. Qué desastre. Ni siquiera me agradó el libro, y cuanta menos interacción pueda llegar a tener mejor. Esto no ayuda.
             Ahí llega un escuadrón de docentes. Todos escoltando a un hombre. Se escucha una multitud aplaudiendo y chiflando. ¿Eh? ¿Qué aplauden? ¿Qué me perdí? Jogging de entrecasa, buzo con capucha negro, zapatillas deportivas. ¿Ese es Martín Kohan? Me acordé del comentario de mi amiga el viernes pasado.
            Se sienta atrás del escritorio tratando de no pisar ninguna cabeza. Los que habían llegado tarde encontraron lugar sólo en el piso. Después de la presentación, a cargo de la profesora, le escuchamos la voz al tan esperado escritor.
            “No quiero hablar sólo del libro, prefiero hablar un poco de lo que significa ser escritor” .Ah mira vos, que interesante. ¿Esto entrará en el examen? Empezó tímido pero después no paraba de hablar.
          “Por que las palabras tienen un significado y hay que saber interpretarlo para poder entender lo que se quiere decir…” ¿Que las palabras tienen un significado? Eso ya lo sé. Me abuuuuuurro! ¿Cuánto tiempo falta? Miro la hora pero recién son las 19.30. “¡Concentrate cerebro! Concentrate!” Es raro, el hombre está tirado en la silla, desplomado, desarmado. Le falta el control remoto y queda igualito a mi viejo un domingo a la tarde después de haber ingerido su peso en comida “¡Vamos, concentración! No podés ser tan descortés, el señor vino hasta acá, está mostrando su vida y vos pensando en cualquier cosa.” me dice mi otro yo.
         Intento escuchar algo de lo que dice pero la chica del asiento contiguo no deja de hablar. ¿Qué nos importa que el chico no te haya llamado? No flaca, tiene crédito pero no te quiere llamar por que sos ¡INSOPORTABLE! Sería más útil decírselo pero me abstengo.
            Estiro un poco más mi cabeza, como si eso fuera a hacer más nítido el sonido. Empiezo a escribir todo, fechas, lugares, gestos. Me van a pedir un trabajo sobre esto. Vamos que puedo. 
             “Yo soy un tipo especial, por ejemplo, no me siento a escribir si no tengo todo ya organizado en mi cabeza. Me gusta planear todo. Que nada me sorprenda. Siempre salgo a los mismos lugares, hago las mismas cosas, dejo todo en el mismo lugar”. ¿Mi diagnóstico? Presenta cierto grado de obsesivo compulsivo. Pero hay que reconocer que es interesante lo que dice. A mi me pasa igual. No puedo sentarme a escribir de la nada. La hoja en blanco no me inspira, al contrario, me asusta. Tengo mis momentos. Me agarra el famoso “atacazo artístico” pero en mi caso de creatividad. Y cuando sucede no tengo que dejarlo pasar, necesito organizarlo en mi cabeza, y volcarlo todo junto  en un papel. Bueno, ¡tengo algo en común con Martín Kohan!
          Me empieza a gustar lo que dice, porque me empiezo a sentir identificada con la forma de ser de él. ¡Yo también anoto día por día hora por hora lo que hago en la agenda! Guau, no creí que alguien más lo hiciese.
           Alguien pregunta sobre la enumeración de los capítulos, Kohan le explica algo que yo no había entendido: el "famoso" tengo para mi. Aaaah, ¡era el dueño, con razón! Me acaba de caer la ficha. Claro, el relato era en primera. Me pareció más interesante, me gusta,  ahora me dan ganas de leer esa novela de la que todos están hablando. No entendí nada, dios mío.
       De repente noto que estamos todos expectantes, interesados, curiosos. Queremos saber más.  Todos tenemos miles de preguntas. Algunos las dicen, otros las callan. “¿En quién se inspiró para hacer a Giménez? ¿Qué significa el cambio de los capítulos?” “¿Y el capítulo de los clasificados?”…La cara  del hombre: sonriente, feliz. Disfruta que lo atosiguen a preguntas, le encanta. Quiere más. Se nota. Con cada respuesta que da, surgen nuevas preguntas. Primero generales, después más puntuales y por último personales, las cuales se negó a contestar porque estaba el hijo. ¿Dónde? Miles de cabezas dieron vuelta 90° para ver al hijo de Martín Kohan en el fondo. Yo no lo alcancé a ver.
              El ambiente de la clase cambió. Todos estamos pacientes. Ya casi nadie tiene ganas de irse. Uno solo al fondo está dormido, pero lo estuvo toda la charla. No sabe de lo que se pierde. Cada respuesta es un pasito más adentro del libro, para volver a pensarlo, para volver a cuestionarse sobre todo lo que habíamos dado por sentado; pero también es una oportunidad para conocer, por los pequeños detalles, al escritor detrás de la obra, al cerebro que pensó la historia y logró, de manera contundente, engañarnos a todos hasta los últimos capítulos…Definitivamente, me tengo que retractar: ni una charla embolante ni un tipo embolante, todo lo  contrario.
            Es muy tarde, no lo había notado. Se me pasó rápido el tiempo. La gente de afuera pide el aula, quieren limpiar e irse. Queda muy claro que aún hay muchas preguntas por hacer, pero el tiempo es limitado. Con un muy buen aplauso y una última anécdota, despedimos al gran escritor, pero antes, un presente: un cuaderno Rivadavia tapa dura. La profesora Cortés acota la explicación: Martín, –sí, creo que a esta altura ya podemos usar su nombre de pila- haciendo honor a los rasgos obsesivos que ya nos había comentado, sólo le gusta escribir en cuadernos de esas características.
                    Ya en el final del encuentro, no podemos negar que el escritor ha adquirido cierto aire de celebridad. Una vez más, la profesora habla por todos cuando le pide que le dedique su ejemplar del libro. Él, encantado acepta y aclara que va a tomarse el tiempo que sea necesario para firmarnos a todos. Miro el aula, ¡si que va a demorar! Me escabullo entre el tumulto de compañeros haciendo una cola imaginaria, todos amontonados alrededor de Kohan, y, como quien no quiere la cosa, quedo tercera. Genial. “Para Mercedes con todo afecto. Martín Kohan Junio 2011” Ay, ¡me encanta! Finalmente tengo la firma de puño y letra del mismísimo autor de Cuentas Pendientes. Aprovecho un lugarcito que se hizo y salgo del aula. Huy, perdí a las chicas. Miro nuevamente para adentro pero no las veo. ¿Se habrán ido ya? Empiezo a caminar para irme, y me las encuentro en la escalera. Todas estaban encantadas con la charla. Si, yo también.-




D'Amelio Sofía - Comisión 33
Díaz Verónica - Comisión 33
Menéndez Verónica Comisión 36
Pérez Griselda - Comisión 33
Rubinstein Paula Comisión 33

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