-Despertate enano, despertate que lo mataron. ¡Lo mataron, entendés!
Martín se incorporó bruscamente y se quedó unos segundos sentado en la cama restregándose los ojos, mirando al Garza ir y venir de una punta a otra de la habitación, con el buzo de Adidas arremangado, agitando los brazos, gesticulando, repitiendo una y otra vez las mismas palabras.
-¿De qué hablás? ¿Qué pasó? 
- ¡Que está muerto! ¡El Mosca está muerto! ¡Lo mataron!- cada vez elevaba más la voz. 
-¿Quién fue?
-El Gordo. Se le fue la mano. Gordo hijo de puta, lo mató. ¡Lo mató! No lo puedo creer. Gordo de mierda. Lo mató, Martín. Lo mató…
Martín había terminado de sacarse el viejo acolchado de encima y miraba a su amigo, que yacía ahora sentado al borde de la cama, con el rostro entre las manos, temblando en silencio. Permanecieron unos minutos así, callados.
-Escuché todo, entendés. Todo.- el Garza hablaba mirando algún punto perdido en la pared- Habíamos llegado hace un rato de la escuela, el Ferni y yo, y estábamos ahí en la cocina tomando el mate cocido, cuando en eso los portazos. Qué sé yo, viste que el viejo del Mosca siempre fue así, de tener esos arranques. No le dimos mucha bola. Pero después empezaron los gritos, cada vez más fuertes. Los gritos del Mosca. El Ferni se largó a llorar, y yo no sabía qué carajo hacer, mis viejos no estaban y, y que se yo, qué mierda podía hacer, decime, qué mierda podía hacer. ¡La puta madre! Subimos al cuarto a ver si podíamos escuchar mejor, no sé, estábamos re cagados. En eso escuchamos también a la Nelly , que se ve que había salido y no entendía un carajo. Y también, empezó a patear la puerta, porque se ve que el Gordo hijo de re mil putas se había encerrado en el cuarto con el Mosca, para que no lo jodan. No sé cuanto habrán estado, te juro para mi fueron años. Y de repente el silencio. Pasaban los minutos y no se escuchaba nada. Y así no se, diez, quince, veinte minutos ponele. Hasta que escuchamos el ruido del portón y entonces los vimos ahí, desde la ventana, saliendo. El Gordo llevándolo al Mosca en brazos… 
-¿Y cómo sabés que… -comenzó a preguntar Martín.
- No se movía boludo, tenía los ojos cerrados, y no se movía-lo interrumpió el Garza, con la voz quebrada.  Martín vio como los ojos se le llenaban de lágrimas.
-¿Viniste en la bici?
El Garza asintió con la cabeza.
-Vamos. Hay que avisarle a los demás. 
Martín agarró las zapatillas de abajo de la cama, se las puso, después se calzó la campera y le hizo una seña al Garza con la cabeza para que lo siguiera. El Garza se limpió la cara con el puño del buzo y salió después que el, cerrando la puerta de un portazo tras de sí.  
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