Terminó la discusión con un portazo. Alcanzó a manotear un libro de Kafka y salió.
Bajó las escalinatas de la cabaña y enfiló con decisión hacia la playa.
Ya lejos, aún la alcanzaban los gritos de Julián pidiéndole perdón. Tarde, el cristal de su amor se había quebrado.
La angustia dio paso a la indiferencia. Caminó, caminó y caminó hundiendo sus pies en la fría y húmeda arena.
Cansada, recogió su pollera y se sentó en el suelo mirando al mar, sin percibir que las luces del atardecer se iban apagando. El fresco la incomodó y se dio cuenta que no tenía ningún abrigo.
Pensó en volver, pero sin sorpresa alguna, comprobó que no podía levantarse.
Permaneció quieta y solo atinó a retomar la lectura de aquella historia pasional. Un sentimiento la alcanzó: el amor solo era posible en las palabras.
La envolvió la noche y con ella el sueño. Se tendió y se durmió profundamente. Sin noción del tiempo, despertó y, curiosamente, no sintió la inclemencia nocturna.
Las estrellas ausentes, dieron paso a renglones poblados de palabras.
Las páginas del inmenso libro la abrigaban y con alegría se asomó, curiosa, a observar el cielo.
La luna, más curiosa aún, le devolvió una mirada cómplice.
Manuel Guijarrubia
Comisión 36
maravillosa sensibilidad....de esta joven y bella reflexión sobre el amor!!
ResponderEliminarMe encanta!